jueves, 12 de noviembre de 2015

RECUERDOS DE 3 GRANDES FIGURAS

Un maestro joven, de meteórica carrera, inició el 16 de Marzo de 1921 la empresa hasta entonces considerada imposible, de vencer al campeón mundial de ajedrez, el doctor Emanuel Lasker. Este no había conocido una derrota por el título en torneos ni en matches individuales desde que en 1894 superara a Wilhem Steinutz, pero la verdad es que el cubano José Raúl Capablanca había hecho méritos suficientes para ser tenido por un contendor peligroso. Los hechos dieron la razón  a quienes sostenían la imposibilidad de que Lasker prolongara su ya dilatado reinado frente al ímpetu de tan fuerte adversario.
Sin embargo, fue con asombro  que el mundo asistió a aquella batalla sin precedentes en la historia del juego-ciencia del ajedrez. Poco después el 1° de Julio, un acontecimiento también deportivo conmovió a la Argentina. Jack Dempsey, el formidable campeón, dejaba fuera de combate en el cuarto round, al más científico de los pugilistas de aquella época: el francés Georges Carpentier.
Fue éste un valiente adversario, pero alcanzado en plena mandíbula cayó por 9 segundos en esa vuelta. Logró reincorporarse, más un directo de derecha puso fin al combate exactamente a las 15.35 hora argentina.
La noticia se supo en Buenos Aires 20 minutos después por un cable llegado por vía Colón, circunstancia que fue apreciada en aquellos tiempos como un estimable record de velocidad informativa.

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Capablanca: un maestro del ajedrez.

PRECISIONES
El 2 de Agosto de 1921, en el Hotel Vesuve de Nápoles, se  extinguió la vida de Enrico Caruso, el más grande tenor de que se tenga memoria. Tal fue la impresión que alcanzó la muerte del divo, que resultó fácil arraigar la leyenda hecha circular en algunas biografías, mostrándolo en el instante supremo en el mismo escenario de sus triunfos.
La verdad es que Caruso no murió en el teatro mientras cantaba, ni el comienzo de su enfermedad fue la rotura de una vena, sino que el tenor, que tenía una salud de hierro, descuidó una pleuritis que lo había postrado en cama, de la que se levantó en la noche del día de Navidad para ir a cantar por última vez.
La obra fue “La Hebrea” de Halevy y el teatro, el Metropolitan Opera House. En vista de la gravedad de su estado, médicos neoyorquinos le hicieron una operación, pero sin mayor éxito. A mediados de 1921, Caruso se trasladó a Italia en busca de los más afamados cirujanos de su tierra. Allí le sorprendió la muerte en el lugar y fecha indicados.  Pese a que estos datos fueron precisados más tarde, aún hay gente que cree en la leyenda sobre el fin del incomparable artista.


Caruso junto a su piano.



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