Muchas personas me han preguntado
a veces como era antaño un gran entierro y siguiendo este sistema, medio
pintoresco y medio documentado, de recordar hechos de nuestra vida, fijando
características del ambiente en torno a sucesos y personajes ya idos,
ocúrreseme que puede resultar muy interesante describir el gran entierro que se
realizó en Lima el 16 de Mayo de 1853, cuando gobernaba la república el
opulento y cortesano general Rufino Echenique.
Sabido es que hasta la mitad del siglo
XIX se conservaron casi por entero las costumbres coloniales y que por lo tanto
un entierro de importancia tenía que semejarse en mucho a aquellos grandiosos
funerales que describe Mugaburu en su interesantísimo Diario de Lima, exhumado
en feliz hora, por Romero y Urteaga, y en los que como hasta ahora ocurre en
España, se llevaba los cadáveres a los templos, se les elevaba túmulos
decorados con jeroglíficos y sonetos y después en las calles se les rezaba
responsos en cada esquina.
Era el mes de Mayo de 1853,
cuando ya comenzaba a levantarse en Lima el descontento por el Gobierno de
Echenique, ese vago descontento que se formalizó en el 54, y que dio lugar a
los levantamientos de Elías y de Castilla coronados por la célebre Batalla de
La Palma, el 5 de Enero del 55.
Sin embargo, aún no se vislumbra,
el formidable sacudimiento que propició, dicho sea en verdad, un
interesantísimo movimiento ideológico, batallador, doctrinario, que esbozado
puede decirse, en 1847, llega a la cúspide el 56, continua el 60 y comienza a
desvanecerse y desorientarse el 67, a cambio de conquistas prácticas contra el
militarismo que pareció derrumbarse definitivamente el 72.
Centenares de personas en un funeral de la Lima antigua.
Centenares de personas en un funeral de la Lima antigua.
FALLECIMIENTO
Era decíamos el mes de Mayo de
1853 y el día 14 “El Comercio” anunció a la ciudad que una dama ilustre acababa
de morir: la señora del ilustrísimo Mariscal don Antonio Gutiérrez de la
Fuente, doña Mercedes Subirat y Cossio.
Además que en la nota que en la
sección “Lima” publicaba el decano había una lluvia de comunicados. Unos
chilenos firmaban una plañidera prosa en la que decían henchidas frases de
eelogio y de pesar: “la amada señora que hasta hace tres días era el ornato de
la ciudad limeña”, “tan completa madre no la hemos encontrado en el Perú”,
“había formado una familia que brilla sin despertar envidia” ¡Qué tal prodigio!
Otros escritores rivalizaban en homenajes y todos los periódicos de la época
están llenos de necrologías.
Yo recuerdo haber alcanzado personas
que me contaron, y la descripción de los diarios está conforme con tales
remembranzas, que en la noche del día 14, las calles del General La Fuente,
Lezcano y la Merced, estaban obstruidas por millares de almas y en los balcones
y en las ventanas, se veían familias enlutadas.
LO QUE DECIA
Se suspendió la función en el
Teatro, donde la Baril y la
Biscanccianti compartían los delirantes entusiasmos de un público
afanoso de competencias. Las comunidades religiosas de Lima acompañaron los
restos de la caritativa y religiosa dama, que según frase familiar que hemos
recogido decía antes de morir: “Me muero porque no está aquí el doctor Aranda”,
refiriéndose al notable facultativo don Marcelino, padre de este don Ricardo
que no me dejará por mentiroso.
Los acompañantes llevaban
hachones encendidos que daban a la triste procesión un aspecto de agua fuerte.
Asistieron a la ceremonia magistrados, altos funcionarios, representante del
ejército, de las asociaciones de caridad, mientras los frailes mercedarios
entonaban responsos religiosos.
El taraceado ataúd fue cargado
por los grandes mariscales Castilla y Cerdeña y por los generales Cisneros y
Deústua, el infortunado Deústua que un año
y medio más tarde murió combatiendo denodadamente en la Palma. Sostenido
por aquellos hombres ilustres, el ataúd llegó a la Iglesia, donde elevaron
responsos y cánticos religiosos los miembros de las diversas comunidades,
habiendo entonado la vigilia los de la Merced
La Iglesia estaba llena y
doquiera se veían paños negros con grandes lágrimas de plata. El ataúd fue
depositado en un catafalco tan sombrío como suntuoso. Al día siguiente el Señor
Obispo de Eritrea que llegó a ser Arzobispo de Lima, dijo una misa de réquiem a
la que asistieron miembros del Servicio Diplomático, los ministros de estadlo,
los representantes a Congreso y los más altos dignatarios, habiendo sido
después de la misa, transportado el féretro en hombros de los mismos generales
al carruaje, llevando los cordones 11 generales de la Independencia.
El atáud del Presidente Piérola llevado al cementerio
El atáud del Presidente Piérola llevado al cementerio
GRAN DAMA
Asombra seguir las descripciones
que guardan armonía con lo que contó al cronista cierta vez una tía viejecita.
La señora La Fuente había sido realmente una gran dama. Hija de un militar
español y de una señora de campanillas, casó con La Fuente cuando
comenzaba la lucha por la libertad y por
la Patria.
Había visto ascender a su
esposo-hijo del caballero español don Luis Gutiérrez de Otero y de doña
Mercedes de la Fuente y Loayza, por donde resultaba entroncado con el primer
Arzobispo de Lima- desde la clase de mayor hasta la de Gran Mariscal y se había
identificado con la vida política del inquieto general, al punto de haberle
salvado en alguna ocasión de la muerte,
como cuando lo persiguieron los secuaces de doña Pancha Zubiaga.
La presencia de ánimo de la
señora Subirat dio tiempo a que el General escapara por los techos. En otra
ocasión cuando Orbegoso desterró injustamente a La Fuente, un periódico de
combate, “El Limeño”, que redactaba el
escritor español Bonifacio de Lazarte, llegó en sus ataques a Orbegoso a
provocar denuncia del Fiscal.
ATAQUES
¡Se armo la gorda! El Genio del
Rímac, periódico de Vigil atacaba a La Fuente y a Lazarte. En cambio lo
defendía el ingenio de don Felipe Pardo en “El Hijo del Montonero”,
periodiquito del tamaño de un librillo,
que apareció para responder a los ataques de “El Montonero”.
Lazarte, que como decía Pardo,
era hombre temible, de pluma y espada. Se vio la denuncia. Hubo una barra. Las
tapadas acudieron. Se asegura que la señora de La Fuente dirigía a las
atrevidas y graciosísimas interruptoras del Fiscal Colmenares, a quienes
zaherían por sus grandes y rubicundas narices. Un periodiquillo de la época
traía versos como éstos: La calavera
miraba/de un borrico don Pascual/ y enternecido exclamaba: ¡En lo que para un
Fiscal!
A su vez “El Genio del Rímac”
defendía a Colmenares y pedía pena de carceleta para el godo Lazarte y
aludiendo a las narices decía: Son las grandes narices/prueba bien cierta/de
talentos felices, /de alma despierta./Así no insultas/si a un narigón le
dices/que tienes muchas…
Y así por el estilo. Naturalmente
los partidarios de la Fuente negaban que señoras respetables hubieran ido de
tapadillo a la audiencia. El hecho es que el Juri absolvió a Lazarte y las
hojas lafuentinas siguieron pegando fuerte a los orbegosinos.
Eran tiempos de lucha brava,
abierta, decidida, sin tracamandanas ni disimulos. Las esposas de los generales
de la Independencia, aún las más suaves modositas-la de la Fuente parecía ser
así- se identificaban de tal modo con los destinos de sus esposos, que eran
capaces de sacrificarlo todo.
Los sacerdotes en un ritual de este tipo.
Los sacerdotes en un ritual de este tipo.
CONSPIRADORAS
Eran conspiradoras. Sabían de
escondites, llegaban hasta la arenga, no se detenían ante el pasquín. La Mariscala doña Pancha, ha pasado a la
historia como el tipo ejemplar de ellas. Otras más dulces y señoriales, se contentaron
con protestar enérgica y elegantemente.
La señora de la Fuente que dicen
que fue muy bonita y un retrato que el egregio Montvoisin pintó allá por el
cuarenteintantos, lo revela, era señora de alto copete. Su salón llegó a ser
uno de los mejores de Lima.
En Chile llamó la atención y casó
allá a una de sus hijas, Narcisa, con uno de los señores Zañartu,
distinguidísimo miembro de la mejor sociedad santiaguina. Fallecida la señora
La Fuente, la casa del Gran Mariscal fue hasta el año 1878 famosísima en Lima.
Y que las más altas y cultas damas
eran politiqueras lo demuestra el hecho que don Manuel Lorenzo Vidaurre en una
de sus famosas arengas, atribuye gran parte del triunfo de Orbegoso contra
Bermúdez a una linajuda dama limeña, “Stael peruana” dice él, la señora Rávago
de Riglos, famosa por su belleza, su distinción y su cultura literaria.
Pero volvamos al entierro.
CARITATIVA
“No se recuerda un concurso más
numeroso y espontáneo”, dice “El Comercio” como el que acompañó los restos de
la señora La Fuente. Las campanas doblaron aquella noche a intervalos y hasta
las once la visión de los hachones encendidos y de los grandes blandones de
cera, perturbó a los vecinos de los barrios centrales.
Al día siguiente, continuaron los
dobles. La Iglesia de la Merced resultó pequeña para el concurso. La señora no
sólo había sido obsequiosa y sabía dar grandes fiestas sino se había
distinguido por su espíritu caritativo.
“Asistió toda la sociedad. La
ceremonia fue muy larga y con toda la pompa que se podía disponer en el país.
El Obispo Pasquel pontificó. Se cantó la célebre Misa de Réquiem de Mozart, a
doble orquesta. El ataúd salió del templo en hombros de mariscales y generales.
A la puerta esperaban los
carruajes de Lima y un enorme gentío. Antecedía a las fúnebre carroza un
ómnibus con los miembros de la comunidad mercedaria que se adelantaron al
cortejo, para recibir en el cementerio los restos, con responsos y cánticos.
En el cementerio tomaron la
palabra José Antonio Barrenechea a la sazón muy joven y el ilustre escritor
chileno Bilbao. Barrenechea muy emocionado dijo un bello discurso:
“Humillémonos ante la inflexible ley de la naturaleza que, rompiendo la
imperfecta y efímera unidad de nuestro doble ser, devuelve a la tierra lo que
es de la tierra y a Dios lo que es de Dios”.
Capilla central del Cementerio Presbítero Maestro
Capilla central del Cementerio Presbítero Maestro
ACOMPAÑAMIENTO
Y Bilbao, el gran historiador de
nuestro gran Salaverry: “Te dejamos en las puertas de las mansiones superiores,
a donde lentamente y en dispersión te seguiremos, pero el acento de nuestras
almas te acompaña y te lleva un recuerdo del mundo que te pierde…”
A las tres de la tarde volvió el
acompañamiento a la casa del Mariscal donde el viudo respetable llenaba
dignamente su penoso deber. Era costumbre de esa época que los concurrentes a
un sepelio volvieran a la casa mortuoria.
En ella el deudo más cercano
atendía en el estrado a sus visitantes que formaban una rueda silenciosa y
dolorida. Se consideraba casi de mal agüero, al que se atrevía a romper la
etiqueta y muchas veces se alargaba la enojosa situación porque ninguno se
sentía con la autoridad suficiente para ser el primero en levantarse y dar el
pésame.
Por fin alguno lo hacía y
entonces todos se acercaban al doliente, le manifestaban su condolencia y uno a
uno se retiraban. También fue costumbre que pronto fue desterrada agasajar a
los acompañantes y en muchas casas de duelo se preparaba una gran cena que más
tarde cuando no se llevó los cadáveres a las iglesias, y se hacían los velorios
en los hogares, se sustituyó por la cena, muchas veces profanadamente opípara .
CONFUSION
De esta época debe ser la anécdota
de aquel duelo en que nadie se atrevía a despedirse del doliente, caballero que
usaba gran peluca postiza y al que un guasón se atrevió a decirle por lo bajo,
que tenía el pilífero adminículo. Vino el segundo y repitiendo la frase
consagrada dijo: “Diga a Ud. lo propio”.
El caballero apenas tuvo tiempo para ladear la
añadida cabellera, y apareció un tercero, que también dijo lo propio y luego un
cuarto y un quinto, poniéndole en tal desasosegada confusión y desacierto, que
concluyó por tirar el postizo y quedarse calvo, fatigado y compungido ante el
asomb ro penoso de los que daban el pésame ritual.
Durante la procesión al templo de
La Merced y en el sepelio mismo, muchas lloronas mesarónse los cabellos y
dijeron a gritos las virtudes de la difunta, fueron hasta el panteón y luego volvieron
a la casa y salieron de ella, al caer la tarde, sinceras las unas, seguramente
después de recibir la pitanza del oficio.
Con el último contertulio quedó
como penando la casa del Mariscal, cerrose la gran puerta, se pusieron negros
vendones en las doradas y labradas rejas del vasto patio, en las mamparas de
los decorados vidrios y en los grandes espejos.
Ceremonia para enterrar a un muerto en aquella época.
Ceremonia para enterrar a un muerto en aquella época.
TODO PASA
Y reinaron el silencio y la
tristeza en la mansión en donde pocos días antes, se daban aquellas rutilantes
tertulias que fueron decoro de la sociedad limeña. Pero como todo pasa, cuando
los años pulieron las penas y la resignación se hizo carne y la vida recobró su
imperio, el Mariscal abrió sus salones y su hija soltera, Carolina, hizo los
honores de su cortesanía único hasta el año
1878 en que casi nonagenario murió en Lima siendo Senador por Tarapacá.
Carolina murió muy pobre y dolida
en Lima hará unos 30 años, impaga de sus montepíos ya sin asomos de grandeza,
pero tan señoril y tan fina que nunca quiso desprenderse de unos maravillosos
encajes, los más maravillosos que nuestros ojos vieron y nuestras manos tocaron
y de unos cuantos retratos, algunos pintados por el ilustre Montvisin, célebre
retratista francés
En política dominaba el
echeniquismo que estaba acusado de medio godo y ya se le enfrentaban los
doctrinarios liberales que planteó la revolución que llevó al poder a Castilla.
Había dinero y había ideología. Eran días consolidados de guano, de facilidad
para la vida, de grandes negocios y de nutridas e interesantes polémicas.
Había entonces en Lima una
compañía de opera que tenía sorbidos los
sesos de nuestros abuelos. Cantaban la Barilly, la Biscanccianti, la CAylly y
los tenores Lorini y Galliani. Precisamente se realizó un colosal homenaje
a Biscanccianti. Cuando apareció la
aclamaron entusiastamente.
MARCHAS
Las bandas de música de los batallones
Pichincha y Artillería abrieron y cerraron marchas. Así en medio de frenéticos
aplausos la llevaron al Teatro donde se cantó la Norma. Le arrojaron aquella
noche palomas y flores. La artista volvió a ser ovacionada en las calles. Los
actos festivos terminaron a las 6 de la mañana.
En el festejo se vieron muchas
tapadas: aquellas hechizadoras que comenzaron a disminuir después de la batalla
de las Palmas y que desaparecieron por entero, sin que quedase una por encargo
el año 58.
En materia de toros privaba el
diestro español Pichilin, y en unos días precisamente, el público pedía en los
comunicados de los periódicos que volviese a torear un banderillero, apodado el
“mudo chileno”.
El contraste no puede ser más
típico, Por pequeña que fuese Lima, por ligadas que estuviesen las familias,
por importancia que tuvieran en aquellos tiempos los hábitos severos de un
duelo, al día siguiente del entierro de la gran señora, sonaron las músicas,
volvieron a lucirse los hachones, tal vez los mismos de la víspera y por la
misma esquina pasó la muchedumbre loando a
una artista ansiosa de placeres, reclamando sus derechos a la dominadora
voluptuosidad de vivir
En el teatro resplandeciente
estallaron las ovaciones y casi pared por medio con la casa del duelo se alzó
el bullicio victorioso de una canta actriz que pasó por nuestras calles
saboreando uno de sus mayores triunfos. Sólo hubo un palco vacío, en aquellos
tiempos en que los grandes personajes solían tener palcos propios en los
teatros: el del General La Fuente.
Han pasado los años. Polvo y nada
más que polvo son los que actuaban, llenos de pasiones, de angustias y de
ilusiones en aquellos días remotos. Y, sin embargo, de los papeles fríos brota
un vaho cálido, una emoción llena de fragancia.
De dos retratos arcaicos, tan
llenos de fijeza melancólica fluyen miradas tiernas que parece que comprenden y
los labios inmóviles un poco resquebrajados y descoloridos, nos dan la ilusión
que van a verter una frase consoladora para los que recuerdan, como si dijeran:
“Ya lo ves, nunca se muere del todo ni siquiera aquí en la tierra. (Páginas seleccionadas de las "Obras
Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político,
José Gálvez Barrenechea.
Lo felicito Señor Noriega por esta excelente publicación.
ResponderEliminarQue hermoso escribe ud. dr. Noriega. Tienen una pluma muy ejercitada.
ResponderEliminarA propósito de este último comentario: nunca me gano indulgencias ajenas. Yo no soy el autor de esta nota. La ha escrito José Gálvez, una figura de la Literatura peruana. El es el que se merece los elogios.Así dejo las cosas aclaradas, conforme son.
ResponderEliminar