miércoles, 4 de noviembre de 2015

REMEMBRANZAS DE HUACHO

El año 1893 por enfermedad  de mi padre, mi familia fue a Huacho. Tenía yo poco más  menos 6 años, pero recuerdo el lindo pueblecito y sus pintorescas costumbres, como si fueran de ayer. Mi casa estaba al fin de una calle cerca de la plaza principal y en una de las esquinas que daba a la de Malambo había una sastrería de un señor Rodríguez, si no me desorienta mi memoria. Huacho era entonces un pueblo aldeano, sencillo, lleno de poesía y de frescura, famoso por su fruta, por sus procesiones, por la gracia criolla de sus hábitos.
Allí estuve en el colegio de un señor Tizón, hombre de disciplina férrea, como que había pertenecido a la Armada Nacional, de hondo sentido nacionalista en sus enseñanzas y a  quien debo muchos bienes espirituales.
Su colegio estaba en la calle de Malambo y en él estudiaron muchos niños de familias principales de la localidad, pues hasta que él implantó su escuela sólo había las llamadas municipales. Un grupo de padres de familia animó al señor Tizón a poner un colegio y a él ingresé, ya conociendo las letras y los números que me habían enseñado en la pulcra escuelita de la calle de Zamudio en Lima, mis tías Salazares, Angelita, Anita y Panchita, de quienes conservo una dulcísima impresión, que viene a mi espíritu mezclada con las añoranzas  de mi hogar.
En el colegio del señor Tizón presidían nuestra diaria tarea, desde sus retratos al carbón, Grau y Bolognesi. Todas las mañanas, antes del estudio, se pronunciaba en coro una evocación a la Patria y los sábados se recitaban versos patrióticos.


La antigua Plaza de Armas de Huacho.

LA PALMETA
Eduardito Escribens y Correa se me parece así erguido, diciendo en forma envidiable las quintillas de Manuel Adolfo García a Bolívar y lo mismo, ya seguramente más crecido y habituado a las nuevas costumbres escolares, me veo ¡ay! Como si fuera otro, diciendo fragmentos de una oda al Dos de Mayo.
Pero junto a estos placeres, nos amenazaba diariamente la palmeta que pendía, junto a un tremendo chicote, cerca al pupitre del señor maestro, siempre vestido de azul severo y hosco en su apariencia de marino retirado.
También estuvo en ese colegio Herbert Trou, mataperro incontenible y recuerdo a unos muchachos Luna y un chiquillo Camino, que murió aquel año, a cuyo entierro asistimos, siendo angustia de una anticipación de lo irremediable, los escolares todos.
En Huacho, polvoriento y silencioso entonces, vivían con todo prestigio de color las sanas de otros días, la hospitalidad amable, la cortesía sin aspavientos. En ese ambiente plácido y auspicioso, corrieron días imborrables de mi infancia remota.  
UN CUERNO…
Pero como si fuera de ayer, solo de ayer, muchas cosas me parecen ver. Limpias de todo prosaísmo. Las acequias cantarinas. Las huertas rumorosas. El tranvía bullicioso y minúsculo en que un señor Bellen voluminoso y rubicundo, soplaba un cuerno, como los que admiraba en las coloreadas estampas de cacería, los potros caracoleantes y los y los pregoneros y los aguadores.
Huacho fue para mi uno de los mayores encantos que viven perdurablemente en mi corazón. Todo el acerbo del libro Paz Aldeana brota seguramente de la imprecisa poesía, que luego el publecito de La Magdalena Vieja afirmó en mi espíritu.
A mi memoria vienen los recuerdos de antaño, como palomas al palomar vetusto y me traen un claro rumor de campo y una serena jocundidad celeste. Y así desfilan la ciudad y su campiña bellísima, el pueblecito prócer de Huaura, y la caleta de Carquín con sus chozas de totora, relumbrando bajo la luz solar, como si fueran de oro viejo.
Han pasado los años, se han ido mis padres, pero con ellos, que me visitan siempre, vuelven fragancias y colores que mi alma percibe en el enternecimiento de sus evocaciones más puras, como un encadenamiento supersensible que hace a la vida miserable digna de la inmortalidad.


Una de sus calles con carros de la época.

RECUERDOS
Y junto a los recuerdos brumosos, como empañados en lagrimas, llenos de esa ternura contenida que no estalla en imprecaciones, ni se desvanece en sollozos, vienen las alegres memorias que parecen cuchichear, como viejecitas de buen humor, consejas de esas que en los cuartos de los niños, hacen brotar las fuentes vitales de la risa.
Y por esa magia de reconstrucción, en que me empeño siempre, que me saluda con ademán de humorismo, una evocación pintoresca, en que mi afición a los toros encuentra su genealogía distante en aquel pueblo, porque mi padre, doliente, paralítico ya casi perdido, tenía predilección por la fiesta española, no obstante de haber sido educado en Inglaterra.
Tal vez en Huacho queden personas que recuerden al Sr. Gálvez, con su triste andar de enfermo y el niño que siempre lo acompañaba. Tal vez recuerden que era un hombre bueno y cordial, lleno de una grave melancolía que nunca se tradujo en amargura ni en despecho. Hombre resignado y sencillo de corazón abierto, de limpia intención. Mi maestro de bien, mi mejor amigo ausente, mi recóndita poesía, mi padre.
¡Oh como era mi padre, sólo lo sabe mi corazón!
MEJOR REGALO
En Huacho gustaban mucho los toros y se improvisaban corridas de aficionados, que contaban siempre con la adhesión del señor Gálvez. Yo recuerdo que una vez, como el mejor regalo, me trajo de Lima oleografías taurinas y un librito en que desdoblaban las hojas, dejando ver en todo su proceso una gran corrida de toros, con sus alguacilillos de negro terciopelo, su cuadrilla de toreros, con patillitas a la española, sus toros regordetes, de patas pequeñas, sus banderillas sopladas como globos, sus suertes de toda clase, su indispensable salto a la garrocha, su matador severo, perfilado para matar a la fiera y el agitado arrastre final. Todo esto fue decoro y gala de mi cuarto.
No sé con que finalidad caritativa o patriótica se organizó una corrida de aficionados y se pensó como gracia, el chico albino y feo que era yo, bien podría salir en la cuadrilla, para lo que se contaba con un traje de luces, muy mono, aunque seguramente muy antiguo que lució en un baile de fantasía infantil que hubo hace mucho tiempo en Lima un tío mío, Samuel Barrenechea Raygada.
Se escribió a la familia y esperamos el traje que para desesperación mía, no llegó pero se me improvisó un vestidito de aficionado y de pantalón blanco, corbatita roja y faja del mismo color, quedó el hijo de mi padre tan listo como emocionado para salir en la cuadrilla.

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El mercado de abastos

EL FESTEJO
Llegó el día del festejo, en que tomaban parte según apuntan mis recuerdos los jóvenes Arguelles, Pazos, Bermúdez, Rossi, Corsi, uno a quien el publico apodaba cucaracha y que se yo cuantos más. No se quien invito a Cuatrodedos que estaba en Lima para que pasara unos días en Huacho.
El Cirpiano Laos de ese tiempo se llevó seguramente al maestro y los aficionados de Huacho consiguieron que el legendario Diego Prieto los asesorara. Llegó el gran día. Yo, muy compuesto y mirándome a cada rato la chaquetilla pana, el albo pantalón, los zapatitos blancos, muy orgulloso con mi capa de roja seda
Preocupado con que no se me cayera la faja, como viera en algún torero e los de estampa antigua, esperaba impaciente cuando ocurrió lo estupendo, lo que llenó mi infancia de una vanidad pintoresca agresiva y lo que me sirvió de titulo más de una vez, para reclamar en los juegos de toros la dirección de la cuadrilla.
Llego Cuatrodedos de chaquetilla, pantalón corto y sombrero cordobés. Yo me agitaba para que me viese y lo miraba como un ser superior. Me vio por fin, me dio un cachete cariñoso, preguntó por mi y cuando las cuadrilla me cogió de la mano y con él hice el paseo.

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El casino: centro de esparcimiento.

EN EL RUEDO
Salimos al ruedo que vibraba con el eco de las voces y el crepitar de los cohetes. “Ahí va Cuadtrodedos”. “Ese es Cuatrodedos”. “Va el chiquitín Gálvez”. “Que gracioso Cuatrodedos con Galvezin”. La faja me ahogaba, me sentía más grande, más ancho, mas fuerte. El paseo fue un relámpago. Fui entregado a mis padres que me besaron. Todos me felicitaron como si hubiese hecho una hazaña y ya en el palco veía la corrida como si fuera cosa de cuento.
Durante toda mi infancia, la imagen de Cuatrodedos, el torero que aquí tuvo tanta fama, me acompañó como un contacto ilustre. Cuando he contado que he salido en una cuadrilla con el célebre matador muchos no lo han creído y hoy para que nadie lo ponga en duda, con la tristeza que da siempre recordar, fijo para siempre esta fresca remembranza en que se cuenta como en la Plaza de Toros de Huacho hice el paseo con Cuatrodedos. (Páginas seleccionadas de las "Obras Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político, José Gálvez Barrenechea.

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