Nicolás Avellaneda asume la
Presidencia de la República a los 37 años de edad, en momentos de que se opera
en la Argentina una fundamental transformación económica. En efecto, comienzan
los embarques de cereales a Europa y el país, progresivamente, se convierte de
importador a exportador, con todas las consecuencias sociales y políticas que
no es difícil discriminar. En primer lugar, las provincias acrecentaron su
influencia y, en segundo lugar, el poder público creó las condiciones propicias
para el desarrollo de las nuevas fuerzas de la economía.
Así nace el espíritu de
Avellaneda. Es decir, la ilusión, que realiza en parte, de imprimir un gran
impulso a las fuerzas que a despecho de la política de simple inspiración
electoralista van labrando lentamente el progreso de ese país.
Pero para consumar sus planes de
reactivación de las energías útiles y de fomento de la riqueza pública, es
indispensable una tregua política, que sólo podrá lograrse mediante un acuerdo con la oposición definida en el
Partido Nacional, contra el Partido Autonomista y encarnada en el General
Mitre.
Se gestiona el acuerdo entre
Avellaneda y Mitre al que ni siquiera el propio Adolfo Alsina, Ministro de
Guerra en el gabinete y caudillo autonomista, opone objeción formal. Llegamos
así a la virtual fusión del autonomismo con el nacionalismo, en un partido
único que se llamó La Coalición.
Nicolás Avellaneda marca época en su país.
Nicolás Avellaneda marca época en su país.
ATAQUES
La juventud alsinista sostiene que este acuerdo político envuelve
el propósito de entregar la provincia de Buenos Aires a la oligarquía del
interior del país y lo ataca enérgicamente con Sarmiento a la cabeza, quien
desde el diario “El Nacional” emprende una violenta campaña contra el Presidente
Avellaneda, Mitre y La Coalición
Rodea a Sarmiento un grupo de
jóvenes de primigenio talento y aguerrido espíritu entre quienes se encuentran
Aristóbulo del Valle y Leandro N. Alem,
con su inseparable sobrino Hipólito Irigoyen, quien, humilde maestro en una
escuela de la ciudad, comenzaba a hacer sus primeras armas con los gerundios y
los plurales que había absorbido del krausismo, tan en boga en aquellos
momentos y que singularizarían más tarde su literatura política.
La juventud autonomista, con
Aristóbulo del Valle, magnifico orador y singular polemista, funda el Partido Republicano,
que tiene un fugaz predicamento hasta que se extingue con la reincorporación de
su jefe al autonomismo coaligado.
Leandro N. Alem sigue en su posición de intransigencia,
a pesar de todas las deserciones y prácticamente solo, con su sobrino Irigoyen,
y un grupo de amigos, mantiene la llama encendida de puro amor a Buenos Aires,
dando entonces contenido romántico más que sentido económico a su frenética
oposición a la Coalición.
Buenos Aires por esos tiempos.
Buenos Aires por esos tiempos.
BATALLA
La Legislatura asiste con estupor
a la denodada batalla que sigue librando solo este luchador infatigable que
recorta su figura de viril empaque en un fondo de escepticismo general. Sus
discursos, entre los que no faltan los
apotegmas versificados, sólo encuentran eco en sectores reducidos del pueblo
aferrado a su tradición autonomista que tenía su expresión política ocasional
en la intransigencia.
Sin embargo, La Coalición que soportó con éxito su primera
prueba con motivo de la elección gubernativa de la provincia de Buenos Aires,
en la que hubo que apelar a un candidato de transacción, el doctor Carlos
Tejedor, para encausar las rivalidades de autonomistas y nacionalistas, no
tardaría en morir con motivo del problema de la sucesión presidencial de
Avellaneda.
Los gobernadores de las distintas
provincias quieren imponer una solución política que consulte los intereses
generales y constituyen a tal efecto una liga que proclama al General Julio A.
Roca, candidato y Presidente de la República.
El doctor Avellaneda, quien, sin
duda alguna, habría aspirado a adoptar una posición de absoluta intransigencia,
no tarde en verse envuelto en el juego de intereses creado en torno a la
candidatura del General Roca y termina por apoyarla.
PLEITO
La Coalición muere en ese mismo
momento de un síncope. Mitre retira su apoyo al gobierno y hasta los propios
autonomistas se manifiestan en contra de
la Liga de los Gobernadores, reactualizándose el viejo pleito entre las
provincias de Buenos Aires y el resto del país.
Buscan en el doctor Carlos
Tejedor al hombre que debía encarnar el espíritu de oposición al acuerdo de los
mandatarios provinciales y lo reclaman candidato a la Presidencia de la
República, para oponerlo en las elecciones al General Roca.
La lucha se hace enconada.
Evidentemente el doctor Tejedor está dispuesto a jugar la provincia entera
contra los designios del Presidente de la República. Se producen frecuentes encuentros
callejeros y las refriegas y los tiroteos se suceden entre las calles entre las
fuerzas adictas por una parte al gobierno de la provincia y, por la otra, a la
de la nación.
El clima de violencia llega a un
grado tal de saturación que amenaza el estallido, pero tras algunos intentos
infructuosos de figuras expectables en el sentido de hallar un candidato de
transacción como Mitre o Sarmiento, se llega a una aparente tregua que, sin
embargo, no sería nada más que la calma que precede a las tormentas.
En efecto, se incubaba la
revolución de 1880. Al parecer el doctor Tejedor había tomado demasiado impulso
por cuenta propia y los amigos, que habían proclamado su candidatura, iban
raleando.
El General Mitre.
El General Mitre.
CONFUSION
No es cosa muy averiguada por la
historia si la habilidad política del General Roca influyó de tal modo en el
espíritu de muchos hombres hasta hacerlos aparecer en actitudes contrarias a su
caudillo de la víspera, pero el hecho cierto es que se producen momentos de
gran confusión en la posición personal de muchas figuras expectables de la
época, que se suman misteriosamente a las candidaturas de los gobernadores, con
olvido de anteriores compromisos.
Pero nada detendrá al doctor
Carlos Tejedor que se lanza a la lucha por la reivindicación de los derechos de
la provincia de Buenos Aires, estallando la revolución de 1880. Se lucha
ferozmente y, como es sabido, el Presidente Avellaneda, sin garantías en Buenos
Aires, se retira a las afueras, poniendo sitio a las fuerzas rebeldes, que tras
sangrientas jornadas son acorraladas en la parte sur de la ciudad.
La jornada decisiva corre a cargo
del Coronel Nicolás Levalle, quien en la zona donde se ha levantado después el
pueblo de Lanús concentra un fuerte núcleo de hombres bien armados. Avanza con
ellos hasta Constitución y libra con éxito la batalla, por el respeto de las
autoridades nacionales, contra las fuerzas de insurrección.
Julio A, Roca con la banda presidencial.
Julio A, Roca con la banda presidencial.
TEJEDOR
Carlos Tejedor renuncia a la gobernación
de la provincia de Buenos Aires y termina así la revolución. Entretanto, el Presidente Avellaneda,
dispuesto a finalizar definitivamente con el problema de porteños y
provincianos que una vez más había ensangrentado al país, consuma la obra que
por sí solo bastaría para dar carácter histórico a su gobierno: la
federalización de Buenos Aires, que en adelante dará albergue a las autoridades
de la nación, sellando la unión de los
argentinos sin las pasiones que hasta entonces se agitaban en su seno,
dividiéndolos.
Las elecciones nacionales se
realizan, imponiéndose la fórmula Julio A. Roca- Francisco B. Madero con 151
electores, contra 70 de su oponente, el binomio Carlos Tejedor- Saturnino
Laspiur. A esta altura de los acontecimientos conviene saber que aunque muchos
autonomistas sumaron sus esfuerzos para obtener el triunfo de la candidatura
del General Roca, otros abrigaban la certidumbre de que se ha cometido un grave
error histórico de favorecer los planes de la oligarquía.
Leandro, N. Alem, entre ellos
abandona la lucha cívica activa y se refugia en la poesía para consuelo de sus
desencantos, en la medida que el alcohol no alcanza a mitigar sus penas,
recrudecidas con cada fracaso.
No hay comentarios:
Publicar un comentario