Al recordar cosas de teatros,
desde los días coloniales, y los de los primeros años republicanos, pasando por
los momentos típicos de la afición a las competencias que culminaran allá por
el 50 en las rivalidades de la Barrilli y la Biscanccianti, hasta los desmayos
y privaciones que causó la divina Sara y las explosiones que provocaron Valero
y Vico, nos place hoy detenernos en un teatrito pequeño y humilde, que se ha
convertido en un gran teatro, para que una vez más se cumpla el evangélico
aforismo: “Los últimos serán los primeros”. Y con el comenzamos esta serie de
evocaciones teatrales.
Nuestro viejo Olimpo se ha ido,
ha muerto, o mejor dicho, se ha transformado. Sobre las ruinas, llenas de
recuerdos, se levanta otro teatro, mucho mejor, pero ya no el mismo. Hasta de
nombre ha cambiado. Se llama el Teatro Forero (hoy Teatro Municipal) que
efectivamente tendrá su historia, pero no unirá a la visión de su presente
esplendoroso, la evocación encantadora y un tanto melancólica del que se fue.
No es la continuación del
cascabelero Olimpo, ni puede ni debe serlo. El teatro de ayer fue un teatrito
campallinesco y el gran teatro de hoy es un teatro de campanillas que no es lo
mismo, bajo ningún punto de vista.
Fachada del Teatro Olimpo.
Fachada del Teatro Olimpo.
REMEMBRANZAS
Aquí las cosas se van y vemos con
irremediable tristeza que son muy pocos los que tratan de fijarlas para los piadosos
consejos del mañana. El cronista de estas evocaciones tiene la ilusión humilde
de ser uno de aquellos que saben recordar y preguntando aquí o allá, leyendo acullá, ha reunido algunas
remembranzas que son como la eterna despedida del teatrito, alegre y pobre de
otros días.
Los que se van dejan una estela
que nos parece diversa de las que pudieron tener en la vida y es piadoso
acompañarles en el viaje, con esa bondad que emana de la melancolía de todas
las despedidas.
Sobre las tristezas que dejan las
cosas que se van, flota siempre para el corazón humano un consuelo: recordar.
La remembranza viene a ser como el aroma de lo que se va. Si no podemos
aprisionar las cosas, guardemos lo impalpable: la fragancia que nos dejan.
Hagamos un poquito de historia.
Aquí, frecuentemente hemos dejado que desaparezcan verdaderas reliquias y que se transformen poéticos
rincones sin que dejen huella visible alguna. De la quinta del Prado, ¿Qué
resta? ¿De las murallas? Apenas un bastión y unos cuantos lienzos de peredones.
ENCANTOS
Ahora que ya el Olimpo no es y en
su lugar se eleva un teatro más en armonía con la importancia de la ciudad,
hagamos recuerdo. Un teatro tiene encantos personalísimos, está lleno de evocaciones
y todos, jóvenes y viejos, lo saben y lo que es más, lo sienten.
En el teatro se dan cita todas
las vanidades, todas las tristezas, todas las ironías. ¿Quién al pasar por la calle de Concha no recuerda horas de
alegría, no siente la pegajosa obsesión de alguna tonadilla que le despierta
dormidos ecos de la música, de aplausos y
de carcajadas?
Para los viejos de ayer, los
discretísimos ocultos de aquel teatrito, guardan secretos que hacen sonreír con
tristeza. El Teatro Olimpo, campeón de la zarzuela chica en Lima, tuvo sentidos
de evocación para muchos sesudos señores
y representa una hora de juvenil eclosión y de revelación vital para muchos que
hoy maduros ya, van camino de la irreparable gravedad que dan los años.
Nuestra afición al teatro es cosa
vieja. Según Mendiburu, el primer teatro o corral para representaciones estuvo
en la esquina de las calles Concha y Argandoña, hoy en reconstrucción. Hubo
otro teatro después en la calle anterior que se llamó de la Comedia.
Los barrios aquellos de San
Agustín parecieron siempre propios para los lugares de espectáculos. Los
Virreyes amaron siempre el teatro. En Lima se representaron autos sacramentales
y farsas teatrales no sólo en lugares cercados, sino aún en las plazas, y las
entradas de los gobernantes tuvieron amen de corridas de toros,
representaciones escénicas.
Los interiores de este centro de la cultura.
Los interiores de este centro de la cultura.
AMAT
Pero mucho antes hubo teatro por
los barrios de San Bartolomé. Ya hemos visto que Amat fue a la comedia el mismo
día que expulsó a los Jesuitas y que a la vuelta del teatro reunió a los
encargados de tan ardua comisión.
Con la República continuó la
afición. Nuestras bisabuelas gustaban mucho de la comedia, que era cosa
divertida y barata. Y nuestros bisabuelos, nuestros abuelos y nuestros padres,
fueron capaces de armas bataholas formidables por las competencias terribles
que suscitaban entre las artistas.
El Olimpo no es de aquellos
teatros que como el transformado Municipal tenga historia hasta en los fastos
coloniales. Es relativamente nuevo. Se estreno el 30 de Abril de 1886, con “La
Mascota por la compañía del tenor Antonio Mojardín, que ayudó en su labor a los
propietarios señores Félix Armando y Alberto Pérez, mozos entusiastas, especialmente
el primero, que tenía aficiones no sólo escénicas sino literarias.
El Olimpo estuvo situado en el
área de la antigua finca conocida con el nombre de Casa de la Campana y
vino a ser la sustitución, diremos de
aquel teatro Odeón de la Casa de Otayza en la famosa calle del Capón, donde
trabajaron sucesivamente Rossi, el gran trágico que lo estrenó y el no menos
grande don José Valero. Los dueños actuales son los progresistas señores
Forero, que han llevado la empresa de dotar a Lima de un gran teatro.
RECUERDOS
Aunque no tuvo mucha vida el
Olimpo, está lleno de recuerdos. Fue, como ya hemos dicho, el verdadero campeón
de la zarzuela chica, por tandas que tuvieron aceptación en nuestro público, al
punto que un distinguidísimo hombre público del Perú, entre los más importantes
que hemos tenido y con reputación de muy circunspecto decía que “aquí se debían
tomar en serio sólo el rocambor y las tandas”
En el Olimpo han trabajado
verdaderas eminencias y ha sido además el teatro de recurso, al que acudían los
cómicos dispersos para formar cuadritos y hacer lo que en el caló teatral
llaman temporada de verano.
Pocos teatros habrán tenido
mayores éxitos y habrán servido de escenario a mayor número de artistas de
todas clases y condiciones. Allí trabajaron Monjardín, la Celimendi, la célebre
Isidora Seguro, Angelito Sanz, que estrenó
en Lima Marina, Jarquez, Osorio, Campos, Astol, Vila, que produjo una
verdadera revolución en Lima, pues se dio centenares de noches consecutivas y
en ocasiones figuró en las cuatro tandas.
Allí se entablaron las más
formidables competencias: la Pancha Díaz y la Calle alborotaron a sus
admiradores de entonces, provocando verdaderos escándalos de entusiasmo y la Zema y la Irma Gasperis y la Marín y la
Madorell hicieron otro tanto.
Lima en aquella época.
Lima en aquella época.
ACLAMACIONES
Allí durante 150 noches obtuvo
delirantes aclamaciones Rosario Puro (madre de las bailarinas) bailando la jota
de la Gran Vía. Allí Eugenio Astol, mimado del público, llegó a todas las exageraciones
provocando tempestades de risa. Más de un exacto matemático se deleitó a
mandibula batiente con “Las cosas de don Eugenio”.
El simpatiquísimo don Artidoro
García Godos que enseño a varias generaciones Aritmética Demostrada, Algebra y
Cálculo se encantaba con Astol. Allí se estrenaron obras como “El Rey que
Rabió”, “Oro, Plata, Cobre y Nada”, “Marina”, Don Dinero”, “El Ultimo Chulo”,
Pepe Gallardo”, que se yo cuantas más.
La tanda era baratísima, costó
dos y tres reales, el público gozaba realmente, sin duda porque exigía menos, y
el comentario sobre las obras y los artistas formaba parte de todas las
conversaciones y llenaba la charla de hogares, esquinas y centros sociales.
Pero tuvo un aspecto simpático
por haber sido el hogar clásico de los autores peruanos. Este teatro cuenta en
sus anales el hecho muy significativo de haber cobijado la última compañía
nacional de verso en que figuraba Clorinda Coya.
La última vez que se presentó la admirable
“Ña Catita” de Segura, fue en el Olimpo, sin contar por supuesto la ocasión en
que fue puesta en el teatrito Colón más recientemente. Allí dirigió la orquesta
de una compañía nuestro gran Valle Riestra
OBRAS
Allí estrenaron Blume, Soria,
Moncloa, Loayza, Revoredo, Castro Osete y tantos otros y por el escenario aquel
pasaron “La Montonera”, “La Entrada de Cocharcas”, “San Lunes”, El Comandante
Pepino”.
En el famosísimo teatrito que nada conserva de su fisonomía
tan conocida y popular han trabajado desde el incomparable Friedenthal hasta el
ingenioso Salvini con sus monos y perros amaestrados y por su escenario han
desfilado desde la figura rotunda de Leopoldo Buron hasta Aquiles Jiménez,
verdadero caso de precocidad teatral.
En el Olimpo han ocurrido
variadísimos incidentes. Allí, por ejemplo se estrenaron en inglés las operetas
Geisha y “San Toy” por la Compañía Badmann. Allí encantó Frégoli, el inimitable.
Como ocurrencia, en este teatro se cayó la baranda de la cazuela y al público
no le paso nada, felizmente.
En el Olimpo trabajaron los
toreros “Veneno” y “El Valiente”. Su detalle característico fue la jeta que
parecía tener la zarzuela “Sandías y Melones”. Un día se daba esa obrita y
murió en plena sala un diputado. Otro, una corista murió también. Otro, se incendiaron
unas cuantas bambalinas y se armó el consiguiente alboroto.
Otra vista con casas y al fondo una iglesia colonial.
Otra vista con casas y al fondo una iglesia colonial.
AL REVES
En cierta ocasión en el recordado
teatrito se dio “La Gran Vía” al revés, haciendo las mujeres los papeles de
hombres y los galantes de las damas. Una hazaña de los de la palizada fue en el
Olimpo donde se inauguraron las tandas respectivas con aquellas vermouths
sicalípticas en que “La Pulga” picó a mucha gente, formándose un alboroto en
que intervinieron empirigotadas señoras, el Alcalde y hasta el Arzobispo. Eran
los días grandes de la Nicasi y de Perdiguero. El último artista que trabajo en
el Olimpo fue el ilusionista Vitelli
En torno del teatrillo se crearon una serie de cosas que
le dieron color característico al barrio que venía a ser una genuina trasplantación andaluza. Allí desfilaron
toreros. Allí se abrió el callejón del sable y el salón Mi Casa del clásico y
pulido Rafael
Allí se bebía manzanilla, se
escupía por un colmillo, se hacía chistes.
En la misma calle, doña María
costurera de cómicos y toreros, imponía su suave señorío, porque solía
remendar no sólo los desgarrones de las ropas sino los del alma. Sabía ser
providencia de los derrotados y repartía el pan de su bondad hasta que la
recogió el buen Dios y se fue de este mundo.
En la misma calle de Concha se
realizó aquel trágico suceso cuando el
actor Reig disparó su revólver sobre la minúscula y graciosa Magdalena Sánchez,
la compañera de las Gasperis en la célebre temporada de Don Dinero.
En el Olimpo la zarzuela fue su
principal elemento de acción. Era como la Catedral del género chico. Un
teatrito modesto, simple, apenas vestido de limpio, cuando lo estaba, donde la
alegría cascabelera y de precio accesible, reinaba todas las noches. (Páginas seleccionadas de las "Obras
Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político,
José Gálvez Barrenechea.)
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