(A la memoria de don Nicolás de Piérola, varón insigne en nuestra
historia política y tipo representativo por excelencia, dedica el autor esta
evocación que llena y prestigia la figura del caudillo legendario.)
Entre mis más vivos, intensos recuerdos,
el de la célebre revolución coalicionista de 1895 se impone a mi espíritu con
firmes y vivaces caracteres. En 1895 era
yo un chiquillo que rondaba a los diez años. Estaba en edad en que comienza a
delinearse las cosas y las almas en nuestro espíritu y por lo mismo,
acontecimientos de tanta magnitud como el del sacudimiento revolucionario de
aquel tiempo, el último de su género en nuestra historia, siempre tentó mi
pluma.
Además, hay una diferencia tan
radical entre el Perú anterior a la revolución y el que le sigue, especialmente
en las modalidades de nuestra vida social, que bien vale la pena intentar el
cuadro de aquellos días, siquiera como base para próximos y más graves
estudios.
Aquel año marca, sin duda, una
era decisiva, que es como el origen del Perú moderno. Hasta el año 1895, el Perú conserva hondamente
viejas tradiciones y costumbres casi coloniales, incorporadas a su vida.
La guerra del 79 y sus desastrosas
consecuencias detuvieron, seguramente, nuestra evolución y por ello el movimiento
renovador de 1895, significó un cambio
completo en nuestras costumbres, aparte de la transformación política que
operó.
Poeta José Gálvez en sus años mozos.
Poeta José Gálvez en sus años mozos.
REMEMBRANZAS
Lo que vimos con ojos infantiles
aquellos días un tanto sombríos del segundo gobierno de Cáceres, tenemos en el
alma la impresión de un país totalmente distinto
al de hoy, y de la remembranza de ambos
aspectos, deduzco que la evolución de 1895 representó en el Perú muchísimo más
que una mera evolución política.
Tal vez se cambió menos en los métodos políticos que
en los demás órdenes de la vida social. Pero dejo aparte digresiones, ya que mi
objeto es sencillamente presentar los cuadros de aquella época. Tales como los
conserva mi memoria.
Después de la salida de los
chilenos de Lima, una leve esperanza y un vago programa de resurgimiento
asomaron en el oscuro horizonte del país. El primer gobierno del General
Cáceres pareció representar el ansia de renovación que el duro escarmiento de
la guerra hizo nacer en todos los espíritus.
Los jóvenes que sobrevivieron a
la inmensa catástrofe concibieron la ilusión de que el Perú se remozaría espiritualmente,
que se abandonarían las fangosas sendas desmoralizadoras y que se trabajaría
por rehacer el patrimonio nacional, seriamente quebrantado.
RADICALISMO
Cuanto los que hoy tenemos poco
más de 30 años balbuceábamos apenas el nombre de la patria, se escuchaba
doquiera, con el anatema al enemigo, la confianza de que se cambiaría de
métodos. Cinco años después tendríamos, cuando González Prada lanzó su enérgico
verbo de reivindicación y de convocatoria a la austeridad y al patriotismo.
En torno al ideólogo resonante,
en plena actualizado, se alzaron voces juveniles y pareció que, con el sueño de
la revancha se afirmaba un sentido de la nacionalidad, fuerte y generoso. Pero,
desgraciadamente, hubo un exceso de radicalismo verbal, que sí en algunos
espíritus significó una sincera orientación del ánimo, en la mayoría no sirvió
sino para un alarde vacío y campanudo patrioterismo, lamentablemente
desorientado y muy pronto decaído.
El General Cáceres, que había
luchado bravamente en la Breña, no era sin duda, no obstante sus méritos
militares, el hombre a propósito para recoger el cuerpo macilento y mal herido
de la patria, que pedía a gritos su
verdadero organizador. Su obra se confundió,
no obstante los buenos propósitos de los comienzos, con la vulgaridad de casa
todos nuestros anteriores gobiernos.
La dura lección del desastre, no
encaminó las almas por senderos de rectitud, y pronto, con el desaliento, se
sintieron las molestias del abuso del poder y por ellas la necesidad de la
indisciplina y la rebeldía.
LEJANIA
Se vio lejano, muy lejano, el
Perú que soñaron los abuelos, se sintió, con el bochorno de la derrota, la
debilidad de las propias fuerzas y la compasiva y tal vez satisfecha mirada de
los extraños nos reveló claramente nuestro incontenible desmedro.
Tornaron los métodos abominados y el Perú
continuó, con la agravante del convencimiento de su más espantoso decaimiento
espiritual, siendo un país propicio de la desorganización y de la revuelta
En tal estado, la vida social sufrió
las horribles consecuencias de la guerra desgraciada. Adormecidos los primeros
años de la República con vanas ilusiones, sumergidos en una onda de riqueza
efímera y de concupiscencia real, no supimos ver el espantoso abismo que se
abría a nuestros pies.
Convencidos de que éramos el
primer país de América, arrullados aún con el recuerdo de la supremacía
colonial, manoteando torpemente entre el oro
del guano y del salitre, enorgullecidos con nuestra actitud del año
1866-única victoria genuinamente nuestra, y nuestra para toda la América- no
supimos guardarnos de las envidias que indolentemente despertábamos.
Nicolas de Piérola: lider y caudilllo de 1895.
Nicolas de Piérola: lider y caudilllo de 1895.
GRANDEZA PRETERITA
De allí que danzáramos en una
perpetua tertulia, en que nuestro proverbial
don de gentes daba sus más ingeniosas,
floridas y estériles muestras. Nos creíamos ricos y privilegiados,
gastábamos sin tasa, disfrutábamos de la vida.
Pero vino la guerra y con la guerra la
miseria. Por eso los niños de las épocas inmediatamente posteriores a ella,
alimentamos nuestro espíritu con la paradoja del relato fantástico de pasadas
opulencias, contrastando con la dolorosa y miserable realidad presente.
La mentira convencional de la
grandeza pretérita llenó nuestros oídos juntamente con las lamentaciones y los
anatemas por la guerra. Nos educamos en un ambiente mendicante. Nuestros deudos
y nuestros maestros, hicieron el papel de aquellas viejas quejumbrosas venidas
a menos, que pierden el tiempo, sin hacer nada, recordando idas suntuosidades y clamando al cielo por
mágicos renuevos de riqueza y señorío.
La Lima anterior a 1895 se
convirtió en una ciudad triste. Mis
recuerdos de ella en aquel tiempo, tienen un dejo romántico y dolorido.
Lo que se contaba de aquellos días de grandes bailes y de suntuosas tertulias,
de elegantes paseos, parecía tan lejano que casi no era ausente. Nuestros ojos
veían el contraste amargo de la pobreza reinante.
En las calles polvorientas, mal
empedradas, no había el movimiento humano que revela la vidas de una ciudad
grande. El mezquino vivir y el recuerdo persistente de la derrota, ponían en
nuestros ojos, prematuramente entristecidos, un cuadro que era muy distinto del
que nos pintaban nuestros padres.
POBREZA
Todo era pobre. Yo recuerdo que
se podía señalar con los dedos de las manos a las personas que gastaban el lujo
de un coche. Muchos médicos pasaban por las calles en jamelgos lamentables. Se
daba como referencia para señalar donde vivían las gentes, las casas de unos
cuantos potentados.
Cien mil soles de capital sonaban
como una suma fabulosa. Se vivía mal y reinaba el escepticismo y la tristeza.
Podía caminarse cuadras y cuadras en las calles en las noches silentes, sin que
se escuchara la música de un piano.
Las gentes se recogían al
anochecer y en las calles quedaban solamente los típicos celadores, entonando
aires melódicos en sus silbatos de carrizo. Las noches lunares, por economizar
alumbrado, no se encendían los faroles
de gas y la ciudad se romantizaba bajo la luz tenue de la luna.
Los galanes rondaban las rejas, donde aguardaban
avizorando las románticas novias y sus idilios tenían un dulce encanto aldeano.
El pueblo, el bajo pueblo se divertía cantando
vacuas marineras, a la vez quejumbrosas y amenazadoras. Laa familias se refugiaban en la teertulia
modesta, añorando los ricos y distantes
tiempos.
PANORAMA
La pobreza traía consigo cierta
cursilería reflejada en la predilección por la música de los valses dulzones y
de las cancioncillas frívolas. En los clubes ya no se daban aquellos saraos
rutilantes que fueron orgullo de otros días.
Imperaba el mal gusto en el vestir. Un tanto
militarizado en los hombres y chillón e insignificante en las mujeres. La policía
era impotente para contener los desmanes de la palizada. Los señoritos tenían a
ofensa el trabajo. La hoganza era representativa de distinción. No se conocían
los deportes ennoblecedores, la misma tradición de las regatas se estaba
perdiendo, aunque renació después.
La jarana imperaba a todas horas en
los callejones. El pueblo gozaba por igual ante una ronda de zapateadores, en
el bautizo de una cometa o cabe la bamboleante anda de una procesión. Se
rociaba todo festejo con pisco.
La cometa era casi una
institución nacional. El ejército era una mezcla triste de militarotes vulgares
y de indios levados. En los cuarteles una promiscuidad asquerosa juntaba el
anaco de la india servil y sucia con el uniforme del soldado analfabeto y
brutal. El hombre de alta sociedad holgaba. El niño era ante todo un mataperro.
El joven de clase media aspiraba
a faite, el obrero se embriagaba embrutecido. El pesimismo subía como una ola
negra hasta los más altos espíritus, al punto que un hombre ilustre llegó a
decir con amargo humorismo que sólo quedaban dos cosas dignas de tomarse en serio:
el rocambor y las tandas. Imperaban el pianito ambulante, las burlas a la
policía, las abigarradas procesiones, el desgobierno y el abuso.
El califa ingreso a Lima por Cocharcas.
El califa ingreso a Lima por Cocharcas.
LEYENDAS
Recuerdo haber oído tantas quejas
sobre los métodos de gobierno entonces,
que sería cosa de no acabar nunca de relatar anécdotas. En el colegio de los
Jesuitas, donde imperaba un ambiente francamente pierolista y donde recibí la
educación primaria, los más grandecitos hablaban respetuosamente de Cáceres y
de la soplonería y se divulgaban en
todas partes, no sin bastante temor, las tenebrosas leyendas de las
persecuciones a los conspiradores.
Cáceres tenía para el vulgo un
prestigio extraño que participa de la valentía y de la crueldad. Se hablaba a
media voz del régimen y se propalaban rumores de fusilamiento y de torturas. La
pampa de Teves y los calabozos de la Intendencia tenían ante nuestros espíritus
infantiles siniestros significados.
Piérola era el eterno rebelde, el
conspirador infatigable, el audacísimo montonero. Aún en los hogares se hablaba
con cuidado porque se temía la delación y los soplones eran algo así como los
cucos de las personas mayores.
MIEDO
No podían hablarse así de los
tostados bizcochitos llamados revolución caliente, sin bajar la voz y mirar de
soslayo, por si algún indiscreto escuchaba y creía que se trataba de la
revolución coalicionista. Se decía que había soplones entre los vendedores
ambulantes, los mendigos y los criados.
En los hogares caceristas-el mío
casi lo era por tener yo varios parientes en el bando de Cáceres- se hablaba de
Piérola como de un hombre terrible y nefasto. En muchas sobremesas se discutía
la posibilidad de hacerles fusilar si se les aprisionaba.
Más, para el pueblo, Piérola era
un mesías. Su figura arrogante y legendaria, tocada del prestigio de su valor
personal, de su orgullo y de su audacia, crecía en los corrillos mestizos y en
los callejones el nombre del caudillo, vibrando
como una clarinada de esperanza.
Se creía que con él vendrían el
bienestar, la abundancia y una especie de socialismo y en el alma ignorante e ingenua de las gentes se abría la
ideal perspectiva de una aurora de reivindicación. Suprimidos el cachaco, el
soplón, creada la igualdad, vencida la miseria, tornadas al seno de la patria,
las idolatradas provincias cautivas.
Por lo que se decía doquiera, no
se podía vivir, tales eran la desazón y la angustia que reinaban en el orden
social. Los periódicos de aquel entonces, tenían que ser muy parcos y discretos
en sus noticias, porque estaban amenazados si acaso asomaban ribetes
revolucionarios en lo que decían. Las cárceles estaban llenas de presos y se
hablaba de fantásticas y complicadas fabulaciones.
PIEROLA
Don Nicolás de Piérola era para
el vulgo uan especie de duende revolucionario, audaz y maquiavélico, maestro en
el sutil arte de los mensajes y las escapatorias. La gentes aseguraban que en los carretones que recogen los cadáveres de los hospitales se
conducía armas para los rebeldes.
En ciertas casas se hacía acopio
de fusiles viejos, pues desde el
desbarajuste de la guerra, era rara la familia que no conservaba un peabody, un
grass, un comblain. Los muchachos talluditos cimarroneaban para alistarse bajo
las banderas revolucionarias. Más de uno volvió, después de la toma de Lima, al
colegio a concluir su instrucción media.
El ex diputado Balbuena y el
doctorcito Toledo Ocampo que recuerdo entre otros, pueden atestiguar con sus
propios hechos este aspecto característico de la época. Los cantores populares
entonaban en las jaranas de la masonería revolucionaria canciones subversivas
en que se exaltaba a Piérola y se
denigraba a Cáceres.
El enfrentamiento y la lucha por el poder en las calles de Lima.
El enfrentamiento y la lucha por el poder en las calles de Lima.
PASQUINES
Bajo las puertas de las casas y
en las rejillas de las ventanas, aparecían diariamente pasquines conteniendo
amenazas al régimen y esperanzas en la
revolución. Según se dijo, hasta había señoras encopetadas que repetían
aquellos papeles llenos de ´procaces injurias y resonantes proclamas. Las
noticias de los triunfos revolucionarios se propagaban como el viento. Los
indefinidos y las cuchicheadoras pensionistas, clamaban por la derrota del
Gobierno.
El célebre doctor Barriga libraba
verdadera batalla para sostener su periodiquito “La Tunda”, virulento y
panfletario en el que, mozos aún, colaboraban Chocano, Matínez Lujan, López Albujar y Larrañaga con
un sabroso artículo de “Hogar” me lo recordó mi buen amigo Ricardo Vegas
García.
Para la imaginación de los
muchachos de entonces. Salvo contadas y muy honrosas excepciones algunas
realmente meritorias y simpáticas, Piérola era una especie de verdugo. Recuerdo claramente a muchos de ellos. Me
parecían todos muy corpulentos y
peludos. Tenían suntuosos uniformes y mandaban sus batallones con aire fiero y
dominante.
Las bandas militares de entones
tenían un prestigio colosal, que se
afirmaba en las populares retretas. Cuando pasaba un batallón, las gente
sentían simpatía sólo por los músicos y muchos espíritus aviesos pensaban
seguramente en los propicios blancos de los vistosos uniformes cuando llegó la
hora de la toma de Lima.
FAMA
Tenían fama los coronelazos
de Cáceres de duros y crueles y el
pueblo le fue tomando odio cerril, muchas veces injusto, que se reveló en las
cruentas horas de la lucha en las calles de la capital. El ejército de Cáceres
era en su mayoría ignorante, pero vistoso.
Aquella profusión de coroneles, tenientes coroneles, sargentos
mayores graduados y efectivos, con su entorchados de oro y plata, sus múltiples
cordones y sus grandes sables que pendían en los cinturones rutilantes por
medio de muchas y áureas cordonaduras,
tenían en verdad un aspecto imponente .
Los negros tradicionales de la caballería
presentaban marcialísima y bizarra actitud
y los famosos músicos redoblantes, que según la tradición, tenían las
muñecas de las manos dislocadas, eran el encanto de la chiquillería, que se
alocaba viéndolas hacer juegos malabares con los palillos. Quedaban aún
ingenuos que creían que a los mejores músicos nuestros, se los robaban como a
niñas bonitas, para llevárselos a Chile.
Todavía resonaban como en los
tiempos de los grandes mariscales los nombres de Zepita, Ayacucho, Lanceros de
Torata , Húsares de Junín, como nombres gloriosos de los batallones. Lima daba
entonces una impresión netamente militar.
LOS MONTONEROS
Se vivía en constante amenaza de
batalla. Día a día llegaban noticias
alarmantes sobre los montoneros y veíase con frecuencia desfilar por las calles
centrales aquellos célebres batallones de quinientas plazas rumbo a los lugares
donde se decía, como un fantasma, había aparecido Piérola
Los jefes montoneros, en cambio,
tenían un prestigio popular de viveza juvenil y gallardía. Eran entonces los
ídolos: Durand lleno de celebridad, y que todos concebían en la napoleónica
actitud en que lo sorprendió un fotógrafo ya desaparecido, Manuel Moral.
Isaías de Piérola, muy joven
entonces y que y tenía una resonante y
larga fama de heroísmo. Collazos, Parra, Bermúdez, Yéssup, Amador del Solar,
arrogante, oratorio y tenoriesco. Los Seminarios hermosos y vengativos como
agarenos fanáticos.
Para que el cuadro no le faltara
la nota romántica, una mujer, Marta la cantinera, daba tema a la inspiración,
anónima del romancero y de la música popular.
Los montoneros eran entonces para el vulgo los tipos de la astucia y de
la valentía. Los vivos y constantes huaripampeadores.
El cholo Oré burlando a Muñiz,
era un héroe mitológico, y sobre todos don Nicolás, como llamaba familiarmente
el pueblo a Piérola, con su perita coquetona y su mechón romántico, era el
símbolo hecho carne de la libertad y el hombre del porvenir.
El pueblo acompañó a los coalicionistas.
El pueblo acompañó a los coalicionistas.
POR COCHARCAS
Gritar entonces viva Piérola, era
como consagrar un principio de reivindicación, y cuando un borrachito,
olvidando la realidad de la tiranía, deseaba proclamar su culto por una patria
nueva, lanzaba el atrevido y resonante grito, como si fuera una afirmación y un reto. Se conspiraba en todas partes.
La chismografía, a la que fue
siempre aficionado el pueblo limeño, renovó en aquellos días arcaicas
costumbres. Y las viejecitas, resucitaron, haciéndose cruces, los coloniales
corrillos murmuradores en los atrios de las iglesias. Se decía que hasta en los
confesionarios se hablaba de la revuelta, y la vivísima imaginación de nuestros
criollos, abultaba los hechos con la suelta gracia y la exageración andaluza
que nos caracterizan.
Por fin una mañana dominguera de
marzo, el vecindario de Lima despertó con el ruino atronador del combate.
Muchos creyeron que se trataba de un
albazo, de aquellos albazos famosos que solían darse a los coroneles de Cáceres,
pero pronto se disipó el supuesto, “Los Montioneros de Lima”, se decía por
todas partes con mal disimulado regocijo.
Por Cocharcas, bravamente
Piérola, a la cabeza de sus montoneros,
entro a Lima y comenzó el cruento batallar en las calles. Algunos de los
coronelazos de Cáceres se negaron a salir y varios batallones caceristas se
batieron sólo con sus oficiales. De algunos balcones y tejados se disparaban
contra las fuerzas del Gobierno.
ASESINADOS
Fueron asesinados en pleno
corazón de la ciudad un tío carnal mío,
don José Antonio Barrenechea y la Fuente, y don Octavio Diez Canseco, ambos
ayudantes de campo de Cáceres. En Palacio reinó la desorientación desde el
primer instante. Y el General Cáceres sintió las inquietudes angustiantes de
las defecciones, que ataroncon hilos de timidez su espíritu.
Una leyenda, seguramente
mentirosa, dice que lo sacaron de Palacio en uan camilla. Piérola rodeado de un
juvenil y brillantísimo estado mayor, avanzó hacia la plaza del Teatro Principal, donde se
atrincheró.
El silbar de los manlichwer, el
tronar de los cañones y el repicar de los campanarios tomados por los rebeldes,
llenaron de ruidos siniestros la apacible ciudad. En los hogares reinaban la
piedad, el terror y la angustia. Las
topas de Cáceres especialmente los
odiados celadores, se batÍan bravamente, muchas veces sin jefes.
El Coronel Ugarte dejó entonces
bien sentada la fama de su coraje. Los montoneros, auxiliados por el pueblo, economizaban
municiones, disparando sobre seguro, y Lima se llenó de heridos y de cadáveres.
En muchísimas casas, las niñas deshilaban los blancos lienzos para enviar a las
ambulancias las albas y caritativas hilas.
El correo de las brujas anunciaba
las plazas y torres tomadas por los revolucionarios. La ciencia de las viejas señalaba, por el
repicar típico de cada campanario, con infalible exactitud, las iglesias que
estaban en poder de los coalicionistas. Cuando se hizo la tregua, las calles
aparecieron llenas de cadáveres
hinchados ya por la putrefacción.
Andres Avelino Cáceres.
Andres Avelino Cáceres.
CADAVERES
Recuerdo que escapé de casa y anduve algunas cuadras
acompañado por un primo hermano mío. En los cementerios de las parroquias se
agrupaban en informe montones de cadáveres de oficiales, soldados y civiles en
maloliente y macabra confusión. En las cerradas pulperías asomaban por las
ventanillas sus rostros rubicundos los italianos que despachaban a prisa y con
miedo a las criadas, los artículos más
indispensables.
En las casas el horror de la
tragedia juntaba a todos los vecinos en los principales que ofrecían mayor
seguridad. Todo anunciaba el inmediato triunfo de Piérola, que crecía en
prestigio. Por fin Monseñor Macchi, Delegado
de su Santidad, intercedió para que cesaran los combates y se formó una Junta
de Gobierno que presidió don Manuel Candamo. Se retiraron las tropas de Cáceres
y las de Piérola de la ciudad misma, y en todas partes se respiró satisfactoriamente
ante la evidencia de la victoria coalicionista.
Algunos horrores mancharon con su
nota siniestra el triunfo. Se afirmaba que algunos espías, los famosos y
detestados soplones, fueron quemados por el pueblo, que sintió siempre
repugnancia por esos tipos dañinos e irresponsables en equivoca misión.
INCENDIOS
Los rebeldes incendiaron la casa de Muñiz y el
aborrecido puente de palo, trasunto feudal, en el que se cobraba el derecho de
pasaje, saquearon la casa del Coronel Borgoño en la calle de Negreiros y amenazaron
la casa en que vivíamos nosotros por haber vivido en ella también un tío
político mío, el Coronel Samuel Palacios Mendiburu, tipo arrogante y simpático,
uno de los más caballerosos y distinguidos militares que hayamos tenido.
Recuerdo vivamente la noche en
que nos anunciaron que unos cuantos desalmados prendían fuego a las
habitaciones interiores de la casa. Huimos con mi pobre madre y nos refugiamos
breves momentos den la de los padres lazaristas que estaban al frente de
nuestra mansión de la calle de la Chacarilla. La Guardia Nacional detuvo el mal
en su origen y pudimos volver al viejo hogar, temblorosos y con la visión
angustiosa del incendio felizmente dominado.
Constituida la Junta de Gobierno,
Cáceres marchó al extranjero y Piérola fue a Arequipa mientras se hacían las
elecciones populares que en tal ocasión fueron de verdad. Cuando volvió e hizo
su entrada a Lima por la plaza del monumento al “2 de Mayo” un gentío frenético
y enorme lo recibió como a un verdadero
libertador.
De los balcones se le arrojaron
abundantes flores y de los rústicos arcos triunfales pendieron las clásicas
nubes que al paso del caudillo se abrieron dejando caer rosas y echando al
viento blancas palomas.
IDOLO
Un vocerío ensordecedor encarnaba
la esperanza de una patria nueva, olvidada la angustia de la cercana tragedia.
Piérola aureolado por la gloria popular, avanzó entre el clamor admirativo de
millares de almas repartiendo saludos y sonrisas. Todo el comercio cerró
aquella vez sus puertas y por las calles donde pasaba el triunfador cortejo, se
apiñaba la rumoreante muchedumbre ansiosa de aclamar al ídolo.
Piérola transformó radicalmente
el país. Rápidamente pudo observarse cómo todo cambiaba y cómo de nuestro
desmadrado vivir nacían iniciativas y reales esperanzas de resurgimiento. Lima
empezó a ser ciudad en todo sentido. Hasta las costumbres se transformaron con
rapidez, explicable sólo por la detención evolutiva de la guerra y los
yerros administrativos propiciados.
Hubo un ambiente de seriedad y de
confianza en todos los órdenes, especialmente el económico, que reflejaron en
todos los matices de la vida. Cuando Piérola dejó el poder en 1899, otro Perú
se alzaba sobre las ruinas y miserias del que encontró al asumir el mando.
Candamo presidió la Junta de Gobierno.
Candamo presidió la Junta de Gobierno.
TRANFORMACION
El periodo de Piérola fue de real
e intensa creación, un punto de partida
que tal vez no ha sido aún bien aprovechado por completo. De cuando en
cuando, en verdad y por desgracia, han retoñado métodos que parecían olvidados,
y aún cuando la fuerza inicial ha sido enorme, en veces la obra muerta de un
pasado infecundo pesa sobre nuestra vida como uN mandato fatal. De 1895 parte la total transformación de nuestra vida, al punto que admira que en
tan poco tiempo hayamos cambiado tanto.
Si volvemos los ojos al ayer
anterior a 1895, comprendemos el cambio gigantesco que hay en las costumbres,
especialmente en Lima. En materia militar, Piérola orientó la institución
científicamente. Desaparecieron las rabonas, y con ellas se fue para siempre
aquella vida de amontonamiento gregario, de confusión gigantesca, de sucia
promiscuidad de aldeas en emigración que
caracterizaban la marcha de nuestros regimientos.
La disciplina del palo y del
látigo fue sustituida por otra más benévola y humana, se vistió más sobria y elegantemente el
Ejército, se dio gran importancia a la instrucción civil del soldado, se
planteó el servicio militar obligatorio, se trajo la misión francesa que transformó por completo los
viejos métodos triperos.
Dejaron de tener importancia las
mojigangas acrobáticas de los pintorescos despejos. El lema grosero y vulgar de
los tres olores característicos que debían trascender del soldado y que
comenzaba con la letra p: pisco, pólvora y pezuña, desapareció por completo.
AFICIONES
La necesidad del aguardiente con
pólvora para dar coraje al soldado, se desvaneció como una tontería y se
comenzó a trabajar seria y ordenadamente por hacer un ejército de lo que había sido hasta entonces,
puede decirse, una tribu desorganizada y pintoresca, a pesar de sus muchas y
resplandecientes hazañas.
Todo, en una palabra, comenzó a
transformarse. Los colegios dejaron lentamente es cierto, los métodos de la
palmeta, del calabozo y de la perpetua lucha de odios entre maestros y
discípulos. El estudiante vislumbró campos de distracción más sanos y más
nobles que los de las antiguas trompeaduras en masa, los brutales desafíos a
honda, los insaciables duelos por las cometas.
Se fueron abandonando los
deformadores y acrobáticos sistemas de la barra, el trapecio, las argollas y
las palanquetas y surgieron las armoniosas carreras a pie, los juegos de futbol
y del cricket. Una juventud se congregó al aire libre, bajo los cielos amplios,
a ensayar los deportes ingleses.
Nació el Club Unión Cricket y dos
espíritus juveniles y entusiastas dieron a esta sana orientación de nuestra juventud un
impulso simpático y enorme: Don Pedro de Osma y don Ricardo Ortiz de Zevallos y
Vidaurre.
RENACIMIENTO
Fueron desapareciendo aquellas célebres luchas
de colegio a colegio, siendo sustituidas por las justas atléticas de sabor
clásico. En Santa Sofía primero y en Santa Beatriz después, se dieron fiestas
deportivas de índole social elevada, que creaban nobles emulaciones y
compañerismos duraderos.
La vid intelectual pareció
renacer. Se afirmó la gran figura de Chocano. Una pléyade de entusiastas adoptó
nuevas orientaciones y al marasmo de la vida mental que reinaba después de la
guerra, hecha ya la obra y la celebridad de la bohemia romántica de Palma, sucedió una febril
curiosidad que dio frutos renovadores y simpáticos en el grupo en que se distinguieron
tanto Clemente Palma, Román Arnao, Fiansón, Martínez, Luján, López Albújar, Esteves,
Chacaltana, Salomón y otros.
Comenzaron los periódicos a pagar
la colaboración de sus escritores y a orientarse más progresivamente en sus
servicios. Aparecieron las
especializadas informaciones, disminuyeron los viles comunicados y la antigua y
abigarrada crónica comenzó a perder su promiscuo carácter.
Espinoza, Beingolea y Miota
comenzaron a dar muestras de su ingenio y en todos los órdenes espirituales se
sintió como un renacimiento. Una bohemia tan selecta como culta, una especie de
capilla de verdadero amor por el arte formaron López Aliaga, Bacaflor, Astete y
Concha, Llona, que rodearon con una comprensión para entonces desmesurada la
figura nobilísima y fina del maestro Valle Riestra.
Los cadaveres permanecieron varios días en las arterias capitalinas.
Los cadaveres permanecieron varios días en las arterias capitalinas.
MODIFICACIONES
En materia de espectáculos, se
esbozó un renacimiento. La tradición de aquellas grandes compañías que nos
visitaron hasta antes de la guerra, tuvo un retoño feliz en la llegada de
Adalguisa Gabbi con Parelló de Segurola y Castellani.
En los hogares mismos se
abandonaron en mucho las socorridas preferencias por los acompasados valses,
las saltarinas polkas y las sensibleras romanzas de confitería que primaban en
las famosas tertulias del té con hojitas limeñas.
Hasta el arreglo interior de los
hogares fue modificándose y afinándose, aunque con ellos fueron a manos de
extranjeros y de anticuarios mercantilistas muchas consolas talladas y muchas
maravillosas vejeces del gran tiempo. La juventud comenzó a orientarse más
seriamente. Ya no era vergonzoso destinarse. El doctor Villarán, muy joven
entonces, pudo decir cuatro latigueantes verdades sobre nuestras decorativas y
decantadas profesiones liberales.
En materia educativa progresamos
bastante, a pesar de la media ciencia de que habló Piérola. Surgieron o se
afirmaron maestros llenos de entusiasmo como Villarán, Manzanilla, Prado,
Odriozola, Olaechea, Wiese, Capelo, entre otros, que renovaron la enseñanza universitaria.
SERIEDAD
El doctor Deustua en sus
lecciones de Estética abrió nuevos horizontes a la curiosidad intelectual de la
juventud y su palabra cálida arrastró un grupo selectísimo que se orientó mejor
en los estudios artísticos y filosóficos, amando seriamente la vida del
espíritu.
En el orden mejoramos mucho. La
revolución de 1895 ha sido, sin duda, la última de aquellas grandes
revoluciones en masa, que conmovían al
país entero. La detenían para impulsarla a veces, para retrocederla otras.
Murieron muchos hábitos grotescos y dañinos.
Desapareció el vehemente y muchas
veces grosero debate de las Cámaras entre los pretendientes de una misma curul
y aunque no avanzamos mucho en cultura cívica-tal vez hay un desequilibrio
entre el progreso social y el meramente político- desaparecieron también las
salvajes luchas en torno a las mesas electorales y la vida política adquirió un
carácter más serio y hasta más apacible indudablemente.
En el sector económico, la
confianza creó muchas sociedades y compañías, asomaron algunas industrias,
nacieron, puede decirse, las instituciones de seguros, los bancos ofrecieron
dinero, el ahorro aumentó en forma que las estadísticas pueden revelar enorme
Las gentes comprendieron que cien
mil soles no eran para asombrar a nadie. Dejaron los ociosos de mirar abobados
el paso del coche del señor Barreda y de señalar con el dedo la casa de la
señora Soria. Nos enteramos un tanto de que lo mejor de América no estaba entre
nosotros.
MAS CON EL MUNDO
Nos enorgullecimos un poco menos
de nuestros zambos redoblantes y de nuestras bandas de bombas. Nos acercamos
más al mundo. Con el patrón de oro, el cobre
dejó de deformarnos con excesivo abultamiento los bolsillos.
Concluyó definitivamente el
retardado imperio del barbero sangrador y sacamuelas. La medicina y la
dentistería fueron más respetadas en su real valor científico. Los médicos
adquirieron coches, abandonando las tristes y lentas caballerías aldeanas. Fue
despareciendo poco a poco el pantalón a lo Waterloo y el zapato de punta de
cacho.
Languidecieron los reinados del
chaleco blanco y del peinado de los grandes pabellones engomados y aunque las
gentes creían aún en la leyenda de los músicos náufragos que tenían la suerte
incomparable de salvar con la vida el uniforme y el instrumento musical, un más
sobrio y delicado buen gusto presidió nuestra vida.
La policía fue algo más
respetada: la transformación del cachaco grotesco con enorme capote y su rifle
descomunal, en el señor inspector de escarpines y frágil vara, detuvo algo la
proverbial irreverencia de nuestro público.
CAMBIOS
Disminuyó un poco la inscripción
de groserías en las paredes recién pintadas. El pueblo empezó a orientarse
mejor. Se crearon y reorganizaron muchas instituciones humanitarias y de
artesanos. El espíritu institucional se desarrolló un tanto decorativamente,
pero con buena intención. Las pulperías dejaron de ser el casino de nuestros
obreros, donde antes pasaban la hora bebiendo pisco y jugando briscán con
señas.
Por primera vez vióse en los
estrados del Congreso a un diputado obrero: don Rosendo Vidaurre. Los faites
fueron poco a poco perdiendo el señorío de su antigua fachenda. Hasta la vida
galante comenzó a transformarse con la migración extranjera. La mayor cantidad de vehículos y el
mejoramiento del servicio de los tranvías, influyeron mucho para mezclar a las
gentes de todos los confines de la ciudad, el barrio dejó de tener carácter
autónomo y hostil que respecto a los otros tenía.
También en las formas religiosas
se cambió notablemente, porque el Arzobispo, Monseñor Manuel Tovar, suprimió
muchas mojigangas y revistió de mayor seriedad la vida del culto. Piérola,
figura desmesurada en nuestro medio, tuvo la inmensa fortuna de saber encausar
genialmente el desarrollo del país.
El sortilegio aldeano de Lima
desapareció, en verdad. Muchos espíritus exageradamente modernistas contribuyeron
y siguen contribuyendo implacablemente para hacer de Lima una ciudad sin
carácter, y mucho de la vieja y dulce personalidad limeña se ha ido tras el
penacho arrebatador del progreso.
GANAMOS
Hasta la forma de hacer el amor
se cambió. Es admirable verdaderamente cómo a pesar de la fuerza formidable de supervivencia
y conservación que tienen las formas, pudo cambiarse tan radicalmente en todos
los órdenes de la vida social.
Y aunque deja una impresión de
suave melancolía esta mutación tan honda, no debemos negar que hemos ganado y que parece que nos hemos incorporado
ya sin vacilaciones al movimiento de la vida universal. Lástima que el gran
Piérola no terminase su obra, siempre se le combatiese, se le detuviese, para
el arrepentimiento de última hora, en su labor gigante, y que las bases de
educación cívica que puso se remuevan dolorosamente día a día.
Tales son los recuerdos más vivos
que atesoro de aquellos aspectos típicos de nuestra vida. Pertenezco a generación que ha tenido la fortuna de
asistir a una de las más decisivas transiciones del país y aunque me entristece
la desaparición de algunos aspectos románticos y característicos de la Lima de la gentil y picaresca leyenda, me
complace profundamente, como una pena muy dulce, reconstruir y fijar estas
remembranzas que crean mi madurez y traen a mi alma fatigada, por tantas inquietudes
y combates, una brisa cariciosa y aromada de jardín en plena primavera. (Páginas seleccionadas del libro “Una Lima que se
Va”, cuyo autor es el consagrado escritor y político José Gálvez Barrenechea).
e adquirió las maquinarias que le permitieron fundar el diario La Patria; pero regresó cuando Chile declaró la guerra al Perú, logrando del presidente Mariano Ignacio Prado la autorización para que Piérola se reincorporase al país. Incorporado a la Guardia Urbana en calidad de comandante, se puso al frente de una columna de tipógrafos.
ResponderEliminarCuando Piérola tomó el poder, integró su Consejo de Estado en https://idheas.org/biografia-de-soobin/