jueves, 28 de marzo de 2013

FITZCARRALD: ¿CABALLERO O DIABLO?


¿Caballero del caucho o demonio amazónico? ¿Próspero y valiente aventurero, genio comercial u hombre de crueldad sin límites enceguecido por la ambición? La Historia no se pone de acuerdo y debe enfrentar la disyuntiva: o valora al pionero, al hombre de acción y de empresa o denuesta al despiadado comerciante, exterminador de indígenas y buscador de refulgentes tesoros. Y, en el centro de la polémica, una de las figuras más inquietantes de la República, forjador de la pasada prosperidad cauchera y, sin duda alguna, personalidad de dimensiones legendarias: Carlos Fermín Fitzcarrald, el hombre y el genio.
Contra lo que suena creerse y a pesar del sonoro apellido, Fitzcarrald era un mestizo ancashino, nacido de un marinero norteamericano y de una dama de la localidad en 1862. San Luis de Huari, pequeño poblado del famoso Callejón de Huaylas, vio los primeros años de su infancia, en los que ya destacó, muy precozmente, por su propensión a la aventura y la camorra.
El joven Carlos Fermín realizó los estudios comunes de la época y peleó, a su debido tiempo, contra los chilenos. Por confirmar queda la leyenda de que, en la confusión de la guerra que iba perdiéndose, Fitzcarrald fue tomado por espía enemigo y a punto estuvo de ser fusilado, trance del que lo salvó el párroco de Cerro de Pasco. En agradecimiento, se cuenta, fue que nuestro aventurero tomó el nombre de Carlos, pues el original era Fermín, ya que así se llamaba el oportuno clérigo al que debía la vida.


Fitzcarrald en distintas etapas de su vida.

RICO
El  episodio anterior ocurría en 1880. Ocho años más tarde aparece Fitzcarrald tan corpulento,  boquisuelto y trompeador como siempre, pero mucho más rico, en la ardiente ciudad de Iquitos. Iba provisto de un brilloso machete “Collins” y estaba  dispuesto a incrementar su ya solvente fortuna. Como muchos otros intrépidos hombres de la época, en aquella naciente urbe de alucinada prosperidad, había sucumbido a la fiebre del caucho.
Temple, valor y audacia: he allí las condiciones elementales de quien se quiera exitoso cauchero. A Fitzcarrald le salían sobrando, multiplicadas por sus innatas condiciones de organizador y dirigente. Esto  a guiarse por lo que de él han escrito cuanto le conocieron por entonces. Fitzcarrald era hombre fuerte y musculoso, de un metro 75 centímetros de altura, con cara redonda y blanca. A los 28 años, cuando lo encontramos en Iquitos, llevaba oscura barba enmarcándole las facciones. Era portador, además, de voz potente e imperativa. A él, según comenta su amigo Zacarías Valdez, “se le obedecía o se hacía obedecer”. 
INDUSTRIA
Hacia 1892, Fitzcarrald había levantado en Mishagua, en los límites del departamento de Loreto y Cusco, la capital de su imperio. Tenía allí un asiento ganadero, una industria de explotación maderera y una casa matriz con cultivado jardincillo de flores exóticas. Esta casa constituía el centro de operaciones para la extracción y comercio del caucho que tan pingües beneficios rendía. Y de este lugar salían las expediciones destinadas al recojo de la liquida materia prima, cruzando regiones todavía inexploradas enfrentado la abierta hostilidad defensiva de los aborígenes y los innumerables peligros de la cerrada selva tropical.


El cauchero en  pleno trabajo.

En 1893, en una de aquellas inenarrables travesías, nuestro hombre descubrió el llamado istmo de Fitzcarrald, acontecimiento geográfico de gran trascendencia, pues permite establecer una vía de comunicación entre los departamentos del Cusco y Madre de Dios. Remontando al río Camisea hasta su misma naciente y tras una hora de arduo camino recorrido a pie. Fitzcarrald y sus hombres consiguieron llegar al Manú, que erróneamente tomaron por el Purus. Aunque el enorme potencial del hallazgo no fuera de su estricta incumbencia, en términos de desarrollo regional, si lo eran sus ricas posibilidades comerciales, que decidió explotar cuanto antes.
La aventura, que en papel resulta casi nimia, tuvo en la realidad dimensiones inverosímiles. Fitzcarrald había ya llegado al río Madre de Dios, subiendo por el Manú, y su siempre lista intuición le avisaba que el siguiente paso era abrir una nueva trocha entre las hoyas del Ucayali y del propio Madre de Dios. Se dice fácil: era necesaria, haciendo la ruta inversa, recorrer medio país en una frágil embarcación de vapor, sometido a la presión  constante de un medio enemigo en todos los sentidos.
CONTAMANA
Para ello Fitzcarrald agotó su fortuna en la construcción del Contamana que estuvo listo en abril de 1894. Y en abril de 1894 dio comienzo a su más larga y fantástica aventura, la que le ha dado fama internacional y lo ha llevado, inclusive, a las pantallas de cine. El Contamana zarpó de Loreto, Amazonas arriba, portando la bandera peruana en el mástil mayor. Su destino final debía  ser el Cusco, por un camino que los hombres de la época desconocían completamente.
Fitzcarrald recorrió de este modo, el Ucayali, el Mishagua y el Serjali. En las nacientes de este último río, fangosas e innavegables, hubo de llevar el barco sobre improvisadas ruedas, a la tortuosa velocidad de diez kilómetros en dos meses.


La selva: refugio del comerciante.

Llegados al Manú, nuevas penurias: los escurridizos “Mashcos”, enemigos acérrimos de todo lo que huele a cauchero, causan numerosas bajas a los expedicionarios. Allí entre batalla y batalla afirmaron nuevamente el Contamana, lo pusieron en aguas y lo hicieron navegar. Trescientos kilómetros más tarde, Fitzcarrald se percató de su error: como antes, había tomado el Manú por otro río, el Purus, y recién entonces comprendió cabalmente los alcances de su viaje, que tenía mucho de descubrimiento. 
MUERTE
Asi el cauchero, que ya tenía 35 años de edad, se había encontrado con una nueva veta de fortuna: una nueva ruta comercial que le permitiera transportar de Europa a Iquitos en barcos de gran tonelaje, y de Iquitos a cualquier otro punto allende el Amazonas, toda clase de mercaderías, estableciendo una línea de comunicación comercial de ingentes posibilidades. Abandona entonces el negocio original, y  se dedica, con tranquilidad a su ocupación favorita: hacer dinero.
Es por esta época quie Fitzcarrald contrae matrimonio con Aurora Velasco. Los hijos del matrimonio, sin necesidad de pasar por Lima, residen y estudian en París, visitando la exótica selva peruana en las temporadas de descanso escolar. Todo estaba listo para que el ya exhausto pero aún fuerte aventurero envejeciera en paz, explotando sus rutas comerciales y disfrutando de los pequeños placeres domésticos. Probablemente era eso lo que Fitzcafrrald estaba deseando, la mente puesta en su bella esposa y en sus bien educados hijos, cuando la muerte salió de su escondite a darle definitivo alcance al hombre que en tantas oportunidades la había burlado.
Era el 9 de Julio de 1897. Fitzcarrald iba navegando, tranquilamente, a bordo de su nave “Adolfito”, las aguas del Alto Urubamba. Dicen que debido al descuido de un marino alemán, apellidado Perlo, la frágil lancha volcó echando a Antonio Baca Diez fuera de borda. Dicen también que el antiguo cauchero se lanzó al rescate del amigo en peligro. Eso dicen. Lo cierto es que a  ambos se los llevó la corriente y que ninguno de los dos regresó. (Jorge Donayre Belaúnde).

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