viernes, 11 de abril de 2014

TITERES

Entre los recuerdos de la infancia más gratos, más dulces y más genuinamente peruanos, el de los títeres se graba en la imaginación de todos, revolotea con mariposeante  gracia en nuestra memoria y nos trae un suave encanto espiritual que aquieta el tormento de este vivir lleno  de molestias y afanes.
Tuvieron los títeres de Lima un significación peruanísima de crítica y de costumbres de primera, muchas veces exacta, de tipos y de caracteres, y fueron para los niños el espectáculo por excelencia. Unía a la ingenua gracia del muñeco movible el parlador donaire criollo del titiritero, especie de dramaturgo en ciernes, que refugiado en su Guignol, aprovechaba las ocasiones para decir muy ricamente sátiras sobre la situación política o los usos merecedores de censura.
Todo en ello fue ingenuo, primitivo, casi aldeano, pero tuvo siempre un relativo significado moral. Especialmente como diversión apropiada a los niños, a pesar de las lisurazas que acostumbraba a soltar con su voz  ronca.  Don Silverio y con su chillona voz Perotito, los títeres representaron algo fantástico con  que soñaban las criaturas todos los días.
Hace ya mucho tiempo, extinguida ya la tradición de la española Leonor Godomar que trajo a Lima los primeros títeres en el siglo XVII, llegó acá un espectáculo de marionetas que representaban las viejas formas de las farsas teatrales con su colección de Arlequines, Pantaleones, Facanapas y Colombinos.


Titeres de la actualidad

SIMBOLO
Fruto de civilizaciones refinadas, aquellas artísticas farsas en relación con tradiciones antiguas de países de Europa, no podían indudablemente impresionar sino que el símbolo general que encerraban y por la novedad mecánica de la ejecución en los graciosos movimientos de los muñecos.
Pero el  colorido y la significación tradicionales   y locales, se evadían a la mayoría del público. Entre los asiduos concurrentes hubo un mozo peruano legítimo, vivísimo, ignorantón pero inteligente, con ese espíritu asimilador que caracteriza la mentalidad fácil y brillante de nuestros tipos criollos.
Era un mulato alto, desgarbado, gracioso por naturaleza que, deslumbrado por el espectáculo imaginó inmediatamente hacer él también títeres, pero creando tipos nacionales y  rodeando la representación con el sello y ambiente propios, peculiares.
Artista ingenuo y burlón, verdadero creador intuitivo, encantó algunos años varias generaciones de chiquillos con sus farsas originales y de verdadero mérito. Apareció, pues, en la escena un forjador, un tipo casi genial dentro de su género. 
LIMEÑISIMOS
Alto, amojamado, sin garbo al caminar, pero con toda la sal de la tierra en la imaginación despierta,  lleno de aquellas ignorancias que saben disimularse tras jovialísima sonrisa, observador y penetrante, hermano en espíritu de Pancho Fierro, ideó Ño Valdivieso, como ya dijimos, hacer títeres limeños.
 Y con una paciencia y una finura especial inefables, comenzó primero a dominar la parte técnica del asunto, llegando a  fabricar el mismo sus muñecos y a crear una forma originalísima de manejarlos. Una vez que logró poner por medio de cañas y de hilos sus personajes, creó la farsa que, es lo  que constituye su principal mérito y nació enseguida la leyenda memorable de Mama Gerundia y de don Silverio, de Orejoncito y de Perotito, de Chocolatito y de Misia Catita.
Comenzó Valdivieso a presentar sus títeres de lo que era inventor y maquinista, en los corralones y antiguas casas de vecindad. Su fama creció pronto como la espuma.  Los niños decentes quisieron ver también las marionetas del país, su nombre se fue volando de  boca en boca y de hogar en hogar y comenzó entonces para el ingenuo criollo la era gloriosa de la celebridad y de la reputación. Para las familias aristocráticas Valdivieso daba los días de santo funciones especiales con muchos sermones que recuerdan.
FUNCIONES
Luego en el ya famoso salón Capella daba funciones públicas que estaban siempre muy concurridas no sólo por la gente menuda, sino también por los mayores, que guardaban aún el sabor de Segura y de los escritores genuinamente criollos, lo que efectivamente Valdivieso, dentro de su modestísima  esfera y de su ingenio,  debió de inspirarse mucho en éstos, sobre todo en Segura, a quien se pareció en su manera de ver la vida limeña.
El espíritu de Valdivieso empapado de limeñismo se reflejó en su teatrito: la leyenda creada por el es sustancialmente criolla. Don Silverio con su gran tarro, sus pantalones claros, su larga levita, su voz aguardientosa,  su carácter aparatoso y su estado de alma eternamente regañón era algo tan nacional, que más de un Silverio de carne y hueso circulaba en las calles y aún circula, movido Dios sabe por qué kilos, en este perpetuo Guignol de nuestra vida.
Don Silverio era el  indefinido, el  eterno descontento, el buen bebedor y el regenerador de la patria. No puede ser más peruano. Hasta ahora no faltan por allí algunos Silverios que creen arreglarlo todo  con sus palabrerías. Mama Gerundia con sus chocheces, sin murmuraciones, su estilo criollo, su afición a las ropas sahumadas, sus chismes y sus constantes pleitos con don Silverio era una de tantas viejas refunfuñadoras  que todavía veíamos en nuestro medio y que tan frecuente fuera antaño en Lima.





CHILLON
Perotito era el zambito  vivo, mezcla de mataperro y afeminado, engreído, quimboso y dicharachero que pasaba por el ojo de una aguja, según la frase popular. La voz que le dio Valdivieso bastaría para constituir una creación. ¿Quién que oyera alguna vez a Perotito, olvidará aquella voz chillona, hecha para los diminutivos que se desenvolvía con rapidez, como mareando a todos? ¿Quién puede olvidar sus actitudes en Toros? Alma y cuerpo se unían tan estrechamente que en verdad la creación sorprendía.
Así como en la farsa italiana se forjaron personajes que luego han constituido símbolos dentro de la relatividad humana en que nos agitamos, así Perotitos vemos en todas partes. Perotes políticos. Perotitos sociales. Perotes y perotitos literarios que saltan, chillan, se mueven siempre y al final y a la postre no hacen nada.
Cada vez más hábil dentro del mecanismo de los títeres, Ño Valdivieso no se contentó con crear su farsa perfectamente hilada y en la que se encuentran casi todas las expresiones típicas que se usaron entonces, sino que, más audaz, dio ciertas obras de gran espectáculo, como el combate del 2 de Mayo, que llenaba de admiración a la chiquillería y sobre todo a la gente del pueblo, la cual admiraba boquiabierta aquellas combinaciones escenográficas.
Evidentemente que, dada la pobreza del medio y la falta de educación de Ño Valdivieso, no podían ser mejores. La corrida de toros era también graciosísima y en todo aquello en que Ño Valdivieso quería hacer mojiganga triunfaba ruidosamente, produciendo una hilaridad franca y saludable.
LA MAROMA
Pocas frases tienen en este país más graciosa y más justa significación que:  “¡No hay como la Maroma”!  En una frase netamente popular y en verdad en esta tierra no hay, sobre todo en la vida social y política “como la maroma”. Así, sin duda, la adivinó Ño Valdivieso, que tenía entre sus muñecos-no podía faltarle- un maromero. Inteligentísimo en esto Ño Valdivieso comprendió que debía poner número de circo, espectáculo al que el pueblo de Lima ha sido siempre muy aficionado y su gran triunfo mecánico fue el maromero.
Salía a escena con toda la quimba insolente que Ño Valdivieso ponía en sus muñecos todos y comenzaba a dar saltos y volatines que encantaban a la muchedumbre. Pero donde la admiración llegaba al paroxismo, era cuando el maromero se quedaba sin cabeza y comenzaba a jugar con ella vertiginosamente con los pies.  Ante los aplausos y el rumor admirativo en la sala, no quedaba más remedio que repetir el número y que Ño Valdivieso asomara su faz socarrona para agradecer la ovación general.
Ño Valdivieso llegó a tener en Lima una celebridad que ya quisieran para sí muchos políticos. Todos los conocían y admiraban. Era algo extraordinario para los chicos. En las actividades el mejor regalo que podía hacerse a los niños era contratar a Ño Valdivieso, recomendándole, eso  sí, compostura en el lenguaje, pues su criollismo en muchas ocasiones se manifestaba muy crudamente.


El de los viejos y antiguos tiempos.

ANGEL
Durante la semana las criaturas no pensaban sino en  Ño Valdivieso y cuando llegaba el soñado día de la representación, el titiritero era como ángel bajado del cielo para distraerlos. Tal era la impresión que dejaba, que durante varios días se jugaba los títeres, como se podía jugar a la gallina ciega, a la viudita, a la cinta, cinta de oro o al pimpín.
Ño Valdivieso no siempre se portaba bien y le gustaba, tal vez por su socarronería y por amor al contraste, soltar de cuando en cuando en boca de don Silverio o de Perotito alguna grosería de las más gordas, porque, como todo primitivo, no solía guardar las clásicas formas, o mejor dicho las guardaba, ya que le complacía usar frases gruesas como las que usaron el buen Arcipreste, Bocaccio, Rabelais, Cervantes, Shakespeare y otros grandes forjadores, y válgase la compañía de perdón y de gloria.
De cuando en cuando se le escapaba como el mismo decía, alguna barbaridad y hasta en eso era fiel trasunto del medio, ya que en materia de lenguaje, nunca fuimos muy finos. En los hogares encopetados, tal era el gozo que provocaba Ño Valdivieso que a pesar de su insolencia le llamaba, aunque haciéndole mil recomendaciones.
En la limeñísima quinta de “Villacampa” se le  recomendó una vez que no fuera a decir o hacer barbaridades. Ño Valdivieso se llamó a ofendido, aseguró que sabía su deber y apenas salió don Silverio  hizo una maniobra, dificilísima para un muñeco, haciendo caer sobre el público  una lluvia de las más claras y significativas.
SARCASMO
Quiere decir que se sonrió en los rostros de la selectísima concurrencia. Naturalmente se le amonestó con severidad, pero muy puesto en orden con la mas circunspectas de sus actitudes, protestó que se le  creyese capaz de hacer algo inconveniente. Queriendo ser fino entre los finos no lo había hecho con agua simplemente, como lo hiciera a veces con su público, sino con Agua de Kananga legítima y de las más caras. Era añadir el sarcasmo a la burla
Como todos los grandes bufones, gustaba en veces de fustigar a los mismos a quienes divertía. En otra casa, ya con el lógico temor a sus audacias literarias le rogaron no ofendiera a los pulcros oídos de las niñas y don Silverio más ronco y aguardientoso que de costumbre, hizo con gracejo inimitable, la vasta y completa enumeración de todas  las palabras gruesas que por deferencia a las señoras no se dirían en el curso de la representación. Como el personaje de un prólogo trascendental hizo luego una venia y nunca como entonces pudo decirse tableau.
Ño Valdivieso que había llegado al pináculo en la admiración de las gentes de su tiempo, que había saboreado hasta la amarga  voluptuosidad de sufrir persecuciones por su afán crítico que en más de una ocasión le llevó a ridiculizar el poder, padeció una de las más hondas tristezas que un forjador de leyendas  puede sufrir.

Todo un arte.
ACONTECIMIENTO
Ño Valdivieso amaba su arte con entrañable amor paternal, lo ejecutaba con pulcritud de verdadero artista, con fruición y gozaba naturalmente en saber que nadie como él podía hacer los títeres y que quien los hiciera tenía que robarle la leyenda, haciendo figurar a don Silverio y a Mama Gerundia. Doloroso acontecimiento vino a poner su espíritu una nota de desilusión.
Llegó el célebre Dell’Acqua con su esplendida compañía de marionetas, con su maquinarias perfeccionadas, con sus decorados grandiosos-mérito esencial de su espectáculo- con sus muñecos suntuosos, con la novedad de sus incendios, de sus terremotos y de sus grandes batallas y Valdivieso sincero y espiritual sintió que en su alma sencilla, embriagada de triunfo, se clavaba la primera espina al reconocer lo punzadora superioridad del adversario.
Comprendió que el público le exigiría lujo y grandiosidad, sintió la inferioridad mecánica de sus manos ya temblorosas, ante el aparato y precisión de los sistemas de Dell’Acqua, y entristecido y desorientado, achacoso  y provecto, se debilitó, se fue apagando hasta que se perdió sin ruido en el fracaso y en la muerte, pues no sobrevivió mucho a la indiferencia injusta del público, injusta, porque como merito personal, dentro de nuestro medio, valía mucho Ño Valdivieso que había recogido en el ambiente su leyenda, que había creado con su propio y primitivo esfuerzo su sistema y su mecanismo y que había llamado a sana risa a varias generaciones.
DECAIMIENTO
Poco a poco los títeres fueron decayendo. Los hijos y sucesores de Ño Valdivieso lo imitaban vulgarmente y no ponían el calor de alma, la propia observación, la sutil ironía que pusiera el maestro en sus representaciones.
 Los títeres de la exposición que entonces radicaron allí, no fueron ni la sombra de aquellos que en el mismo local, en el salón Capella y en otras partes manejara con maestría y gracia incomparables el padre, maestro y creador.
Plácele al cronista hacer tierna remembranza de Ño Valdivieso. Apenas le alcanzó pero recuerda la lejana ocasión que en casa de la abuela rió y palmoteó, con la sana y abundante alegría de sus pocos años.
Luego vio siempre en los sucesores del ingenioso creador, el mismo espíritu del célebre titiritero y nunca creyó en la dolorosa realidad de su muerte. Para él todos los tiriteros fuieron Ño Valdivieso, en su espíritu simple no cabía aquella siniestra suposición y nunca pudo concebir que se agotara aquel áureo hilo de miel para los niños
¡Pobre Ño Valdivieso! Fue quizás el último representante de las  fórmulas primitivas del espíritu criollo. Observador, amigo de la sal gruesa y picante a la vez, significó no sólo un esfuerzo dentro de la caricatura social y dentro de la crítica dramática, sino fue un verdadero pintor de costumbres y, por lo mismo que fue sencillo, primitivo, ignorante y natural, tuvo mérito excepcional y  propio.

Enteramente creativo y artístico.

CARCEL
Sus espectáculos fueron ingenuos, alegres, movidos, realmente pintorescos. Se desenvolvían como un cuento infantil, realizaban el prodigio de que los muñecos se movieran y hablaran, como los de carne y hueso, llenaban la imaginación de cosas vividas que formaban parte de nuestro medio y tradición y tenían la virtud, nunca bien pagada, de hacer reír copiosamente hasta las lagrimas. En compensación de los títeres, ¿qué tienen hoy los niños?
Ño Valdivieso que por la critica política hasta a la cárcel estuvo (lo que prueba su importancia entre nosotros), murió pobre, casi olvidado, sintiendo la melancolía inenarrable de su decadencia. Su entierro paso inadvertido. Y, sin embargo, pocos como él tuvieron el derecho de que lo acompañaran hasta la tumba los niños que bien pudieron haber entristecido un día por quien tanto y tanto les hizo reír.
 Pero tal vez fue mejor así. Los que eramos niños cuando él murió, al saber su muerte hubiéramos comprendido también que la leyenda se moría. Ignorándola hasta que fuimos grandes, continuamos durante mucho tiempo creyendo que Ño Valdivieso tuvo una especie de inmortalidad y perduraron y perdurarán en el recuerdo  Perotito y Chocolatito, Don Silverio y Mama Gerundia, el Angel que aparecía cuando comenzaba el espectáculo, como en un viejo auto sacramental, el padre del sermón famoso.
CON MARINERA
 La descomunal  jeringa que nos hiciera desfallecer de risa, la corrida de toros y la marinera final en que al son del pianito ambulante bailaban los títeres con verdadera sal criolla, dando al baile nacional toda la gracia de la tierra, que se llevó a la tumba Ño Valdivieso.
Todavía nos parece ver el escenario y nos parece escuchar, como a través de un sueño brumoso y dulce, las tonadas del pianito de manubrio, que acompañaban con un motivo musical a cada personaje; la de don Silverio grave; la de Perotito, ágil, alegre, serpenteante y pueril como él; y entre el bullicio de las carcajadas, la voz aguda, chillona, solemne o afeminada del múltiple y graciosísimo maestro.
Para quienes le conocieron y trataron, para los que cerca de él estuvieron y alcanzaron su apogeo de celebridad y de gloria, Ño Valdivieso no fue más que un pobre titiritero. Para el cronista fue mucho más; fue un bohemio, una informe alma de artista, incompleta por ignorancia, pero grandemente intuitiva, un espíritu sano, un corazón gozoso y generoso que supo repartir, como buena sembradura, su alegría de buen amigo de los niños.
Y quien supo ser amable con los pequeños, bien merece que los ya mayores que no olvidan la infancia y, por consuelo de amargarse, se complacen en revivirla de vez en vez, siempre que pueden, le tributen un homenaje puro y simple con la pureza y simplicidad con que lo hicieran en los inefables primeros años. (Páginas seleccionadas del libro “Una Lima que se Va”, cuyo autor es el consagrado escritor y político José Gálvez Barrenechea)

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