Con dos fulminantes campañas, los
alemanes habían derrotado a tres ejércitos: el polaco, el francés y el inglés.
Ante el espectáculo de la asombrosa
eficacia que ofrecía la máquina bélica alemana, no era aventurado suponer que
esta máquina se apoyaba en un mando dotado de una casi perfecta estrategia,
minuciosamente organizada e informado, en
condiciones de dominar cualquier situación. Pero de la descripción del
General Warlimont, que formaba parte de este mando, resulta que la realidad era
totalmente distinta. Los signos de la
debilidad estructural del Mando Supremo de la “Wehrmacht” se manifestaron ya
durante las brillantes campañas de Polonia y Francia, en el periodo de los
mayores triunfos militares.
Hitler repetía frecuentemente que
no podía decirse nunca que las Fuerzas Armadas de un país estuviesen preparadas
para la guerra, porque jamás estaban en el punto máximo de la eficacia. Más,
por lo mismo, tampoco el enemigo podía estar preparado, así que lo esencial
consistía en adelantar los preparativos de potencial anticipándose al
adversario.
Durante el periodo de los “paseos
militares”, que se iniciaron con el
Anschluss de Austria y concluyeron con la anexión de Memel al Reich, Hitler
adquirió la costumbre de visitar los territorios conquistados a veces
inmediatamente después de su ocupación por las unidades alemanas.
Durante estos viajes se hacía
acompañar tan sólo por uno o dos oficiales. Por esta razón, el 3 de Septiembre
de 1939, dos fechas después de estallar la guerra, no fueron necesarios grandes
preparativos para que se dirigiera al frente oriental, mientras el Estado Mayor
del OKW, incluida su sección más importante o sea la operativa, permanecía en
Berlín.
Hitler un fanático, dirigiéndose al pueblo alemán.
Hitler un fanático, dirigiéndose al pueblo alemán.
EL DICTADOR
En el “tren especial de Hitler” viajaba
también su séquito personal-compuesto de miembros del “Gobierno, del Partido y
de las Fuerzas Armadas”, según la frase que usaba entonces- y su coche
constituyó su primer puesto de mando. Pero, en realidad, las Fuerzas Armadas
estaban escasamente representadas. Para ser exactos, sólo por los elementos más antiguos del Mando
Supremo, los generales Keitel y Jodl, junto con uno o dos oficiales de enlace y
unión o dos ayudantes.
A causa de tan escasa
representación militar, el Mando Supremo no podía asumir las funciones que
competían al máximo organismo militar del país. Y esta circunstancia, en
definitiva, fue una notable ventaja en lo concerniente a la dirección de las
primeras operaciones bélicas que, durante la Blitzkrieg contra Polonia, se
confiaron totalmente a la responsabilidad del Ejército y de su Estado Mayor.
Hitler no tuvo entonces muchas posibilidades de intervenir, al contrario de lo
que sucedió en los años siguientes, con las consecuencias desastrosas que todos
conocen.
No obstante, el procedimiento adoptado
para improvisar este primer mando puso de relieve la gravísima debilidad de los cuadros militares alemanes en la cima de escala jerárquica.
Hitler era el comandante supremo de las Fuerzas Armadas y, al mismo tiempo, el
dictador.
EJEMPLO
Su personalidad dominaba y absorbía
toda la estructura del país, y no existía un vértice militar debidamente organizado,
bajo el mando de un general con autoridad, que pudiese actuar de contrapeso.
Un solo ejemplo será suficiente para demostrar
la falta de coordinación entre la política exterior y la dirección militar: el
17 de Septiembre, la primera reacción del General Jodl, al recibir la noticia
de que el Ejército ruso estaba avanzando sobre Polonia, fue preguntar, de forma
aterrada: ¿Contra quién?
Esta debilidad estructural tuvo consecuencias
bastante graves, y la incapacidad del OKW para establecer una colaboración efectiva con los altos
mandos de las fuerzas de tierra, mar y aire empeoró algo más la situación.
En realidad, desde el principio,
los altos mandos se habían opuesto a la constitución de un “Mando Supremo de
las Fuerzas Armadas” con autoridad sobre los tres Estados Mayores, objetando
que un organismo de este tipo sería incompatible con la responsabilidad de cada
uno de ellos.
Hasta el momento de estallar la
guerra, la estructura y atribuciones del Estado Mayor operativo del OKW no
habían sufrido modificación alguna desde 1935. Componían el Estado Mayor doce o
quince oficiales, por lo que su eficiencia era limitadísima, aunque sólo fuera
debido al exiguo número de los componentes.
CARENCIA
Además, este organismo había
evitado en todo momento ampliar sus responsabilidades. Por ejemplo no disponía
de un sistema de enlace con el Servicio de Información con los órganos
logísticos o con los elementos administrativos de los territorios ocupados, por
lo que tuvo que depender, en gran parte, de los altos mandos de las tropas,
desmintiendo en la práctica su misma definición de “Mando Supremo de todas las
Fuerzas Armadas”.
El Jefe del Estado Mayor (al que
se llamaba jefe del OKW) era el General-más tarde Mariscal de Campo- Keitel,
quien había desempeñado el mismo cargo en la época de Blomberg. No tenía mando.
Era de menor antigüedad que los comandantes en jefe de los tres ejércitos y
nunca presidió un consejo de jefes de Estado Mayor.
Al conferírsele el cargo de Jefe del OKW, Hitler le había
asegurado solemnemente que le haría su “confidente” y le consideraría su “único
consejero en todas las cuestiones concernientes a la Wehrmacht”.
Pero en realidad, Keitel acabó
convirtiéndose, más o menos, en una especie de “jefe de negociado”. Su
colaborador en grado más alto en las cuestiones operativas, el General Jodl
(después Oberstgeneral), muy pronto consiguió suplantarle como consejero
efectivo de Hitler en materia militar.
Las fuerzas militares del nazismo
Las fuerzas militares del nazismo
ACTITUD
Sin embargo, las indiscutibles cualidades personales de Jodl quedaban anuladas por una fe fanática en Hitler, al
que respetaba hasta el punto de subordinar cualquier idea o duda que el mismo u
otros tuvieran al “genio del Fuhrer”
Esta actitud absurda de los dos
generales acabó por acarrear consecuencias nefastas en el specto militar y,
además, hizo más profunda la división entre los oficiales del Mando Supremo,
considerados como los hombres “de la nueva frontera” en el sentido nacional
socialista y los altos oficiales de la Wehrmatch, nás tradicionalistas y
conservadores.
Por lo tanto, la impresión que
producía el Estado Mayor del Mando Supremo de Hitler al estallar la guerra era
la de un órgano directivo bastante débil. No lo digo apoyándome en
consideraciones retrospectivas, sino expresando tan sólo mis impresiones de
entonces, que recuerdo perfectamente.
Como a las diferencias que había
entre sus componentes se unía el desacuerdo con las diversas armas, su
autoridad era prácticamente nula. E incapaz como era de dar el necesario y sólido apoyo a un
político falto por completo de experiencia militar en altos niveles de mando,
no supo evitar una segunda guerra mundial.
En pleno desarrollo de la campaña
de Polonia, El Estado Mayor General, que había quedado en Berlín, recibió la
orden de efectuar un estudio de mando que debería instalarse en Alemania
occidental, lo más cerca posible del frente.
Pero había una cláusula
restrictiva: ese puesto tenía que encontrarse fuera del máximo alcance de la
artillería francesa, hoy debía ser lo suficientemente grande como para alojar a
la Sección de Operaciones del Estado Mayor de la Wehrmacht.
Ordenes posteriores precisaron
que era necesario encontrar una ubicación lo más cercana posible al mando
supremo de Hitler para el comandante en jefe del ejercito, Oberstgeneral von
Brauchitsch, para su jefe de estado mayor, general Halder, y para un estado
mayor reducido a los elementos indispensables.
En el periodo prebélico Hitler
defendió siempre la opinión de que su puesto tenía que estar en la capital del
Reich y en el verano de 1939 rechazó la propuesta de organizar un puesto de
mando eventual cerca de Berlín, pero situado algo al oeste, aduciendo el
ridículo pretexto de que no le era posible trasladarse a Poniente, mientras el
Ejército avanzaba hacia el Este. Evidente es que ya había cambiado de opinión.
Los soldados durante la guerra
Los soldados durante la guerra
SECRETO
La segunda decisión de Hitler,
respecto a lanzar su ofensiva hacia el Oeste en el otoño de 1939, influyó de un
modo notable en todo el curso de la guerra, e incluso en el desarrollo de los
acontecimientos posbélicos. Tomo esta decisión a mediados de Septiembre, sin
discutirla con nadie, sin pedir la opinión de los expertos, confiándose a una
sola persona: su ayudante de campo, Coronel Schmundt, a quien por lo demás, no
hizo más que anunciar su propósito.
Schmundt comunicó la noticia secreta al jefe del OKW, que figuraba oficialmente
como único consejero del Fuhrer, a título “estrictamente confidencial”. Hacia
el 20 de Septiembre, en el transcurso de una vista que realicé al Mando
Supremo, Keitel me la reveló bajo la promesa del más absoluto secreto. Entonces
tuve la impresión de que la iniciativa del Fuhrer le había dejado por completo
anodado.
A pesar de las instrucciones que
recibí de Keitel, en cuanto regresé a Berlín informé al General Heinrich von
Stülpnagel, segundo jefe del Estado Mayor del Ejército, porque sabía que
el comandante en jefe le había encargado
dirigir un memorándum a Hitler para comunicarle que se necesitarían varios años
antes que el Ejército alemán estuviera
en condiciones de comprometerse en una guerra sobre el frente occidental.
Como yo también era de la misma opinión, creía
y sigo creyendo que cualquier medio estaba justificado para impedir que nos lanzáramos a una segunda
guerra mundial.
Durante los años anteriores a la
guerra, la oposición manifiesta u oculta
que se había hecho a la política agresiva de Hitler resulto ineficaz. Luego, al
estallar el conflicto, las primeras y rápidas victorias le dieron aparentemente
toda la razón. No obstante parecía haber llegado el momento de realizar el
máximo esfuerzo para salvar a nuestro
país y a nuestro pueblo antes de que fuera demasiado tarde.
Contravine las prescripciones de
Keitel que me había impuesto el secreto, no
sólo informando al General Stülpnagel, sino tratando de convencer a una
alta personalidad neutral a fin de que interviniese como mediador para poner inmediatamente
fin a la guerra. Pero ambos intentos resultaron infructuosos.
En la sección de operaciones del
Estado Mayor del OKW, nadie expresó
opiniones contrarias a las del
“comandante supremo”, según expresión de Jodl.
En realidad después de la campaña de Polonia y del regreso de Hitler a
Berlín, los oficiales más antiguos del Estado Mayor se encontraron más aislados
que nunca, porque los generales Keitel y
Jodl se habían trasladado de la Bendlerstrasse, sede oficial del OKW, a la
Cancillería del Reich, donde vivía y trabajaba Hitler.
El Fuhrer con los oficiales del alto mando.
El Fuhrer con los oficiales del alto mando.
CIRCULO
El deseo de aquellos era seguir
formando un círculo cerrado, una especie de maison militaire semejante a la que
habían constituido en Septiembre dentro del tren especial. Sus únicos compañeros en el palacio de la
Cancillería eran Hitler y sus ayudantes. Vivían bajo su constante influencia, y
Jodl se sentaba además en la mesa de Hitler, junto con los magnates del Tercer
Reich.
Mientras tanto, los oficiales de
Estado Mayor del OKW residían en la Bendlertrasse, a unos diez minutos en
autobús de la Cancillería, donde se vivía realmente la situación. Su única
actividad consistía en recibir directivas de la residencia del Fuhrer y
transmitir órdenes que casi siempre, iban contra su opinión personal.
Otras veces recogían
informaciones y datos, procedentes de los diversos altos mandos y que siempre
resultaban insuficientes para influir en las ideas preconcebidas de Hitler. Los
oficiales del Ejército que formaban
parte del OKB no recibían un apoyo moral ni una orientación espiritual de ser
superiores inmediatos. Así es que pedían ayuda al Estado Mayor del Ejército.
Dos incidentes significativos, ocurridos
en este periodo, ponen de manifiesto el abismo existente entre la
ideología nacional socialista y la
mentalidad militar. Poco después de la campaña de Polonia, Hitler, al darse
cuenta de que el mando militar alemán trataba a los polacos de un modo
razonable y civilizado, se enfureció y sin tener en cuenta las exigencias
militares, confió de pronto la responsabilidad de los territorios ocupados a un
funcionario del Partido, nombrándole “gobernador general”, personaje que se
dedicó con extremado celo a la ejecución
de las instrucciones recibidas. Hasta Keitel quedó horrorizado de la brutalidad
y el desprecio hacia toda idea de legalidad que manifestó Hitler durante su
explosión de furor
El segundo incidente se produjo
el 5 de Noviembre de 1939, cuando el comandante supremo del Ejército e presentó
en la Cancillería del Reich en su último intento por disuadir a Hitler de sus
planes ofensivos contra Occidente.
Puso de relieve el hecho,
demostrado ya en la campaña de Polonia de que en ciertas unidades del Ejército
la preparación se había manifestado insuficiente. El motivo aducido por Brauchitsch afectó a Hitler en un punto muy
sensible: su ambición en lo relativo al adiestramiento de la juventud nacional
socialista. Por ello interrumpió bruscamente a Brauchitsch y le pidió pruebas concretas de lo
que decía
Keitel salió del despacho de
Hitler y me pidió un anuario militar: evidentemente pretendía examinarlo junto
con el Fuhrer para comenzar a buscar en seguida un sucesor de Brauchitsch. Y
ambos se dedicaron con tanto ahínco a esta tarea que dejaron pasar, sin darse
cuenta, la hora en que se debía cursar la orden que establecería el momento del ataque en
Occidente.
El gran esfuerzo para utilizar el armamento.
El gran esfuerzo para utilizar el armamento.
OFENSIVA
Cuando Keitel regresó a mi
oficina, le pregunté si Hitler había dado dicha orden. Keitel salió de
nuevo apresuradamente para dirigirse al
despacho de Hitler, regresando pocos minutos después. Hitler había establecido
que la ofensiva comenzase el 12 de Noviembre, a despecho de las razones
expuestas por Brauchitsch y pese a que la fecha estaba, evidentemente,
demasiado cercana.
Transmití telefónicamente la
orden al Mando Supremo del Ejército y no me sorprendió en absoluto la respuesta
de de mi interlocutor, el Teniente Coronel Heuzinger, quien objetó que para transmitir
una orden tan extraordinaria e inesperada como aquella debía recibir antes una
confirmación por escrito.
Acogí con calma el hecho de que
la fecha de esta ofensiva fuera retrasada nada menos que trece veces, con
ridículos aplazamientos que, en ocasiones, eran tan sólo de dos a siete días.
Esta manera de proceder anulaba cualquier plan previsto.
No obstante, el General Jodl
consiguió demostrar su habilidad en Abril de 1940, durante la campaña de
Noruega. A los primeros indicios de crisis, Hitler dio un triste espectáculo de
debilidad y se mostró dispuesto a abandonar Narvik, objetivo principal de la
campaña. Sólo la firme actitud de Jodl lo detuvo
Las presiones a a las que Jodl se
vio expuesto en este mismo periodo se pusieron de relieve con motivo de la
participación italiana en la guerra. Hitler hacia todo lo posible para incluir
a Mussolini a comprometerse recurriendo a presiones y halagos.
En cambio Jodl, y con él los
oficiales más jóvenes de su Estado Mayor, se oponía a ello, y hasta llegó a
presentar a Hitler un informe en el que se exponía sucintamente todos los
motivos que desaconsejaban la intervención de Italia en el conflicto.
Debido a esa circunstancia, los
oficiales de la sección operativa del OKW
quedaron mucho más anonadados y
perplejos cuando tras el primer encuentro de Hitler con el Duce, después de
estallar la guerra, cambio bruscamente la situación.
El 19 de Marzo de 1940, observa
Jodl en su diario, Hitler regresó de la reunión del Brénnero “radiante y muy
satisfecho” porque Italia parecía dispuesta a entrar en guerra cuanto antes. La
política, como sucedía frecuentemente en aquel mando supremo, había dejado a un
lado, sin consideración alguna, las exigencias de tipo militar.
Al fin se constituyo un mando unificado
y repartido de manera racional al principio de la campaña de Occidente. La
sección de operaciones del Estado Mayor del OKW había proyectado establecerlo
en Ziegenberg, junto a Bad Nauheim, en los montes Taunus. El edificio estaba ya
dispuesto y también se habían llevado a cabo los preparativos para la
instalación del mando, pero Hitler no aprobó el proyecto.
El tanque como efectiva arma defensiva.
El tanque como efectiva arma defensiva.
REUNION
Evidentemente, no le apetecía
vivir en una residencia de campo o verse rodeado de cuadras, caballos o una
granja. En consecuencia ordenó que se preparasen para el puesto de mando tres
grupos s en la retaguardia del frente occidental: uno en el sector norte, otro
en el centro y el último en el sur. Las disposiciones necesarias para que el
Estado Mayor pudiera seguir al tren del Fuhrer en otro tren especial.
El Mando Supremo se reunió por
primera vez el 10 de Mayo de 1940. Pero
esto no bastó para hacerlo más compacto ya que seguían latiendo en su interior
las antiguas divisiones. Hitler y su círculo inmediato vivían en las cazamatas
de la denominada de la zona 1 del mando. El resto estaba alojado en una granja cercana,
denominada zona 2 del mando.
Otras secciones del Estado Mayor
trabajaban en el tren especial detenido a corta distancia: otras, junto con los
restantes servicios y oficinas del Mando Supremo habían quedado en una
residencia ubicada en Berlín, donde se hallaba también el mando supremo de la
Kriegsmarine
Los altos oficiales del Ejército
tuvieron que alojarse en un pabellón de caza en las proximidades de Bonn. También Goering, con el estado mayor de la Lufwaffe se había trasladado a las
cercanías en su tren especial, lo mismo que Ribbentrop y Himmler, los cuales se consideraban miembros del Mando Supremo
En el Felsennest, “nido sobre la
roca”-nombre con que Hitler bautizó su puesto de mando-, el ambiente estaba
determinado en general, por nuestras brillantes victorias en la campaña de
Occidente que había superado las esperanzas de todos.
Pero a pesar de esos éxitos
medida que se hizo evidente que el verdadero
Mando Supremo o, mejor dicho, la sección operativa del estado mayor del
OKW estaba prácticamente desautorizado, comenzó a cundir el descontento.
De ese modo se llegó a finales de
mayo a aquella serie de acontecimientos que
pasaron a la historia con el nombre de drama o milagro de Dunkerque, según el punto de vista del que se considere. Los historiadores
podrán estar de acuerdo o no sobre la parte de responsabilidad que el Comandante
del Grupo de Ejércitos A, von Rundstedt, tuvo con Hitler con esa victoria
perdida.
Pero a quienes se encontraron
implicados directamente en el asunto no les cabe ninguna duda de que la batalla
de Dunkerque no habría concluido con un fracaso de haber dejado al Ejército
decidir la situación.
SIN EFECTO
Si no hubiera sido por Hitler
nadie habría prestado la menor atención a las balandronadas de Goering, quien
afirmaba que la Luftwaffe era suficiente por si sola para cercar por mar a las unidades franco británicas.
Porque, en realidad no se trataba más de una jugada, discutible militarmente y
políticamente astuta, encaminada a
impedir que el Ejército se llevara toda la gloria del hecho bélico.
En semejante situación, no tenían
efecto alguno las objeciones expuestas
por los oficiales del Mando Supremo.
Habitualmente se les informaba de
las decisiones de Hitler después de tomadas, y los argumentos que aducían para
oponerse a ellas no pasaban ya de Jodl.
(Editado, resumido y condensado de la Revista “Así fue la Segunda Guerra
Mundial”)
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