viernes, 17 de enero de 2014

LA GENIALIDAD DEL "CHIVO" CASTILLO

Hay un hecho cierto y comprobado en la historia del periodismo nacional contemporáneo. Humberto Castillo Anselmi, conocido por sus amigos y allegados con el apodo de “Chivo”, hasta ahora no ha podido ser superado en cuanto a calidad profesional  se refiere, tras haber logrado ser, desde hace muchos años, el mejor reportero del Perú.
Sus aciertos profesionales de efectivo sabueso de la noticia se juntan dentro de la brillantez total al escribir y lo que es enteramente admirable, de una manera muy rápida. Reportero nato, reportero cabal que  merece ser reconocido y puesto para siempre en el sitial conseguido a punta de habilidad y de primicias. Sin ningún olvido. Con un reconocimiento total y  permanente.
Castillo apareció en las lides periodísticas allá por los años 60 en Trujillo su tierra natal, trabajando en la corresponsalía del diario “La Prensa”. De allí precisamente lo trajo a laborar a la redacción de Lima, Alfonso Grados Bertorini, abogado y periodista de renombre que desempeñaba el cargo de Director de Informaciones de ese histórico y prestigiado medio de comunicación.

Alfonso Grados Bertorini  trajo al "Chivo" a Lima.

La primera fuente que cubrió El Chivo fue policiales. Trabajaba de sol a sol de 9 de la mañana hasta la madrugada con sueldo magro. “Nos explotaban pero La Prensa fue un buen diario”, dijo en una oportunidad.
Con el correr del tiempo  transitó por las diversas secciones del diario escribiendo informaciones de provincias, locales y mucho tiempo estuvo dedicado a la crónica parlamentaria. Pero fundamentalmente ha sido  redactor de informaciones locales, las que ocupan las páginas de mayor atracción para el público lector en los periódicos.
A lo largo de su vida profesional,  Humberto ha sido redactor de calle, no de planta (de escritorio) y tampoco nunca aceptó una jefatura. La modestia total  personificada en tan hábil periodista. En ese lapso ha trabajado en La Prensa, Expreso, La Crónica, Correo, Marka y La República.
Como reportero viajó en misiones a Brasil, Argentina, Uruguay, Panamá, Nicaragua, Chile, Estados Unidos, Cuba y Canadá. Sus prácticas profesionales las hizo en la Universidad de Columbia, desarrollando cursos en Washington, Nueva York, Boston, Chicago, Cabo Cañaveral y Los Angeles.
Su información que publicó el diario “Correo” de Lima, del cual fue fundador sobre la visita del General Charles de Gaulle el  25 de Septiembre de 1964, dio la vuelta al mundo. Como ejemplo de redacción. Por eso mismo la publicamos a continuación para deleite de los lectores:


Charles de Gaulle.


HOMBRE SOLEMNE, ALTO, ARROGANTE
Así es de Gaulle: un hombre solemne, de faz adusta, imponente estampa.
Alto, de ojos pequeños y fulgurante mirada, tiene el rostro de esfinge y la voz de trueno.
Gesticula con aparente nerviosismo y mueve sus largos brazos, lentamente, como aspas de molino.
Ayer apareció por primera vez ante los ojos del Perú vestido con su glorioso uniforme de legendario soldado vencedor de cien batallas. Apareció tras la portezuela del avión, medio desconcertado y, al agacharse para ganar la escalerilla, se golpeó en la frente levemente.
Su larga y prominente nariz y sus manos grandes y huesudas hicieron el primer impacto de su físico impresionante.
Descendió lentamente, por las escaleras, después  de saludar militarmente. Ya en el suelo peruano, caminó a grandes trancos, con firmeza, parsimoniosamente.
De Gaulle dirigió su mirada al pabellón peruano e irguió, con arrogancia, el cuerpo.
Ese era de Gaulle: el Presidente, el libertador de Francia, el líder de un pueblo que sacó a Francia de la humillación de la derrota en la segunda guerra mundial, el héroe, el soldado.
Durante el intenso trajín que tuvo que realizar ayer, el presidente de Francia se comportó ceremoniosamente, sin gestos espectaculares.
Cuando estuvo en el aeropuerto, con el presidente Belaúnde, permaneció serio, impasible. Escuchó el discurso de bienvenida del jefe de Estado peruano sin inmutarse. Apenas si tamborilleó, con sus largos dedos, sobre su uniforme.
Cuando  habló lo hizo moviendo severamente la mano derecha y  abriendo y cerrando los pequeños y vivaces ojos  claros.
En el hall del aeropuerto, cuando saludó a las misiones extranjeras y a representantes del gobierno peruano, hizo gestos y ademanes diplomáticos.
Después  a lo largo del serpenteante recorrido por las calles de Lima, saludó a la gente casi sin sonreír.
Allí, bien plantado sobre el piso del automóvil respondió a los grito de júbilo, a las  ovaciones, al estallido de entusiasmo, agitando gravemente su brazo derecho con los dedos de la mano estirados.
Una moderada sonrisa iluminaba su rostro, pálido y sudoroso.
“Merci, merci, merci  (gracias, gracias, gracias) repetía rítmicamente.
Sonreía, mostrando, apenas, la fila de los dientes inferiores. La máscara era enérgica. A veces echaba la cabeza hacia atrás con bruscos movimientos que componían una expresión de severidad o de sorpresa.
Tras el largo recorrido, al llegar a la Plaza de Armas, de Gaulle estaba cansado. En el mismo auto descubierto, ingresó a Palacio de Gobierno. Descendió del vehículo y subió paso, a paso, las escaleras alfombradas. Arriba lo esperaba Carito Belaúnde. Entonces su sonrisa se hizo radiante. Dedicó algunas frases galantes a la hija del Presidente y después de dirigir una rápida mirada a quienes lo habían acompañado, penetró al interior
Hasta allí de Gaulle había mostrado una personalidad llena de solemnidad perturbada en ocasiones por la emoción.
Pero más tarde, cuando hizo frente a la multitud en la Plaza de Armas y cuando apareció en el balcón de la Municipalidad, surgió el desafiante conductor de un pueblo.
Alzó los largos brazos en V  y saludo espectacularmente, a la gente que lo vitoreaba.
En el balcón municipal recibió la medalla de la ciudad de manos de Bedoya y escuchó, atentamente, las palabras del Alcalde de Lima mirándolo cara a cara.
Cuando recepcionó la medalla de la ciudad, mostró la insignia al pueblo, con aparente orgullo.
Fue en el discurso que pronunció desde el balcón cuando dio a conocer su fibra, su temple, sus maneras grandiosas, sus cualidades de hombre predestinado por la historia, tal como el mismo suele considerarse.
Con los pies aposentados firmemente sobre el piso, de Gaulle leyó el discurso en castellano. Su voz sonaba potente, casi estruendosa, un vozarrón que se extendía con lenta entonación y graves modulaciones, por toda la plaza.
La mano derecha vivaz, los gestos secos, imperiosos barrían como un vendaval, con todas las emociones.
Durante el primer día de su permanencia en Lima, de Gaulle vistió su beige uniforme de soldado: camisa blanca, corbata negra de pequeño y apretado nudo, medias negras, zapatos de cuero de punta ovalada y quepí beige. El pantalón era de boca ancha con gruesas franjas laterales color café.
En su pecho resplandecían sólo dos condecoraciones: la Cruz de Lorena y la de la Legión de Honor.
En el dedo anular de su mano derecha, llevaba su aro de matrimonio de oro amarillo y en la mano izquierda, un reloj de oro con correa de cuero negra. Pequeños gemelos, también de oro, ajustaban los puños de la camisa.
Hombre adusto, tieso, impertérrito, de Gaulle tuvo, sin embargo, algunos chispazos de buen humor. Hizo algunas bromas que pocos captaron y al referirse al discurso que había pronunciado en castellano dijo: “Ojalá que lo hayan entendido”.
Ultimo sobreviviente de los grandes personajes que lideraron el mundo durante la última guerra mundial, de Gaulle fue visto por los limeños en su primera confrontación popular, como un trozo de la historia de Francia, como la imagen rediviva del guerrero de las grandes hazañas, como el quijotesco hombre que enfrentó con bríos, todas las borrascas.
Al final de la jornada, cuando la gente desocupaba la plaza, un estudiante sanmarquino dijo: “De Gaulle parece haber sido creado para personificar a Francia”.
Hace 29 años se perpetró la masacre de Uchuraccay.
Castillo, de pelo cano, en pleno trabajo reporteril en Uchuraccay.




3 comentarios:

  1. Humberto Castillo Anselmi no sólo no ha sido superado, sino que aún no ha sido igualado.

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  2. He podido darme un tiempo para leerte con fruición y he quedado impresionado de tu memorioso repaso de la trayectoria de nuestro común amigo Humberto Castillo Anselmi, muy meritorio porque lo tenemos entre nosotros y eso vale más que hacerlo cuando no lo esté.
    Te encomio la semblanza de Jorge del Prado, no he leído nada de él por parte de algún gonfalonero de izquierda, lo cual hace más meritorio tu trabajo. Me leí, entero, tu recuerdo de Tupac Amaru y me has devuelto a la memoria las viles traiciones de que fue objeto y que en un país como el nuestro son muy comunes.
    Gracias por prodigarme, en calidad de lector tuyo, este placer recompensado de leerte.
    Saludos.
    Chiclayo

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  3. Que tal chivo para brillante!!!. Una periodista anónima admiradora de tal ilustre reportero.

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