Conciso, refinado y culto. Llevaba
una carga muy grande, definitivamente, de ser el hijo de un magnifico
pensador que rompió esquemas en el Perú
del siglo XIX y las dos primeras décadas del XX por su inteligencia y, sobre
todo, por su profundo radicalismo político. Radical de radicales. No obstante,
sí pudo superar el escollo de la valla alta que le impuso la vida del
progenitor y logró sobresalir, con
cierta notoriedad. Como de tal palo tal astilla, el intelectual ejerció, en
medio de una de sus actividades primordiales, el oficio de escritor con
capacidad y sapiencia combinada con la diplomacia que como ciencia efectiva, de
mucha comprensión y sentido común, estudia los intereses y las relaciones que
se dan, inexorablemente, en este mundo tan peculiar, ancho y ajeno.
Lo cierto y contundente es que Alfredo González Prada de Verneuil, el único hijo del incomparable Manuel González Prada y de
la dulce y abnegada francesa Adriana de Verneuil, decidió suicidarse en un
momento de total ofuscación, luego de sufrir
una constante depresión letal. Evidentemente una medida implacable,
tremenda y sin vuelta atrás para salvarse que se dio por razones que nunca se
aclararon y, por ende, hasta ahora se desconocen con verdadera exactitud
No obstante de de que gozó a
borbotones de la vida con sensibilidad a flor de piel y privilegios dados por
sus progenitores desde muy pequeño. Era
un hecho palpable que había conseguido consagrarse profesionalmente, a pesar de
que en un campo de sus actividades dejó de ser valorado por la crítica
literaria en su justa dimensión, según afirmación y percepción del escritor
Luis Alberto Sánchez. Ahora bien, con su determinación y resolución, todo lo
echó por la borda.
González Prada: intelectual y diplomático
González Prada: intelectual y diplomático
RELATO
En efecto, tomó esa equivocada decisión, que
linda entre la indigna cobardía y la suprema valentía, lanzándose desde una ventana de un gigantesco
rascacielos al vacío larguísimo, pero terminable de todas maneras, en el sólido
y pesado pavimento de una calle de la cosmopolita ciudad norteamericana de
Nueva York.
Así encontró la muerte siniestra de forma
trágica, dejando por completo a su familia y a las letras peruanas de dolido
duelo, por su determinación inexplicable.
Aunque comprensible por tanta desgracia que le tocó sufrir.
El escritor Rodrigo Núñez
Carvallo ha relatado en un conmovedor texto, en voz de doña Adriana de Vernuil,
algunos momentos dramáticos e íntimos de la vida de Alfredo. Sus
desesperaciones e incluso la depresión constante que sufría algunas veces por
la falta de trabajo y de dinero, las desavenencias con su esposa, la muerte de
sus hijos que jamás pudo superar y otros problemas de la vida cotidiana
En esta creación impecable en
estilo y claridad, llena de sentimiento pleno, doña Adriana cuenta momentos
terribles del hijo que, en el colmo de la desesperación, una vez le propuso el
suicidio de ambos: la madre entrañable y
el hijo en el colmo de la desesperanza.
Incluso una semana antes del fatal desenlace, le dijo: “Mamá, matate
conmigo”. La solicitud venía con una expresión de feroz desamparo. Me voy a
matar, reiteró, y sería mejor hacerlo juntos.
DESESPERACION
Pero si me mato yo y te matas tú,
¿quién terminará de editar la obra de tu padre? Alfredo me miró con ojos sorprendidos. Y como que volvió a la
realidad. Tengo que recoger con urgencia la maleta de aluminio con los textos
de mi padre que dejé en Placid Lake, en una casa que alquilé el verano pasado,
recordó. Allí la dejé si la memoria no me falla.
Antes le había dicho a su madre
mirando y llorando, desde la ventana donde precisamente se aventó en días posteriores, el hospital psiquiátrico de la ciudad: Mamá
yo no voy a terminar en ese manicomio. Yo no
iré allá de ninguna manera, repitió señalando el vetusto local donde
encierran a todos los locos de Nueva York. Adriana le contó todos estos episodios
dramáticos y tristes a Luis Alberto Sánchez cuando la visitó poco después de la
muerte de Alfredo.
La señora González Prada, de
acuerdo a la versión de Núñez, llegó al edificio donde vivían y había una nube
de periodistas que le cegaron los ojos. Busqué a Elizabeth entre la multitud y
ella se adelantó y me abrazó con desesperación. Era el día de la tragedia: 27 de Junio de 1943. El suicida tenia 51 años
Me siento culpable señora de la
muerte de Alfredo, me dijo en inglés. Nunca creía que su hijo iba a a cometer
esta barbaridad. Me acerqué al cadáver cubierto con periódicos pero no quise
mirar. ¿Para qué? Prefería recordar a mi hijo vivo, joven, lleno de intereses,
cuando era toda una promesa. Quise llorar pero no pude. He pasado por tantas
desgracias en la vida que ya no tengo lágrimas. En cambio, Elizabeth siguió
sollozando hasta que los forenses se llevaron el cuerpo a la morgue.
Su madre: Adriana de Verneuil
Su madre: Adriana de Verneuil
DECLARACION
Detrás de un escritorio, el
oficial de la policía le pidió sus datos completos: Elizabeth Anne Howe de
González Prada, 44 años, nacida en Orange New Jersey, casada, bueno ahora
viuda, corrigió. Luego acudimos a la habitación de al lado donde otro
uniformado le pidió que hiciera su declaración.
Elizabeth relató: “Sentí el
tintineo de unos hielos en un vaso, mientras yo descansaba en mi habitación.
Con el whisky en la mano me dio un beso y salió a la terraza en el piso 22 del
edificio Hampshire House. Lo vi de
espaldas observando la noche y tras un instante de silencio dejó el vaso, se
acercó a la baranda y se dejó devorar por el vacío”.
Luego añadió: “Alfredo, Alfredo,
grité cuando se oyó a lo lejos el estruendo sordo de algo que caía. Salí al
balcón y miré hacia abajo. La imagen era terrible. Lo que quedaba de Alfredo
estaba estampado contra el pavimento teñido de rojo”.
REDACTOR
Graduado en Letras,
Jurisprudencia y Ciencias Políticas Administrativas, también se dedicó con
pasión al periodismo e integró el famoso grupo Colónida que lideró su íntimo
amigo el poeta Abraham Valdelomar. Llegó un momento que se perfiló como
poeta pero lo absolvió, por completo,
durante largo tiempo, el mundo diplomático.
Ingresó a trabajar al diario “La
Prensa” como redactor y allí hizo migas con un jovencísimo José Carlos Mariátegui que junto con el vate
iqueño, creador de la famosa obra “El Caballero Carmelo”, visitaban a su padre
con quien conversaban largas y largas horas, en tiempos seguidos y constantes.
La mayor parte de su vida
residió fuera del Perú y volvió a
ejercer el campo de las letras. Principalmente como editor y compilador de las
obras de don Manuel. Escribió un libro sobre la muerte del Presidente Agustín
Gamarra, sustentando la hipótesis de su asesinato que, dicho sea de paso, nunca
se probó.
Nació en París el 16 de Octubre
de 1891 donde sus padres radicaban temporalmente. Sus primeros estudios los
hizo en la capital de Francia con la ayuda directa y única de su padre. El
talentoso escritor sostenía que las escuelas tradicionales sólo adormecían las
conciencias de los niños y por eso era imperativo evitarlas. Le dedicaba dos o
tres horas diarias a enseñarle las primeras letras en dos idiomas: castellano y francés
Una confesión de la madre
invalorable que Núnez Carvallo consigna: Quizás lo protegí demasiado. Antes que
Alfredo naciera se me murieron dos bebes en la cuna. Manuel y yo quedamos
destrozados. Por eso cuando quedé embarazada, por tercera vez, decidimos no
bautizarlo y marcharnos del Perú para romper el maleficio que nos perseguía.
Antes de cumplir el primer año
Antes de cumplir el primer año
EN PARIS
“Vayámonos a tu tierra, la bella
Francia me dijo Manuel, acá todo está demasiado contaminado. Necesitamos aires
nuevos para vivir el amor y criar a nuestro hijo. Así que vendimos alguna
propiedad, alquilamos la casa de la puerta falsa del teatro y tomamos un vapor
con mis cuatro meses de embarazo.
Específicamente sobre la época de
bebe de su hijo, la progenitora cuenta: Alfredito nació cuando los tiempos mistrales
arrecian en París. Durante meses, no salí de la casa porque el pequeño era
enfermizo y se agripaba ante la mínima corriente de aire. Pobre Manuel, yo no
podía acompañarlo a ninguna parte.
Manuel tomó esa temporada como un
tiempo de estudio. Iba todos los días a leer al colegio de Francia, a la
Sorbona o a la Biblioteca Nacional. Cuando volvía en la noche me contaba de sus
lecciones de Sanscrito y del pensamiento de Buda. Para mi eran temas totalmente
desconocidos. Antes de la cena jugaba
con Alfredito y le contaba cuentos en versos.
Era una delicia verlos juntos.
PROFESIONES
Cuando su familia retornó a Lima,
continuó su instrucción en su casa. Su educación secundaria la cursó en el
Instituto de Lima donde se impartía conocimientos de origen alemán. De allí
pasó a la Universidad Nacional Mayor de
San Marcos.
En ese centro superior de
estudios se graduó de Bachiller en Letras con una tesis sobre el poeta y
dramaturgo Clemente Althaus. También consiguió los títulos de Bachiller en Derecho y Doctor en
Jurisprudencia con sesudas monografías
sobre la unificación de esa rama del conocimiento especializado y “El Derecho y
el Animal.”
Este último trabajo de
investigación a su padre le pareció muy
interesante, según cuenta Núñez Carvallo. Adriana vuelva a hablar y subraya
que su marido en esa oportunidad dijo lo siguiente: Los hijos deben superar a los padres. Yo nunca
terminé mis estudios de Jurisprudencia y específicamente sobre la tesis
referente a los animales la apoyo. Me parece bien, siempre es bueno elevarse
sobre el presente y ver más allá, así te
acusen de extravagancia.
Las disertaciones para el
bachillerato y doctorado en Ciencias Políticas y Administrativas trataron sobre
“La solución de los conflictos entre patrones y obreros y la ley canadiense de
1907” y la Iniciativa y el Referéndum de las Leyes, respectivamente. El grado
de abogado lo optó en 1914.
Rodrigo Núñez Carvallo, escritor que habla de Alfredo.
Rodrigo Núñez Carvallo, escritor que habla de Alfredo.
PRESO
Tres años antes ingresó al
servicio diplomático en calidad de amanuense del Archivo de Limites del
Ministerio de Relaciones Exteriores. Ascendió a auxiliar pero tuvo que
renunciar, por principios arraigados de consecuencia, tras el golpe de estado
que protagonizó Oscar R. Benavides en contra del Presidente Constitucional,
Guillermo Billinghurst.
El mandatario depuesto fue hecho
prisionero y luego deportado a Chile. Grupos armados de artesanos y obreros
defendieron al político en desgracia y por eso se organizó un marcha de
protesta. Alfredo se unió al acto. Cuídate hijo, le dijo su padre y no lo hizo
porque cayó preso confinado en el Panóptico.
Sus amigos del diario “La Prensa”
movieron cielo y tierra para lograr su liberación. La ansiada libertad la
consiguió días después. Fue recibido como un héroe en el “Palais Concert”, un
café y bar frecuentado por periodistas e intelectuales. Estaban allí y lo
saludaron Valdelomar, Mariátegui,
Federico More, Alberto Ulloa Sotomayor,
el dibujante Málaga Grenet y César Vallejo.
Cuando alternó con el Grupo Colónida
contribuyó a la antología poética
titulada “Las Voces Múltiples”, bajo el seudónimo de Ascanio. Había allí
diez composiciones suyas. Como periodista publicó reportajes, críticas
literarias, plásticas y teatrales. Promovió el debate sobre la pintura del
catalán José María Roura Oxandaberro, un impresionista de imaginación y la del
argentino Franciscovich, paisajista convencional.
RENUNCIA
Uno de los versos de Ascanio: Es la hora apocalíptica…/Ruedan unos tras
otros las olas purpurinas/ Como si un mar de sangre sepultara la tierra/¿Qué es
este desenfreno de los hombres?/¿Sera la demencia múltiple del mundo?/ ¿ Será
alguna sádica jugarreta fúnebre?/que distraiga los seniles bostezos de fastidio/ de un Dios loco y
malo?/Qué será la guerra?/¿A dónde nos arrastra la guerra?
Pasó a la Embajada del Perú en
Estados Unidos con sede en Washington donde ascendió a Ministro Consejero. Se
hizo cargo de la Legación. Pero renunció el 15 de agosto de 1929 al ser
desautorizado por la Cancillería del Perú en el intento que tuvo de amparar a
dos peruanos humildes del abuso de un diplomático estadunidense, Miles
Poindexter
Este último que se desempeñó como Embajador de su país en
el Perú y se llevó de Lima a una pareja de mestizos, a quienes pagaba sólo la
tercera parte de lo que la ley de su nación estipulaba. Al enterarse González
Prada del caso acogió a su servicio a los dos criados, dándoles un sueldo
justo.
La familia Poindexter se quejó
al Gobierno peruano que presidia Leguía.
El Canciller, Pedro José Rada y Gamio, exigió a Alfredo que devolviera a los
trabajadores. Pero éste optó por renunciar antes de cumplir tal orden infame.
En 1922, mientras era Secretario
en Washington, se casó con Elizabeth Anne
Howe con quien no tuvo hijos. Si tuvo antes,
extramatrimonialmente, una hija con Carmen Soria Menacho, seis años
menor que él, Sin embargo, tiempos después, la niña murió de neumonía. Al año
siguiente volvió a tener un hijo con la misma mujer, a quien se le puso el
nombre de Felipe.
EL BEBE
Sobre este punto especifico, en
la versión de Núñez,su madre dice lo siguiente: “No vaya a creerse que Alfredo
era un muchacho ejemplar. Era inteligente y atractivo tenía mucho éxito con las
muchachas. Un día le abrí la puerta a una señorita en avanzado estado de
gravidez que lo estaba buscando.
Ella me dijo: estoy buscando a
Alfredo González Prada. ¿Es usted su mamá? La chica no tendría más de 15 años.
Estoy esperando un bebe de su hijo, añadió. Casi me caigo de espaldas. Lo
primero que pensé es que para evitar el escándalo lo mejor era casarlos, pero
Manuel se opuso tajantemente. Son muy chicos, me dijo. Ese matrimonio está
condenado al fracaso. Que a ese niño o niña no le falte nada.
Al año siguiente, según Adriana,
se presentó la niña en brazos con un bebito. Tome señora es suyo, me dijo sin
más. Mis padres no quieren recibirme con él y la próxima semana me obligarán a
casarme con alguien que no quiero. Dicen que Alfredo no me conviene porque su padre es un
revoltoso.
La tumba de su padre en el Cementerio Presbítero Maestro.
La tumba de su padre en el Cementerio Presbítero Maestro.
ENFERMEDAD
Con la ayuda de una niñera lo
cuide y lo amé como solamente lo había hecho con Alfredo. Ese contacto cercano
con un niño me devolvió a la juventud y me convirtió de nuevo en madre. Sería
bueno que se llame Felipe dijo el abuelo que significa amor a los caballos en
griego. Totalmente de acuerdo, afirmó mi hijo.
El año 1931 Felipe se enfermó. Lo
que comenzó con una leve bronquitis se convirtió en una grave enfermedad. Tenía
una persistente fiebre. Estaba cada día más débil y demacrado y los médicos no atinaban
con el diagnóstico.
Adriana desesperada llamó a
Alfredo que estaba en París con su mujer. Este le dijo que lo traiga que el se
encargaba de todo. Lió bártulos y cargo con el chico que casi no podía estar de
pie y al cabo de tres semanas estuvieron en el hospital Paul Brousse de París.
Elizabeth, mala gracia y celosa, pretextó una enfermedad y se marchó.
Finalmente sucedió lo inevitable.
Nada dio resultados. Una mañana el magro cuerpo de Felipe dejó de respirar
tomado de la mano de Adriana y su padre. Tenía apenas 17 años. Los dos se
ahogaron en un llanto infinito. Lo enterraron en el cementerio de Per Lachaise. Nunca Alfredo volvió a ser el mismo.
RELACION
El intelectual no podía
concentrarse en ninguna actividad. Se deprimía constantemente. El desempleo lo asfixiaba.
Inventaba proyectos que luego abandonaba. Escribe le decía su madre. A pesar de
tanta tragedia hay que encontrar algo que nos salve porque si no, nos volvemos
locos. Con el tiempo, los delirios del hombre desesperado fueron
incrementándose. Por ejemplo odiaba la guerra.
Las noticias del frente lo sacaban de quicio, como si lo asaltara un
negro frenesí.
Los ánimos se terminaron de derrumbar
cuando se enteró, por un amigo, que la tumba de su hijo ya no existía. El nicho
temporal donde estaban sus restos había sido demolido por los invasores
alemanes, para ampliar el cementerio. Sus restos estaban diseminados en una
fosa común.
Alfredo conoció a Elizabeth en
una recepción oficial cuando era diplomático en ejercicio. La hermosísima joven
que estaba acompañada de su madre provenía de una familia muy distinguida de
Orange, Nueva Jersey. Ella tenía apenas 20 años.
Pronto comenzaron a salir y
parecía que se llevaban muy bien. Eran muy afines. Ambos tenían gustos por los
libros, los viajes y la política. Al poco tiempo decidieron casarse en la
Iglesia de San Bartolomé de Washington. Ella dispuso que fuera en una ceremonia
religiosa y él no tuvo ganas ni fuerza de oponerse.
OTRA MUERTE
Adriana recuerda: cuando llegué
al Aeropuerto de la Guardia los dos me estaban esperando. El hizo un aparte y
me pidió por favor que no comentara nada de Felipe delante de ella. Una pequeña
espina se me incrustó en el corazón. Porque Felipe, mi lindo Felipe tenía que
ser negado para guardar las apariencias. No Alfredo, la verdad ante todo.
Nueve meses después de la
tragedia de Alfredo, su mujer murió de
un ataque de asma. La codeína, como remedio, ya no le hacía efecto. Tras el
entierro, la madre de ella llamó a doña Adriana para que firmara unos papeles.
Le donaba parte de su patrimonio. Con esa plata podía editar las obras
completas de su marido y de su hijo. A partir de ese momento, la viuda del gran
pensador ya no tuvo un familiar más sobre la tierra.
El intelectual se desempeñó como
Secretario de la Legación peruana en Buenos Aires, llegando a ejercer como
Encargados de Negocios. Por estas épocas, su padre murió de un momento a otro
de un fulminante ataque al corazón, siendo Director de la Biblioteca Nacional.
Tras la caída de Leguía, lo
acreditaron como Ministro Plenipotenciario en Inglaterra y fue Presidente de la
legación peruana ante la Liga de Naciones. Renunció a ambos cargos durante el
gobierno de Sánchez Cerro.
EN NUEVA YORK
Rehusó estar a las órdenes de
quien fue enemigo de su padre, Luis Miró Quesada de la Guerra, que se
desempeñaba como Canciller de la República, Codirector del diario El Comercio.
No volvió más a la carrera diplomática.
Recorrió los países europeos de
la costa mediterránea y luego parte de Sudamérica: Brasil, Argentina y Chile.
Tras una estancia en Estados Unidos se estableció en París. Simultáneamente se encargo de diversas tareas
editoriales.
Publicó “Elegías de la Cabeza Loca” de
Alberto Ureta en 1937 y “Pensamientos” de Fernando Tola.
Entregó prácticamente su vida a
recoger, compilar, comentar y editar las obras de su padre. Consiguió
lanzar nueve volúmenes en igual número de pulcras
ediciones.
Ayudó repetidas veces al poeta César
Vallejo y escribió un estudio sobre su obra literaria colaborando con su
difusión. Fue invariable compañero de Víctor Raúl Haya de la Torre y cooperó
constantemente con el Amauta José Carlos Mariátegui.
Retornó definitivamente a vivir a
Nueva York. Allí colaboró con diferentes publicaciones como la Revista
Hispánica Moderna de la Universidad de Columbia, donde publicó su estudio sobre el vate humachuquino.
Muchos de sus cuentos, críticas y
pensamientos fueron compilados póstumamente por Luis Alberto Sánchez, bajo el
epígrafe de “Redes para Captar la Nube”.
Según cuenta el escritor, dicho título salió de una frase suya que insertó en un artículo, comentando la
obra del narrador chileno Joaquín Edwards Bello. Alfredo sugirió entonces: “Debería
usted escribir un libro con ese título”. Sánchez terminó dándosele a su trabajo
compilatorio.
Vida dura, vida desesperada. Vida
trágica y en el medio las buenas relaciones de la diplomacia con una constante
creatividad literaria. Los golpes existenciales lo despedazaron y Alfredo se
fue al vacío para siempre. Que tales
vacíos que sufrió. No pudo controlarlos y se fue a la oscuridad de la muerte. (EdeN)
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