miércoles, 23 de noviembre de 2016

DE MILITARES

En el golpe de mano de Noviembre del año 1860 contra Castilla intervinieron hombres de mucho peso y de probadísimo valor y a pesar de lo bien combinado del plan y del arrojo de muchos de los comprometidos, fracasó la intentona.
La razón del complot revolucionario estribaba en el descontento de los liberales por el cambio de frente de Castilla, y en él estuvieron entre otros-casi nadie- José Gálvez, a quien se sindicó como Jefe: Miguel Grau, los Alarco, Ricardo Palma, Manuel Marcos Salazar, Pedro José Saavedra y muchos más.
Castilla demostró tener grandeza de alma, desoyendo las voces calumniosas y canallescas, que en estos casos nunca faltan contra hombres que habían probado su patriotismo, que luego confirmaron en forma culminante y no quiso aceptar las dimisiones que por delicadeza presentaron de sus cargos diplomáticos los hermanos de Gálvez, Pedro y Manuel María.
Ellos se acababan de recibirse de abogados, precisamente el día de la revolución. La reserva se mantuvo de forma estricta. En este golpe de estado hubo una serie de incidentes pintorescos y entre los que más valor sereno demostraron estuvo Pedro José Saavedra, que atravesó la Plaza de la Merced, de la calle de Jesús Nazarenos a Lescano entre un diluvio de balas y como le preguntaron por qué se había expuesto tanto, contestó: “¡Cómo no lo iba a hacer, si en la esquina me miraba don José!”

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Ramon Castilla un politico exzcepcional

MIEDO
Un ardiente admirador del General Cáceres puso el siguiente letrero en una de las calles de Lima: “El General Cáceres nunca tuvo miedo”. Un estudiante probablemente en el mes de diciembre añadió abajo: “Porque nunca dio examen”.
El General Zuloaga tuvo, cuando era Coronel, un asistente apellidado Puco, moreno él y dicharachero y gracioso como pocos. Tenía Puco la costumbre de hablar de tú a cualquiera y cuentan que en una ocasión de servir afablemente a su jefe le preguntó:
-¿Tomarás café o tomarás té?
-Tomaré café contestó el Coronel Zuloaga, viendo que se le daba a escoger. Pero incontinente, Puco le dijo:
-Pues tomarás té, porque no hay café…
Que el General  La Cotera, fue hombre de probadísimo valor personal y de gran arrogancia, es cosa por todos sabida. Pero quizás no sepan muchos es un acto suyo cuando el pronunciamiento del batallón “Guardia Peruana” en 1879, en momentos que La Puerta estaba encargado del mando como Vicepresidente y La Cotera desempeñaba la cartera de Guerra. 
DISPARO
Las crónicas de esos días describen el valor enorme que reveló La Cotera, pero naturalmente no pueden consignar todos los detalles. Entre ellos hay uno particularmente expresivo.
Un señor-cuyo nombre no mencionaremos- disparó contra Cotera, desde el balcón del Club de la Unión que da a la plaza, cinco tiros. El bravo general no lo veía. Volvió La Cotera, sentó su caballo frente al balcón y encarándose con quien supuso que le había disparado le gritó, sin intentar siquiera hacer uso de su arma: ¡“Miserable! Te desprecio”.
Cuando el Contralmirante Montero era jefe de la división de Arica en la época de la guerra, fue a recibir a Grau que tenía menos graduación que él y que acababa de llegar con el Huáscar. Bajaron juntos a tierra y Montero dio el brazo a su gran paisano y amigo.
Grau, que era hombre disciplinado y respetuoso quiso ceder el sitio, de honor diremos, a Montero, más éste con su habitual modo cariñosamente, le dijo: No, Miguel, hoy te toca a ti”.
Cuando el General Mitre vino a Lima gobernaba Castilla, quien dio en honor del ilustre desterrado argentino un paseo a Amancaes. A la hora de escoger los caballos, presentaron al Mariscal, entre otros, uno muy hermoso, pero de mucho brío y nervioso y como alguien observara que era de peligro, dijo Castilla: “Que brío, ni que brío: se trata de un general y general gaucho por añadidura.
El caballo apenas fue montado por Mitre dio un corcovo y arrojó al huésped en pleno patio de Palacio, ante el bullicioso comentario de toda la concurrencia. Parece que Mitre no perdonó nunca a Castilla ni al Perú la criollada de nuestro Mariscal.

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Mitre no congenió al parecer con el Perú

EXAGERACIONES
En materia de exageraciones, pocas más graciosas que la de Joaquín Suarez La Croix refiriéndose a un prólogo escrito por el Comandante Montani, a no sé qué obra de carácter histórico-militar que había escrito.
Leyó el prólogo Montani a su amigo y éste después de escucharlo, se fue a “La Prensa” y ante un grupo de amigos dijo: “Me acaba de leer Alejandro Montani, un prólogo, que juntó a la historia de César Cantú, resulta un telegrama…”
En una comida que le dieron, hace algún un tiempo, a Hernán Bellido hubo una discusión entre un Capitán del Ejército y el poeta José Carlos Chirif, agriándose los ánimos, al punto que el capitán sulfurado y un tanto agresivo por las libaciones, le dijo a Chirif: “Fíjese usted que tengo tres galones”, y Chirif sin inmutarse y cuadrándose se limitó a decir: ¿Y cuántos litros tiene un galón?
El General  Castilla tenía un medio segurísimo de saber cuando un soldado de la sierra se le iba a desertar. Según él cuando la nostalgia indígena era ya incontenible, el indio se ponía a cantar a media voz o a silbar aires de su terruño. Por eso en cuanto escuchaba a algún recluta entonar un huaynito o un yaraví, ordenaba que se le diera veinticinco látigos, porque, como él decía, indio que silba aires de su tierra, desertor seguro.
AYUDANTE
Tenía Ramón Castilla entre sus ayudantes uno especialmente listo y algo petulante, que en cierta ocasión se resintió con el Mariscal, porque no le había confiado una difícil comisión, llegando a decir en son de reproche: “¡Si yo tengo manos para todo!”
Pasaron los años y en la segunda administración del Mariscal, llegó una noche de tertulia a casa del Mariscal el ayudante de marras, hecho ya todo un coronelazo y le dijo con alarmada voz al Presidente: “Señor, en Plumeros en casa de Gálvez, están reunidos ahora mismo los conspiradores”
El General en voz alta, le contestó y muy tranquilo: “Pues ahora mismo también, vaya usted y tráigamelos a todos del pescuezo”, y como observara el Coronel que eran muchos, Castilla se lo quedó mirando sonriente y le dijo: “¿No habíamos quedado en que usted tiene manos para todo?”
Tres peruanos llegaron a alcanzar la alta clase de Capitanes Generales en España en los siglos XVII y XVIII y ellos fueron Vásquez de Acuña, Marqués de Casa-Fuerte, Avellaneda, Marqués de Valdecañas y Pedro Corveto.
En una de las administraciones de Castilla fue este invitado a examinar el Seminario y asistió con su Gabinete. Cuando se presentó el primer alumno, le pasaron la tabla, que así llamábase entonces el programa y Castilla con entonada voz preguntó: ¿Qué es Psicología?.
El Ministro de Educación le susurró alarmado: “Mi General en griego se dice Psicología, a lo que Castilla en voz alta replicó: ¿Psi? Pues el Gobierno no está obligado a saber griego. A ver joven: ¿Qué es Psicología?

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Dibujo caricaturesco de los politicos de la época

MONTONERA
Al General Morales Bermúdez le hacían las visitas de su antecesor y protector el General Cáceres la misma gracia que al pupilo las del tutor, pero como no podía excusarse de recibirlo cuentan que, después de desahogarse a la criolla, daba un golpe sobre la mesa, y decía suelto de huesos al anunciante: “Que dentre”.
El argentino Francisco de Paula Otero que fue General y prócer de la Independencia, formó con grandes esfuerzos en el departamento de Junín una montonera. Hombre activo, enérgico, valiente, contribuyó con eficacia y denuedo a la obra de la libertad, pero no era militar y se improvisó de tal para cooperar a la lucha con los godos.
Refiérese que en cierta ocasión, en Tarma, hallóse con que tenía reclutados más nombres de los que en esa época formaban una compañía y no sabiendo cómo llamarlos y pareciéndolo poco arengarlos como compañía, les grito estentóreamente: “¡Compañón marchen!”
Había en Pacasmayo, no hace muchos años, un peluquero llamado Cedrón, hombre parlanchín y decidor, que había acaparado la mejor clientela, considerándosele como el mejor monda de cocos y rapabarbas de toda la circunscripción.
CABALLERO
Entró un día al establecimiento un caballero bien portado, entrado en años ya, de continente severo y reposado. Cedrón solícito y dicharachero comenzó a atenderlo. Fijóse, el caballero en un retrato colocado sobre el espejo central. Era del General Cáceres, arrogante en su figura enhiesta.
Picóle la curiosidad el retrato y dirigiéndose al Fígaro, le preguntó: ¡Parece que es usted partidario de ese militar? Oir esto Cedrón y declarar su devoción resuelta por el héroe de la Breña fue todo uno y entusiasmándose dijo de su partidarismo, de las campañas en que al lado de Cáceres estuvo  tanto contra los chilenos, como contra el cholito flojo del General Iglesias.
Parece que esta última frase interesó sobremanera al cliente, quien comenzó a interrogar a Cedrón minuciosamente quedando el pobre don Miguel cual digan dueñas, pues Cedrón no c reía ni en lo de San Pablo ni en lo del Morro Solar y mareado por su propia incontenible charla, llegó a afirmar que él, con sus propios ojos le había visto correr más de una vez
Concluyó de servir al sonriente y afable caballero y sacó este de su monedero una libra de oro y la entregó al rapabarbas, que buscó afanosamente vuelto.  Pero el cliente con sencillez le dijo: que no se preocupara y guardase el vuelto como un obsequio por la sabrosa charla que tanto le había distraído. Abrió tamaños ojos Cedrón que no esperaba tanta rumbosidad y quiso conocer el nombre del generoso señor.

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Iglesias y el corte de pelo.

IGLESIAS
Muy tranquilo entonces, dijo éste:
-Guarde eso, mi amigo, en recuerdo del cholito flojo del General Iglesias”
Cedrón casi cae de rodillas, se rectificó, se enredó y según dicen personas que presenciaron la escena, poco faltó para que dijera a Iglesias el bendita sea tu pureza…
Cuando la revolución contra Echenique, el General Mendiburu aconsejaba atacar a Castilla, antes de que éste se reuniese con San Román, de quien Mendiburu tenía alto concepto como militar y por fin, después de muchas meditaciones, el brillante y poderoso ejército de Echenique salió en dirección a Jauja, donde se aseguraba se encontraban los castillistas.
Y así fue en efecto. Pero con asombro de todos, ni Echenique atacó a Castilla, ni éste a aquel. Mientras uno mandó preparar rancho, el otro ordenó lavar los rifles. Y de la noche a la mañana, sin que se llegará a saber el motivo, las tropas del Gobierno regresaron a marchas forzadas hasta Lima, dando lugar a que Castilla, adelantándose a Cáceres en lo del huaripampeo, se uniese a San Román y ganase por estas unión la batalla de la Palma. Pues bien: los limeños, al inesperado regreso de Echenique, lo bautizaron con el gracioso nombre de: “la toma del aliento” (Páginas seleccionadas de las "Obras Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político, José Gálvez Barrenechea.)

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