En los primeros tiempos de la
colonia no fueron muchos los callejones y se explica porque no obstante las
marcadas diferencias de clases, la servidumbre no tenías los caracteres de
independencia de hoy y en cada mansión, y las había inmensas, los criados
tenían su cobijo.
Entre los más antiguos estuvo
aquel famoso de los clérigos, de donde es fama salieron los caballeros de la
capa a victimar a Pizarro. En los callejones primitivos vivían las gentes de la
pequeña industria, plateros, bordadores, tal cual alarife, presbíteros pobres y
plumarios al merecer. Fue callejón famosísimo cuando tenía muy pocos años de
fundada la ciudad, el cual en la calle posteriormente con el nombre de
Bodegones, se llamó de la Requena.
Revisando un antiguo protocolo de
la Beneficencia, encontré que en esa finca de Godoy y a la sazón de herederos
de Francisco de Burgos, vivían a fines del siglo XVI, el maestro de escuela
Pedro Enríquez, autor de comedias y loas en ese siglo, un confitero Medina, un
bordador y un pastelero apellidados Hernández y un zapatero Molina, lo cual
muestra el carácter de casa de vecindad de tal finca.
Puerta de un callejón de la Lima antigua.
Puerta de un callejón de la Lima antigua.
¿QUE FUE?
Con el progreso de la ciudad, el
nacimiento de nuevos barrios, la fundación de parroquias como San Sebastián,
Santa Ana y San Marcelo-en ese orden fueron las primeras- aparecieron además de
los solares típicos, unos cuantos callejones de cuartos, donde vivían personas
de renta escasa.
Fue, tal vez, el callejón la
forma primera de especulación de las casas para habitación. Cuando don Juan
Bautista Vidaurre remató ante el Cabildo, mediado el siglo XVIII, los terrenos
llamados de la Barranca, donde aún permanecían unos baluartes defensores de la
ciudad temblorosa por los piratas, lo hizo con el fin de realizar una especie
de urbanización para gentes pobres.
Construyó varios solares, en
cuyos cuartos vivían artesanos y soldados. Esos callejones debieron ser los
típicamente precursores de los hasta hoy subsistentes. El aumento de la
población y las necesidades de la vida llevaron a los propietarios a explotar
sus propiedades, reduciendo el solar enorme, para edificar a su vez el hogar
para muchos, con su pampón de desahogo.
Por eso fueron inmuebles en Lima
las casas con una comunicación con los callejones por la llamada puerta falsa.
Cuando se abolió la esclavitud, multiplicóse ese tipo lamentable de
construcciones. Es de entonces el crecimiento del género.
Los manumisos, cuando no quedaron
en los hogares cogidos por un afecto hecho de sumisión y de costumbre, fuéronse
al callejón vecino a ocupar el cuarto de cañas y barro, sin papeles ni
revoques, con su corralito polvoriento.
Otro de ellos en malas condiciones
Otro de ellos en malas condiciones
LO QUE TENIAN
Los callejones tenían, casi sin
excepción, su nombre de guerra, su virgencita o sus santos protectores, su
fiesta anual y su portero vigilante, mezcla curiosa de juez arbitrariador, de
jefe de policía y de cobrador personero del propietario. Era el único con el
lujo de hacerse anteponer el Don, hidalgo y señorial, lo cual en muchas casas
llegaba apenas al ño despectivo y empequeñecedor.
Por mucho hayan cambiado las
costumbres, los callejones, siguiendo una ley sociológica de conservación que
se aferra en las últimas capas de la sociedad, son, con muy escasas
diferencias, iguales a los antiguos.
Tienen como los de ayer un
título, pintado o no-eso no importa- sobre el portón carcomido, portero,
fiesta, fiesta, santo. Como el de otrora, es el de hoy un doloroso cuadro de
vida. Mundillo de rencillas y de chismorreos desganándose en las tertulias de
la noche a las puertas de los cuartos o en las mañanas en la hora de suciedad y
de riesgo, propicia por igual a la solidaridad y a la disputa bulliciosa, de ir
al caño comunal con los cacharros desportillados y mohosos.
Pero hay algo en el callejón
desaparecido casi por entero, Antiguamente había en ellos muchísima mayor alegría.
El progreso ha favorecido a casi todos, menos a quienes se ven obligados a
vivir en aquellos lugares incomodos y malsanos.
Antes si quiera no se marcaba,
como ahora, tan rudamente el contraste. La ignorancia servía como de velo
piadoso y el ingenio sencillo a arbitraba ´pintorescas conversaciones. La
fiesta del santo patrón o de la virgencita fundadora, el día de Cuasimodo, los
carnavales, con sus cuadrillas cascabeleras de mascaritas, la temporada
rumorosa y multicolor de los cometas, de aquellas caladas, con celestiales
atributos destinados a defender el nombre de la casa, el festejado onomástico
del portero, los nacimientos. Todo lo que servía para manos hábiles y sencillas.
¡Que belleza!
¡Que belleza!
ZAMBITAS
Se ha vuelto grave y melancólico
el callejón. Se le ha escapado la jocundidad y sólo le quedan la sordidez y la
amargura. En las noches de antaño, las puertas de los callejones se llenaban de
zambitas pintureras.
Ellas oían encantadas las notas
campanillescas de los pianitos ambulantes. Se comía temprano. La llamada prima
noche parecía alargarse y dar tiempo para todo. A las 10de la noche se cerraba
el callejón, dejando un portillo abierto hasta las once y, una vez por semana
siquiera, reinaba la jarana genuinamente criolla, de cajón y vihuela, de
zapateado y cantar, y con pianito ambulante de esos campanilleros y vistosos.
Hoy queda el callejón, el mismo
muchas veces, con su propio nombre, sin ninguna ventaja aparentemente
consoladora. En los cuartos se hacinan las personas como en los corralitos se
entremezclan gallinas y conejos.
Son iguales al ayer las encarnizadas luchas
por el agua, en medio de un escandaloso chocar de vasijas y de palabras
gruesas, los pleitos entre las vecinas, las quejas contra el propietario, la
falta de higiene, el desamparo y el descontento triste, preñado de rencores.
DISCULPA
Muchas cosas se han ido y no
debieron irse. En cambio se han quedado, desposeídas de su gracia y de su
ingenuidad, muestras de incuria. Y no debería ser así. Los callejones de antaño
con ser antihigiénicos como los de hoy, podían tener la disculpa de su baratura
y de su relación con el nivel cultural de la ciudad y gozaban de amables
compensaciones relativas.
Esta estampa de Lima, si debiera
irse para siempre y entre las ordenanzas de útil y saludable progreso social,
tal vez pocas tanto se imponen, por necesidad estrictamente humanitaria, como
las que tiendan a extinguir esos albergues miserables donde ya no queda sino lo
doloroso, lo sucio y lo descolorido. (Páginas seleccionadas de las "Obras Completas" que
pertenecen como autor al consagrado escritor y político, José Gálvez
Barrenechea.
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