lunes, 22 de octubre de 2018

VERHAEREN Y BARBUSSE

¡Verhaeren! Su nombre extraño y sonoro encabeza esta semana veinte sinceras elegías en los periódicos. Porque se va el inmenso poeta, el patriota desgarrado y vigilante, sin ver su patria libre. Muerte trivial, si la muerte pudiera serlo jamás. Devuelta de una conferencia en Rouen quiere, apresuradamente, tomar el tren en marcha. Vacila, lo tritura el carro que asa y concluye en fait divers la vida más colmada. Sus últimas palabras pueden resumirla: “Mi patria, mi mujer” …
Eran los amores abnegados de aquel gran amador. ¿Recordéis sus versos de las Horas Claras, cuando el poeta jadeante de las fuerzas tumultuosas ensaya, titubeando, bisoño a veces- porque no era la Silvana flauta su instrumento- la más singular canción de amor?
“Yo merecía tan poco la maravillosa alegría de ver mi sendero iluminado por tus pies, que permanezco tembloroso, casi llorando y humilde para siempre frente a la felicidad”. Como en la Biblia salía en la dulzura del fuerte y en la boca del león se halló un panal. Fue aquel un deslumbramiento de Vulcano, rudo y encantador en su evasivo madrigal. El poeta amó a su mujer como a su patria definitivamente.
¡Su patria! ¡Con que fervor la había querido alabado y magnificado en veinte libros! Su obra entera equivale a un museo flamenco. Allí están las llanuras doradas con sus labradores de Teniers, allí los molinos madrugadores que preparan la buena harina, las viejas de cofía y los abuelos morenos como la tierra, todo el sosiego operante de aquel pueblo de paz.

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Emile Verhaeren: eminente poeta

AROMA
Pero también su vigor y a lo Rubens, su alegría de kermesse, su optimismo batallador y fuerte que es el aroma vital de aquella tierra pingüe. Sólo en ella tal vez pudo cumplirse este programa que pusiera Verhaeren como epígrafe al más turbulento de sus libros: “Sumergirse hasta perderse en la vida contradictoria pero embriagadora! En su corazón se dijeron los más exaltados: “Partamos, sin embargo, con nuestras almas insatisfechas, puesto que la fuerza y la vida están más allá de las verdades y los errores. Toda la vida está en el ímpetu.
Se equivocaron quienes sólo vieron en Bélgica la inanimada Brujas de Rodenbasch, entumecida bajo campanas medioevales que recuerdan cada hora vuelos de almas y suaves tránsitos de beguinas. En Bélgica se hacen encajes, pero se favorecen maquinarias. Hay calvarios góticos y molinos en las encrucijadas de las campiñas.
Catedrales bordadas como los encajes de Malinas, con el inciencio antiguo de las admoniciones. Pero 50 chimeneas de usina, enfrente, evocan el trabajo del hombre, el pan de cada día que ya no se mendiga con plegarias.
Y fue Verhaeren el cantor de esta obscura multitud redimida por el trabajo. Quedaban huellas de las rapiñas grandiosas, de los claustros alucinados de todo el negro ayer. Pero la justicia está en marcha y llegará. 
TEMA
“Yo soy, dijo Verhaeren, el hijo de esa raza cuyos cerebros más que los dientes son sólidos y son ardientes y son voraces”. Cantaba como Whitman el ferrocarril, el steamer, el afán de la bolsa. Las “fuerzas” del presente como la gestación del porvenir que el poeta presentía magnifico fueron el tema cordial de aquella lírica insubordinada y novadora, de versos largos, breves, vertiginosos, con rimas pertinaces de yunque, con censuras bruscas como gritos, con sus melancolías de dos sílabas. Que ya desecha y domina el reciente júbilo imperioso de una nueva frase interminable.
Nadie ha escrito mejor la Ilíada de la fraternidad. En la alegría contagiosa de sus versos había sobre todo un amor comunicante. El poeta era apóstol. Y cuan penoso para el apóstol es el deber de odiar a los gentiles.
En el prólogo de La Bélgica Sangrienta nos ha contado Verhaeren su tragedia. El había creído en Alemania. Amaba a Alemania y era amado allí. Su discípulo preferido, un alemán, escribió el mejor evangelio de la vida del maestro. Y bruscamente, interrumpiendo el sueño, las autoridades de Lieja y de Lovaina, el inventario del error que es el Libro Belga. Quedó aturdido y sin esperanza como un Quiijote derribado.
¡Con cual fraternal veneración me hablaba del Quijote el año último, cuando fui a pedirle sau opinión para mi encuesta de El Imparcial de Madrid, a su casita de Saint Cloud! Hallé a un hombre sencillo en una mansión sencilla. Las manos robustas de forjador, los mostachos frondosos, todo evocaba al obrero. Sólo los ojos eran de visionario. Y el visionario me dijo, recordando a su hermano manchego:
-También hay molinos en mi tierra.

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Escenas de la época.

EL POETA
Pudo agregar que se parecía la aventura. Malos encantadores disiparon los sueños de la fraternidad y todo fue historia de yangüeses que marchaban al “paso de ganso”. Sólo le quedaba la triste abnegación de aborrecer. En versos admirables, el poeta maldijo.
Pero el apóstol estaba casi viejo, temblaban las manos al conjuro, cerraba mal el pñuñ{o habituado a bendecir. Y se va, en la catástrofe del mundo, sin ver la aurora de justicia sobre su tierra mártir.
Con él desaparece el más alto representante de aquel obstinado idealismo que, patéticamente, cada noche esperaba una definitiva aurora de bondad para el pobre mundo. Esta guerra desmiente a los soñadores. Pero los soñadores continúan. Y parece una linda réplica a ese desdén alemán, por cuanto no es actividad inmediata y energía desnuda, elsalón que inaugura dentro de pocos días el Boletín de los Ejércitos.
Los soldados que allí expondrán sus cuadros han podido combatir y pintar. El arte es su refugio. Como Goethe, saben mirar con serenidad desde el vivaque. La idea es encantadora y casi subversiva porque este no será un salón como los de antaño, con su academismo intolerable, sus kilómetros de pradera artificial o de ribera bretona, los mismos barcos venecianos del año pasado, idénticas evas,
con manzana o sin ella, pero desnudas siempre.

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Retrato preciso

NOVEDAD
Será la verdad de la guerra el tema general de este salón. Serán sólo soldados los que exhiben. Y esto va a darle novedad y alcance singulares. Desde los primeros meses de la guerra vimos pintores de imaginación deslumbradora que retrataban, sin moverse de París, aspectos de ataque y de ambulancia.
Otros fueron a la línea de fuego prudentemente y de prisa. Con ellos nacía también, en las letras, una legión de Tartarines.  De dos días de excursión a las trincheras salieron trescientas páginas. De un viaje al frente, una exposición de cuadros.
A veces ocurría que el literato y el pintor de chic-como se dice en jerga de taller- falsificaban. Su guerra no era esta guerra. ¿Quién podía saberlo? Los “peludos” están lejos como el mentir de las estrellas. No tienen tiempo ni ganas de quejarse. Pero un día el Boletín de los Ejércitos abre una encuesta para preguntar a los soldados en cuáles obras recientes se ha interpretado mejor su vida. Y desde las trincheras todos, o casi todos, escriben:
-Los famosos “relatos de guerra” no se parecen en nada a nuestra vida.
Y cuando algún soldado literato tenía al fin vagares, como Barbusse, para contar sus horas trágicas, sus noches de lodo y metralla, la descripción no coincidía con el heroísmo fanfarrón de “los queridos
maestros”.

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Portada y libros

SORPRESAS
Tal vez va a ser idéntica la moraleja de esta exposición. Adivinamos ya sorpresas. Provocarán sin duda estos soldados el semi escándalo que provoca El Fuego del teniente Barbusse, laureado ayer con el “Premio Goncourt”.
Es obra se soldado y de poeta, un soldado singular que aborrece el combate, pero gana la cruz de guerra. Un poeta que ya no escribe versos. No los escribe el cantor de PLeureuses porque bajó al infierno humano y nos contó su excursión en un admirable libro.
La guerra podía revelarle un “circulo” más terrible. Y desde los primeros días se enroló voluntariamente. En El Fuego, que es su diario, nos cuenta hoy-como un viajero infernal—y ya sugiere a Dante- la pasión humilde de su tropa en los fangosos círculos del averno terrestre.
No son sus soldados los mosqueteros insensibles y burladores que obtienen éxito en los periódicos. No bendicen la guerra, como esos doctrinarios a la de Maistre que están “organizando el desquite” desde el cuartel de invierno de Paris.
La maldicen porque la padecen. Laven de cerca con su tedio inmenso, con su miseria, con su lodo, ese lodo universal que penetra hasta el alma. Su heroísmo ya no es la excepción luminosa de una hora bajo el sol de Austerlitz, sino una costumbre sombría.
Algunas veces ríen, por supuesto, estos soldados, y hay grandes hogares de burlas en los vivaques. Pero llega la noche de invierno tan larga, ¡y el alba es tan remota! El alba se titula el más angustiado capítulo de este libro
En su calvario subterráneo unos cuantos hombres hablan. Cada cual está sólo con su pena y su condena. Es la hora intolerable del abandono en que circula el vino como un cordial de hiel y de vinagre para ayudar a bien morir.
Y la canción cordial de estos galeotes, la voz de todos, es idéntica. Todos han resuelto en su corazón, como Barbusse, hacer la guerra desesperadamente, definitivamente, para que sea la última. (Editado, resumido y condensado del libro “Obras Escogidas de Ventura García Calderón”, destacado intelectual peruano que, con sus estudios, rescata los orígenes culturales de este país. Nació por un azar patriótico en Paris, retornó al Perú donde estudió. Posteriormente volvió a Francia en 1905 salvo cortos intervalos por aquí, Rio de Janeiro y Bruselas hasta 1959 en que murió, siempre habitante de la ciudad luz)

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