martes, 2 de junio de 2020

EN BELGICA LIBRE

El tren diplomático que nos lleva a Bruselas recorre campos de soledad, collados mustios como la Itálica del poeta. En las ruinas de la ciudad de Dixmude, segada al raso por el cañón, avanza lentamente, como un cortejo fúnebre, por la alameda de este vasto cementerio rural. Las “marmitas” abrieron zanjas profundas que la lluvia ha colmado y bajo el cielo fuliginoso relucen, hasta el extremo horizonte, los pozos amarillos que son tumbas.
Sólo algunos árboles deshilachados se mantienen erguidos, obscura vanguardia de la noche. En casi todo el cañón ha cercenado las ramas como brazos y aquellos muñones vegetales contra el cielo de invierno son de una melancolía intolerable.
Pero ya por cureñas y por tanks, derribados en medio de los campos, vamos siguiendo el lento episodio de la batalla. Allí, en esa estación desmoronada, cada pared, cada techumbre, fueron jalones de la enorme fatiga. Al pie del árbol sin nidos estaban de rodillas los últimos guerrilleros en retirada. Esa locomotora es un reducto. Ese montículo, un osario…
Mientras tanto algunos compañeros de viaje preparan una partida de póker. Pero otros viajeros más románticos nos quedamos fumando hasta Brujas, un melancólico cigarrillo. Brujas, veinte minutos de parada.
 ¡En el automóvil que nos lleva a Bruselas nos sorprenden agradablemente las ciudades iluminadas y rumorosas! Gente desaparece bajo banderas. Bruselas nocturna esparce el ánimo cuando se llega del París mortecino de la guerra. Todo el pueblo está en la calle cantando Barbazonas y Marsellesas. Allí se repiten los consejos parisienses tan espontáneos, tan simpáticos de poilus y chiquillos y mujeres desmelenadas y banderas.



La bella ciudad de Bruselas.

PASCUA
Durante ocho días he asistido a esta pascua florida y empavesada… ¡Qué importa que cueste cuarenta marcos-porque dejaron los alemanes su moneda- un sobrio almuerzo de estoico y ochenta marcos un sombrero de viaje! La alegría ha resucitado con las campanas, después del largo viernes de dolores.
Y los mismos que ríen, los mismos que encabezan el festival os cuentan las horas negras: la brutalidad del oficial que exigía, con grandes risotadas, del anciano magistrado que olvidó saludarlo, cincuenta venias de desagravio. Las exacciones inútiles, la multa cotidiana, la insolencia cuartelarían, todo el horror de la ocupación que sin embargo no mellaba los ánimos.
¡Qué digo! Nunca la swanze de Bruselas, equivalente a la blague de París, tuvo más ocasiones de burlona venganza. Los chiquillos, sobre todo, esos pilluelos de gorra sucia y colilla de cigarro en los labios, que ahora nos vendían en la calle la Independencia o la Libre Bélgica, organizaban fisgas pintorescas en el barrio popular de Marolles. Avanza un día un regimiento de niños hasta el Palacio de Justicia en correcta formación militar y ya un oficial alemán que pasa se entgernece:
-Serán más tarde-murmuran-buenos soldados de Alemania. 
FUGA
Pero el capitán de la menuda tropa se detiene frente al enemigo que los mira, vocifera en voz de mando Nach París y bruscamente todos retroceden fugando. La carcajada infantil y el rostro iracundo del alemán hacen reír todavía a los belgas. Las personas mayores volvían el rostro para no ver a los sayones o cambiaban a media voz una adivinanza: ¿Qué diferencia existe-se decían entre un civil y un militar alemán? Que el civil puede ser militarizado y el militar no puede ser civilizado.
Naderias, me diréis, pero que mantuvieron, como la blague en las rincherasa, el ánimo siempre tendido para la resistencia de cuatro años. Y en cuatro años-mirad que es plazo largo- no se había fatigado la esperanza. Del mundo no llegaban otras noticias que las que dejaban filtrar los diarios alemanes o las que podía conseguir clandestinamente la Libre Bélgica que provocaba los furores del invasor.
Sólo por el avión tardío de alguna noche tormentosa se sabía que la resistencia continuaba, que la guerra no había terminado. Y en el rostro enflaquecido, en los ojos agobiados de Roberto Payró, el eminente literato argentino que padeció persecuciones por la más noble causa, he adivinado el esfuerzo y la angustia de esta invencible esperanza. A él también porque era testigo y no callaba, porque contaba hidalgamente su indignación en un diario bonaerense, quiso tratarlo justicia del invasor como a un simple belga.

Soldados alemanes tienen que esperar más de un año para recibir ...
Soldados de Alemania.

SEMBLANTES
Otros dos semblantes no olvidaré mientras vivía por su armonía mística: los del Rey Alberto y el Cardenal Mercier que vi en la Catedral, en la misa solemne por el reposo de los muertos. Angustias de un santo amor, el de la tierra mártir, los han esquilmado como un cilicio. Ya no cabrían en el cuadro de una kermesse sus rostros que el Greco pintaría.
El Arzobispo y el Rey eran dos cenceños compañeros de una misma vidriera gótica, dos pálidos santos de una mayúscula de becerro de oro que acababan de resucitar y de animarse en los altos ventanales de Santa Gúdula. Con la mitra blanca y el cayado de oro, el Cardenal vestido de soldado el Soberano, inclinaban ambos, colmo en la ojiva dela vidriera, la cabeza cogitabunda sobre las manos que ofrendan o bendicen.
El uno, anciano, había detenido algunas veces con su firmeza persuasiva los barbaros. El otro, joven y animoso, los había castigado en la batalla. Y al salir de la iglesia callada al tumulto de la música y los vítores, me pareció que estos dos hombres llevaban consigo para siempre como u una aureola mientras su pueblo renacía a la vida, la tristeza de no poder olvidar jamás. (Editado, resumido y condensado del libro “Obras Escogidas de Ventura García Calderón”, destacado intelectual peruano que, con sus estudios, rescata los orígenes culturales de este país. Nació por un azar patriótico en Paris, retornó al Perú donde estudió. Posteriormente volvió a Francia en 1905 salvo cortos intervalos por aquí, Rio de Janeiro y Bruselas hasta 1959 en que murió, siempre habitante de la ciudad luz)

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