Si llueve-y llueve siempre en ese
clima nórdico- evocamos las gotas del hisopo sobre una tumba. Los cirios de las
iglesias desoladas se han consumido de llorarse como en la estrofa de
Rodenbach: los cisnes son las “barcas del claro de luna y góndolas de seda” que
se deslizan por el cauce del verso ilustre.
Así lo habíamos soñado como a
Venecia. Pero Venecia es sólo un palacio interrumpido por canales, un palacio que
un rey bárbaro y suntuoso ordena incendiar todas las tardes. En el incendio
arden sin duda las paletas de sus pintores porque la ciudad entera se arrebola
como una madona de la academia, color de labios tienen las velas del Gran
Canal, está dorado el mármol como los rostros y el cielo es tan azul como los
mantos. Pero Brujas pintada con ceniza y negro de humo es una tela de Carriére.
Así lo había yo soñado provincial
y malsana, con sus menudos cafés cuyas estampas amarillas reproducen, como un
espejo agobiado por los años, el cuadro actual de la vieja de cofia junto a la
chimenea alta y morena, con sus espejos exteriores-periscopios de sus almas
submarinas- para captar los vaivenes de la calle, con sus beguinas de manto
negro y sus conventos húmedos como cárceles, con sus estanques sin arrugas que
duplican la desnuda geometría del árbol y el color turbio de la hora.
La belleza de Venecia
La belleza de Venecia
SU POESIA…
Se diría aquí que las almas son
más lentas, se diría que los corazones adquirieron un ritmo de canales donde se
han amortiguado las lejanas convulsiones del mar. Otras ciudades de vastas
perspectivas distraen el ánimo del turista: pero ésta de horizontes limitados
por agua, de calles con canales como cuartos circundados de espejos, ofrece al
alma prisionera el triste esparcimiento de mirar en si misma
¿No es toda Brujas como el examen
de conciencia de un espíritu inquieto y reticente? Su irrealidad, su poesía
provienen de este espejismo perpetuo puesto que el mundo reflejado no puede ser
monótono. Todo es posible y verosímil como en los sueños, cuando las nubes
bogan con los cisnes por la misma ruta liquida y basta un soplo de brisa para
que la flecha de la iglesia se quiebre en curvas delicadas.
Pero en el crepúsculo temprano se
transfigura este hospicio de poetas que pudiera ser Brujas la Muerta. La ciudad
es un poema de Rodenbach lleno de raras y dolorosas imágenes. Una bruma sutil,
empapada de oro, volatiliza los contornos de los solemnes edificios monásticos:
la tarde suelta las amarras del mundo como una barca empavesada en un canal y
se va llenando hacia la noche todas las cosas blancas que adoraba el poeta,
hostias y lirios, cisnes y corderos- ¿No están allí, en las góticas ventanas
encendidas, los convalecientes de su poema?
Brujas una ciudad de cuento.
Brujas una ciudad de cuento.
AGONIA
¿No flotan aún en el canal, como
en su estrofa, las cabelleras de las ofelias; Por lo menos el celeste campanero
está despierto, y sobre la agonía de la ciudad en que transitan almas blancas
en pena de esta vida, las campanas empiezan a repicar deliciosamente[U1]
como una promesa del alba.
Tal vez por la mañana, al tomar
el tren, el prestigio de la ciudad se desvanece. Malos consejeros son los
poetas, brujos taimados que tejen la realidad humana, como quería Shakespeare,
con la misma tela que los sueños. Por eso no me asombró mucho cuando un
compañero de viaje se obstina en repetirme que Brujas está viva.
Ya verá usted-me dice- como la transformaremos
pronto en un gran puerto de mar, donde no amarren ya barcos fantasmas.
Desterraremos a los cisnes porque la navegación a vapor no sería posible con
ellos. Claro está que conservaremos el “beguinaje”, pero le pondremos delante
un torniquete para hacer pagar un franco a los viajeros.
Y casi quedo convencido por el
tremendo futurista, porque me hace notar que, si la ciudad sólo hubiera sido
una hermosa difunta, no hubiera manifestado bajo la invasión el alma heroica.
Sus rudos habitantes que fuman en las puertas, como en los cuadros de Van Eyk y
de Memling, la renegrida pipa lenta, se prepararon a defenderla bien. Una
ciudad de poetas se hubiera contentado, quizás como escribir, como Rubén, su
protesta “sobre las alas de los cisnes”.
La misma urbe que pertenece a Bélgica.
La misma urbe que pertenece a Bélgica.
LA GUERRA
MI compañero me sorprende
entonces describiéndome la fisonomía de una bélica Brujas que no pudo presentir
Rodenbach. La guerra animaba las calles de agosto por donde la multitud, ayer
silenciosa, iba gritando Leve Belgie. Rodaban los “camiones” de guerra junto a
canales eucarísticos.
Antiguos guardias civiles que no habían
recibido su uniforme, recorrían las calles vestidos de levita, con una
cartuchera y un fusil. La imagen de Nuestra Señora de los Mercados ostentaba
una ancha faja tricolor. Solo los cisnes poetas egoístas, continuaban enarcando
en su canal el cuello lánguido.
Esto fue ayer. Pero después de
los horrores de la invasión, la ciudad reanuda su sueño entumecido de bruma.
Sin duda se burlaba mi compañero de viaje futurista. No, Brujas continúa siendo
lo que fue. La prueba acabo de leerla en la vieja puerta Marechel, en un
cartel. Allí se pide a los vecinos que obsequien objetos de bronce para fundir
con ellos una campana conmemorativa de la liberación. Es encantadora noticia
que esta libertad no signifique una vulgar estatua municipal, sino una campana
más.
Repicará los maitines y los
ángelus, será una nueva nota en el concierto de las horas iguales, ayudará,
vespertina y clara a bien morir a los vecinos que escuchan temerosos salir de
los canales, como uj mensaje de otra vida, el lamento de las “campanas
ahogadas” de su poeta. (Editado,
resumido y condensado del libro “Obras Escogidas de Ventura García
Calderón”, destacado
intelectual peruano que, con sus estudios, rescata los orígenes culturales de
este país. Nació por un azar patriótico en Paris, retornó al Perú donde
estudió. Posteriormente volvió a Francia en 1905 salvo cortos intervalos por
aquí, Rio de Janeiro y Bruselas hasta 1959 en que murió, siempre habitante de
la ciudad luz)
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