viernes, 31 de marzo de 2017

LITERATURA PERUANA (III)- 1534-1914

Cuando ofrece amor, le piden 100 pesos para un faldellín. Cuando después de mil demoras le descubren el rostro, Terralla aprenderá también que las “caras son caras”, como él dice. Y las madres conscriptas del arte del gorroneo”, le dejan melancólica acidez. Salud y dineros pierde en su bisoña galantería. La salud la restablece en 1792 en el convento de los padres belethmitas. El alma no la puede aliviar. Y su despacho está exhalado en el largo romance Lima por dentro y fuera publicado con el seudónimo de Simón Ayanque, que tuvo tantas ediciones en el Perú.
Escribió además un libro pronto olvidado: Lamento métrico general, llanto funesto y gemido triste por el nunca bien sentido doloroso ocaso de nuestro augusto monarca Don Carlos  III (1789) y El Sol en el Mediodía (1790) donde celebra en prosa y verso los festejos celebrados en Lima por el advenimiento al trono de Carlos IV, obra como la anterior forzada, chabacana y aduladora.
Cuando olvido la lisonja y sólo quiso vengarse escribió su obra durable, la que había de leerse muchos años después, quizás por el duro tono: su Lima. Esta le ha merecido toda suerte de censuras que no comparto.
“Hacinamiento en chocarrerías de mal género” la llama Palma. Que Terralla escribiera sólo la versión pesimista de sus días de mal humor. Que recargara el cuadro perfectamente. Pero bastan testimonios de viajeros paras probarnos la voracidad de la pintura. Lejos estaba de ser un paraíso de santidad nuestra colonia.

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El famoso libro de Simon Ayanque.

DESCANSOS
En diez y siete descansos. Le va advirtiendo al amigo que pretende venir a Lima los peligros de la ciudad y a sus devaneos. Es un lazarillo de españoles caminantes y una guía completa de pecadoras.  Su objeto, dice el lector, “es imponerte a fondo las costumbres, usos e inclinaciones de las gentes que habitasen la ciudad llamada de los Reyes”.
 Son gentes a quienes no quiere bien. El “pobre infeliz extraño” ha sufrido  las emboscadas de las sirenas de los portales de las emperatrices del sexto”, de aquellas mulatas vendedoras de  la plaza destinadas al comercio/las unas al de la carne/las otras al de los mesmo.
De estos romances, como de un paseo del Diablo Cojuelo, surge el gracioso misterio de la ciudad, con sus españoles peripuestos de capa de grana y gran chambergo. Con sus hipócritas y sus beatas, “que por tabaco o por mate inventarán dos mil cuentos”.
Con sus mulatas insolentes que alternan en gala y atavío con las señoras.  Con sus viejas de siglo y medio, que fingen estar en cinta  y “usan barrigas postizas para ir la edad encubriendo”. Con sus pobres maridos bicornutos, con sus médicos mulatos y ostentosos, que van en buena mula sobre silla de plata. 
AMOR
Con sus mujeres, en fin, con sus mujeres a quienes alternativamente adora y aborrece. ¡Cuán ingenuamente “se entregó todo al amor”! como él confiesa. “Tapadas entre cortinas y a veces con barbiquejo, le sedujeron. Son de bellísimos cuerpos/con las almas de leones,/todo remilgos y quiebros/todo cotufos y dengues/todo quites y arremuescos.
Su encantador artificio, su cuerpo emboscado, su andar tunante, le fascina y le irrita. Aconseja vivir a lo  filósofo, pero es después de haber adorado a las madamas. Las ha seguido cuando van por la mañana a comprar velos o encajes, tan seductoramente bribonas, que “los babosos tenderos se enternecen y no cobran.
Ha escarmentado su falaz amor avezado a los petitorios o sus ceceosos fingimientos: Jesús que gacia! Le dicen ¿Amod yo? Quéame vmd, caballedo, que nunca supe queded… Huyendo del “mundo, demonio y carne” quiero solo morir y otorga en verso su testamento, añadido como epilogo al curioso libro. Este y las adivinanzas, que tanto éxito tenían en Lima mantuvieron su reputación por muchos años.
Del mismo espíritu que Caviedes o Terralla es el Ciego de la Merced, Fray Francisco del Castillo (1714-1770) cuya gracia, a veces chusca, se manifestaba en coplas de pie forzado y libertina audacia.

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La Lima de la época.

IMPROVISADOR
 Era un prodigioso improvisador. Como más tarde el padre Chuecas, tuvo debilidades amorosas compartibles en Lima con el hábito. De sus impromptus quedan sólo los que conserva la  tradición oral y que recogió Ricardo Palma
La sátira a Jesús Nazareno dará ideas de su incisivo talento: Estos frailes, buen Jesús, se vistieron de librea/sin duda porque se crea/que mereciste la cruz. En fin, a fines del siglo escribe su singularísimo Lazarillo de ciegos caminante (1773) un realista más descarado que Terralla y Castillo, Calixto Bustamante Carlos Inca, alias Concolocorvo.
Aquel cuzqueño picaral,  que decía en las primeras páginas del libro, como cualquier Estebanillo de Madrid esta frase famosa  en el Perú: yo soy indio neto, salvo las trampas de mi madre, de que no salgo por fiador. El Lazarillo no es novela picaresca, sino el itinerario de un viaje de Buenos Aires a Lima, un relato somero, ingenioso y tunante.
Con el siglo XVIII ha  comenzado el más grande esplendor limeño. Vida y cultura llegan al ápice. El viajero Frezier, el más ilustre de cuantos vinieron por entonces a América, nos llama en 1713 “un pueblo carnal” y se asombraba de nuestro amor a los beaux dehors. 
CREACIONES
El viajero Durret, en 1720 habla de la Alameda de los carruajes de las limeñas en cuya portezuela madrigalizan amantes, como de un  espectáculo versallesco. Más tarde los padres Sobreviela y Barceló hallaron “actores dignos de las escenas de Madrid y Nápoles”, se pasmaban de los suntuosos festines y corridas que ofrecía el nuevo doctor de universidad.
Esta,  que sólo fue su origen un seminario, crea poetas y sabios. A pesar de las severas consignas del  Santo Oficio, una inquietud se inicia en el pensamiento. Tarde llegan noticias y libros. Pero vamos a tener enciclopedistas.
¡Ah! Lo son como Peralta y Olavide, apenas heterodoxos, condenados a arrepentirse a cada paso si quieren vivir en libertad. Su audacia intelectual parecía mezquina allende. Pero ya muestran que ha llegado al Perú el fermento de universales curiosidades, lo que llamará diletantismo el siglo próximo.
Peralta poetiza en francés. Olavide inspira a Marmontel y a toda esa serie de libros artificialmente peruanos, cuando Lima como Amsterdam o Pekín, fue un lugar distinguido para fechar libros galantes. Uno y otro sienten la urgencia de acaparar disciplinas humanas.
A través de los libros Peralta, a través del mundo y de las ideas Olavide, viajan infatigablemente. Su curiosidad es más intelectual que sentimental, por donde serán sobre todo filósofos. Y sólo cantan porque escribir versos parece entonces un arte añejo al saber.



La obra de don Calixto Bustamante.
ERUDITO
Pedro Peralta Barnuevo Rocha y Benavides (1663-1743) es el portento del coloniaje, el erudito y poliglota de fama europea, cuyo saber y pedantería asombran por igual. “En el inmenso mar de la erudición, dice un autor de la época navega a todos vientos”
Lo ensalzan sus coetáneos, porque se ven reflejados en él. Como ellos, es Peralta un catedrático extraviado en la literatura. Disciplinas sin cuento,  astronomía, música, jurisprudencia, matemáticas, no colman su universal curiosidad. Habla ocho lenguas, o mejor dicho en culta latina, ocho idiomas son los que abren otras tantas bocas al caudaloso Nilo en su ciencia
A la literatura vuelve siempre. Como a rector de la Universidad y a “fénix americano”, le corresponde escribir esos “carteles de certamen” que reúnen la pompa verbal, la hipérbole académica, a la más arrodillada cortesanía.
Es una ley inalterable del reino de las letras, dice él, ofrecer los trabajos a los grandes hombres”. El “nuevo héroe de la fama” el “Júpiter olímpico” son veniales elogios de virrey para este doctor áulico. Su pluma está al servicio de quien gobierna. 
POEMA
Al Virrey Morcillo, que tantas burlas merece en Lima, lo defiende enconadamente y vemos asombrados un día que el grave rector escribe un poema en “celebración del maravilloso tiro con que el príncipe (Caracciolo) dio muerte a un toro que acometía al puesto donde está la princesa.
Los virreyes premian con su favor a los ditirambos. Peralta es su consejero lírico. En la célebre Academia de uno de ellos, el marqués de Castel-dos-Rius, rige y legisla el mal gusto del  ambiente.
Singular y simbólica figura la de este académico nato. Su capacidad de leer los modelos literarios en ocho lenguas. Su afición al sobrio Corneille, de quien traduce Rodegunda. Toda su enorme cultura gravita, en vez de servirle, cuando quiere escribir por cuenta propia. ¡Ah! ¡Si se limitara a compilar. Si solo pretendiera escribir obras como La Historia de España Vindicada. Pero el es poeta sobre todo.
La inspiración le falta, si no el ánimo. Y nunca se vio mejor la distancia del profesor al lírico. Más no juzguemos que el saber le impide escribir con pluma leve. Este enciclopedista no se parece a los de Francia.  ¿Quién disputa la universalidad y el don literario a Voltaire? Peralta lo aprende todo y no se apropia nada.

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Pedro Peralta Barnuevo: erudito y políglota.

POEMA
No examino aquí las numerosísimas obras de nuestro autor, ni siquiera las puramente literarias: “Lima Triunfante” (1708), “El Júpiter Olímpico” (1716) “El Teatro Heroico” (1720), “El Templo de la Fama Vindicado” (1720), “El Cielo en el Parnaso”. “Las comedias Triunfo de Amor y Poder” (1710), Afectos vencen finezas. Las loas perdidas, las traducciones, dos tomos inéditos de obras poéticas liricas y cómicas, un “Panegírico del Gobierno del Conde de la Monclova”, romances de mil coplas anunciados éstos en una lista de manuscritos para imprimir.
¿Qué más?  Siempre habrá sorpresas. Si según el proverbio sólo se presta a los ricos, a este millonario en imágenes culteranas se le concedía fácilmente la paternidad de la obra incierta. Su más seria tentativa, la única plausible, es el poema heroico “Lima Fundada” (1732).
Desde las primeras páginas admiramos la ceguera de sus contemporáneos. Pedro Bermúdez de la Torre, que juzga el libro del “Virgilio español” alaba la “invariable continuación de sus aciertos” y reputa por “octava maravilla cada estancia”
El Padre Torrejón exclama: “Tu canta más parece encanto”. Angel Ventura Calderón, de quien leemos curiosas poesías en “La Flor de Academias”, nos asegura que “oscurece Peralta de Homero y de Virgilio la memoria”. Miguel Mudarra de la Serna Roldán cierra el coro elocuente y merece transcribirse su soneto: 
ESCAPE
Heroico numen  de inmortal empleo/que un mundo ilustra, cuando dos describe,/pues Minerva excedida se percibe,/sintiendo vano el émulo deseo./Del luciente Zenith rayo Phebeo/vital, que comunica lo que vive,/ tu pluma es que el sol baña y luz escribe,/transformado en dichoso Prometheo./ La dulce  Lyra y la elegante Historia/te adora Numen, te venera Apolo, español Livio, si Virgilio Iberio:/así se ve que a Lima das tal gloria,/que puede al ilustrar el Austral Polo,/a dos orbes vencer un Hemispherio.
Tales elogios hacen sonreír y, sin embargo, Lima fundada es el mejor poema épico de todo el coloniaje peruano. Un verso bien timbrado sorprende a veces. No siempre confunde la epopeya y la historia. Hasta parece que olvidara a ratos el cuidado ornamental  de su prosa ensortijada
Hasta la publicación de Pasión y Triunfo de Cristo (1738) escapará  Peralta a la Inquisición. Y ciertamente aún mirando con severo criterio, no se descubre audacia heterodoxa en ese libro de meditaciones pías, como los manuales de Kempis o de Fray Luis
Pero la cultura de Peralta inspiraba recelos y, para los severos,  el pensamiento en un seglar era  sospechoso. ¿No está todo en la Biblia? Parecía que difícil que Peralta tan cortesano, tan halagüeño, se malquistara con nadie. Además los más santos propósitos inspiraron el libro. A pesar de todo fue acusado Peralta en 1739.
Achacosa y envejecido, recobra un instante su energía  para defenderse en una satisfacción de las dos proposiciones que se han notado en el libro intitulado “Pasión y Triunfo de Cristo”, de las dos frases tachadas: “Oh mortales como, aunque fueseis vosotros otros Cristos, nunca pudiereis corresponder a lo que debéis y “un  Redentor en traje de expirante sin la muerte”.
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Uno de los documentos más antiguos.

EMBUSTERO
La sutileza escolástica encuentra aquí los más grandes barruntos de herejía. Del conjunto de culteranismos bien intencionados y piadosos-añade Riva Agüero de cuyo libro “La Historia en el Perú” tomo estos detalles sobre Peralta- extrajeron con saña indecible un montón de proposiciones heréticas.
“Embustero presumido”, le llama el Padre Torrejón, que lo alabara antaño. Merced a oscuras influencias, o tal vez a la monstruosidad de la acusación, no terminó nuestro limeño en el  calabozo.   Moría amargado y libre en 1743.
De mediados a fines del siglo XVIII, la literatura continua siendo un juego floral de ingenios éticos, un lirismo palaciego, cuando no es la franca burla que corre manuscrita en décimas y romances. Ha codificado el mal gusto la Academia poética de Palacio.
Se reunían cada  lunes por la noche, de 1709 a 1710,, en el opulento  camerín del marqués de Casteldos-Rius, bajo la presidencia de Peralta, los mejores  escritores de la ciudad. El propósito del Virrey era seguir “con generosa imitación el alto ejemplo de su augusto ascendiente español Teosio que, partiendo gloriosamente el tiempo, daba el día a los despachos públicos y la noche a las  diversiones estudiosas, dice el secretario de la Academia.
CHARADAS
Como en las veladas italianas de Il Cortegiano, canto y música preceden al ejercicio poético, soliviantan  los más remisos ánimos. Un académico es poeta forzosamente. Propone al virrey los temas que desarrollan sus cortesanos.
Flor de Academias se llama este centón estrafalario, en donde copiaba un asesor los favores de cada musa. Un día, como en una clase de retórica, el Virrey dicta el pie forzado. Otro ruega los contertulios que preparen su enigma. Y nuestro Peralta, rector y sabio, apeándose del  Pegaso para montar sólo en el rucio, escribe el enigma del reloj como cualquier coplero de charadas de cuarta página. Esas charadas que La Gaceta de Lima de 1744, deseando dar materia a los ingenios, proponía al lector  desocupado.
Los temas varían singularmente con el humor del virrey. Tal vez era humorista. Tal vez el espectáculo escolar de los mejores talentos obedeciendo al compás de su capricho poético le halagaba en un refinamiento de pleitesía
Ha varado una ballena en Chorrillos, o el virrey tuvo al despertar ideas negras. He aquí dos motivos de poesía chabacana o patética, aburrido siempre. Algunas veces el palaciego roba un verso de Caviedes o acierta el autor del poema heroico sobre Santa Rosa, el conde de la Granja “cisne cano y canoro”, como plagiando a Gracián, le llamaba el redactor de las actas académicas o presenta algún romance fácil
Pedro José Bermúdez de la Torre y Soler, el menos detestable hijo de Apolo en esta escuela de maestros. Bermúdez escribió “uniendo lo florido a lo canoro según Peralta, certámenes para elogio del Virrey como El Sol en el Zodiaco, una “epopeya amorosa en cuatro cantos de Telémaco en la Isla de Calipso, etc.

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Así fue el Cusco en tiempos de los virreyes.

POETAS
Los nuevos poetas siguen el ejemplo de la poética invertebrada y servil. Habían hecho usuales los académicos, según el secretario, los primeros más difíciles, siendo en lo que continuamente se decía, ya todas las voces de una letra vocal, ya todas de una misma inicial, ya retrógradas, ya con ecos, paranomasias y otras delicadas armonías y artificiosas elegancias”.
Los vates posteriores escriben acrósticos, octavas en donde todas las voces comienzan en la misma letra.  Dos poetisas de igual valor cantan entonces. María Manuel Carrillo Andrade y Sotomayor, limeña musa, dicen  sus contemporáneos, adopta el gongorismo como una saya ceñida, con sumisión de mujer a la moda y publica en la Relación de las exequias del rey don Juan V de Portugal (1752) del padre Bravo de Ribera, siendo Virrey Manso de Velasco, estos versos que no desdeñaría Peralta:
Cifra del susto, imagen del espanto,/que en copia de esplendorosos pavoroso,/si eres de Manso duelo luminoso,/ de Bravo ostentas regulgente llanto./Los lucientes que ese manto/ argentado a su impulso generoso,/en lo que asombro viven prodigioso,/respiran los anhelos del quebranto. Selle del Nilo el caudaloso acento,/ con que por bocas siete se derrama/en lenguas de cristal sonoro aliento,/y exprese el bronce alado de la fama/que ese altivo obelisco, real portento/apaga los raudales su llama. 
CAMBIAN
Afortunadamente, esta horrenda serie va a acabarse. Hombres o mujeres de iglesia, iniciadores siempre en la literatura colonial, cambian de acento. Ya el padre Juan Bautista Sánchez en su Sermón predicado en la fiesta de la reedificación de San Lázaro (1758) y en su Oración fúnebre en las exequias de don Fernando VI (1760), parece regenerar la prosa.
Y la abadesa de Santa Clara, sor Josefa Bravo de Lagunas, publica en la Puntual descripción de la muerte de la reina de Portugal (1756) este soneto , que se dicta ejemplarmente ¡tanto sorprende su relativa llaneza en los encrespados tiempos!:
Cuando difunta admiro,¡oh fiel señora!/de tu regio esplendor la uz primera,/¿qué esperanza la flor tendrá en su esfera/sabiendo que también muere la aurora?/Desengaño a la vida le atesoras/ese espejo que mustio reverbera,/cuya eclipsada luna es más severa/para quien si la ve no se mejora/ Descansa en paz, pues tú virtud me avisa/la corona mejor que te declara/el que allá en las estrellas te eterniza;/que a mí para seguirte me prepara/el religioso saco en su ceniza;/ del fin postrero la verdad más clara.
Y si olvidáramos el ya mencionado El lazarillo de ciegos caminantes, las avispadas coplas de Castillo y de mil anónimos poetas de Parnaso abajo, no podríamos hallar literatura hasta los comienzos del siglo XIX. Pero la reputación de Olavide puede colmar tan desmayados años.
Casi europeo, español de Lima, Olavide influye apenas en el Perú. Leyeron muchos, sin embargo, “El Evangelio en Triunfo”, con reservas mentales seguramente. Para nuestros  republicanos fue quizás a pesar de la final abjuración del autor, un libro en donde lamentar el calvario del hombre libre y aborrecer la ominosa cadena de nuestro himno
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FORAJIDOS
Eran-imagino- lectores de Olavide aquellos simpáticos forajidos que destrozaron en Lima el local de la Inquisición, cuando por acta de las Cortes fue abolida. El más ilustre peruano del coloniaje es  Pablo Antonio José de Olavide y Jáuregui (1725-1803).
Su reputación era europea. Su influjo  grande en España y en  Francia. Precede a toda esa cohorte de americanos que como Ruben Darío o Gómez Carrillo, contagiaron inquietudes de europeo a la vieja metrópoli}
Como ellos tienen la prodigiosa facultad de asimilación, del donde lenguas y de almas. En España se olvidan de que es  criollo para encomendarle cargos abrumadores. En Francia Voltaire le elogia y la Convención va a declararlo “ciudadano adoptivo de la República Francesa”. Es excelente en vida y letras
Vivió afanosamente y escribió en el reposo forzado del destierro y de la prisión. Sus dones debieron ser admirables para merecer del patriarca de Ferney esta frase en una carta: “tengo que decirle que en España  encantan personas como vos”.
Nace de clara estirpe este limeño. A los diez y siete años se recibe de abogado y doctor en Sagrados Cánones de la Universidad de Lima. Su mérito precoz lo hace nombrar oidor de la Real Audiencia a los 20 años. El terremoto del Callao en 1746 le torna celebre. La benéfica actividad de Olavide repara en parte los  daños.
IMPRUDENCIA
Con el mismo entusiasmo edifica de nuevo una iglesia y un teatro. Esta imprudencia basta: algunos frailes hablan de sacrilegio. Un envidioso lo acusa de  malversar el  caudal público. Le llaman a Madrid para que se justifique de ambos cargos.
Preso allí, moribundo, le salvan el amor y el dinero de una mujer, Isabel de los Ríos, viuda avanzada en años (50 le atribuye un autor severo) va a ser la esposa infeliz de este hombre  inquieto e innovador.
Aumenta Olavide su caudal. Viaja por Francia a menudo hasta Ferney, en donde Voltaire lo acoge como a un discípulo. Propaga en Madrid el lirismo y la gracia, traduciendo Zaire o Mérope y viviendo la más ordenada vida. Su lujo, su elegancia espiritual y la amistad del famoso conde de Aranda le tornan casi célebre.
Contribuye a la expulsión de los jesuitas.  Le nombran intendente del  ejército de los cuatro reinos de Andalucía y asistente de Sevilla. “Sin saber cómo-dice Olavide en carta que poseía su biógrafo Lavalle- me hallé un personaje tan grande que, después del Conde de Aranda y de los ministros soy el mayor de España.
Funda lo que era  genial novedad entonces, una colonia agrícola de emigrantes en  tan  fragoso rincón como la Sierra Morena. Cambia jarales y yermos en pensiles. Realiza utopías de Juan  Jacobo en un país de inquisición preponderante
Está en la cumbre: la más ligera delación de envidiosos  lo echa a tierra. Después de dos años de calabozo inquisitorial, aparece fatigado, domeñado en el auto, con vestido de penitente y vela verde.  Minuciosos son los motivos de la condena. Se le reprocha haber dicho que San Agustín era un pobre hombre. Que Santo Tomás  retardó el progreso de la inteligencia humana. Se le achaca la pintura en la que aparece junto a Cupido y a Venus.

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El Tribunal de la Santa Inquisición: ¡Líbrenos Señor!

FRANCIA
Se le echa en cara sobre todo, sin decirlo, su amor a la temida, a la aborrecida Francia, de donde pudieron venir, Olavide mediante las  malas ideas. No cumple, felizmente, los 8 años de destierro conventual que le infligen.
Al cabo de un breve retiro en Sahagún huye a París, en donde le reciben en triunfo como a una víctima. Son sus mejores años. En la Academia Francesa, Marmontel  lo elogia líricamente. Pero en Francia misma le persigue el rencor inquisitorial, que exige y obtiene la extradición. Clandestinamente escapa Olavide a Suiza.
Las alternativas de su vida no han concluido. El libertario no lo parece a los desalmados del terror. Encarcelado como contrarrevolucionario, obtiene sólo su libertad después del 9 Termidor. Sin duda ocurrió entonces la crisis  amarga de su vida.
Crujía el  mundo viejo y se levantaba ujn culto nuevo que tenia por sacerdotes a verdugos. A una orgía de sangre venía a parar el anhelo de libertad: el Jacobinismo era tan odioso como la Inquisición. Por todas partes se veían sólo fanáticos y la sinceridad de opinar era castigada en Francia y España con un calabozo idéntico. 
FAMOSO
En la penumbra intelectual de esos años parece natural que Olavide abjurará por segunda vez. Este remordimiento del vuelo, esta melancolía de haber tenido alas, se llama “El Evangelio en Triunfo” (publicado sin nombre de autor en Valencia en 1798) el más famoso libro de Olavide. Lo comenzó en la prisión de Orleans, en 1789, cuando el terror lo encarcelara. Lo terminó  después del 30 Termidor, en casa de un amigo en Cheverny.
Traducido varias veces al francés y al italiano, propagado en España y en el  Perú, es superior su fama al mérito. Lo que buscaban en él los coetáneos de Olavide era sobre todo historia de esa viuda pre-romántica. “El Evangelio en Ttriunfo” o “La Historia de un Filósofo Desengañado” se llama el libro.
Si la filosofía es, como entonces se entendiera, cordura sonriente en la adversidad, mereció el título a medias. Después de haber tenido tantas aventuras como  Cándido, su filosofía no fue alegre.
Un tono de miserere, el de las Memorias de Ultratumba de Chateaubriand, indica en ese libro que lo concibió un alma mellada por dolores sin cuento. Su propósito es “reparar en la amargura de mi corazón los ya pasados días de mi vida y pensar en los años eternos”. Se impone a cada paso el paralelo con  Chateaubriand, a  quien probablemente inspiró, según opinión de sus biógrafos.
En cuarenta y una cartas, dirigidas generalmente por “el filósofo a Teodoro”, intenta la Apología del Cristianismo y traza el itinerario penitente del buen católico. Para serlo como Pedro comienza por negar varias veces a sus maestros, a Rousseau y al patriarca de la irreligión, Voltaire, Perdió Olavide la frivolidad amable del segundo. Conserva la abundancia de lagrimas del primero.

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ELOISA
Este místico advenedizo sollozante cada verdad. El acento y el estilo son de la  Nueva Eloísa. Los mismos éxtasis, las interrupciones bruscas, “¡oh pobres!, ¡oh Jesús!, sus transportes ante la felicidad de ser padre, etc.
Cuando habla de la manera de enseñar la religión a sus hijos, adopta el tono pedagógico de Emilio. Y como había sido inspiración de Rousseau su idea de la colonia agrícola en Sierra Morena, fueron  también utopías aprendidas en Julia aquellas geórgicas administrativas del Evangelio,  aquella sociedad del bien público, en donde se dieron premios “de buen padre de familia, recompensas a quienes tuvieran más ágiles piernas y quienes cultivarán mejor la vid. (Editado, resumido y condensado del libro “Obras Escogidas de Ventura García Calderón”, destacado intelectual peruano que, con sus estudios, rescata los orígenes culturales de este país. Nació por un azar patriótico en Paris, retornó al Perú donde estudió. Posteriormente volvió a Francia en 1905 salvo cortos intervalos por aquí, Rio de Janeiro y Bruselas hasta 1959 en que murió, siempre habitante de la ciudad luz)

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