jueves, 16 de marzo de 2017

UNA ESTAMPA DEL SIGLO XVI

Entre los más curiosos papeles vistos por mis ojos en su constante atisbar de documentos antiguos, llamaron mi atención, no hace mucho tiempo, los encontrados en un ventrudo protocolo del archivo antiguo del antiguo hospital de Santa Ana de Lima, fundado por el Arzobispo, Fray Jerónimo de Loayza.
Esos papeles dan  una pintoresca idea de la vida del siglo XVI en la Ciudad de los Reyes y revelan  formas de cultura, aspectos de la medicina y modalidades típicas de los usos y costumbres.  Escritos sin pretensiones de perduración, tienen una desinteresada y humilde sencillez y por eso son más venerables aún y su color amarillento se nos aparece como el reflejo del oro purísimo de la verdad.
Son de esa clase los papeles más amados por mí. No tienen la solemne y arreglada presuntuosidad de los infolios hechos con preocupación literaria, en los cuales, tal vez se escamotea o se disimulas para esconderlo o adulterarlo ante la posteridad, algo de lo propuestado.
Son simples y descuidados muchas veces, pero con ciertas personas ajenas a pompas y adjetivos, todo en ello es sustancial y jugoso. Fueron hechos para cumplir en su hora modestísimos deberes. Y sin embargo, perduran para el cronista y para el historiador, como las más preciadas joyas.
NO hay en ello alquimias complicadas requeridoras del penoso trabajo de la búsqueda de los elementos primarios. Dan la impresión desnuda y directa de las cosas.  Son como el agua de la fuente, como la luz del día, como la flor silvestre, y en la historia tienen lugar insigne. Por justicia del tiempo, les  señala la frase eterna: “los últimos serán los primeros”.

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El Hospital de Santa Ana de Lima

MARAVILLA
A cada paso encontramos en aquellos documentos, alguna oculta maravilla y por ello sentimos la cordialidad de una inmensa corriente humana venida desde muy lejos. Nos dice cuan vacía es la presunción de quienes, desdeñando la historia, suponen, con ingenuidad infantil, con ellos comienza la vida y se revelan las verdades únicas. Esos documentos nos dan, día a día, lección de serenidad y nos  enseñan, como en lo viejo, hay siempre una luz nueva.
El documento hoy glosado paras los lectores de “Las Prensa” de Buenos Aires es un sencillo papel notarial escrito por el escritor cubano Marcos Francisco Esquivel, el año 1578, en esta ciudad. Se trata del testamento del presbítero don Luis de Medina, el cual deja parte de sus bienes al  hospital y parte as un hermano suyo llamado Pedro Méndez de Herrera, quien en aquellos tiempos era vecino del pueblo de Talavera en  Tucumán. Por ese testamento vemos a Herrera en Lima, Cusco y Potosí y fuese después a tierras argentinas.
Por una paradoja interesante atrayente de una caprichosa asociación, vemos como se muestra en este y en otros documentos consultados por nosotros, que en aquellos tiempos era muchísimo más frecuente, en la proporción natural necesaria, el tráfico por el interior de América.


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El comercio de mulas y yerba paraguaya.

VIAJES
A cada instante nos damos con personajes, aparte de quienes por razón de destino debían hacerlo, viajando del Perú a la Argentina o de la Argentina al Perú. Un intercambio se estableció así en la colonia y llegó a ser muy grande con el comercio de mulas y de yerba paraguaya. Por eso, pervivió entre nosotros, muy especialmente, en las provincias del sur, un acervo considerable de hábitos comunes.
Aún en Lima, hasta promediada la república, se tomaba el mate, y hoy mismo, en el norte argentino según me han contado viajeros de mis días, queda el vago recuerdo  de un Perú de leyenda distante y distinto del Perú de hoy.
En ese testamento Medina nos ha dejado sin quererlo y sin saberlo, una sabrosa relación de la Lima del Siglo XVI en cuanto a sus hábitos y cultura. Aunque las casas no eran todavía hermosas por fuera, se advierte la suntuosidad relativa de los interiores apacibles los cuales en los siglos XVII y XVIII llamaron la atención de los viajeros.
Medina no fue un gran personaje y, sin embargo, tenía una gran cantidad de objetos de oro y plata. Al famosísimo protomédico Sánchez de Renedo  le dejo un salero labrado en esos ricos metales, y al Licenciado Hidalgo, quien lo atendió en su última enfermedad, encargo se le pagase en prendas o dinero como el médico  quisiera.
Como era de práctica en esos días de empirismo, Hidalgo cobró por la asistencia y por las medicinas, porque acostumbrase entonces que los “físicos” fueran también algo boticarios, con la particularidad, en este caso,  de ser la cuenta de las “melecinas”, mayor de la de honorarios.


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La Lima antigua de aquellos tiempos.

RELACION
Por cierto en la meticulosa relación dada a los albaceas por el licenciado aparecen viejas drogas que hoy, como ayer recetan a sus pacientes los señores médicos: el ruibarbo, el aceite de almendras, el diaprunis layatta, unas píldoras de agraria y como un contraste, en el cual parecen oponerse los calificativos, hay también unas píldoras  áureas.
 No es muy  entendido en farmacopea el cronista, pero por aquello de “médico, poeta y loco, todos tenemos un poco”, casi me atrevería a afirmar al buen presbítero se lo llevó una pulmonía traidoramente coludida con un empacho.
Todo el testamento está llenos de peculiaridades y hoy nos sorprende un poco. Hay una cláusula estupenda demostrativa de la buena fe a la palabra empeñada y al juramento. La ley de Dios y el hábitgo caballeresco resplandecían en todo.
Dice Medina se pague de sus bienes a todo aquel que jure tiene derecho a cobrarle alguna deuda por él olvidada, porque quiere poner en paz su alma. Y no figura en el expediente una sola persona aprovechadora de la cláusula. 
IMPRESION
Podemos por ese documento imaginarnos a los presbíteros de esos días. Ya Centenera en su poema nos ha dado la impresión de la Lima incipiente de aquel signo, impresión confirmada en detalle por el testamento de Medina.
Por las polvorientas calles en las cuales se desperdigaban las chatas casonas de esos días, solían circular los sacerdotes, abundantes, entonces, cabalgando en lúcidos potros o en decoradas mulas.
Algunos usaban botas. Medina entre ellos y se daban el lujo de enjaezar en sus  cabalgaduras con caparazones y  y rosetas, con labrados frenos de plata, con frontales de guadamecí y con gualdrapas de lujo sobre las sillas de fino cuero taraceado.
Para ir a los pueblos vecinos, llevaban bolsas, también de cuero, las cuales, sin duda, volvían panzudas por los rurales presentes de los feligreses supersticiosos e ingenuos y botas para el vino servidor, al par, para el rito de la misa y para la sed del camino.
El inventario de los bienes del presbítero nos lo pinta amigo del buen vivir. En su casa había desde lujosas sobrepellices, coletos con bordaduras, ricos paños de México, calzadores de plata, finas piedras de colores, hasta guantes de seda,  grandes cuadros con místicas figuras y cofres y muebles tallados, contrastando la profusión de objetos de cierto lujo, con la parvedad de los utensilios de mesa y la ropa interior.

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Loas balcones  joyas artísticas de madera.

DICHO
Sin  duda era el tiempo de los lienzos de Bretaña y de Holanda y se mantenían como para ser dejados en herencia y en el cual era de una exacta y estricta realidad, el decir aquel ahora repetido, sin saber su ilustre abolengo, por las viejecitas melancólicas venidas a menos: “una camisa en el cuerpo y la otra en la batea”
Pero para mí lo más interesante del inventario es lo referente a la biblioteca, y me ha dado la oportunidad de conocer la lectura preferida en esos tiempos y de descubrir-oh maravilla- a un librero y dos ajedrecistas de esa época.
En el escritorio de Medina se encontraron las siguientes obras. Dan idea de la preocupación religiosa: los libros de Arias Montano, la Medicina breve de Montemarial, el libro de Procopio, el de Casiano, el de Dionisio, el de Adaneo, el de Fray Pedro de Soto, las obras de  Basilio, la Victoria del Sacramento, el famoso Flores de doctores, las “Institutionis, el libro de “Nature gratiae”, varios catecismos, confirmatarios de afán adoctrinador-no cabe olvidarse el primer libro en Lima impreso por Ricardo fue un catecismo- y (esto es curioso) el libro de ajedrez” que remató en cinco reales un tal Juan Ponce, quien debió ser gran aficionado- porque remata las piezas del juego y el libro y se interesa por otra cosa más. 
PREGUNTA
Y aquí surge una pregunta: ¿Cuál libro sobre ajedrez pudo ser aquel de hace más de trescientos cincuenta años en la biblioteca de Medina? Tal vez fuera el escrito en catalán a fines del siglo XV por Francesh Vicent o el de 1561 por el tan famoso y hasta hoy recordado Ruy López de Segura, bajo el título “Libro de la invención liberal y arte de juego del ajedrez.
También se hablaba del Código miniado incorporado al “Libro de los Juegos” de Alfonso el Sanombra en el inventario. Pero nos hace dudar fuera este último de ser por su antigüedad (1321) una joya bibliográfica, puesto que en sus  noventa y siete páginas tenia ciento cincuenta miniaturas y no es posible suponer copia de él hubiera llegado a manos del presbítero misador de Lima.
Lo más probable es fuera el de Ruy López. Pero de todas maneras, es algo nuevo conocer cuando Lima tenía apenas la edad de Cristo, y contaba con pobladores capaces de documentarse de esa “liberal invención”, al punto de tener libros tan raros como aquel.
El acta de remate nos ha hecho descubrir también a un “librero” de esos días,  Diego Sánchez. Adquirió 16 cuerpos de libros pequeños, además de otras curiosísimas obras y hasta ciento tres docenas de estampas religiosas.

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Plaza de Armas de Lima: belleza inigualable.

DATO
Esta profesión se explica, porque el propio presbítero al dictar su última voluntad dice las encargó a su amigo Antonio Ortiz, quien estuvo en la Corte para hacer reparto de ellas en Lima, Cusco, Potosí y Juli.
 Este dato nos presenta a Medina como un propagandista creyente en la eficacia de la enseñanza objetiva y en la importancia del valor de las figuras para la labor de las catequizaciones.
Méndez Herrera, el vecino de Talavera de Tucumán, hizo viaje a Potosí y el 4 de Febrero de 1580 dio el poder ante el escribano Luis García para representarlo en Lima a don Juan de Bastida Rivadeneyra.
Este se presentó a los albaceas con el encargo de distribuir la herencia entre el hospital de Santa Ana y el hermano  del testador. Por si algún lector se interesa en saber cómo se llamaban aquellos albaceas, consignaré respondían a los nombres de Francisco de Alarcón y Antonio Ortiz, el mismo, encargado de traer de Madrid a Lima las estampas compradas por aquel Sánchez, quien sin lugar a dudas, fue uno de los primeros con librería en esta ciudad. (Páginas seleccionadas de las "Obras Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político, José Gálvez Barrenechea.)

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