jueves, 16 de marzo de 2017

LITERATURA PERUANA (II)-1534-1914

Tal vez nunca en tal estrecho vínculo se enlazaron religión y cultura. Con los pesados blandones con esa “constante primavera de aliños”, los viejos tropos paganos, depurados apenas, atestiguaron la exactitud del verso de Sainte Beuve: “Pan también se burlaba en voz baja y la sirena se reía”.
Disipado el misticismo de los abuelos, literatura y religión se convertían en la más elegante fórmula. Guirnaldas, brocados, piedras preciosas, cubrían la antigua y formidable miseria del Nazareno.
Tropos en serie como los de una alegoría cuatrocentista, alejaban a la literatura de la verdad.  Un pueblo incrédulo y sensual alegre y nada escrupuloso, aceptaba el catolicismo como una nueva mitología, le prestaba la misma fe que concede el literato a Venus o a Minerva.
La literatura, pues, no sale generalmente de la iglesia por el autor o los temas. Hay que buscarla: descriptiva, en relatos de procesión. Lírica en elogios fúnebres y en oraciones panegíricas de frailes.
Llegó a Lima en 1630 una noticia de capital importancia entonces: el santoral se enriquecía con veintitrés bienaventurados más. Lustre y gloria nuevos para la orden de San Francisco. Celosamente proclaman entonces las órdenes religiosas sus prerrogativas y sus méritos.

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ABOLENGO
Los cronistas de cada una disputan con acritud como Calancha y Meléndez, cuál fue la más antigua  en el  Perú, exactamente como los nobles del tiempo pelean las excelencias del abolengo. Cada convento tiene su padre “señalado en  literatura”, docto en profanas y sagradas letras.
A Fray Juan de Ayllón lo elige la comunidad para cantar tanta gloria y él escribe el Poema de las fiestas que hizo el convento de San Francisco de Jesús de Lima, a la canonización de los 23 mártires del Japón (1630)
Es el primer poema  gongórico. Tiene el limeño, sobre todo, los defectos y no las cualidades del español, pero sabe enredar con sutil arte la poesía enigmática. Su poema en cinco cantos va a servir de modelo para todas esas descriptivas apologías del altar florido, de incensada fiesta.
Los procedimientos del maestro están, por supuesto, exagerados en el discípulo. Lo recuerda a cada paso. Dice en “montes de cristal copos de nieve” porque el otro cantaba “en campos de zafiro pace estrellas”. De un Góngora inferior en la metáfora de la luna: la silente señora/del siempre reino  opuesto al Luminoso.
Aquel paralelismo de la agudeza lo hallamos en Ayllón: Entregó a la región/si escura/elada. Aquel trastorno pintoresco de la frase que se reputa por arcana elegancia, aquí es frecuente: Veinte sobres doscientos vieron años/Ocho tu industria consumiese días.
RETORICA
Imposible y muy injusto sería juzgar a esta retórica por la muestra. El genio destruye dogmas y crea nuevos, lo mismo en religión que en poesía. Para los discípulos en concilio, aquello se haced canon. Es la flaqueza de la religión y la perenne incertidumbre de las poéticas.
Esta tiene un ceremonial retórico tan preciso, que haría imposible expresar en ella los movimientos espontáneos del alma lírica. Es poesía intelectual y “libresca”, victoria lenta de ingenio. Así  comprendidos, pueden ser elogiables versos como éstos:  Los dulces que inspiro, doblando el gusto,/Apolo versos a mi culta Lira,/quando el alva nos da su tez de rosa,/famoso Azpeytías, ya del indio adusto/Sol, cuyas luces bruxuleando mira,/escucha atento si la trabajosa/vela tuya, y piadosa,/alterna la atención con dulce canto:/que si el canoro en vozaa de instrumento/(adulación del viento)/a tú invicto valor consagra tanto/ quanto el deseo, erigiré a mi gloria/gloriosos templos de inmortal memoria.
Más elegante, más simple, porque el autor leyó a Gracián, es, años después, el libro que comenta “los epitalamios sacros con que celebró (Lima) la beatificación de su  santo arzobispo Toribio de Mogrovejo. Pocas obras conozco de tan enrevesada gracia como la Estrella de Lima convertida en Sol  sobre sus tres coronas. Lleva la firma del capitán D. Francisco de Echave y Assu.
Pero su verdadero autor el jesuita limeño José de Buendía (1644-1727). Torres Saldamando, contra la duda de Mendiburu, lo asegura y podemos creerle a Saldamando, nuestro más admirable erudito.


Fray Juan de Ayllón agudo poeta.

BUENDIA
Se funda en una nota marginal del ejemplar perteneciente a  la Biblioteca de la Compañía de Jesús.”El Padre José de Buendía es quien lo escribió para descargo de la conciencia de difunto”. ¡Singulares tiempos aquellos en que escribir podía ser obra padiosa y rescate santo, como las misas por el alma que gravaban todos los testamentos!
Los parecidos con una Vida admirable y prodigiosas virtudes del venerable apostólico padre Francisco del Castillo (1693), firmada ésta por Buendía, publicada años después de La Estrella de Lima y llena de párrafos entresacados de esta última, confirman por autor a Buendía, si no queremos suponer el más descarado plagio.
Pudo agregar Saldamando que no eran entonces raras estas sustituciones, Montalvo, en su Sol del Nuevo Mundo habla de una Filosofía y anillo de la muerte que publicó el padre limeño Campuzano “debajo del nombre de Francisco de Carrera”.
Buendía es también autor de Sudor y lagrimas de María Santísima en su santa imagen de la Misericordia y de una Presentación real (1701), descripción de las honras por Carlos III, que le encomendara el virrey Conde de la Monclova, donde hallamos este soneto, que puede confirmar nuestra opinión sobre la primacía de este padre entre los habituales culteranos:
VERSO
Viviste para Dios lo que reinaste,/porque reinase en Dios lo que viviste,/que aunque más vida y reino mereciste,/en siglos de virtud lo desquitaste./En uno y otro mundo conquistaste/dominios a la fe, que estableciste,/y de los lauros que a la paz cogiste,/aún más que a ti la religión laureaste./En un siglo y un mundo fue la suerte/fatal que nos robó dueño tan santo,/y en otro mundo y siglo se revierte/porque inunda a los siglos dolor tanto,/que si un siglo ha acabado con tu muerte,/otro siglo principia con tu llanto.
La mejor obra de Buendía es su Estrella de Lima, que fue preámbulo de las infinitas “Limas gozosas”. Alegre, empavesada está la corona ciudad porque ha llegado el 17 de Abril de 1680, la noticia de la beatificación de Santo Toribio.
Lima, que tan fácilmente acoge todo pretexto de holganza, tiene aquí solaz fundado. ¡Hogueras de alborozo en la noche, alborada con todas las campanas al vuelo y la dulzaina por las calles! Doctores de la universidad compulsando graves textos imaginan leves fuegos de artificio.
Las más lindas pecadoras disponen ya para el santo la suntuosa sotana de tafetán. Los hidalgos preparan para el día de procesión el cirio y el madrigal que salvan el alma y la condenan. Los mejores  ingenios, hurtando algunas horas al matinal divagar en la plaza o a las tenaces discusiones del claustro se aperciben a  asombrar con un soneto crespo.

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Los personajes de la Literatura dibujados con precisión

CUALIDADES
Nuestro José de Buendía concierta ya las intrincadas razones de su elogio. En el hallamos unidos culteranismo  y positivismo. Más sobre todo los preceptos de la agudeza y el paralelismo de la frase, aquella oposición de conceptos que fue primera bíblica y queen San Agustín alabó Gracián como suprema fineza.
“Usamos-dice Buendía- de las flores como de los beneficios: que cuanto más frescas son más agradables, y el tiempo les va quitando de estimación cuanto les dilata de vida. A  veces llega tarde el agradecimiento, que se ha resfriado el beneficio.
Aún el favor llega corrido si llega muy esperado. Y como leyó el Arte de Ingenio, quiere que la metáfora sorprenda por su rebuscada novedad: “Ya en sodo, el  caudaloso Nido combate con sus espumas los astros y prende en grillos de cristal las riberas.
Su barroquismo no es lento y trabajoso como en los otros panegiristas. La exageración misma de la manera, como la profusión de angelotes y guirnaldas en un marco tallado, le da toda la gracia que alcanzan a veces en poesía y en arte las variaciones sobre un tema idéntico. Si divagara de amor, diríamos que maravilla Oídle: 
RESEÑA
“Las impaciencias son las esperanzas en las dilaciones del gozo. Vuela el  deseo mandado del amor y robándole el corazón las alas acusa de tardos y perezosos los vuelos más arrebatados del tiempo, condena las horas por sigilosa y por eternidad los días: al despecho de la  esperanza, ni los orbes se mueven, ni el carro del Sol camina, ni las cándidas ruedas de la Luna vencen con su movimiento las distancias de su jurisdicción. Todo parece que calma cuando el amor espera”.
El libro es reseña de fiesta. No perdona girándula luminosa. No omite altar de procesión. En ésta se detiene con cariño, porque nada puede inspirar mejor que su desfile abigarrado a estos ingenios. Es el centro de la vida y como la poesía cotidiana de cada cual.
Durante años cualquiera podría salir con cirios y hachones cantando su fe expansiva por las calles. Fueron primero raptos de misticismo colectivo. Después  sólo algazara de fiesta. El pueblo, el clero, la nobleza, se asocian siempre al cortejo vistoso, a ese auto sacramental vivido, cuando todavía  la separación de la Iglesia y del Teatro no se ha operado.
Preceden clarines, se gasta pólvora en salvas, los gigantes pasan vestidos con ropas nuevas, porque hay modas también para los gigantes. “Cortejando a nuestra patrona”, dice >Buendía,  pasan setecientos clérigos.

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La ilusatración de la intolerancia religiosa.

ORO…
Todo es oro, plata, púrpura. Cada altar y cada fuego de artificio le merecen páginas de elogio, que ingenios tan sutiles como el autor encerraron allí fastos de historia o arcanas intenciones de poeta: Cisneros a caballo, “atropellando a las plantas del bruto dos moros que rendidos le entregaban la llave de Orán”, o el pelicano de alas tendidas que simboliza el amor de Toribio a los pobres.
Laberíntico en el verso, como los mejores escritores de la época. Inventor del lenguaje hispano-latino, el jesuita limeño Rodrigo de Valdez (1607-1682) dejó solo el  Poema histórico sobre la fundación y grandezas de Lima, porque en rapto de enajenación mental, dicen sus biógrafos, de clarividencia crítica tal vez, rompió sus obras.
Por él podemos juzgar que la literatura continuaba siendo histórica y descriptiva exclusivamente: unas veces la prolija enumeración de ornatos santos o de títulos de gloria, ya fuera altar o mérito de virrey lo que se pretendía hipertrofiadamente elogiar en “presentaciones” o “llantos funestos” o “gozos ostentativos” o “lamentos”. Otras la historia sin vuelos, la cronología de la ciudad. Como en la Lima Fundada, de Peralta, más tarde, o en la Vida de Santa Rosa, “poema heroico” y mediocre de don Luis Antonio de Oviedo y Herrera.
El poema histórico de Valdez, precede inmediatamente a la Lima fundada. Justo es que allí Peralta dijera: Este es el gran Valdez que representa/como, uniendo al latino el canto hispano/ hará con el más puro suave electro/milagro la ciudad, milagro el plectro. 
HISTORIA
Estamos, pues, en presencia de una forma literaria favorita a los peruanos de entonces. El autor pone en penoso verso las composiciones. Así podemos llamar a estos horrendos cuartetos de romance- la historia de la ciudad, que otros padres dispersaron en prosa.
Preferimos la prosa de estos padres. El relato de algunos milagros en la Crónica Moralizada (1638 y 1653), de Calancha. La descripción de Lima en el Memorial de las historias del Nuevo Mundo Perú, de Cordova y Salinas (sin fecha) y la biografía de Santa Rosa en los Tesoros verdaderos de las Indias (1685), de Meléndez merecen con equidad por su castizo y terso estilo, mayor elogio que aquellos poemas sin arranque.
Y en lejana provincia se está escribiendo entonces el mejor libro de prosa peruana, después de los comentarios de Garcilaso. Su autor, Juan de Espinosa Medrano (1632-1688), es tesorero, chantre y arcediano de la catedral del Cuzco.
Latinista, músico, literato precoz, todo lo sabe o lo adivina. A los catorce años escribía ya autos sacramentales de los cuales queda apenas un título: El robo de Proserpina. Antes de los 20 publica una Panegírica declamación por la protección de las ciencias y  estudios. Su prosa es simple y simpática, como su vida de canónigo humorista.

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La lectura religiosa.

HUMILDAD
El anónimo autor de los Anales del Cuzco, al hacer la apología del  Lunarejo (llamado así por uno o varios lunares del rostro), nos refiere esta anécdota, que le confirma por hombre de encantadora simplicidad: “Predicando un día en la catedral advirtió que repelían a su madre, que porfiaba por entrar y dijo: “Señores den lugar a esa pobre india, que es mi madre”.
Y al momento la llamaron convidándole sus asientos. “Esta humildad, agrega el cronista, le granjeó más que la literatura y erudición de que lo dotó el cIelo” En vez de alabar a los poderosos con dedicatorias encomiásticas, según la moda de entonces, les pedía ingeniosamente y con graciosa franqueza el beneficio. Cuando quiso obtener la canonjía del Cuzco, le dijo al venezolano de Portillo, en su poema  “El Aprendiz de Rico”: Querrá piedad divina/que el monarca español, cuarto en el nombre,/por verme tan sin nombre/me diga, cuando así menos se entienda: carga tu lecho y vete a una prebenda.
Su literatura contrasta con la época. Este admirador de Góngora observa una elegante claridad. Este eclesiástico mantiene el alma ecuánime en su provincia inquieta y castigada. El Cusco, la antigua metrópoli incásica, conservaba hasta los comienzos del siglo XVII esa amable y graciosa relajación de que tantos ejemplos vimos en la colonia. 
PROHIBICIONES
En 1601 las Constituciones sinodales prohibían a las personas eclesiásticas llevar guitarras por las calles, asistir a corridas de toros o a comedias, danzar “en  misas nuevas, bodas y otros ayuntamientos”, lo que está indicando el frecuente abuso. Mas sobreviene en 1650 cuando era muy joven Espinosa, el más formidable terremoto.
La causa del daño la atribuyen lo cuzqueños, por supuesto, a la pasada iniquidad. Hombres y mujeres salen por las calles encenizados, descalzos. Con palos de mordaza en la lengua, soga al cuello y corona de espinas, los religiosos pasan tan asombrosamente penitentes, dice un autor de la época, que causan horror al pueblo. La desgracia favorece el lirismo elegíaco y los poetas de ocasión van por las calles clamando: Cuzco quien te vio ayer,/y te ve ahora,/ ¿cómo no llora?
Más tarde los disturbios por la famosa mina de Potosí llenan la ciudad  de marciales y sacrílegos rumores. Aterra como celeste admonición un cometa.  Años antes de la muerte de Espinosa, nuevas centellas chisporroteaban fugando en el cielo nocturno. En estos tiempos de Leyenda Dorada nos place que un criollo ejemplar escribiera ese libro ponderado que se llama Apologético a favor de Góngora.
Escribió además una Filosofía tomística, muy celebrada en Roma, según nos cuenta el autor de los Anales del Cuzco. Un poemita de fácil verso y festiva inspiración “El Aprendiz de Rico”. Elegantísimos sermones, como la Oración panegírica del augusto sacramento del altar o su prédica sobre el tema ergo sum victis.

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La influencia de lo divino para escribir.

REPUTACION
Su reputación se la da el Apologético, librito de 200 páginas, que es a la vez una rareza bibliográfica y la más elegante prosa del coloniaje. Este peruano escribe a ratos con la sobriedad energética y nerviosa de un Gracián. “Una perla caída en el muladar de la poética culterana”, dice  Menéndez y Pelayo. Mientras el coro de los doctores de Lima agrava de incisos la oración y con hipérboles la  prosa, el Lunarejo desarticula y aligera la suya.
Desde las primeras páginas vemos la admiración que merecía a sus contemporáneos. Escritores de Lima y del Cuzco lo nombran “caudaloso ingenio”, “Demóstenes indiano”. Dionisio de Peñaloza y Briceño nos señala el moderno biógrafo de Espinosa, Manuel  Calderón este soneto enrevesado:
Febo criollo renació Medrano,/numen mayor de las pimpléidas nueve,/porque sólo su pluma al orbe eleve,/fénix de la región y clima indiano./ La emulación su arpón dispara en vano./ Así aliento y espíritu de bebe/al erudito Tulio, a quien le debe/sus elocuencias el caudal romano./Pino es, y no espino, aunque las frías/sombras de envidia empañen sus verdores/al sol opuesto de sus bizarrías./Y si no es pino, teman sus rigores, más no teman que el tiempo, en breves días, produjo ya de sus espinas flores. 
OBJETO
El objeto del Apologético es defender al amado maestro español contra los ataques del  portugués Manuel de Faría y Souza. Audacia grande era sustentar la perfecta claridad y transparencia de un poeta crepuscular como Góngora. La tuvo nuestro Espinosa.
NO por escribir y pensar claro rehusaba admiración a esos poemas umbríos, dondevislumbró admirablemente el ensayo de una poética briosa y española que volvía a las formas latinas en vez de continuar “la femenina naturaleza de los italianos” que aceptaba el ornato augusto y desdeñaba  “el melindre”.
Si los imitadores lo adulteraron, culpa no fue de Góngora. Bastaría a probarlo tal clarividente apologista como Espinosa. Su magistral obrita quedará como un raro episodio de sutileza crítica y discursiva elegancia en el mal gusto convulsivo del coloniaje.
¡Prosa del Lunarejo y poesía de Caviedes! Es el más prestigioso momento, el siglo de oro.. Juan del Valle y Caviedes (1653-1692) inicia la venta satírica en el Perú. Otros se burlaron antes. Nunca con esta gracia aleve.
En las postrimerías del siglo XVIII representa y define la literatura vernal, que en otra parte he llamado criollismo y cuyo árbol genealógico se extenderá en línea recta, sin extinguirse por todo el siglo XIX de nuestras letras: Felipe Pardo, Manuel Ascencio Segura, Manuel Atanasio Fuentes, Ricardo Palma.

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Felipe Pardo y Aliaga digno representante de la Literatura.

SIN GRACIA
Es el primer realista, el único que parece haber mirado bien la pintoresca vida del coloniaje. Hemos visto lo ficticia que entonces era la literatura de circunloquios. Faltaba en ella la franca gracia, la negligente sinceridad que se abandona. Estorbaban la erudición y la tiranía de la poética, la penosa ambición de mostrar ingenio y sutileza.
Fresca, espontánea surge, en cambio, la poesía de Caviedes. Poco sabemos de su vida. Era, según parece, hijo único de un comerciante español acaudalado. Este lo envía a España a los 20 años. ¿Qué libros lee allí? ¿A qué maestros sigue nuestro criollo?  Tal vez ni libros ni maestros le hace falta, pues sólo en 1761 va a ocurrírsele escribir. Dirá más tarde, arrogantemente: Cuando a hacer versos me heché/sin ser el único, solo/llegue a la casa de Apolo.
Muere su padre. Caviedes regresa a Lima en jóvenes años. A los 24 de su edad es el limeño manirroto que se entrega a la alegre fiesta hasta enfermar. De su dolencia va a conservar acerba y graciosa inquina a los físicos de su tiempo. 
PATRIMONIO
Con los restos del malgastado patrimonio pondrá uno de esos cajones de ribera” a donde las limeñas de saya y manto acudían por la mañana, bajo la mirada gavilana de los hidalgos a comprar alfileres y fruslerías, después de adquirir mistura en la calle simbólica de Peligros.
No se sabe si la historia es auténtica. Lo parece y quisiéramos que fuera así. Un cajón es una excelente butaca para observar la comedia pintoresca de la ciudad: La plaza  es entonces el mercado y la escuela matinal de travesura.
En  torno de la pila pintada de verde están dispuestos viandas y frutos en anchas hojas de plátano. Allí se vende y se aprende galantería. Las limeñas que hoy van a tiendas iban a revolver más que adquirir en los tenduchos, los chapines sevillanos y los guantes de polvillo servilletas damascadas y los bofetones, y los baroches, y las trancaderas de hilo blanco que dicen de belduque finas.
¿Cuál de estas cosas leves y femeninas vendía nuestro Caviedes? Sospechamos que, si  vendía mal, ganaba el tiempo en bien mirar. De un espectador apasionado son sus consejos a una dama: Anda tu, menudito muy a prisa/con hipócrita pie martirizado,/ pues siendo pecador anda ajustado/ usaras al andar muchas corbetas,/meneos y gambetas/que es destreza en la dama que se estima/imitar los recortes de la esgrima./Fingirás la palabra de ceciosa,/sincopando las frases que repites/con unas palabras de confites.

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La religiosidad como base de la creatividad.

DAMAS
Y aunque tengas la boca como espuerta,/ frúncela por un lado un poco tuerta,/y harás un hociquito/de arcángel trompetero tan chiquito/que parezca una boca melisendra/que no cabe por ella ni una almendra./Procura conseguir una tercera/de la que en su florida primavera/fueron damas y ahora jubiladas/conocen mil pasadas./Así los mercaderes superiores/se meten en quebrando a corredores, ajustando los precios de otra hacienda/ya que no venden nada de su tienda.
Desfilan damas. Maestros en santidad fingida q              ue parecen “en las cruces un calvario” de la gloria”.  La beata provista siempre de medallas de azófar, que camina “resonando cencerros, por memoria de que es mula de recua de la gloria”. Los “caballeros chanflones” parecidos en esponjada arrogancia y en miseria al melancólico hidalgo del Lazarillo.
Los médicos, en fin que son el blanco preferido de su malicia. El físico es entonces un hombre solemne y latinizante, que no suelta a Hipócrates de la mano. Usa irremisiblemente como en la sátira de Caviedes, anteojos “con sus tirantes largos de cerda”. 
ASTROLOGO
Va en mula paciente y doctoral: tiene visos de astrólogo y lo es a ratos, porque la medicina es todavía una ciencia oculta. Se escribe gravemente tratados sobre el aojo. Se reparan las fuerzas del enfermo con darle a oler viandas nutritivas y el doctor Pedro Gago Vadillo, que estuvo largos años en el Perú, nos cuenta en su Luz de verdadera cirugía, que, para cicatrizar pronto la herida, algunos cirujanos la curaban con vino o aplicaban paños secos en forma de cruz.
¡Cómo no había de reír nuestro burlón de las “tumbas con golilla, los fracasos con barbas”,” los asesinos graduados”, como él llamaba a  los galenos! No les perdona sus malos ratos cuando estuvo próximo a morir. Uno por uno los analiza y los zahiere.
La hipérbole constante parece aprendida en Quevedo, a quien recuerda siempre. Aquellos ojos de que nos habla el español, “tan  hundidos y oscuros que era buen sitio el suyo para tienda de mercaderes”, aquellas “barbas descoloridas de miedo de la boca vecina, nos hacen recordar al cierzo de la medicina y carámbano con golilla, ante quien tiritaban los tabardillos, según Caviedes.
Curioso influjo que no le resta originalidad a nuestro autor. Sus temas, su inspiración, son nacionales. Cotejando sus burlas con los relatos  de los viajeros, estamos seguros de la veracidad del costumbrista.

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Otros temas de aventura para la literatura.

RETRATO
Por primera vez un peruano trata de retratar la vida ambiente y, olvidando la poética elevada, desciende al profano vulgo y  tira por los aires el postizo coturno de nuestros líricos. ¡Qué fresca y sana alegría circula en  El diente del Parnaso, la obra más homogénea de Caviedes!
Alguna vez se destaca esta poesía como en Quevedo más casi siempre el ingenio es de fina calidad como cuando dice a la hermosa  Arnarda que estaba en el  Hospital de la Caridad curando discretos males:  En la caridad se halla/por su mucha caridad/que a ningún amor mendigo/negó limosna jamás
Melancolías de madurez, la más patética poesía de esos tiempos. Desamparado por la muerte de su esposa, a quien canta en Poesías Diversas, comienza a beber hasta su temprana muerte, como cualquier vate romántico.
No se disipó nunca en Lima la nombradía del Poeta de la Ribera, como se le llamaba entonces. En 1700, los concurrentes a la tertulia del Virrey Castel-dos-Rius lo plagiaban descaradamente. Por donde la vena del ingenio popular, tantas veces disparado a palacio para ofender a un virrey, entra allí, en fin, mezclándose su acento casquivano, familiar y jovial a ese penoso juego malabar de poetas galeotes que presidía Peralta.

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Una belleza religiosa para describirla.

INGENIO
Y en cuadernos manuscritos o trasmitidos oralmente, su ingenio continuaba enseñando la picaresca alegría y el realismo desenfadado que fueron y son virtud limeña. Para hallar, sin embargo, un discípulo notorio de esta versión es menester traspasar un siglo. Hacia 1787 vino de México al Perú un español, Esteban de Terralla y Landa que oyó seguramente las sátiras de Caviedes.
No estaban impresas pero corrían por las calles. El mundo descrito por ambos es el mismo. Bien se advierte que es criollo el primero y el otro un chapetón, como ya se llamaba al español. Llega  Terralla con altiveces de fichado hidalgo, como casi todos los iberos de aquel entonces.
Y esa sensual reyecía de la limeña sobre el extranjero recién llegado. Ese vértigo que 40 años más tarde asombraba a Flora Tristán, van a abrumar al literato. Lo suponemos siguiendo a  las que llamará después “ángeles con uñas”.
En el manuscrito de un sainete titulado El Amor Duende y atribuido a Peralta, adivinamos cuales fueron las melancolías del recién llegado. “Mi reyna  dice el español. Y le responden “Señor Chapetón”. ¿En que lo echaron de ver. En lo reyna, /que aquí suena lo niña mas bien. Continuará. (Editado, resumido y condensado del libro “Obras Escogidas de Ventura García Calderón”, destacado intelectual peruano que, con sus estudios, rescata los orígenes culturales de este país. Nació por un azar patriótico en Paris, retornó al Perú donde estudió. Posteriormente volvió a Francia en 1905 salvo cortos intervalos por aqui, Rio de Janeiro y Bruselas hasta 1959 en que murió, siempre habitante de la ciudad luz)

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