Es sabido. No sólo en Lima,
ciudad naciente, si cabe la expresión, sino aún en las más viejas, el
desarrollo del urbanismo-no de la urbanidad- es algo modernísimo. Antaño aquí,
como en Europa, la noche estaba llena de peligros para los transeúntes
atrevidos en trance de aventuras.
No existía lo hoy llamado
“alumbrado público”. Candiles reverberos, tal cual candelada, entre las espesas
sombras, mientras las ciudades dormían. Quienes atrevíanse a salir en las
noches, se hacían preceder por esclavos o servidores con fanales, donde la
candilada producías movibles y extravagantes sombras fantásticas, asustadoras
de los desvelados, quienes atraídos por el resplandor y el ruido atisbaban
desde balcones o ventanas, el paso de aquellos rarísimos cortejos.
En esta villa tricoronada, el
alumbrado público general, tal como debe ser considerado, no existió, con
caracteres oficiales, podríamos decir, hasta los días de Amat, el Virrey
enamoradizo, quien, en 1976, obligó a colocar faroles en las puertas de las
casas, debiendo mantener los pulperos luz en sus esquinas hasta el amanecer.
Faroles en la Lima antigua
Faroles en la Lima antigua
LUZ
Anteriormente hubo cierta cierta
forma de alumbrado, pero duró únicamente en parte de la primera noche. El
Marqués de Cañete impuso al vecindario, obligación de mantener en sus portones,
aquellos reverberos con grasa, a la verdad muy deficientes
En tiempo de Chinchón, dictáronse
también, ordenanzas semejantes, pero sólo en los días de Amat la obligación
adquirió caracteres definidos, y hubo luz en toda la noche, lo cual no había
existido antes.
En pleno siglo XVI, con ocasión
de la llegada de los primeros Oidores de la Real Audiencia, dl primer Virrey,
de los ecos resonantes de la victoria de Lepanto, de los anuncios de
nacimientos de príncipes y entradas de nuevos gobernantes, hubo lumbraradas y
tal cual desfile de caballeros encamisados con hachones llameantes.
Muy en pañales el siglo XVII,
cuando las cuestiones de la Limpia Concepción, las Luminarias, los fuegos, con
su Tarasca vomitando llamas, los castillos con sus palomas encendidas y sus
buscapiés, aquí llamados buscapiques, mantuvieron a la ciudad en alborotosa y
vigilias alborozadas.
Gente y galas hubo muchas en
aquellos días. La Plaza Mayor relucía con lumbres de brea y el pueblo se arremolinaba
para ver los fuegos, a los cuales fue tan aficionado siempre. Había cosas
“mucho para ver”, cual dicen los ingenuos y fieles cronistas: sierpes de siete
cabezas, montes, piletas, ángeles y hasta diablillos. Las gentes de todos los
barrios acudían portando farolillos.
UN farolero
UN farolero
ILUMINACIONES
Raro y sorprendente espectáculo
debió ser el del 22 de octubre de 1662, cuando a las ocho de la noche,
aparecieron unos cuantos monigotes, según cuenta Mugaburu, seguidos por
muchachos de la escuela.
Llegaron atraer un concurso de más de cuatro
mil con luces temblorosas, paseando las calles centrales, llevadas por personas
agitadas al grito de Vitor la Limpia Concepción, hasta lograr, con el doctor de
los Reyes de mucho prestigio y campanillas, puesto a la cabeza, reducir a los
Frailes Dominicos, los cuales parecían no estar muy dispuestos a sumarse, desde
el principio a tales festejos.
Durante la administración del
beato y enérgico, Conde de Lemos, fueron muy frecuentes los fuegos e
iluminaciones. Los sargentos y tenientes de esos días, habiendo sido imitados
por los variados gremios, forman mascaradas nocturnas, en una de las cuales
luciéronse más de trescientos personajes.
Hubo candeladas en toda la
ciudad. Aparecería así encendidamente, echando fuego por ventanas y balcones.
Estaría, de seguro, el apodado Caballero de la Virgen, uno de los malos de
Molina, apellido colonial de gran prestancia.
Aquel siglo XVII fue,
seguramente, el más suntuoso, el más característico, aunque el menos conocido
desde el punto de vista social. Eran muchas las comedias, los volantines, las
encamisadas y como hubo grandes cuestiones religiosas-la entronización de la
Limpia Concepción, las canonizaciones de Santa Rosa y de San Francisco de
Borja, pariente de Lemos- las fiestas se prodigaron y hubo copia abundante de
entremeses, coloquios, volantines, encamisadas, fuego, procesiones y mascarada.
UN poste de luz electrica frente a una iglesia colonial
UN poste de luz electrica frente a una iglesia colonial
TEATRO
Los patios palatinos sirvieron de
teatro, para las comedias de mucha tramoya. Entre ellas cabe recordar por la
atención despertada, las de Santa Rosa y San Francisco, una llamada “El Arca de
Noé” y otra de lindísimo título “Amor en Lima es Azar.
Aquel toque de queda alcanzado en
nuestra niñez ya remota-¡y cuánto nos impresionaba!- nació en aquel siglo
aparatoso y místico, y nunca, como en ese tiempo, corriéronse encamisadas más
lúcidas como las del fastuoso Virrey
Conde Castellar, puesto a la cabeza de un desfilar deslumbrador y musical
Arpas y vihuelas seguían a las
procesiones, precedidas por atabales y chirimías donde el pueblo, en general,
no sólo los nobles, tanto se divertían y gozaban. El consumo de velas era
enorme y vendíanse éstas en tendejones especiales. Hubo una triste celebridad,
la conducida por Pedro de Sosa.
En trágica noche sucedió “la
quema”, como se decía entonces, de su bodegón y el sebo derretido corrió, como
si fuera agua ardorosa, por la Plaza. Marcados por el fuego y confusos, armaron
tremendo alboroto y algazara; y de ello se habló durante largos días, en
atrios, esquinas, bodegas, abacerías y en las parladoras y gulusmeadoras
sobremesas.
BANDOS
El Duque de la Palata, el mismo
autor de las murallas embridadoras de la ciudad por temor a los piratas, hubo
de dictar bandos sobre el sebo y las velas, de lo cual habíase ocupado,
también, Chinchón el Virrey de las tercianas, quien entre otras prohibiciones
ordenó a los pulperos no revender velas ni echar agua a la leche.
¡Curiosos tiempos, a la par de
calmas y alboroto! Trasnochar era correr terribles riesgos y era grave
permanecer hasta las once de la noche en las calles, sí no había razón pública
para caminar en ellas. Los atrevidos podían tropezar con la Santa Hermandad, la
cual recorría alles y plazas en plan de vigilancia.
Antiguo grabado de la capital: ya contabamos con electricidad
Antiguo grabado de la capital: ya contabamos con electricidad
Hasta a un señor Virrey-y de los
más dominantes- le sonaron las campanas, cuando iba de tapadillo por la ciudad
silente. El campanero fue tildado bellaco y hereje el Gobernante, por la pluma
donosa de don Ricardo Palma.
Es muy avanzado el siglo XVIII,
cuando comienza una grave preocupación por lo típicamente urbano, cuando aún
podía decirse “no puede ponerse puertas al campo”, siendo ahora cuando no cabe
ponérsela a la ciudad.
La policía, el alumbrado público, propiamente
dicho, las rondas nocturnas, los serenos y encapados, mucho después, llamados
con el quechuismo cachaco y aún muy posteriormente inspectores y huayruros-otro
quechuismo; fueron con otros nombres naturalmente creaciones de virreyes dieciochescos,
muy especialmente Amat, Guiror, Croix y Avilés, el casado con una dama del Perú
apellidado Risco, habiendo sido el primero de los citados quien se ocupó en
esas cosas edilicas.
SUSTITUCION
Hasta entrado el siglo XIX la
ciudad capital se alumbraba con sebo. En 1820 se introdujo el aceite y tras
éste el kerosene, de amplia aplicación pública y privada. Los faroles, con el
escudo real español pervivieron durante algún tiempo y fueron sustituidos por
otros con el escudo peruano, alcanzados por quienes ya no estamos en primavera
y de tan nuestro gusto, porque nos trajeron la figura del farolero, personaje
encantador de nuestra infancia.
A el lo codeamos alguna vez con
uno de esos fósforos chalacos, al parecer milagrosos, porque se encendían con
un frotamiento, elegante por lo rápido y leve, en el diablo fuerte de los
pantalones. Esos admirados faroleros parecían hombres de circo
Llegaban al caer la tarde, por
las esquinas, silbando alguna tonada criolla, consu escalera al hombro, la
colocaban airosamente, la trepaban con sorprendente agilidad y luego se
deslizaban, con maromera gracia, sin tocar los travesaños y su elasticidad nos
dejaba boquiabiertos.
En 1847, un hombre emprendedor,
el señor Charón, hizo un ensayo de alumbrado por gas, en la Casa de la Moneda.
En 1851 el gobierno de Echenique celebró un contrato, cuya culminación
aprovechó Castilla, -el constante y astuto aprovechador, como en la liberación
de los esclavos y del tributo- después del combate de la Palma, cerca de
Miraflores.
La iluminación es una realidad.
La iluminación es una realidad.
FOSFOROS
Como anticipo luminoso, según
quejumbres de los partidarios de la yesca y el pedernal, los fósforos se
introdujeron en nuestros mercados en 1848, reemplazando a los suntuosos
mecheros, tantas veces engastados con oro, diamantes y rubíes, como las cajitas
para el rapé ricamente esmaltadas y ya desaparecidas en el uso diario. Ambos
son cosas de museos y coleccionistas.
El sábado 5 de mayo se estrenó
aquella forma de iluminación. Fue día grande aquel cuando Castilla encendió a
las seis y media de la tarde en la Plaza Principal la primera luz de gas.
Charon y Prentice, los técnicos, acompañaron al Jefe del Estado
Lucio la luna aquella noche y un
cronista entusiasta dijo tropicalmente: “Desde este momento ya no se pudo
distinguir entre la luz derramada desde los cielos por la mano de Dios y la luz
creada por la inteligencia del hombre”. Cuatrocientos lampadarios se
encendieron aquel día
Desde entonces Lima tuvo aquel
alumbrado con las relucientes arañas de bronces complicados y de cristalerías.
Los medidores colocados tras los portones de las casas, atraían a los
traviesos, sobre todo en días de saraos y tertulias para dejar a oscuras a los
invitados
En los hogares pobres reinaba el
kerosene con los lamparines. La ciudad se romantizaba en los plenilunios porque
al parecer consideróse en el contrato no se gastaría alumbrado en esas noches y
la capital recibiría el alto beneficio de la luz lunar con gran contento de los
enamorados ventaneros.
BOMBILLAS
Ya no se requerían, al entrar el
nuevo siglo, fósforos para encender las luces aprisionadas en las bombillas de
cristal. Una luz venida por alambritos por los techos. La empresa de Santa Rosa
colmó de postes la ciudad de Lima. De allí surgían las bombillas
Los jirones centrales, las plazas,
el recién nacido Paseo Colón se llenaron de curiosos. A las 7 de la noche
florecieron los troncos y pendientes de las escuetas y retorcidas ramas aparecieron,
como flores de luz, las bombillas misteriosas
Más nada excitó el asombro y el
comentario colmo el letrero en la Exposición con grandes caracteres. SIGLO XIX,
el cual, al sonar las doce de la noche, por arte del demonio o la hechicería,
resultó SIGLO XX. Un ¡ah! De admiración ingenuo y sonoro, saludó tal cambio.
Las bombitas emitían claridad
Las bombitas emitían claridad
Las gentes se habituaron. Se
perdió el miedo, como al automóvil y al tranvía eléctrico. Todos desearon tener
bombitas. Para los muy pobres quedaba el kerosene-luz brillante, luz diamante-
decían los anuncios. Llegaron y llegan muchas novedades. Las velas casi casi
desaparecieron. Solo se usaban en los templos y en las procesiones. Como ahora.
UN poeta de Chile, señor de
Rivero, en una fiesta muy íntima en la evocadora casa de la familia Sánchez
Concha, en la tradicional calle de Malambito me envió bajo sobre estos versos
de gracia fina, al ver una bombilla de luz en las ramas de un árbol frondoso: ¿Cuál
es el nombre poeta/de ese árbol maravilloso/, cuyo fruto es la ampolleta/de
sabor tan luminoso?
Yo me atreví a contestar: No sé
el nombre buen poeta/del árbol, más no me gusta, llames fruto a la ampolleta/
pues si estalla nos asusta/ y se vuelve camareta. Fue un progreso, un gran
progreso. Pero y sigo extrañando dos cosas limeñísimas y románticas: el
farolero y la luna. (Páginas
seleccionadas de las "Obras Completas" que pertenecen como autor al
consagrado escritor y político, José Gálvez Barrenechea.
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