jueves, 30 de agosto de 2018

REVERBEROS, CANDILES, ARAÑAS...

Plácenos evocar en esta crónica, algo de la ciudad ida definitivamente, pasando revista a cuanto en nocturnas horas sirvió para alumbrarla, más o menos, desde los remotos días en los cuales, naciente la capital, toda agitación finaba con la puesta del sol, hasta éstos donde la luz no falta en hora alguna y las gentes pueden transitar por todas las calles, sin portar faroles, desde prima-noche, hasta la anunciadora alba.
Es sabido. No sólo en Lima, ciudad naciente, si cabe la expresión, sino aún en las más viejas, el desarrollo del urbanismo-no de la urbanidad- es algo modernísimo. Antaño aquí, como en Europa, la noche estaba llena de peligros para los transeúntes atrevidos en trance de aventuras.
No existía lo hoy llamado “alumbrado público”. Candiles reverberos, tal cual candelada, entre las espesas sombras, mientras las ciudades dormían. Quienes atrevíanse a salir en las noches, se hacían preceder por esclavos o servidores con fanales, donde la candilada producías movibles y extravagantes sombras fantásticas, asustadoras de los desvelados, quienes atraídos por el resplandor y el ruido atisbaban desde balcones o ventanas, el paso de aquellos rarísimos cortejos.
En esta villa tricoronada, el alumbrado público general, tal como debe ser considerado, no existió, con caracteres oficiales, podríamos decir, hasta los días de Amat, el Virrey enamoradizo, quien, en 1976, obligó a colocar faroles en las puertas de las casas, debiendo mantener los pulperos luz en sus esquinas hasta el amanecer.

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Faroles en la Lima antigua

LUZ
Anteriormente hubo cierta cierta forma de alumbrado, pero duró únicamente en parte de la primera noche. El Marqués de Cañete impuso al vecindario, obligación de mantener en sus portones, aquellos reverberos con grasa, a la verdad muy deficientes
En tiempo de Chinchón, dictáronse también, ordenanzas semejantes, pero sólo en los días de Amat la obligación adquirió caracteres definidos, y hubo luz en toda la noche, lo cual no había existido antes.
En pleno siglo XVI, con ocasión de la llegada de los primeros Oidores de la Real Audiencia, dl primer Virrey, de los ecos resonantes de la victoria de Lepanto, de los anuncios de nacimientos de príncipes y entradas de nuevos gobernantes, hubo lumbraradas y tal cual desfile de caballeros encamisados con hachones llameantes.
Muy en pañales el siglo XVII, cuando las cuestiones de la Limpia Concepción, las Luminarias, los fuegos, con su Tarasca vomitando llamas, los castillos con sus palomas encendidas y sus buscapiés, aquí llamados buscapiques, mantuvieron a la ciudad en alborotosa y vigilias alborozadas.
Gente y galas hubo muchas en aquellos días. La Plaza Mayor relucía con lumbres de brea y el pueblo se arremolinaba para ver los fuegos, a los cuales fue tan aficionado siempre. Había cosas “mucho para ver”, cual dicen los ingenuos y fieles cronistas: sierpes de siete cabezas, montes, piletas, ángeles y hasta diablillos. Las gentes de todos los barrios acudían portando farolillos.

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UN farolero

ILUMINACIONES
Raro y sorprendente espectáculo debió ser el del 22 de octubre de 1662, cuando a las ocho de la noche, aparecieron unos cuantos monigotes, según cuenta Mugaburu, seguidos por muchachos de la escuela.
 Llegaron atraer un concurso de más de cuatro mil con luces temblorosas, paseando las calles centrales, llevadas por personas agitadas al grito de Vitor la Limpia Concepción, hasta lograr, con el doctor de los Reyes de mucho prestigio y campanillas, puesto a la cabeza, reducir a los Frailes Dominicos, los cuales parecían no estar muy dispuestos a sumarse, desde el principio a tales festejos.
Durante la administración del beato y enérgico, Conde de Lemos, fueron muy frecuentes los fuegos e iluminaciones. Los sargentos y tenientes de esos días, habiendo sido imitados por los variados gremios, forman mascaradas nocturnas, en una de las cuales luciéronse más de trescientos personajes.
Hubo candeladas en toda la ciudad. Aparecería así encendidamente, echando fuego por ventanas y balcones. Estaría, de seguro, el apodado Caballero de la Virgen, uno de los malos de Molina, apellido colonial de gran prestancia.
Aquel siglo XVII fue, seguramente, el más suntuoso, el más característico, aunque el menos conocido desde el punto de vista social. Eran muchas las comedias, los volantines, las encamisadas y como hubo grandes cuestiones religiosas-la entronización de la Limpia Concepción, las canonizaciones de Santa Rosa y de San Francisco de Borja, pariente de Lemos- las fiestas se prodigaron y hubo copia abundante de entremeses, coloquios, volantines, encamisadas, fuego, procesiones y mascarada.

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UN poste de luz electrica frente a una iglesia colonial

TEATRO
Los patios palatinos sirvieron de teatro, para las comedias de mucha tramoya. Entre ellas cabe recordar por la atención despertada, las de Santa Rosa y San Francisco, una llamada “El Arca de Noé” y otra de lindísimo título “Amor en Lima es Azar.
Aquel toque de queda alcanzado en nuestra niñez ya remota-¡y cuánto nos impresionaba!- nació en aquel siglo aparatoso y místico, y nunca, como en ese tiempo, corriéronse encamisadas más lúcidas como las del  fastuoso Virrey Conde Castellar, puesto a la cabeza de un desfilar deslumbrador y musical
Arpas y vihuelas seguían a las procesiones, precedidas por atabales y chirimías donde el pueblo, en general, no sólo los nobles, tanto se divertían y gozaban. El consumo de velas era enorme y vendíanse éstas en tendejones especiales. Hubo una triste celebridad, la conducida por Pedro de Sosa.
En trágica noche sucedió “la quema”, como se decía entonces, de su bodegón y el sebo derretido corrió, como si fuera agua ardorosa, por la Plaza. Marcados por el fuego y confusos, armaron tremendo alboroto y algazara; y de ello se habló durante largos días, en atrios, esquinas, bodegas, abacerías y en las parladoras y gulusmeadoras sobremesas. 
BANDOS
El Duque de la Palata, el mismo autor de las murallas embridadoras de la ciudad por temor a los piratas, hubo de dictar bandos sobre el sebo y las velas, de lo cual habíase ocupado, también, Chinchón el Virrey de las tercianas, quien entre otras prohibiciones ordenó a los pulperos no revender velas ni echar agua a la leche.
¡Curiosos tiempos, a la par de calmas y alboroto! Trasnochar era correr terribles riesgos y era grave permanecer hasta las once de la noche en las calles, sí no había razón pública para caminar en ellas. Los atrevidos podían tropezar con la Santa Hermandad, la cual recorría alles y plazas en plan de vigilancia.

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Antiguo grabado de la capital: ya contabamos con electricidad

Hasta a un señor Virrey-y de los más dominantes- le sonaron las campanas, cuando iba de tapadillo por la ciudad silente. El campanero fue tildado bellaco y hereje el Gobernante, por la pluma donosa de don Ricardo Palma.
Es muy avanzado el siglo XVIII, cuando comienza una grave preocupación por lo típicamente urbano, cuando aún podía decirse “no puede ponerse puertas al campo”, siendo ahora cuando no cabe ponérsela a la ciudad.
 La policía, el alumbrado público, propiamente dicho, las rondas nocturnas, los serenos y encapados, mucho después, llamados con el quechuismo cachaco y aún muy posteriormente inspectores y huayruros-otro quechuismo; fueron con otros nombres naturalmente creaciones de virreyes dieciochescos, muy especialmente Amat, Guiror, Croix y Avilés, el casado con una dama del Perú apellidado Risco, habiendo sido el primero de los citados quien se ocupó en esas cosas edilicas.
SUSTITUCION
Hasta entrado el siglo XIX la ciudad capital se alumbraba con sebo. En 1820 se introdujo el aceite y tras éste el kerosene, de amplia aplicación pública y privada. Los faroles, con el escudo real español pervivieron durante algún tiempo y fueron sustituidos por otros con el escudo peruano, alcanzados por quienes ya no estamos en primavera y de tan nuestro gusto, porque nos trajeron la figura del farolero, personaje encantador de nuestra infancia.
A el lo codeamos alguna vez con uno de esos fósforos chalacos, al parecer milagrosos, porque se encendían con un frotamiento, elegante por lo rápido y leve, en el diablo fuerte de los pantalones. Esos admirados faroleros parecían hombres de circo
Llegaban al caer la tarde, por las esquinas, silbando alguna tonada criolla, consu escalera al hombro, la colocaban airosamente, la trepaban con sorprendente agilidad y luego se deslizaban, con maromera gracia, sin tocar los travesaños y su elasticidad nos dejaba boquiabiertos.
En 1847, un hombre emprendedor, el señor Charón, hizo un ensayo de alumbrado por gas, en la Casa de la Moneda. En 1851 el gobierno de Echenique celebró un contrato, cuya culminación aprovechó Castilla, -el constante y astuto aprovechador, como en la liberación de los esclavos y del tributo- después del combate de la Palma, cerca de Miraflores.

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La iluminación es una realidad.

FOSFOROS
Como anticipo luminoso, según quejumbres de los partidarios de la yesca y el pedernal, los fósforos se introdujeron en nuestros mercados en 1848, reemplazando a los suntuosos mecheros, tantas veces engastados con oro, diamantes y rubíes, como las cajitas para el rapé ricamente esmaltadas y ya desaparecidas en el uso diario. Ambos son cosas de museos y coleccionistas.
El sábado 5 de mayo se estrenó aquella forma de iluminación. Fue día grande aquel cuando Castilla encendió a las seis y media de la tarde en la Plaza Principal la primera luz de gas. Charon y Prentice, los técnicos, acompañaron al Jefe del Estado
Lucio la luna aquella noche y un cronista entusiasta dijo tropicalmente: “Desde este momento ya no se pudo distinguir entre la luz derramada desde los cielos por la mano de Dios y la luz creada por la inteligencia del hombre”. Cuatrocientos lampadarios se encendieron aquel día
Desde entonces Lima tuvo aquel alumbrado con las relucientes arañas de bronces complicados y de cristalerías. Los medidores colocados tras los portones de las casas, atraían a los traviesos, sobre todo en días de saraos y tertulias para dejar a oscuras a los invitados
En los hogares pobres reinaba el kerosene con los lamparines. La ciudad se romantizaba en los plenilunios porque al parecer consideróse en el contrato no se gastaría alumbrado en esas noches y la capital recibiría el alto beneficio de la luz lunar con gran contento de los enamorados ventaneros.
BOMBILLAS
Ya no se requerían, al entrar el nuevo siglo, fósforos para encender las luces aprisionadas en las bombillas de cristal. Una luz venida por alambritos por los techos. La empresa de Santa Rosa colmó de postes la ciudad de Lima. De allí surgían las bombillas
Los jirones centrales, las plazas, el recién nacido Paseo Colón se llenaron de curiosos. A las 7 de la noche florecieron los troncos y pendientes de las escuetas y retorcidas ramas aparecieron, como flores de luz, las bombillas misteriosas
Más nada excitó el asombro y el comentario colmo el letrero en la Exposición con grandes caracteres. SIGLO XIX, el cual, al sonar las doce de la noche, por arte del demonio o la hechicería, resultó SIGLO XX. Un ¡ah! De admiración ingenuo y sonoro, saludó tal cambio.

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Las bombitas emitían claridad

Las gentes se habituaron. Se perdió el miedo, como al automóvil y al tranvía eléctrico. Todos desearon tener bombitas. Para los muy pobres quedaba el kerosene-luz brillante, luz diamante- decían los anuncios. Llegaron y llegan muchas novedades. Las velas casi casi desaparecieron. Solo se usaban en los templos y en las procesiones. Como ahora.
UN poeta de Chile, señor de Rivero, en una fiesta muy íntima en la evocadora casa de la familia Sánchez Concha, en la tradicional calle de Malambito me envió bajo sobre estos versos de gracia fina, al ver una bombilla de luz en las ramas de un árbol frondoso: ¿Cuál es el nombre poeta/de ese árbol maravilloso/, cuyo fruto es la ampolleta/de sabor tan luminoso? 
Yo me atreví a contestar: No sé el nombre buen poeta/del árbol, más no me gusta, llames fruto a la ampolleta/ pues si estalla nos asusta/ y se vuelve camareta. Fue un progreso, un gran progreso. Pero y sigo extrañando dos cosas limeñísimas y románticas: el farolero y la luna. (Páginas seleccionadas de las "Obras Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político, José Gálvez Barrenechea.

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