jueves, 9 de agosto de 2018

UNA ESTAMPA DEL SIGLO XVII

Algo se ha escrito sobre los recibimientos de los señores virreyes en la ciudad de Lima y en tales ceremonias se han basado generalizaciones de carácter histórico para deducir el servilismo imperante en la época. Asunto tratado en su artículo sobre don Pedro de Peralta por ese gran argentino llamado don Juan María Gutiérrez, a quien tanto deben las letras peruanas
Gutiérrez defiende un poco la oratoria recargada y lisonjera de la época, atribuyéndola más a las propias características deseos tiempos y no a deficiencias espirituales y servilonas de sus autores. Y así es. La perspectiva en la cual hoy nos colocamos introduce en nuestro juicio, elementos que ayer no existía, y, por eso, sin quererlo, incorporamos nuestra actualidad a algo ya desaparecido o inactual, por lo cual muchas veces somos injustos e ingenuos: Porque pedimos para el ayer posiciones ideológicas y sentimentales de hoy. De ahí la dificultad de hacer historia en el verdadero sentido de la palabra.
Pero aparte de esas generalizaciones más o menos acertadas, no se ha hecho todavía la reconstrucción exacta de una de esas ceremonias en las cuales el boato preciosista, barroco de la Lima de entonces ponía una intensa nota de color. Lima era una capital de gran importancia para la época. Multiplicidad de asuntos distraían la atención de las gentes o incidían en todos los aspectos del vivir, reaccionando unos sobre oros. Es natural, por ello fuera la vida universitaria informada por el lujo, la riqueza y la cortesanía de la existencia capitalina.
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ACONTECIMIENTOS
Los recibimientos de los señores virreyes fueron, tal vez, los acontecimientos universitarios de mayor pompa de la época, especialmente en el siglo XVIII, sin duda, el más suntuoso del Virreinato, cuando aún los terremotos de fines de aquel siglo (1687) y de principios del XVIII (1746), especialmente este último, no habían echado por tierra muchas edificaciones y desmedrado no pocas fortunas.
La extensión del Virreinato no había sufrido los recortes desmenuzadores de un triste y,a veces, trágico después. Y los espíritus no tenían oras preocupaciones que la lealtad al Rey, el temor de Dios y el afán de seguir los usos y costumbres de la Corte, a la distancia aún más resplandeciente de la realidad.
La leyenda de la Lima dieciochesca se ha esfumado un tanto, por otra de la pícara aventura de Amat con la criolla Perricholi, La visión del siglo XVII es, sin duda, como lo demuestran los auténticos de la época, el más rico y de más acusado carácter de nuestra vida virreinal.
Canonizaciones de santos, controversias religiosas sobre el dogma de la Inmaculada Concepción, disputas entre Arzobispos y Virreyes, grandes mascaradas estudiantiles, profusión de actos solemnes y de fiestas, autos y procesiones, magníficas cabalgatas, vistosos escuadrones, toros, cañas, encamisadas, volatines y comedias. El cuadro resaltante en el minucioso Diario de Mugaburu y en los documentos de varias clases de aquel siglo, nos lo muestra en todo su esplendor.

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Lima del siglo XVII

ABOGADOS
Buscando noticias sobre los abogados de Lima encontré un buen día en un viejo libro de “Razones de los grados mayores y menores”, comenzado el 3 de Julio de 1660, el acta de recibimiento del Conde de Lemos lo cual me permite hacer la reconstrucción fidedigna de una de las más típicas ceremonias de la Lima Colonial
Bastaría, si se tratara simplemente de presentar el hecho, con copiar las actas pertinentes. Pero el estilo y su difícil ortografía las harían penosas para el lector, el cual necesitaría, además, ciertas explicaciones, por lo cual bien vale la pena aprovechar la preciosa fuente y ponga el cronista de hoy tal cual dato y comentarios marginales establecedores y relevantes de la relumbradora y entonada fiesta de la Real y Pontifica Universidad de Lima ofrendada al Conde de Lemos.
Los documentos están a fojas 76,77 y 78 y sus reversos de un libro forrado, en pergamino en cuya primera página, rota y casi ilegible ya por las muchas manchas de color morado tal cual se adivinan mucho más de ser vistas siguientes palabras:
Razones de los grados maiores y menores que se han dado en efta RI Universidad de San >Marcos desde 3 de Julio 1660 en que fue secretario el  Ss San (Sebastián digo yo) Mateos de Robles. Un trozo ilegible. Después: Franc de la cueba. Y abajo Don Luis Zegarra de Guzmán, San Mateo de Robles.
RECTOR
El Rector de la Universidad, en ese año, 1660 pertenecía a una nobilísima familia de Salvatierra de Tormes, en Salamanca. Sus padres radicaron en Lima a principios del siglo XVII y fueron el capitán don Arnao Zegarra de Guzmán Medrano y doña Francisca Arias Vásquez. Zegarra de Guzmán había nacido en Lima, donde murió en 1681, después de haber sido Medio Racionero del Coro metropolitano en 1649, racionero en 1655, juez adjunto de arzobispado  en 1675, maestreescuela en 1677, arcedíano en 1678 y Rector de la Universidad como queda dicho en 1860, según lo apunta nuestro más notable linajista Luis Varela Orbegoso (Clovis) en sus nutridos y valiosos “Apuntes para la historia de la sociedad colonial” tomo 1°, página 106.
Que el canónigo Guzmán debió ser persona principalísima y además aficionada a la rumbosidad, lo demuestra el párrafo del Diario de Mugaburu en el cual, al describir los toros corridos en honor de Santa Rosa, en la Plazuela de Santa Ana, dice, el Señor Virrey Conde de Lemos y la señora Virreina y todos los señores Oidores los vieron desde el balcón de aquel canónigo, quien amén de agasajar a sus ilustres visitantes, echó muda platas de la bien acuñada a la plaza. Sería tanta según el solícito cronista: …al punto repicaron las campanas de mi Señora Santa Ana por la plata que echó al canónigo que lo tuvieron todos a gran fineza.
Según rezan las actas, el 24 de Enero de 1668, se hizo la publicación del certamen poético. A las 4 de la tarde, salió la comitiva de la Universidad. Iban delante los atabales y chirimías de la ciudad con sus ropones carmesíes guarnecidos de franjas plateadas y los estudiantes de los colegios mayores con sus hopas y becas azules, verdes, rojas y pardas.

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Otra vista de aquella época.

CARTEL
Detrás muy galán, el bedel mayor, en medio del bedel menor y del alguacil de la Universidad. El cartel o certamen como dice el acta, iba en un bastidor cubierto por una tela de seda azul celeste claveteada con “tachuelas doradas” coronado con un gran rosa y sostenido por una áurea y gran vara. Escoltando el certamen iba el secretario de la Universidad. Lo era entonces don Lorenzo de Mora y Castillo, jinete en un potro lúcidamente enjaezado.
La Universidad estaba en esa época donde hoy se alza el Palacio Legislativo, La Comitiva tomo por la acera del Tribunal del Santo Oficio-hoy Biblioteca y en parte museo- y calle abajo siguió hasta la esquina del colegio de los Jesuitas, -hoy San Pedro-, bajó por la cuadra donde más tarde se edificaría el Palacio de Torre Tagle y por la calle hasta hoy llamado Bodegones enfiló a la Plaza Mayor, pasando por la Iglesia Metropolitana, Casas Arzobispales y Real Palacio.
Durante el paso de la pintoresca procesión, balcones y ventanas se llenaron, seguramente de bellas mujeres lujosamente ataviadas. De los corredores del Cabildo pendía “un paño grande con puntas de plata”, donde se fijó el certamen el cual señalaba doce asuntos a los poetas. SE hicieron los pregones, resanaron los roncos atabales y las agudas chirimías y terminó el desfile con el dorado y lento caer de la tarde cuando las campanas resonantes llamaban a la oración.
Y para constar por siempre, el Rector de la Universidad y lo era entonces el doctor don Andrés Billela, caballero de la Orden de Santiago, del Consejo de su Majestad y su Oidor más antiguo y jubilado de la Real Audiencia de Lima, mandó su asentara “razón de haber pasado así” lo cual certificó el señor secretario don Lorenzo de Mora y Castillo en el viejo libro por mis ojos visto.

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La belleza de la ciudad fundada por Pizarro.

El 31 de enero, es decir, pasada apenas una semana, se presentaron al concurso 160 composiciones sobre los doce asuntos señalados amén de otros “muchos versos aventureros”, lo cual revela había no sólo multiplicidad de líricos cultores, sino cierta liberalidad por cuanto se admitía y premiaban poesías fuera de las condiciones señaladas en el certamen.
En esos días, como ahora y como siempre, no dejaban de existir espíritus libres. Los independientes de aquella hora loaron también, a su manera, al Excelentísimo Señor Virrey. El Jurado estuvo compuesto por el Rector Billela, el Oidor jubilado don Sebastián de Alarcón, el Oidor en ejercicio don Francisco Sarmiento de Mendoza, el Fiscal de la Real Audiencia don Diego de Baeza, y don Lorenzo de Mora Castillo, quien actuó como Secretario de la Junta para la graduación de los versos en honor del Virrey Conde de Lemos.
Los jueces graduaron 36 de los escritos para el certamen y nuevo de los denominados los aventureros. La reunión se realizó en la morada del señor Billela. Los asistentes fueron obsequiados con colación, chicha y agua fría y cada uno de ellos recibió, por vía de premio, tres doblones de oro. 
PREMIOS
Las 36 composiciones premiadas formaban una copiosa cosecha retórica de todas las clases de la poesía de la época: canciones, décimas reales, con glosas de redondillas, versos hexámetros, quintillas de donaire terminadas con un título de comedia, epigramas, liras, sonetos rematados en ecos, estrofas de arcaicos latinos, coplas de ciego con el último pie quebrado.
Toda la gama artificiosa estaba allí para revelar la pulcra solicitud de los maestros de poética y el  afanoso aprovechamiento de estudiantes y doctores quienes gastaban su ingenio en la complicada alquimia de combinar los más sutiles conceptos con las más extravagantes imágenes. ¿Cómo sería ahora?
Debe conjeturarse además del interés en rendir pleitesía al Conde de Lemos, quien ya gozaba de una gran reputación, la cantidad de las composiciones enviadas porque debió despertar una gran curiosidad en Lima, pues rara sería la familia de cierta importancia no tuviese algún deudo o relacionado entre los concurrentes.
Además la vida en Lima era antaño sumamente aparatosa, lo cual, como bien ha advertido José de la Riva Agüero, debía contribuir a acrecentar lo hinchado y campanudo del ambiente literario y al repetirse tanto, debió hacernos un grave daño espiritual.
En estos tiempos se comía muy temprano. Se realizó el anunciado recibimiento del Conde de Lemos. No lo dice el acta, pero el tránsito del Virrey hasta la Universidad debió corresponder en opulencia a la famosa entrada a Lima, cuando el pavimento de algunas calles ostentó relucientes barras.

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La Catedral de Lima: siempre imponente, siempre bella

COLORIDO
Una salida del Virrey era en Lima de antaño un cuadro de colorido extraordinario. Los balcones adornados con paños riquísimos franjeados de oro y plata se llenaban de mujeres galanas luciendo lo más costoso de sus vestimentas y alhajas.
El gentío se apretaba en las calles para gozar con el paso de los séquitos resonantes. Uniformados encarnados y con ellos guardias de a pie y de a caballo escoltante. Las carrozas de gala. Autoridades, oidores, regidores, alcaldes. Los gentiles hombres llenos de ricas plumajerías con lanzones y togados. Un cortejo multicolor de pajes y lacayos.
El pueblo gris vitoreando y siguiendo la deslumbradora procesión, mientras los atabales y las chirimías golpeaba los aires, repicaban los campanarios y los cohetes ponían la nota moruna de su estruendo vistoso.
Así debió ir el Conde de Lemos el 4 de Febrero de 1668 a la Universidad de Lima, aunque como consta en el acta, por estar achacoso lo hizo en silla de manos. En la puerta de la docta cosa lo recibieron el alguacil y los bedeles con sus mazas, precediendo al Rector y a los maestros de claustro.
BEATON
El virrey que era beatón se hizo conducir a la capilla donde oró muy contritamente. Pasearon luego todos por el claustro. En el Salón General se sentó el Virrey en el estrado y el Rector le rindió homenaje, luego de leer un discurso con pronunciaciones en latín y romances determinados. Por supuesto que aludió a su erudición, acierto, cristiandad y justicia.
Uno de los estudiantes, escogido especialmente, habló sobre los premios del certamen, tras recordar unos versos latinos y unas octavas en idioma castellano. Prosiguió con otros, introduciendo una carta del dios Apolo en la cual ordenaba se leyesen los doce asuntos del certamen poético.
También se le entregó al Virrey una imagen de la Purísima y Limpísima Concepción de oro, la cual al reverso tenía un crucifijo con sus esmaltes. La autoridad se puso el regalo al cuello con “mucho agrado, según dijo en voz alta,
El licenciado Ascencio Pérez de Lizardi, quien había sido Fiscal en el Jurado, leyó los versos premiados, habiéndose hecho a cada obra una cuarteta con estimación. Después se distribuyeron los premios, todos de plata, entre los vencedores.
Para los versos retumbantes-que buen calificativo- hubo nueve premios en moneda contante y sonante: tres doblones de oro a cada uno de los cuatro primeros y dos doblones a cada uno de los cinco restantes.

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La hermosura capitalina

DIARIO
El acta con las firmas de don Andrés Billela y de don Lorenzo de Mora Castillo, termina a fojas 78 vuelta del libro referido y a continuación corre el asiento del grado de Bachiller en Artes de don Hernando Ruiz de Vargas, natural del puerto del Callao.
El Diario de Lima (1640-1694) de Mugaburu, tan minucioso en todo, no trae, sin embargo, noticia del recibimiento del Conde de Lemos en la Universidad. Si anota que el 4 de Febrero de 1668 salió del Callao el señor Marqués de Naval Morquende nombrado Gobernador del reino de Chile, llevando 400 soldados “todos mozos y bien lucidos”
Ese olvido de Mugaburu quien probablemente no estuvo ese día en Lima, da mayor importancia a otros hechos. Otros virreyes si citan de modo especial el recibimiento en la Universidad y hablando la oración panegírica, de los premios del certamen y de la ceremonia tan especial
Los documentos existentes demuestran haberse recibido al Conde de Lemos tres meses después de la llegada de éste el 9 de noviembre de 1667, cuando las salvas de artillería y el repicar de las campanas anunciaron la entrada de la nave virreinal. 
FLORES
El Conde saltó a tierra el 10 de noviembre. Desde las 5 de la mañana de aquel día la muralla del puerto estaba llena de hombres y mujeres al punto de parecer-dice Mugaburu- un jardín de flores según la variedad de mantillas y vestidos muy costosos que se hicieron para el propósito, así de hombres y mujeres, lo que jamás se ha visto otro tanto en entradas de virreyes”
A tan distinguida autoridad, en el Callao, se le entrego en una salvilla las llaves del puerto y un bastón con extremos de oro y muchos diamantes con gran valor.
El Conde de Lemos vino de incognito del Callao a Lima, comió en palacio, lo vio todo y a las 4 de la tarde se volvió al puerto donde se estuvo tomando providencias de buen gobierno y recibiendo pleitesías.
A los pocos días con un traje muy rico de una tela columbina bordada de oro hizo su entrada a Lima, donde con palio, fue recibido por Virrey, con el suntuoso ceremonial de estilo, mientras a la Virreina “de todas las ventanas le echaban flores y rosas”.


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Un balcón tipicamente colonial que daba vuelta a la esquina.

LA GOBERNADORA
Este Virrey austero y un tanto sombrío, dejó en nuestra historia la nota galante y fragante de una virreina gobernadora, quien mando a echar bandos ya contra los franceses ya sobre los mercachifles, ora reglamentado la venta de la era, ora anunciando-cosa grave para una mujer- que el Señor Conde de Lemos “había mandado cortar la cabeza y hacer cuartos a Jusephe de Salcedo”.
Murió el Conde el 6 de diciembre de 1672 después de haber gobernado cinco años y quince días. Lo embalsamaron y en una cama de brocados “lo pusieron en cuerpo muy galán, calzado de botas y espuelas, con su bastón de capitán general, con un sombrero de color y sus plumas que parecían un San Jorge.
La Virreina viuda no pudo irse a España-sin duda por el temor a los piratas frecuentadores de nuestras aguas en el siglo XV. Hasta el 11 de junio de 1675. Lo hizo en la capitana nao de una armada fuerte y numerosa con partida a Panamá y llevaba la suma, fabulosa por lo enorme para la época, de 22 millones de pesos. (Páginas seleccionadas de las "Obras Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político, José Gálvez Barrenechea.

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