domingo, 20 de diciembre de 2015

NAUFRAGIO DEL MONTE CERVANTES

La mayoría de los 1500 pasajeros que llevaba el Monte Cervantes en su crucero de turismo por los canales fueguinos se hallaba sobre cubierta en la tarde del 22 de Enero de 1930. Nadie quería perderse el maravilloso espectáculo que se ofrecía a medida que la nave avanzaba hacia el Este. De improviso, el paquebote, orgullo de la industria naviera alemana, se sacudió, crujió fuertemente y se escoró hacia babor. Había chocado contra una roca.
Una fuerte detonación seguida de espesa humareda, al estallar el tanque de combustible de proa, hizo cundir el pánico. Parecía a punto de epilogar trágicamente el alegre viaje iniciado en Buenos Aires, de donde procedía la casi totalidad de los pasajeros.
El Capitán Dreyer, ante el naufragio inminente, ordenó una arriesgada maniobra: procurar que el barco calzara en las rocas para dar tiempo al salvamiento. La maniobra dio resultado e inmediatamente los botes insumergibles y las lanchas a motor de que estaba provisto el buque, comenzaron a dirigirse hacia la costa cercana.

Bundesarchiv Bild 102-09086, Passagierschiff "Monte Cervantes".jpg
El Monte Cervantes.

SIN VICTIMAS
Mientras tanto desde Ushuaia, un vigía observó lo acontecido y pronto el telégrafo vibró llevando la angustia a centenares de hogares. Buenos Aires vivió horas de tremenda incertidumbre apenas atenuada por el anuncio de que el transporte Vicente Fidel López, llegado al lugar, estaba recogiendo a los últimos náufragos.
Finalmente la consoladora noticia de: “No hay víctimas entre los pasajeros”. En ese mismo momento, el Monte Cervantes, con sus hélices fuera del agua y con grandes rumbos en la quilla agonizaba lentamente.


Los restos finales del buque.

El suntuoso palacio flotante iba desapareciendo para convertirse en tumba del Capitán Dreyer. El bravo marino, ya salvados todos, cumplió el código de honor de los hombres de su estirpe, prefiriendo perecer con su barco.
Más tarde, la ciudad alborozada recibió a los que habían sido rescatados de una muerte casi segura. Pero aquel sacrificio no fue olvidado. Y hasta la mole gigante llegaron manos  piadosas a rendir homenaje al valor que siempre o casi siempre, alcanza resonancia espiritual.

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