“Enseñamos toda la filosofía y la teoría del carácter del mundo y del espíritu humano. Seis veces por semana de 4 a 5. Doctor Arturo Schopenhauer”. Este es el letrero con el anuncio correspondiente que se puso en la pizarra de la Universidad de Berlín. Para colmo de males, casi nadie asistió a las clases de este filósofo
Ello ocurrió durante once años, desde 1820 hasta 1831. El letrero y el mismo texto no variaba. La asistencia era ínfima. El pensador, a lo largo de 24 semestres, figuró como docente en la lista del primer centro superior de estudios alemán. Pero sólo dictó clases durante uno de ellos. Inclusive ni siquiera lo terminó.
Sin embargo, el residió un buen tiempo en Berlín sin tener mayor trabajo y dispuesto a enseñar su teoría a la juventud. Esperaba alumnos. En ese entonces estaba Hegel en su apogeo y no había lugar para nadie. Muchos decían que “el siglo no estaba maduro para su ideal”.
No había que conformarse con contestaciones tan racionales, tratándose de un lógico tan inflexible. Estas causas no son más que exactas. Pero las razones más hondas deben buscarse en el interior de este hombre.
Schopenhauer era, a los 30 años de edad, un ser maduro. Pero vivió hasta los 70. Entre los 25 y 29 escribió su obra capital. Todo lo que produjo en los cuatro decenios siguientes inapreciables en si, no era, en el fondo, sino una variación de la idea fundamental que había concebido ya a los 23 años. Había pasado la época de su genialidad. Y él lo sabía exactamente.
Arturo Schopenhauer
Arturo Schopenhauer
GOETHE
Es que siempre veía y juzgaba todo lo que a él mismo se refería, dese un principio con un sorprendente sentido histórico. Se burló de todo, cuando todavía nadie lo conocía. Arrancó todas las hojas de su álbum después de que Goethe estampó un verso y su nombre en el mismo.
Tal como Goethe se había dado cuenta cabal de quien era el desconocido por todos y anotó con motivo de la visita que el filósofo le hiciera cuando éste tenia 30 añós: “esta visita le emocionó y cundió en mutua enseñanza”.
Schopenhauer comprendió el fenómeno Goethe en toda su extensión en la época en que los mejores cerebros de Alemania se burlaban del segundo, en que no se representaban sus dramas y apenas se leían sus novelas, en que se rechazaba- en todas partes- su teoría de los colores.
No midió nadie en Alemania, ni siquiera Humboldt, la amplitud de ese espíritu. El único que lo hizo fue el filósofo que, ya entonces, lo proclamó el hombre más grande que su siglo haya producido en toda Europa y que en los siglos de los siglos, haya surgido en Alemania.
HEGEL
Cabe explicar que el filosofo era desconfiado, malhumorado, misántropo, siempre rechazado por las mujeres y a menudo herido por los hombres y por consiguiente, sin amigos, despreciando las ideas dominantes de la época. Por eso inclusive fracasó en la universidad en su tarea de tener seguidores. Si era un hombre de mundo que había realizado muchos viajes, y dominaba varios idiomas
Hegel fue el astro principal de la Universidad en la que actuó Schopenhauer y Scheiermacher siguió a aquél en orden de importancia. El filósofo siempre atacó a ambos, con fuerza y desprecio total.
23 de marzo de 1820. En la sala de sesiones de la Universidad de Berlín están reunidos los profesores y algunos observadores. En el centro de se halla el encargado de la materia que corresponde al candidato. Se trata del más celebre de ellos: Jorge Guillermo Federico Hegel.
Su edad es de unos 50 años y está canoso, con porte artificialmente severo. Mantiene la boca cerrada y está impecablemente peinado. Sus ojos y su frente son pequeños. Allí esta de pie el candidato. Un hombre de 32 años delgado, feo, amargado.
Su boca es ancha y poco agraciada, unas arrugas empiezan a enmarcar su nariz. Pero sus ojos relampagean grandemente y su frente enorme llama la atención. Su presencia significa ya una enemistad contra el reconocido rey de los filósofos.
Hegel
Hegel
LO DEL CABALLO
Cada una de sus afirmaciones y cada conclusión a que llega constituyen una expresión de desprecio. En el manuscrito de su lección de ensayo figuran frases como ésta: “En consideración del profundo decaimiento de la filosofía en Alemania, considerando que ésta se halla reemplazada por una seudofilosofia dirigida, no por los conocimientos sino por los propósitos de unos profesores de Filosofía a sueldo…”
En el último momento, el candidato pasó esta frase por alto. En cambio pronunció en alta voz: “pero lo que yo diré a este respecto, difiere tanto de lo que últimamente se ha dicho al respecto, que no conserva ni siquiera un parecido con ello.
Hegel, que entonces no había leído la obra de Schopenhauer y que tampoco la leyó después, advirtió inmediatamente que se hallaba en presencia de un adversario juvenil. Por eso mismo al terminar su discurso sobre “Motivos, causas y razones” preguntó al candidato con el propósito de hacerle caer en una trampa:
“Si un caballo se acuesta en la calle, ¿Cuál es el motivo? Contestó Schopenhauer: “El suelo que siente a sus pies, en conjunción con su cansancio que es una condición del estado de ánimo del caballo. Si se encontrara frente a un precipicio, no se acostaría.
DIOS Y LA NADA
Hegel prosiguió: ¿Usted cuenta, pues, las funciones animales entre los motivos? ¿Las palpitaciones, la circulación de la sangre, serían entonces consecuencias de determinados motivos?
Una pausa se produce. El joven sonríe. Luego instruye al rival: “No son esos fenómenos, sino los movimientos concientes del cuerpo animal los que se llaman “funciones animales”. El candidato abona su aserto con otros fundamentos. Hegel lo discute.
Entonces se levanta un profesor de Medicina e interrumpe la disputa: “Perdón, intervengo para dar la razón al candidato: nuestra ciencia considera como funciones animales, solo aquellas de que se está hablando”.
Hegel se levanta silencioso. La situación resultaba enteramente simbólica. Había, evidentemente, de por medio la diferencia de edad, posición y fama y hasta el objeto de la disputa. Hegel y Schopenhauer nunca más volvieron a verse.
Comenzaron las clases de Schopenhauer exactamente a la misma hora en que Hegel dictaba las suyas. Había entonces en Berlín apenas cien mil estudiantes. Las clases del genio estaban repletas. Las de Schopenhauer casi vacías.
Posteriormente, la situación cambio y se registraron algunos alumnos y el filósofo leía sus anotaciones y teorías. Habla de la obra en formación y de la arquitectura de la imagen del mundo hasta que llegaba a la celda de Dios, en cuyo centro se veía-después de todos los soles y vías lácteas- un ídolo, una sola palabra: NADA.
COMO ERAN SUS CLASES
Schopenhauer no hablaba como un filósofo productivo, sino como un catedrático reproductivo, fríamente, como un hombre de mundo. Al comienzo habla a los estudiantes como a unos retardados. Se percibe el tono insinuante de un hombre desesperado, desde el principio de la inteligencia.
Conoce exactamente la tonta arrogancia de los principiantes y les dice: “Cada uno de ustedes trae ya una completa filosofía e incluso se ha sentado aquí más o menos confiado en verla confirmada…
Afirma, una y otra vez, que su teoría es nueva y completamente distinta de todas las anteriores y sin embargo, le induce su sensibilidad histórica continuamente a tejer hilos entre su sistema y los demás con todas las culturas de Occidente y Oriente
He aquí un ejemplo de su manera de enseñar: “Ustedes son concientes de que yo estoy sentado aquí y que empecé a hablar. Mi fisonomía, mi voz, mi pronunciación han despertado en ustedes una impresión determinada.. Además han observado el número de personas presentes y distinguido a sus conocidos. Esto es la contemplación.
DEFENSA DE KANT Y PLATON
Luego añade: “Todos ustedes saben que estamos en Berlín, en el edificio de la Universidad. Que yo soy Schopenhauer y que han pasado las l2 del medio día. Es un pensamiento, no una visión. Tienen motivo para dudar y averiguar si todo es así. Es posible que se equivoquen, que los relojes marchen mal, que el sol no haya alcanzado su punto de culminación. Que sea solamente las dos. Que no sea Schopenhauer. Eso significa mirar y pensar.
Schopenhauer tenia, con razón, la seguridad de que hubiera sido un maestro clásico. En el fondo enseñaba siempre a menos que injuriara. Pero también es cierto que muchas veces injuriaba mientras enseñaba.
Llamaba a otros filósofos-excluyendo siempre a Kant y Platón- superficiales, poco profundos y hasta infantiles. A muchos filósofos los trataba anónimamente como “extraño periodo de infinitos productos de fenómenos efímeros y en parte monstruosos. Pero en el aula contigua se oía a Hegel decir: “Quisiera decir con Cristo, enseño la verdad y soy la verdad”.
No duró mucho como profesor. A veces se inscribían tres o cinco estudiantes y no valía la pena darles clases. Entre los que se registraron aparecieron un caballerizo, un cambista, un dentista y un capitán.
Pero el filósofo se quedó, salvo breves interrupciones en Berlín, a pesar de que le desagradaba la capital europea. Estaba solo. Se disgustaba con sus colegas y rompía casi todas sus relaciones profesionales y amistosas.
Hablaba a veces con unos señores que comían como él en “La Corte Rusa” y depositó su confianza en un señor Von Lotzow, quien le guardo fidelidad durante treinta años. Mas tarde lo llamó “su mejor amigo”. Pero nunca le perdonó el haberle aconsejado que comprara valores mexicanos, en cuya operación perdió la mitad de su fortuna.
FLAUTA Y GUITARRA
Enemigo del matrimonio porque "la mujer era un ser de ideas cortas y caballos largos”. Nunca realizaba visitas. Abandonaba su habitación solo para ir a la Universidad, el salón de lecturas o al Teatro. Tocaba frecuentemente la flauta.
En cambio abandonó, después de algún tiempo, la guitarra que le resultó demasiado poética. Perdió el resto de su fuerza nerviosa a raíz de un pleito que duro varios años con su huésped, una modista, porque cierto día él la echó de su habitación.
El filósofo llenó cuartillas infinitas para vencer ante cuatro instancias judiciales a la modista que le demandó por una indemnización, por haberla imposibilitado de usar una de sus manos en sus quehaceres ordinarios.
Cada semestre anunció de nuevo que estaba dispuesto a enseñar gratuitamente a todo el que quisiera escucharlo, lo mejor de sus conocimientos. Siempre a la misma hora en que Hegel dictaba sus clases en presencia de centenares de oyentes. Pero no acudió nadie.
COLERA
Esta situación quizás habría durado hasta el final de sus días de no haberse presentado un asunto del destino. En 1831 se desató en Berlín la epidemia del cólera. Schopenhauer que nunca huyó de Hegel, desapareció por la enfermedad. Por ese tiempo, murió su rival.
Schopenhauer se trasladó a Francfort y esperó hasta después de otros 30 años para que le visite la fama y la confirmación de su obra. Pero nunca más repitió sus experimentos con el mundo en forma tan desproporcionada e irracional.
Muy interesante, excelente información. Una sugerencia: podría añadir la bibliografía de las citas, no he leido sobre estos filósofos, y me gustaría hacerlo. Gracias.
ResponderEliminarhegel gato... vo te poné la gorra le dijo schopenhauer...! genial la discucion en la univ...
ResponderEliminarPesimista se le llama a la filosofía realista de este gran pensador. Leer su obra es abrir los ojos y despertar de la ilusión en que vive la sociedad actual.
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