Evidentemente que muchísimo ha
llamado la atención, en diversos sectores de la ciudadanía, un singular y controvertido hecho electoral
registrado con bombos y platillos de indignación por la falta de coherencia y
consecuencia, luego de conocerse a plenitud y de forma sorpresiva, los últimos
vaivenes políticos de la ex alcaldesa de Lima, Susana Villarán de la Puente.
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En efecto, ahora la tenemos a la
señora de la chalina verde que pretende y pregona ser amante de la naturaleza,
la protección del medio ambiente y las causas nobles, monda y lironda, como candidata a la Primera
Vicepresidencia de la República de la fórmula nacionalista oficialista,
encabezada por el General (r) Daniel
Urresti.
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El postulante de talante
autoritario es, como se sabe, nada más y nada menos que un militar del Ejército
con características muy especiales:
prontuariado judicialmente, acusado del supuesto asesinato del periodista Hugo
Bustíos y ejecutor de una posible violación a una mujer humilde, delito que hasta ahora es
investigado por las autoridades correspondientes.
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Qué hace allí la señora Villarán de la mano
del ex Ministro del Interior de este régimen. Sí ella se consideraba una luchadora social por sus cuatro
costados que, precisamente, abogaba por los derechos humanos de los demás,
desempeñando importantes cargos tanto en organismos nacionales e internacionales como en
diferentes organizaciones no gubernamentales de corte humanístico.
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Nadie lo sabe, efectivamente. Ella dice que así lucha contra el
fujimorismo. Habrase visto. Que poca coherencia de justificación. Pareciera
ser que la candidata ha perdido, por completo, la perspectiva de la lucha
política.
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Dónde están los principios y
también las consecuencias de aquella mujer que optó desde muy joven por
posiciones de izquierda radical, progresismo y revolución. Del cambio total de
las estructuras para alcanzar una justicia social plena. De ello, con su última actitud, ya no queda nada, absolutamente nada.
Solo una postura, evidentemente, falsa.
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Lo cierto es que las decisiones públicas de la señora Villlarán son muy propias de ella que tiene el título profesional de
profesora. Muchos la creen socióloga, pero no lo es. Tampoco abogada porque no es justa.
Sólo docente, aunque se comenta que con reducido trabajo y poca experiencia en este campo.
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Si revisamos su vida veremos que hay una constante permanente de sorprender de
forma tajante y completa, dejando siempre una aureola de mentira, fracaso e
incertidumbre a sus actos. Sin lógica explicativa alguna. Si de mucha desadaptación
social ayer, hoy y parece que siempre con lo que ha hecho últimamente.
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Ello, que forma parte de esa
conducta falsa que la acompaña, ocurrió desde tiempos lejanos. Cuando era una joven controversial y rebelde de
18 a 23 años, allá a fines de los 60 y 70,
Susana se pasó de las entrañas de la aristocracia millonaria peruana que
representaba su familia a las fauces arrebatadoras del marxismo extremo, en
posición disfrazada de llamarse y definirse como cristiana radical para pasar
piola.
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Ya ni se acordaba que había
estudiado en el Colegio “Chalet” de Chorrillos
de las monjas francesas del Sagrado Corazón, educadoras allá en Europa
de los sectores más altos de la sociedad. Incluso los borbones y monárquicos
del viejo continente. Lo mismo hicieron aquí estas religiosas, generación tras
generación. Una de sus predilectas discípulas, la Villarán
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Lo concreto es que Susanita estuvo en
las filas de la izquierda ultra y extremista. En el filón de la navaja de los
partidos Vanguardia Revolucionaria y el Comunista Revolucionario (PCR), cuyos
militantes eran niñitos bien de su privilegiada estirpe que se portaban
mal y traicionaban incluso a su propia clase social.
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Alli estaban en este grupo, a quienes se les
lavó la cabeza por completo, pitucones como
Ricardo Letts Colmenares, Javier Diez Canseco Cisneros, Manuel Dammert Ego Aguirre y el que fue su esposo
Manuel Piqueras, quien llegó a ser Congresista por Izquierda Unida de 1985 a
1990, en tiempos del primer gobierno de
Alan García, Entre muchísimos otros
hijos de la gran burguesía peruana.
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Susana cambió de vida por completo. No quiso
saber nada de la impresionante casona de lujo de sus familiares, ubicada en el
exclusivo distrito de Miraflores, donde ahora están las tiendas conocidas bajo el nombre de "El Suche".
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Abdicó de las costumbres
conservadoras que le inculcaron sus
padres. Era la mujer superada y con ideas profundas de realización, según su propia y singular concepción. Había
ocurrido, de acuerdo a su sacro santa opinión errada, el cambio total para bien del pueblo que la necesitaba. Pero eso si, cuando se presentó la
oportunidad, cobró alquileres del inmueble que fue de sus progenitores, tras convertirse en un centro comercial de lujo.
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Antes se fue a vivir a la inmensidad de los sectores eminentemente populares. A una modesta vivienda de San Juan
de Lurigancho. Caminaba y permanecía, buen tiempo, en los pueblos jóvenes donde
también pernoctaba. Hasta vestía
distinto con faldones largos, blusas de colores chocantes, ojotas de jebe, cabellos largos
descuidados y ni un arreglo estético en
la cara. Toda una proletaria, la muchacha…
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Sin embargo, de vez en cuando, volvía
a sus costumbres de clase. Le gustaba
escuchar a los Beatles y, en una oportunidad, hasta se fumó un tronchito de
marihuana en un cine de San Isidro, acompañada de un amigo periodista. Por
si acaso todo esto lo declaró ante la prensa, durante la campaña municipal del
2010 que le sirvió para ganar la Alcaldía de Lima.
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De esos tiempos añejos y
juveniles, la política poco habla.
Pareciera que no le gusta esta etapa de su vida donde la pose era lo primordial
para tan sólo impresionar, sin ningún tipo de convicciones plenas ni tampoco
reales. Sólo fórmulas falsas de poca
convicción. La demagogia y el engaño en su máxima expresión.
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Cierto es que la salva su
actuación como Ministra de la Mujer durante el gobierno transitorio de Valentín
Paniagua en que integró un gabinete de lujo presidido por Javier Pérez de
Cuéllar e integrado, entre otros, por: Javier
Silva Ruete en la cartera de Economía, Marcial
Rubio Correa en la de Educación y Juan Incháustegui en Industria y en el de la Presidencia. Al menos en esta etapa no se le conocieron
errores y parece ser que hizo una buena gestión. La excepción de la regla
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Por aquella época ya se había
arrepentido del marxismo extremo y coqueteaba con las ideas democráticas.
Posteriormente siguió en la política con el partido Fuerza Social que fundó.
Luego ganó la Alcaldía de Lima. Convirtiéndose,
sin exageración, en la peor autoridad municipal de todos los tiempos que tuvo
la capital. Su gestión, para tirios y troyanos, fue realmente pésima. En
pocas palabras, un fracaso total.
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Sus
fallas resultaron célebres y de almanaque con errores mil, incongruencias
multiplicadas, infinidad de promesas incumplidas y tantísimos inconvenientes en
contra de los vecinos. Como las del olón de la playa de La Herradura que
se llevó toda la arena inmediatamente después de que finalizaron las obras de habilitación
correspondientes que, dicho sea de paso, para nada sirvieron en ese
balneario de Chorrillos, añorado enteramente por los limeños.
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Nadie olvida el engaño de los patrulleros
con circulinas alquiladas, sin placas ni soat, so pretexto de timar en el
sentido de aparentar que, efectivamente, existía seguridad
ciudadana. Tampoco las famosas
escaleras de los pueblos jóvenes que se multiplicaron en cuanto
número y no era así. Lo que se aseguró es que se construyeron 1,200 y la
realidad es que sólo había 176.
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El centro histórico de Lima siguió igual de
mediocre e impresentable con ambulantes y sobre todo con asaltos, dominado por
completo por la delincuencia. Esta parte
de la capital fue, realmente, la tierra de nadie en tiempos de la Villarán.
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Durante su dilatada gestión, un hecho
comprobado fue que se registró el
ingreso masivo de personas que no tenían las credenciales necesarias para
desempeñarse. El patio de Ciencias Sociales de la Universidad
Católica se mudó en masa al Palacio Municipal, con gente que realmente
carecía de experiencia.
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Esta tecnocracia mediocre, sin criterio
político formado, tuvo su contrapeso negativo en una Villarán que hablaba
mucho y no decía nada, convirtiendo su administración en amorfa y casi siempre
equivocada. Nada la hizo cambiar.
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Lo de la Parada también fue otra
barbaridad en la que se vio, a las claras, que todo se hacía improvisadamente,
sin coordinación alguna. El traslado y el enfrentamiento de los delincuentes
con la policía un espectáculo digno de la barbarie imperante donde,
desafortunadamente, se registraron muertos y heridos.
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Las cosas se arreglaron posteriormente.
Pero el inicio, realmente, trágico. Los
acontecimientos tan controvertidos forman parte también de los disparates de
la Villarán que ahora la vemos abdicando por completo de lo que pregonó
como miembro de una plancha presidencial que, felizmente, no ganará las
elecciones. Las posibilidades del nacionalismo son mínimas, de acuerdo al
veredicto de las encuestas.
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Esa agrupación nada tiene que hacer en las próximas elecciones de abril. Para bien
del Perú y lo que ha protagonizado Susana Villarán es la comprobación de que ella tiene una obsesión desenfrenada por el poder, a cualquier
costo. No hay otra explicación. Y los principios, por supuesto, al olvido
total.
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Si, efectivamente, la señora profesora ha
cambiado mucho en su peculiar vida política. Sus mutaciones son cíclicas y
constantes. Roja, rojísima y desenfrenada
primero, después verde, verdísima con visos falsos de demócrata y hoy indiscutible camaleón. Sin ningún respeto por los peruanos. Susana ha caído,
definitivamente, en el fango de los fangos. (Noé)