La mayoría de los 1500 pasajeros
que llevaba el Monte Cervantes en su crucero de turismo por los canales
fueguinos se hallaba sobre cubierta en la tarde del 22 de Enero de 1930. Nadie
quería perderse el maravilloso espectáculo que se ofrecía a medida que la nave
avanzaba hacia el Este. De improviso, el paquebote, orgullo de la industria
naviera alemana, se sacudió, crujió fuertemente y se escoró hacia babor. Había
chocado contra una roca.
Una fuerte detonación seguida de
espesa humareda, al estallar el tanque de combustible de proa, hizo cundir el
pánico. Parecía a punto de epilogar trágicamente el alegre viaje iniciado en
Buenos Aires, de donde procedía la casi totalidad de los pasajeros.
El Capitán Dreyer, ante el naufragio
inminente, ordenó una arriesgada maniobra: procurar que el barco calzara en las
rocas para dar tiempo al salvamiento. La maniobra dio resultado e
inmediatamente los botes insumergibles y las lanchas a motor de que estaba
provisto el buque, comenzaron a dirigirse hacia la costa cercana.
El Monte Cervantes.
El Monte Cervantes.
SIN VICTIMAS
Mientras tanto desde Ushuaia, un vigía
observó lo acontecido y pronto el telégrafo vibró llevando la angustia a
centenares de hogares. Buenos Aires vivió horas de tremenda incertidumbre
apenas atenuada por el anuncio de que el transporte Vicente Fidel López,
llegado al lugar, estaba recogiendo a los últimos náufragos.
Finalmente la consoladora noticia
de: “No hay víctimas entre los pasajeros”. En ese mismo momento, el Monte
Cervantes, con sus hélices fuera del agua y con grandes rumbos en la quilla
agonizaba lentamente.
Los restos finales del buque.
Los restos finales del buque.
El suntuoso palacio flotante iba
desapareciendo para convertirse en tumba del Capitán Dreyer. El bravo marino,
ya salvados todos, cumplió el código de honor de los hombres de su estirpe, prefiriendo
perecer con su barco.
Más tarde, la ciudad alborozada
recibió a los que habían sido rescatados de una muerte casi segura. Pero aquel
sacrificio no fue olvidado. Y hasta la mole gigante llegaron manos piadosas a rendir homenaje al valor que siempre
o casi siempre, alcanza resonancia espiritual.
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