No era tiempo ya de arengas a los
legionarios que iban a combatir a las candentes arenas del desierto africano.
Lejos los días jubilosos de Junio de 1940, y más aún el esplendor de las
ceremonias en las que se consumó el “pacto de acero”. Hasta Rommel el astuto
zorro, era un expulsado más del
continente negro y la guerra había llegado a suelo italiano.
Las columnas acorazadas de Patton
avanzaban sin cesar en Sicilia. No pasaba día sin que cayera algún reducto
erigido en esperanza por la desesperación. La invasión al propio territorio
continental de la península era inminente
Urgía el tomar decisiones rápidas
para terminar con el creciente descontento de un pueblo cansado de guerra.
Forzado por los mismos acontecimientos, Mussolini no tenía otro recurso que
convocar al Gran Consejo Fascista.
Quizás un voto de confianza le
permitiera obtener un punto de apoyo y así pactar con el enemigo. Quien había
sido capaz de marchar sobre Roma bien podía ahora aplastar al ambicioso
Badoglio y a los menguados adversarios que se atrevían a conspirar, minando su
autoridad ante el Rey.
Una mañana comenzaron a llegar los altos jerarcas.
Serios, impenetrables saludaron al jefe. En vano, este escudriñó sus rostros. Sin embargo, aún no sospechaba la
traición. Todos los que le tendían la mano en esos momentos se habían
comprometido a desalojarlo del poder.
Mussolini frente a la masa cuando era popular.
Mussolini frente a la masa cuando era popular.
NADA DE NADA…
La reunión fue dramática. Nada se
había hecho para evitar el desastre de Africa. Nada para evitar los males que,
en esos momentos, soportaban las castigadas poblaciones sicilianas. ¡Le
acusaban! Tuvo una fugaz reacción. Llamó traidor a su propio hijo político. Por
un momento, pareció que su antigua autoridad se restablecería.
Jugó entonces la carta decisiva:
era necesario votar a favor o en contra de su gestión. Tras una breve
vacilación, fue aceptado este temperamento.
Cada voto fue una confirmación del veredicto establecido de antemano.
Con un gran cansancio, el Duce se
levantó de su sitial. No le quedaba otro recurso que presentar su dimisión al Rey.
Apenas hubo salido, una comunicación telefónica era atendida por un alto
oficial en el palacio real: “Ha salido por ahí”… “Ya saben que su Majestad no
quiere violencias…
Breve fue la entrevista con
Víctor Manuel. La renuncia es aceptada de inmediato. Al salir de palacio fue
informado de que se hallaba arrestado. No hizo el menor ademán de protesta. Se resignaba a su destino. Poco
después, Italia capitulaba ante los aliados. El fin del fascismo había llegado.
A comienzos de Septiembre de
1944, el coronel de los cascos de acero alemanes, Otto Skorzeny, fue llamado al
despacho del Coronel Kurt Student donde
recibió esta orden sorprendente: “ Por decisión del Fuhrer, se le ha
encomendado la misión de rescatar a Benito Mussolini.
Manifestaciones en contra y al poco tiempo vino la caída.
Manifestaciones en contra y al poco tiempo vino la caída.
EN UN HOTEL
Puede elegir 50 hombres para que
le secunden en esa misión. Por esa época, Mussolini que había estado confinado
en la Isla Villa Santa Magdalena se
encontraba en el hotel Sports, en Monte Gran Sasso.
Sobre este lugar, Skorzeny
efectuó un vuelo de reconocimiento comprobando que no era factible la operación
con paracaídas y menos con planeadores, por considerarla demasiado arriesgada.
Finalmente, decidió utilizar tres aviones que, el 12 del citado mes,
aterrizaban a pocos metros del hotel.
Los guardias, tomados totalmente
por sorpresa, opusieron escasa resistencia. Minutos después el jefe de la
partida se hallaba en las habitaciones del Duce. Este, sorprendido, temió en un
momento por su vida, pero pronto advirtió que se trataba de amigos.
Subió a un avión que tuvo alguna dificultad
de partir, pues se había dañado el tren de aterrizaje en el terreno escabroso.
Tras un corto vuelo, llegó a Practica de Mare, trasbordando un aparato que lo
llevó a Viena.
Se había consumado el más
espectacular rescate de ese tiempo, o por lo menos, el que causó más sensación.
Tiempo después el ex dictador al frente de un gobierno “republicano” en el
norte de Italia.
Era el precio por su salvación:
una vez más su socio lo utilizaba con fines políticos. Poco duró ese gobierno.
Tanto como la resistencia alemana. Un tiempo más tarde, en la frontera
suizo-italiana, las balas de los guerrilleros pusieron fin a su vida
aventurera. Se había cerrado el ciclo que comenzara en Roma, 23 años antes,
cuando al frente de sus seguidores, entró poniendo condiciones en la Ciudad
Eterna.
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