Tanto el libro como el comentario
movieron mi espíritu y despertarónse dormidas aficiones y memorias, y en
homenaje y gracia a tan amable bien espiritual, pláceme también a mí, volver
los fatigados pasos por sendas otrora tan mías.
Ojalá quiera Benvenutto
mantenerse en la obra de evocación y estudio, líbrenlo la vida y sus afanes de
salir de tan mansas faenas as para las cuales muestra tan firme pulso y tan
certera vista y pueda, con el correr del tiempo, sacar en provecho y gloria,
toda la tarea en su primer libro anunciada.
En las calles y en las plazuelas
y en el callejón del libro de Benvenutto, discurren gentes y redivivas vuelven,
vibran cantares y pregones y se desenvuelve, policromado y polifónico, el
cuadro en el cual criollos y donairosos decires saltan como chispas de una
fragua espiritual, felizmente, no está extinguida.
La antigua Plazuela de San Agustín.
La antigua Plazuela de San Agustín.
TENTACION
Y como del libro emana la
simpatía del contagio y para remate Riva Agüero me cita con pródiga bondad en
la abrumadora, por gloriosa, compañía de don Ricardo Palma, caigo en la
tentación de volver mis ojos a la plazuelita en la cual también jugué de niño,
cuando mi abuela doña Angela Moreno y Maiz de Gálvez, vivía en la calle de
Plumereros.
Allí jugué a la ronda con los
Heros, allí me extasié ante la promesa de los chocolatitos de Lauper, allí
puede mirar, aún sumergida, una de las torres de la Iglesia, y allí, formándome
un lío onomástico en la cabeza, contemplé el busto de Bolognesi, en cuya
leyenda hubo el inexplicable error del cambio de nombre de pila del héroe con
el del músico.
Con el pasar únicamente de los
años y cuando, como ocurrió también con la de la Chacarilla, era mía solo la
remembranza de la casona, algo fui sabiendo de la tranquila plazuela de mis
primeras travesuras y pegas.
Bello barrio, en verdad, de cepa
antigua, de noble y virreinal prestancia y también de bullicioso y rebelde
republicanismo liberal, cuando el señor Andraca prestaba los balcones de su
casa para que poetas y oradores de hace más de 80 años, conmovieran a las
multitudes con arengas y proclamas de amor a la libertad y de odio a las
tiranías.
En la minúscula plazuela y
adyacentes calles hubo pie y pretexto para miles de cuentos y leyendas. Allí
ocurrió el percance contado por Palma del herejote Alba de Aliste por típica y
desvergonzada travesura de un campanero, quien proclamó la noche mediada, que
el virrey iba de pecaminoso galanteo..
La antigua plazuela del teatro de Lima.
La antigua plazuela del teatro de Lima.
DESFILE
Allí paseaban en fantasmal
desfile frailes penando. Allí trabajo su prolija y sabrosa crónica moralizada
el famoso padre Calancha. Allí, muy cerca, estuvo La Comedia, trasladada muy a
comienzos del siglo XVII del Pescante de Santo Domingo a donde fue a asentarse
el local para autos, dramas y entremeses, primitivamente sito en San Bartolomé,
donde lo fundara Gutiérrez de Molina y en ella, seguramente se representó la
obra colonial de más lindo título de nuestro teatro colonial: “Amor en Lima es
azar del Licenciado Juan de Urdaide.
Por la plazuela también estuvo la
celebérrima casa fonda de “El Caballo Blanco” perviviente hasta el comenzar la
República. Allí cuando a fines del siglo XVII pasó la Comedia a otra casa, a la
espalda del convento grande de San Agustín en la plaza después llamada del 7 de
Setiembre y hoy del Teatro, estaba la Botica del Peinado, fundada en 1727 y la
alcanzamos a ver con sus coloreados frascos y sus adormiladas y repelentes
sanguijuelas.
Por allí también estuvo
tantísimos años después, la oficina de los teléfonos, con su enmarañada red de
alambres, tormento de cometeros, pauta para musicales santarroseñas, pábulo
para las suspicacias de las viejas conjuradoras der brujerías en las “cosas
nuevas” y para imitación solazadora de los niños cuando hacían con pita caña de
Guayaquil y pergaminos, y sin medir el sacrilegio de la travesura
arrancaban-¡ay, cuantas veces!- de viejos infolios
Iglesia y Plazuela de San Francisco.
AGUSTINOS
Fue barrio de grande importancia
el del Convento grande de San Agustín y teatro de sucesos notables desde la laberintosa
oposición de los dominicos y mercedarios a la erección de la nueva casa
agustiniana primitivamente en San Marcelo, allá por el siglo XVI, hasta la
bullada cuestión dogmática de la Inmaculada Concepción en el siglo XVII, cuando
los agustinos alzaron bandera por el
dogma y en trance de apuro pusieron a los dominicos los cuales terminaron por
capitular.
La plazuelita frente a la
bellísima y complicada talladura de la fachada de la Iglesia y por la que
discurrían los aficionados a la Comedia a la cual tan devoto fue siempre
nuestro público, despertó más de una vez con los alborotos de los frailes en
días de elecciones muy especialmente al disputarse entre españoles y criollos
la prelación de las dignidades de Priores y su vecindario debió mirar con miedo
los arcabuces y alabardas con los cuales el severo Conde de Lemos, metió en
orden a los frailes cuando la sonada disputa entre los padres Urrutia y Lagunillas
a quien por la fuerza impuso.
En ese barrio y pared de por
medio con la casa de don Diego Maldonado @el rico@, hoy de propiedad de Riva
Agüero, hubo otra, precisamente en la esquina de Lartiga y Plateros y frontera
al solar del conquistador Bosantal vez pariente del gran poeta/ de propiedad de
una mujer de gran prestancia, seguramente, como para ser apodada “la
conquistadora”, la misma que en 1570 vendió tal casa a don Miguel Redondo.
En esa casa llamada de “la caridad”
hasta principios del siglo XIX, y en la cual en el siglo XVI vivió la dama del
arrogante remoquete se sucedieron gentes y ocurrieron cosas muy interesantes.
Vivió en ella el célebre Arcediano de la Catedral y Rector de la Universidad
para la cual pidió y obtuvo fuero
especial, doctor Juan Velásquez de Obando, quien desde 1602, como consta en
documento visto por nosotros, y no desde 1604 como apunta Mendiburu, era Delegado
General de la Santa Cruzada.
Otro lugar bello de entera antiguedad.
Otro lugar bello de entera antiguedad.
LA POSADA
Andando el tiempo y sujeta a
muchas vicisitudes y mudanzas estuvo en parte de esa finca la muy mentada casa
fonda de “El Caballo Blanco”, porque al entrar está del brazo de San Martín en
1821, la posada estuvo en clausura por orden de la autoridad y así permaneció
los meses de julio, agosto y setiembre.
En aquella misma propiedad tuvo
su oficina de negocios en 1819 don Francisco Alvarez Calderón quien al comenzar
el siglo XIX era uno de los cónsules del Tribunal del Consulado, conjuntamente
con don Isidro de la Perla, bisabuela de mi mujer, y en la misma casa, aunque
por poco tiempo, vivió de mozo Fernando –Casos, el orador de la encrespada
cabellera y de la voz de plata.
Fue esa plazuela teatro de
agitaciones y bullangas cuando la resonante cuestión de México. Parece que los carolinos
allá por el sesenta tuvieron entre sus poetas a Ricardo Espinoza y a Luis
Felipe Villarán y la escogían para sus simpáticas rebeldías, muy especialmente
cuando el Perú, vibraba, cabeza y corazón del continente, por las causas en
parte de sus hermanas de estirpe y de manera vivísima y especial con ocasión de
la cuestión mexicana.
En 1861 y 1862, especialmente, la
plazuela fue muy buscada por los oradores de la sociedad llamada “Defensores de
la Independencia” presidida por el General Medina. El 28 de Julio de 1862 hubo
en la plazuela gran función bajo la presidencia del alcalde Miguel Pardo,
habiéndose manifestado los tribunos desde los balcones desde la casa de Juan
Francisco Andraca.
El cercado y alrededores.
El cercado y alrededores.
REFLEJO
Hablaron Fernando Casós, Juan
Vicente Camacho, Pedro Gálvez y Juan Martín Echenique quien dijo discursos y
declamó versos. De la agitación de aquellos días hay un reflejo en una de mis
series de “Nuestra pequeña historia”, en el artículo México y el Perú, en parte
escogido por Genaro Estrada en su interesantísimo prólogo al tomo de Documentos
de la Historia de la diplomacia mejicana dedicada a la Misión Corpancho.
Fue muy famoso en ese barrio el
Hotel de Sironvalle de la calle de Plumereros, donde es fama se comía muy
ricamente y cuyo secreto para los jugosos lomitos, lo heredó el hijo de
Sironvalle con un salón en la calle de La Merced
Es de mi fugaz entrada por esos
barrios de donde arranca mi primera remembranza triste, la cruel enfermedad de
mi padre. Se me aparece como en lacrimosa bruma por la cual atraviesa,
inmensamente alta y hermosa, la alba y solemne figura de mi abuela. Niño, muy
niño, hice allí mis primeras travesuras, comencé a creer en duendes y
aparecidos y sentí deslumbrados mis ojos inocentes con la belleza de maravilla
de las Kemish, las Fuller, las Schwalb.
Allí escuché por vez primera la
leyenda de la casa de mi abuela. Reuniones de conjurados, estruendos populares
en la etapa tribunicia, intensas horas de juveniles arrebatos aclamadores cuando
la cuestión española, momento de suprema angustia cuando de allí salió para no
volver, hecho polvo por la Gloria, del abuelo de la faz enérgica y triste, y
momento de dolor también, cuando, años después con largo acompañamiento de
tristeza y orgullo, volvía a la misma casa, el hijo mayor moribundo, ciego
casi, calcinado por la explosión épica del 24 de mayo de 1880. ¿Cómo no
recordar aquellos barrios, tan íntima y tan gloriosamente ligados a mi nombre?
¡Qué belleza limeña!
¡Qué belleza limeña!
CAÑONAZO
Cuando en 1895 escuché el
traqueteo libertador de las montoneras de Piérola, pensé en mi casa de la
Chacarilla, en la torre de San Agustín, la cual según lo afirmaba un zambo
viejo de mi casa sin medirla irreverencia del juego de palabras, fue desmochada
por un cañonazo de Santa Catalina.
Pasados algunos años, había en la
esquina de la calle donde estuvo la casa de mi abuela, una inmensa fonda de
chinos de casa de lista sonora y parlante como los cinemas de hoy. Subsistía
muy desmedrada la botica de ”El Peinado” y e plena plazuela, cerca del Bolognesi
de la errada leyenda, un señor Bracamonte vendía camisas y soportaba con
bonachona sonrisa, rara vez avinagrada, el sonsonete de los mataperros
gritándole aquello de: No Bracamonte con su lisura/se moja la cama y dice que
suda…
Cuando ya habían muerto mi abuela
y mi padre y casi no quedaban sino cenizas y recuerdos del gran hogar lejano,
volví muchas veces- ¡con cuan honda tristeza! - por el barrio y alguien me
repitió penaban en la casa de mi abuelo…
Hombre maduro entre una noche a
la Imprenta de “El Sol”, donde había transcurrido algún tiempo mi niñez. Mi
infancia de trajecito y del primer pantalón corto salió a recibirme con un
tropel de recuerdos, y vi de pronto, como en un mágico escamoteo del tiempo, el
volatín incontenido con que un primo mío,-el más tarde ingeniero Samuel
Palacios Gálvez-, se cayó de una escalera y se le abrió como un castigo rojo,
una estrella de sangre en la cabeza. Y me afirmé entonces en la inquietante
sospecha de ser mi niñez la penadora… (Páginas seleccionadas de las "Obras Completas" que
pertenecen como autor al consagrado escritor y político, José Gálvez
Barrenechea.
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