jueves, 21 de marzo de 2019

LOS FIGAROS DE LIMA

Los rapabarbas de Lima fueron siempre hombres de todo hacer y de todo hablar, especies de Romanas del Diablo, prontos a la crónica fácil, al comentario atrevido, duchos en molagrerías curanderiles, mescolanzas pintorescas de médicos, odontólogos, sangradores, quitamoñas y jugueteros. El barbero antiguo, trajeado llamativamente, lleno de garambainas y guirindolas, muy bien peinado, con grandes y lustrosos pabellones, vivos reclamos de su arte y de su gracia, era casi una institución en el país.
Cuando la Odontología no había ganado la importancia de hoy, el barbero era un sacamuelas, habilidoso y resuelto, capaz de descolmillar a un elefante, con el juego de sus muñecas, en las cuales confiaba muchísimo, pues para él la ciencia de la dentistería, era cuestión, sobre todo, de pulso y de maña.
Pero no sólo fue sacamuelas nuestro héroe, sino curandero y sangrador. Manejaba con destreza, a maravilla, las lancetas de punta de espina, hoja de olivo y pico de gorrión y, desde luego, tuvo a gala su título concedido por el grave Protomedicado colonial.
Dice don Ricardo Palma en su graciosa Querella de los Barberos, no saberse a punto flojo, desde cuando hubo barberos en Lima, pero es fácil suponer trajeron los Conquistadores, en su sequito resonante, algún alfajeme, sabio en alisar las abundosas cabelleras y las peludas caras de los audaces, y en veces crudelísimas, derrumbadores de un imperio.

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Una peluqueria de Lima antigua

DIFERENCIAS
Hay distinciones. Entre un barbero, rapabarbas o rapistas y peluquero, pues esta última denominación, solía darse específicamente a los hacedores de pelucas, bucles y moños, usadas mucho an taño. En la antigua Grecia como en Roma solamente usaron barbas los filósofos.
El 18 de enero de 1538, el Cabildo de Lima compuesto por Francisco Chávez, Teniente Gobernador, Juan de Barbarán, Alcalde, Nicolás de Ribera y Crisóstomo de Ontiveros, regidores, en presencia del Escribano de su Majestad, dio licencia a Juan López, barbero para que cure en las cosas de cirugías y se le recomendó si hubiera de curar cosa de importancia mucha, se hiciera acompañar de personas de experiencia
Este Juan López debe haber sido, sin posible duda, uno de los primeros barberos curanderiles de la ciudad naciente.  Así consta en la página 141 del primer libro de los Cabildos de Lima. ¿Quién se atrevería a poner en tela de juicio el hecho, en otras ocasiones irreverentes, de haberle sobado, aquel Juan López, ¿las barbas a Pizarro?
En muy viejos libros de cuentas de hospitales, hemos podido recoger algunas noticias históricas, demostrativas de la importancia y hasta relativamente de señorío gozado por los barberos. En su profesión daban las manos a médicos, un únicamente a los llamados de latín, sino a los de simple y socorrido romance y muy especialmente a los cirujanos muchos de los cuales eran a la vez barberos, pues no dejaban este oficio por el de la cirugía. La legislación española deslindó, con seriedad, los campos de unos y otros.


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Una mas moderna

SUELDOS
En el Hospital de Santa Ana en 1558,-es decir cuando habían transcurrido unos 30 años desde la fundación de la ciudad- el barbero cobraba sueldo a la par del cirujano. Consta en viejísimas cuentas correspondientes a aquel año, era el barbero don Gabriel de Colmenares, y recibía doce pesos de a nueve reales por cada mes.
En el Hospital de San Diego y San Andrés, fue barbero en 1606, un tal don Baltazar de Abrego y en 1662 un don Pedro Torres, quien ganaba ciento ochenta pesos anuales, soldada acrecida en 1747 a doscientos cincuenta pesos, para los oficios de barbero y sangrador. No está demás advertir para atar cabos de comparación, las circunstancias de ganar el médico quinientos pesos, el pomposamente titulado Unador Mayor y el pobre jeringuero apenas cuarentiocho.
Ya al comenzar el siglo XIX se inicia la decadencia barberil, pero siempre tuvo el rapista gran significación, dentro de la constante e irremisible relatividad de las humanas cosas. Al promediar el siglo, la Facultad de Medicina nominada poco antes simplemente Escuela, interviene y comienza a ser muy severa en la expedición de títulos de sangrador, porque fue pródigo en dados el Protomédico.
El barbero  figura en las cuentas de 1860, uniendo sus menesteres a los muy menores de topiquero, con una renta de sólo veinte pesos mensuales. ¡Y no era tan poco, dado la gran baratura de la vida por aquellos tiempos!


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La belleza de las casas del jiron Moquegua en el centro de Lima

SANGRIA
La sangría, es sabido, fue merecedora de predilecciones por nuestros ascendientes, al punto de escribirse tratados tan jugosos y originales, como el del doctor Navarro, quien dedicó una obra sobre tal arte al Señor Virrey, Marqués de Mancera, obra en la cual, entre enrevesamientos y donosuras, burlase de quienes opinan  no debe sangrarse en días de conjunción u oposición de la luna.
Esta preferencia de la sangría llevo a algunos escritores a loar a las pulgas “tan perseguidas de las mujeres, aborrecidas de los hombres y sacudidas de los perros,” y tal se lee, medio en burlas, medio en veras, en el curioso Diario de Lima, de 1790, en un artículo  donde se hace imposible la vida y recomienda usar, en todo tiempo, la lanceta y aún aquellos animáculos llamados tal vez por sus hábitos chupadores, sanguijuelas, a las cuales, según el autor, pueden reemplazar eficazmente las pulgas, acostumbradas a nutrirse de la parte inflamable de la sangre.
Curándose la mayor parte de las dolencias, por medio de la sangría, los Fígaros, sangradores de consuno, gozaban del prestigio acompañador, muy generalmente, de todos los curanderos, y como los médicos mismos, les otorgaban una gran beligerancia en los hogares, pudieron, durante mucho tiempo aprovechar tan ventajosa situación.
Las barberías tuvieron, por tal causa, mucho de magia y brujería. En las talladas consolas, en los llamativos escaparates, se hacinaban transparentes frascos con sanguijuelas, con Culebras conservadas en alcohol, con fetos de extravagantes modalidades.

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Personajes de antaño.

BOTICAS
Algo por el estilo hubo en algunas boticas. El aposento estaba colmado de cosas macabras y rarísimas con los cuales alternaban una calavera con una alegoría patriótica o un peluquín con un colmillo enorme.
 En medio del desorden marañoso y pintoresco con un colmillo enorme. Allí aparecía el rapabarbas, afilador, peluquero, sangrador y sacamuelas, imponían su pontificado con la aureola de lo misterioso, siempre ganador de almas simples y candorosas.
Los barberos formaron en los días coloniales, uno de los más lúcidos gremios. En 1626 se permitieron protestar por una Ordenanza del Arzobispo Gonzalo de Ocampo, en la cual se prohibía afeitar los días domingos y no satisfechos con haber formado gran tremolina y escándalo en la Plaza Mayor, se presentaron ante el Cabildo y como fuera desechada su reclamación, se fueron de queja ante la Real Audiencia y hasta interpusieron recurso de fuerza, admitido, y a mayores hubiese llegado el lío, a no haber fallecido violentamente su Ilustrísima
La tradición ha conservado ha conservado el nombre del caudillo de los rapabarbas rebelados. José Ortiz se llamaba, según afirma don Ricardo Palma, de quien fue peluquero don Celso Bazán, quien por descañonar al tradicionista insigne, ha ganado una especie de inmortalidad, como la de López, Colmenares, Torres, Abrego, a quienes he tenido, a honra, presentar a mis lectores en esta croniquilla

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Barberías con encanto.
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CRIMEN
Otro peluquero, con lugar en la historia, es Genaro Rivera, barbero en la época bolivariana, quien declaró en la causa seguida por el asesinato de Monteagudo y reconoció el puñal homicida, porque días antes, le había sido llevado a afilar por el negro asesino.
Por razón de tal juicio, se sabía existían 83 barberos en la Lima de 1826. Otro barbero notable de los primeros días republicanos, fue uno apellidado Irujo, quien acompañó a Gamarra a Bolivia, estuvo en la tragedia de Ingavi, fue peluquero en el Colegio de Guadalupe y terminó de portero en el Palacio de Justicia.
Como la profesión no daba para enriquecimientos, el rapista acudió a una serie de recursos, como curar, extraer raigones, fabricar postizos, vender secretos de naturaleza, afilar y hasta hacer juguetes.
Parlachín oropelero, embelecador y argumentista, tenía suelta y filuda la lengua y aturdía al cliente con preguntas y parrafadas enteras sobre personajes políticos, quienes, reservados, por lo general con todos, eran confidenciales con sus rasuradores, sin duda por aquellos de ni barbero mudo, ni cantor sesudo. Ahora son muchísimos más discretos
El peluquero antiguo era amo de su barrio y usufructuaba de mayor importancia, ganándole al pulpero. Ideaba remedios para evitar la caspa, para teñir el cabello, para espantar las moscas y ofrecía botes de pomadas con menjunjes por él. Solamente conocidos y los hijos las heredaban como legados preciadísimos.

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Un diseño de negro; sillas de barbería.

CHISMES
Gran orgullo era frecuentar mansiones de potentados, con quienes departían. Fue un peluquero quien burla burlando transmitió la profecía de Monseñor Urueta y Castrillón sobre la Presidencia de don Manuel ardo, contada por mí en uno de los tomitos de “Nuestra Pequeña Historia. Yo tendré la mitra, cuando la Banda presidencial esté en casa de Felipe Pardo y Aliaga. Y fue así con el correr de los años.
Las barberías eran manantial inagotable de noticias y de chismes. Como aderezaban postizos, algunos fueron mimados por damas linajudas, Irujo, engreído, relataba dabanle una onza de oro por peinar a la señora de Federico Basadre y otras en la en las casas del Mariscal Gutiérrezde la Fuente y de la familia de la señora Codesido
Tales barberos, con facilidades para entrar en solariegas casonas ewn horas mañaneras, sabían mil  y un detalles de la vida hogareña de las grandes familias. Abobaban a su clientela pobre con fabulosas relaciones de la rumbosidad pródiga de de señores de copete, de aquellos de quienes decíase, aplicándose un viejísimo refrán: “A las barbas con dineros honra  hacen los caballeros. Pero no repetían el otro: “Barbero, o loco parlero. No pocas veces atrevíanse a discutir reputaciones de médicos, atribuyéndose los éxitos superiores de los físicos, sus utilizadores en no pocos mednestorosos curativos. Y  olvidaban lo de  “a malas lenguas, grandes tijeras”.
El barbero afilador y sacamuelas ha desaparecido  casi por completo. Tal vez en provincias quede alguno de ellos,.como el paso famoso papa rellena de la cuadra antigua de las Nazarenas, convencido de su prestancia, al punto de creer se bamabolear´+ia el Estado, sin él. Y era a la verdad, simpatiquiísima.

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Una silla de ahora de hace pocos años.

IMPLEMENTOS
La barbería de otrora tenía una pieza con dos sillones incómodos frente a dos espejos, semiquemados. En las vidrieras o escaparates había monos disecados, rizos, bucles, pelucas, jabones, pomitos, con burdos letreros, con anuncios de pomadas para los callos, para la piel, para el cabello, para los chupos y no faltaban algunas con juguetes baratísimos, como la de Tejada, “La Moda Elegante, en la cuadra de San Carlos
La decoración interior era el más genuino gusto criollo. Muy rara aquello sin el grabado del Presidente o caudillo de la devoción del propietario. Las paredes eran exposición de oleografías colorinescas y de alegorías exaltadoras del patriotismo. Todo ello ha desparecido en las peluquerías modernas sencillas y cómodas, aunque conservan algo de la vieja Romana del Diablo, pues si en ellas o hay curanderismo, se lustra calzado, se venden corbatas, perfumes y otras chucherías
Hubo en Lima, ya hace algún tiempo, un peluquero llegado a los 100 años, el cual había tenido bajo sus manos sobadoras, las caras más o menos peludas de los últimos virreyes. Su tienda estaba en la última cuadra de “Las Descalzas”. Extraía muelas y practicaba sangrías. Representaba el clasicismo barberil. Su nombre era Miguel Madiaga. Murió en su ley y en su actividad.
Los fígaros extranjeros hicieron competencia en determinado momento. Estos introdujeron novedades y presentaron sus establecimientos con la más confortable higiene. Llegaron perfumes novísimos, instrumentos de primera y se anunció el reinado de fricciones y masajes.

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Una peluquería de los años 50 en Lince

CHINITOS
Con la aparición de chinitos en la República, apareció un nuevo ritual. Suave de maneras deslizante, sabio en sobriedades, paradójicamente expresivo. Laborioso por poco precio. El barbero chino acaparó clientela e introdujo la limpieza de orejas, llegando algunos a lograr resonantes y esparcidas reputaciones
Los peluqueros nacionales irrumpieron como expertos en su arte y sus establecimientos poseían maravillas como el masaje vibratorio, la fricción, la voluptuosidad epidérmica. Con el frío y el calor alternativos, los complejos afeites.
Entre las peculiaridades relativamente modernas, la del peluquero de Club, es una de las otras características. El primero con tal título fue Casimiro Reyes, en el Club Nacional. Después en los otros centros, como el de la Unión, el Casino, los círculos militares y navales han proseguido, como en la Sociedad de Ingenieros.
Aunque remotamente hubo peinadores para las damas, sobre todo cuando reinaban los complicados y aparatosos moños y marimoñas de las señoronas de antaño, puede considerarse como resurrección, el peluquero de señoras.
Una diferencia sustancial. Antes iban a los hogares. Hoy las damas van a las peluquerías. Hay en estos establecimientos aparatos para arreglar las cabelleras, para teñírselas, para ondularlas. Y allí se lustran las uñas y hay ungüentos para la tez, como para la frase de “mírame y no toques”. (Páginas seleccionadas de las "Obras Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político, José Gálvez Barrenechea).

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