¡Mudanza vulgar y un poco triste!
Como las Magdalenas de la vida galantes se convierten agravados los años,
cuando los tintes y el afeite no disimulan nada, en fortalezas de la virtud
agresiva, así los literatos otoñales predican una moral severa que no supieron
practicar en los tiempos mozos.
Capus, Lavedán, Donnay… Fueron
los sagitarios de Venus, los cupidantes. Por ellos estuvo a la moda ese
libertinaje salado, esa alegría genial que macera en sonrisas todo vicio y le
da al viejo pecado la excusa leve de Gragonand. Fue suyo el género parisiense:
decir las cosas a media voz y a media sonrisa, no escandalizarse, sobre todo,
no insistir, ve desfilar el mundo como un cortejo de bulevar en donde no os
ofuscaremos si una chiquilla guiña al paseante ojos truhanes y conniventes.
La separación de la literatura y
de la moral se practicaba aquí mucho antes que la del Estado y la Iglesia. Los
grandes maestros, un Gautier, un Flaubert, habían afirmado que el arte no tiene
por objeto corregir ni enseñar. Y se perdonaba la licencia si la envolvía la
gracia.
Una literatura espumante y
femenina cundió aquí. La mujer fue, como en el siglo XVIII el tema único. Ella
tuvo sus novelistas y sus modistos, sus confesores mundanos y sus escritoresde
madrigales.
Donnay: dramaturgo franes de renombre
Donnay: dramaturgo franes de renombre
LAS ALMAS…
Maestros como Bourget que habían
comenzado estudiando grandes almas y hondas crisis acabaron examinando con
manos diligentes de encajera, las almas friolentas de las marquesas tituladas y
sus complicaciones adulterinas.
Catulle Mendés contorneaba frases
tenaces de letanía pánica para decir su asombro ante la arcilla ideal. Los que
ensayaron después el madrigal. Capus, Donnay, Lavedán, describieron también en
novelas o comedias la frivolidad de la belle écouteuse de Verlaine, solo
avezada a futilezas, más pronto a ajar el alma que el vestido, fácil a darse y
a amar, si amar se llama el desgano abandono de cinco a siete en la garconniere.
Esa mujer del dibujo de Rops que
va guiando un cerdo con adorable picardía y claro simbolismo se asocia en
nuestro recuerdo a la judía de Notre Coeur, la feroz coqueta de la novela por
quien Maupassant sufrió de veras. Este y Rops eran los pintores tristes, los
elegiacos de la frivolidad amorosa. Pero su misma queja era alabanza, la nota
grave en el himno
Y el himno fue exclusivo en la
novela en el teatro paras las vírgenes locas todas las señoras Bovary fatigadas
de ser “lirios del valle” y decididas a “vivir su vida. Había alguna verdad en
el retrato de la parisiense. Quedaban en sombra mil cualidades interesantes.
Cuando nos hemos asomado aquí a ciertas almas, descubrimos, asombrados a veces,
esa elegancia moral, ese arrojo temerario ante la vida que son las virtudes
menos cantadas de la mujer de París.
.Las andanzas y bailes de las parisienses
.Las andanzas y bailes de las parisienses
MORALISTA
Por eso los moralistas y Donnay
se asombran ahora al ver tan maternal solicitud en las ambulancias. La guerra y
sus consecuencias sorprenden a los psicólogos de salón. Estos no pueden omitir,
por supuesto, el cuadro de París suntuoso y disoluto, en contraste con esta
ciudad llena de enfermeras
Como si la frivolidad y la bondad
no fueran compatibles. Como si el prurito de la elegancia no hubiera sido un
camino para las virtudes morales. Escuchad ahora al moralista. “La última gran
fiesta parisiense-dice- a la que tuve el gusto de asistir antes de la guerra
fue la representación en honor de Antoine, en la Opera.
La sala encerraba esa noche
buenas advertencias de inquietantes enseñanzas. Había mujeres de la plutocracia,
de la aristocracia, de lo grande y de la pequeña burguesía, actrices, mundanas
por entero o a medias cortesanas de alto, de corto, de todo vuelo. Y diamantes,
pedrerías, perlas, penachos airones.
“Había mujeres en los palcos con
abanicos de plumas en la cabeza que le daban aspectos de guerreros indios. Una peluca
blanca excusaba a un semblante joven. Muchas mujeres tenían vestidos y, sobre
todo, corpiños enteramente sumarios y que parecían justificar la frase que
ellas dicen en toda circunstancia. “No tengo nada que ponerme”.
Mucha imaginacion y alegría en la inmensidad del cielo.
Mucha imaginacion y alegría en la inmensidad del cielo.
SIGNOS
La mayor parte de los hombres que
acompañaban a estas mujeres y que sostenían alimentaban este lujo de joyas y de
toaletas sentía halagado su humor propio y su vanidad. Eran éstos los signos
exteriores de su poder y de su riqueza. Pero con su frac negro, uniforme sin
gloria o más bien librea sin lustre, símbolo de su culpable abdicación, tenían
aspecto de camareros encargados de servir a las mujeres en el banquete de la
vida parecían empleados de pompas mundanas.
Donnay halla aquí pretexto para
anunciarnos un Paris…que no será Cuando se despojen de sus uniformes blancos,
cuando no tejan ya calcetines paras soldados, las parisienses volverán
necesariamente a amar las pieles caras y las atrevidas toaletas.
Su gusto suntuario no mudará como
no cambia su arte innato de hacer un vestido con un trapo y de inventar cn
naderías un sombrero chic. Y es bueno que así sea. Su genio claro, elegante, es
tan necesario por lo menos como la gravedad de otras razas.
Algo muy grande se habrá perdido
cuando no exista pueblo alguno para continuar la sonrisa intelectual de la
gracia helénica. Y no digáis que pueden existir uno sin otra la ligereza del
pensamiento y la frivolidad elegante de las mujeres. Son complementarias en
cierto modo.
Solo en el París “fin de siglo”,
en el París de la feminidad y del refinado lujo, pudieron nacer algunas
paradojas encantadoras de Ernest Renán. Y tal vez es bueno que Sócrates se
ponga a discutir con las más frívolas mujeres, las cortesanas, manchadas por el
vino, las rosas de su corona de festival. (Editado, resumido y condensado del libro “Obras Escogidas de Ventura García Calderón”, destacado intelectual peruano que, con sus estudios, rescata los orígenes culturales de este país. Nació por un azar patriótico en Paris, retornó al Perú donde estudió. Posteriormente volvió a Francia en 1905 salvo cortos intervalos por aquí, Rio de Janeiro y Bruselas hasta 1959 en que murió, siempre habitante de la ciudad luz)
No hay comentarios:
Publicar un comentario