Con las visitas a las tumbas en este gris noviembre de nostalgias y esplines, llega todos los años la evocación de aquel simpático descarado por quien las tumbas se poblaron el gallardo y calavera don Juan del alma mía. Cinco teatros de Madrid representan el alma de Zorrilla ante una sala llena. Enrique Borras, el prestigioso actor y el más ilustre tenorio de este año es un don Juan mitigado pero admirable ¿Confesaré que me place la obra entrañablemente? Sonreiré por supuesto de algunos ángeles y palomas de amor, o cuando la metáfora sevillana tiene prolijidades de arabesco. Nuestro realismo minucioso admite difícilmente espectros y ánimas en pena. Pero en conjunto don Juan deja en nosotros la resonancia de un drama de Calderón La vida es sueño y sueño a ratos.
Parece un auto sacramental, una tragedia mística. El gran concepto escolástico de los siglos medios entre la predestinación y la libertad, aquí se resuelve de la más simpática y española manera. “Está de Dios” que don Juan se salve. Se respetará, sin embargo, su libertad, su albedrío, pero, mostrándola en una fantasmagoría la muerte próxima, se le invita eficazmente al acto de contrición. Es un acomodo con el cielo” uno de esos santos tartufismos que inventara a desnudo la caridad peninsular y sobre todo la andaluza. Triunfan la gracia santificante y la voluntad de una mujer.
No olvidéis que estamos en la tierra de María Santísima. Y es una delegada suya, una de esas pálidas y melladas sevillanas de Murillo, la que llega del otro mundo a rescatar el alma del armador. ¿Cuál tarea más santa y cuál rescate más profano? El pecador no sabe si se convierte o ama, la religión y el amor se asocian, la ruta del cielo se transforma en un viaje de novios.
Borras: ilustre tenorio
ESPAÑOL
Pero hay muchos otros
españolismos que voy notando al pasar para comprender el éxito asombroso de
este drama. Todo es innegablemente español aquí. Lo es la arrogancia fanfarrona
con las mujeres, Mirad en la calle el desenfado con que la requiere de amores
el más hampón transeúnte. Recordad la facilidad con la que don Quijote, a pesar
de su mala catadura y su fino entendimiento, cree y razona el amor tendido de
Altísidora
En español-leed cartas de novela
popular y los avisos amatorios de los periódicos- este intelecto de amor
florido, este arábigo lujo de tropos con que se adorna aquí la frase
apasionada. Y la aventura don juanesca, la conquista por la conquista más que
por la presa, el afán sin tregua ni término, están delatando la voluntad
antigua de Teresa de Quijote, de Ignacio. ¿No es idéntico tesón con diversos
objetos? Un corazón, el cielo, la ínsula. Dulcinea, doña Ines, todo es
semejante blanco para la puntería de estas almas certeras y aceleradas.
Esa misma recomendación devota, esa idea del cielo como un concurso en donde amistades y compadrazgos pueden aprobar o suspender al postulante ¿no la hemos compartido todos cuando creíamos? Y en fin las vacilaciones de don Juan en el cementerio y en el banquete, su brusca duda sobre la realidad del mundo-por donde Calderon se acerca a la filosofía alemana-¿no fue siempre como en la castiza aventura de Segismundo, el minuto de fatiga en el esforzado, el minuto en que el árabe soñador suplanta al capitán de tercios de matarifes?
Don Quijote cree en el amor
DON JUAN
Es español nuestro héroe, pero es
también universal. ¿Quién no lleva un don Juan adentro? Un don Juan que no
siempre puede salir a luz, pero sueña, por lo menos, con ver rendidas a todas
las mujeres. El Tenorio es nuestro mal pensamiento de los veinte años. Los tuvo
siempre este hombre y fue tal vez su tragedia.
La nuestra es no tenerlos sino
una vez. Envejecemos. A la pereza de corazón la llamamos fidelidad y al miedo a
la aventura sentar la cabeza. Pero con melancolía sedentaria miramos a los
divinos nómadas del amor para quienes tiene un sentido terrible la palabra
eterno.
Fue el resquemor de don Juan. ¿Cariño
eterno? ¿Existe acaso? Cuanto os han amado dirán, si son sinceros, que se
disipa luego, por lo menos, la dulzura del primer diálogo y la virginal torpeza
del beso. Amarse es pronto una costumbre y un confort. No mudamos muchas veces
de mujer ni de domicilio, por no desordenar algunos pensamientos y algunos
libros.
Pero allí, en cualquier esquina emboscada, nos espera la mujer ideal-ideal porque es distinta, encantadora porque el hábito no la ha desprestigiado aún. Si la aceptamos, pasara luego este minuto como los otros. En vano los poetas urgentemente cordiales, están urdiendo halos morosos para la pasajera santidad del amor.
Típico don Juan
EMBOSCADAS
Toda la lírica no ha sido sino un
reproche al cariño que se disipa, que no puede menos que disiparse. ¡Pólvora en
salvas! Quizá no existe la elegida, la única. No siempre fue mala ventura. Sino
le dimos a Dulcinea tan soñado entendimiento de hermosura que en ninguna venta
del mundo la hallaremos. No me extraña que un gran poeta haya tenido por
compañera de su vida a una cocinera. Si no llega lo que no puede venir, ¿qué
más dan fregonas o marquesas!
Vamos tropezando por supuesto con
lo que Schopenhauer llamaría las emboscadas de la especie. Esta mujer que pasa,
es precisamente y con urgencia, la felicidad. Sigámosla, abandonemos todo para
seguirla hasta la esquina en donde la trocaremos por cualquier otra.
La primavera pérfida colabora a
estos actos de gala en el camino. Todos hemos sentido en esos peligrosos días
tibios, macerada el alma en ternuras, la necesidad de balbucear sandeces o
penas viejas. “Lloro sobre mi chaleco”, dice la burla de Francia. ¿Sobre
cuántas blusas que pasan vamos a hacer lo mismo? Instalaríamos en un pisito
discreto a cada mujer y si nos niegan la golosina, somos capaces de no dormir
según el código romántico.
¿Compartió don Juan tales ansias? Lo anterior me parece expresar precisamente “lo que no sintió don Juan”. Tuvo demasiada salud espiritual para hacer el ridículo como Alfredo de Musset en Venecia. Estaba en primavera siempre. Si quisiéramos valernos del manoseado mito griego, diríamos que la flecha de este arquero ejemplar iba directa al blanco. Era el balcón de las monterías viriles y no esta golondrina nostálgica de aleros en que ha venido a simbolizarse nuestro vacilante y cobarde amor.
Papini admirable florentino
LO QUE ERA
Mi amigo Giovanni Papini, el
admirable florentino, escribió un cuento: El hombre que no pudo amar. Era don
Juan. Estoy de acuerdo si reputamos el amor como un abandono, como una entrega.
Y don Juan no se ha entregado nunca. Le gusta hojear mujeres. Es un precoz
aficionado al “roman psychologique” de cada vida. Le suponemos ahora como un
Stendhal curioso infinitamente. No dirá, como los vulgares amadores, que todas
las mujeres son iguales. Sabrá discernir en cada cual gracia y modales sin
duplicado.
Y concebimos que pueda sentir, al
envejecer, la melancolía del químico moribundo sin haber agotado la
experiencia. Por este resquicio tiene cabida la mística. ¡Miseria! No podemos
acaparar todos los éxitos. Miltres dicen que fueron los suyos, pero hay
millones de enamoradas probables y ante la melancolía de esta parquedad, excuso
que un espíritu delicado vaya a la Iglesia para emplear su amor sobrante
Ya, por lo demás, el amor a Inés
significa la fatiga de don Juan., Dice que ama en ella la virtud y esto infiere
vejez. Para los paladares estragados fue siempre condimento de pureza. Pero el
buen apetito de Casanova acepta todo, monja u horizontal, sin preferencias.
Se ha enmohecido la veleta. Desde entonces ya no nos interesa o nos seduce de otro modo. Nietzsche hubiera seguido en este don Juan amortiguado la trepadora floración de la “mala conciencia”. Considerado como la lucha del catolicismo en un alma fuerte, el drama se profundiza y se eterniza.
Fausto inspira al seductor.
INSTINTO
Don Juan es el instinto joven.
Tal vez prolonga la selvática independencia del bárbaro. Me lo figuro como un
mozo visigodo a quien de pronto unos hombres tristes le enseñan a llamar pecado
su ardor pánico. Se va a reír algunos años retando hasta a las sombras con
desacato pueril y exagerado, pero el morbo está adentro y el morbo se llama
remordimiento. No me digáis que es solo el drama de un mozo calavera. Todo
España está aquí debatiéndose con una tristeza importada de Samaria. ¡Y otra
vez has vencido, Galileo!
Más, persiguiendo el amor, la
Iglesia le ha dado vida nueva, aunque enfermiza. Al habituar a escarbarse la
conciencia en el examen penitente, abre el camino de la “delectación morosa”
que tanto combatieron los teólogos. Se saborea dos veces el pecado: al
cometerlo y al expiarlo. Además, el seductor cobra el prestigio diabólico de
Fausto. Mientras más cándida sea Margarita, más fácilmente la misión evangélica
de convertir al pecador, la entrega desarmada. Doña Inés vence al cabo, más no
olvidemos que su galeote de amor está ya un poco neurasténico.
Porque no podemos imaginar a don Juan detenido en una ventura. Aquí no hablamos solo del personaje de la ficción del homme-a-femmes” que todos hemos visto alguna vez. Pone en su genio en su vida como Wilde. ¿Concebimos a un novelista que no escribiera más novelas porque la postrera fue excelente?
Personificación de Hamlet
AMANTE
En el amor hay también una
especie de producción constante, de genio creador. Tal vez ninguna gloria se
equipara a la del viviente drama en tres actos a la del sublime tríptico: la
frescura matinal de la primera escaramuza, la gloriosa certidumbre de poseer y
la crueldad del abandono. ¿Crueldad? Don Juan no puede mirar atrás Su error es
ayer y su obra de arte es mañana. Manón sería su amante ideal: pocas mujeres se
llaman así. Las más, Ofelia o Gretchen
Gajes del oficio son las quejas
de la mujer preterida, pero muy útil para el seductor de las jeremiadas. Por
cada Ofelia muerta, se duplica el prestigio de Hamlet. Y está probado que
cuando se quema una falena en la lámpara, acuden enjambres a quemarse. En el
amor al peligro ha hallado un francés filósofo la mejor base de la moral.
En el mismo fundamento reposa el
amor de las mujeres. Cuando la señora de Bovary se va a la cita con Rodolfo, su
mayor deliquio es pensar que es excelente. Carlos podría despertarse y a
sorprenderla. Por lo demás, poco les importa llorar después. Para consolarlas
siempre hay iglesias iluminadas, la fantasmagoría del enamorado místico. Tienen
allí el asilo las invalidas de corazón que verán a Dios. Y es la más admirable
contribución del catolicismo al amor, la de haber enseñado a las víctimas de
don Juan, que hay un sabor excelso en las lágrimas. (Editado, resumido y condensado del libro “Obras Escogidas
de Ventura García Calderón”, destacado intelectual peruano que, con sus estudios, rescata los
orígenes culturales de este país. Nació por un azar patriótico en Paris,
retornó al Perú donde estudió. Posteriormente volvió a Francia en 1905 salvo
cortos intervalos por aquí, Rio de Janeiro y Bruselas hasta 1959 en que murió,
siempre habitante de la ciudad luz)
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