Setiembre de 1895: un joven
estudiante de Medicina, llegado apenas a los 28 años y sobreviviente de una
sangrienta guerra, está muriéndose a pausas en el Hospital Dos de Mayo, en las
afueras de Lima. Inoculado por voluntad propia con un virus del que poco se
sabe, le roba el tiempo a la enfermedad para trazar su letra menuda y elegante
en un cuaderno que-él ya lo sabe- ha de entrar en la historia. Escribe un
diario, un diario de la agonía. Quiere demostrarle a la ciencia, al futuro, que
”la fiebre de La Oroya” y la “Verruga Peruana”, dos temibles dolencias que
causan gran mortandad en los andes peruanos son en realidad el mismo mal,
originado por un mismo germen. Al cabo, ese germen le gana la batalla. Ha
muerto, pero su testamento científico permanece y contribuye, con su trágico
heroísmo, a salvar innumerables vidas ajenas a costa de la propia.
Aunque él no la estaba buscando,
este valeroso muchacho obtiene la recompensa póstuma de inscribir su nombre en
las páginas más limpias de la medicina mundial: Daniel Alcides Carrión, mártir de la ciencia y pionero de la
Medicina de Altura, singular aporte peruano al conocimiento universal. Y su
generosa ofrenda no ha sido inútil, pues hoy, a más de 100 años del suceso, se
recuerda no sólo la hazaña del estudioso sino el ejemplo, imperecedero y vital,
de un hombre capaz de aceptar todos los sacrificios, incluso la muerte, por el
logro de un hermoso ideal humanitario.
Daniel Alcides Carrión
Daniel Alcides Carrión
CERREÑO
Daniel Carrión era serrano, como
serranas son las enfermedades contra las que tan denodadamente luchó. Había nacido den Cerro de Pasco, el 13 de
Agosto de 1857, fruto del feliz matrimonio conformado por don Baltazar Carrión
Torres, médico, abogado y diplomático del Ecuador; y doña Dolores García
Navarro, dama natural de Huancayo y perteneciente a una próspera familia de comerciantes cerreños.
En aquel entonces, la ciudad de
Cerro de Pasco contaba apenas con unos 6 mil habitantes y, a la par de su
ingente riqueza minera, ostentaba una
gran actividad comercial. Los primeros años del futuro mártir
transcurrieron en aquel ambiente colorido e intenso de agitación, compartiendo la alegría de los juegos
infantiles con dos hermanos mayores, Néstor y Eusebio. Daniel Carrión hizo las
primeras letras en una escuelita cercana, donde destacó, según testimonio posterior
de maestros y allegados, por su ejemplar aplicación al estudio y por la firmeza
de su carácter infantil.
A los 8 años quedó huérfano de
padre, tras un accidente ocurrido cerca a Huariaca. Más tarde, doña Dolores contrajo nupcias con Alejo Valdivieso,
c comerciante también ecuatoriano, con el cual tendría dos nuevos vástagos:
Teodoro y Mario. Don Alejo se convertiría en un verdadero protector de Daniel,
alentándolo como un padre en la prosecución de su carrera médica.
EN LIMA
Tras prolongada estadía en Tarma,
ciudad a la que fue enviado para proseguir en los estudios escolares, Daniel
Carrión viaja a Lima. Era 1870 y había cumplido ya los 13 años. Haciendo escala
en La Oroya, Ticlio y San Mateo, llegó a la capital a finales del verano, se alojó en casa de su madrina, ubicada en la
calle Ayacucho. Para acabar la secundaria de la que ya había hecho ya los dos
primeros años, se matriculó en el Colegio Guadalupe, alma mater de la juventud limeña y centro de
hervor liberal propio de los tiempos. Allí recibiría la influencia de una plana
docente conformada por intelectuales y científicos de amplia inquietud y de
enorme gravitación en la vida cultural y política del país, como Carlos Lisson,
Sebastián Lorente, José Gálvez y Sebastián Barranca.
En 1875, culminados ya los cursos
de la secundaria, Daniel Carrión- a quien ya se llamaba Alcides, que en griego
significa “fuerte de gran temple”- rinde exámenes e ingresa a la facultad de
Ciencias Naturales de la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos. En la
época, los estudios de ciencias duraban tres años y las cátedras impartían la
enseñanza doctrinal, con prácticas intensivas en laboratorios y gabinetes.
Predominaba el espíritu positivista francés y las lecturas propias de un joven
estudiante eran las obras de Rousseau, Comte, Spencer y Darwin.
ESTUDIOS
La súbita irrupción de la guerra
del 79 no cortó las aspiraciones de Carrión: un año después de declararse el
conflicto, ingresaba a la Facultad de Medicina para seguir estudios de
especialidad. En 1881, con las tropas chilenas avanzando sobre la capital,
Daniel Alcides Carrión y otros estudiantes de la facultad sanmarquina deciden
integrarse a los puestos de socorro para prestar atención a los heridos de San
Juan y Miraflores. Con ellos, Carrión contempla la derrota, los incendios de
Barranco y Chorrillos, la ocupación de Lima. En Julio de ese mismo año inicia
sus investigaciones sobre la verruga, en
base a la observación personal. La primera historia clínica detallada que figura en sus apuntes
es la del italiano Antonio Sagamé.
La potencia mortal de la verruga
y la fiebre de La Oroya, a las cuales se consideraba como dos enfermedades muy
distintas, la una de la otra, era ampliamente conocida por los
especialistas, los cuales, sin embargo, se veían impotentes incluso para hacer
un diagnóstico seguro por la variada sintomatología de la dolencia. Con mucha
frecuencia se les confundía con la viruela u otras enfermedades similares. El propio
Carrión, sin embargo, anotaba que de los huacos antropomorfos mochica-chimú
puede deducirse la presencia de la verruga en el Perú precolombino, donde la viruela era desconocida. Intentaba, por tanto, probar
la especificidad de aquel extraño mal que por siglos había diezmado a las
poblaciones andinas y a los viajeros que llegaban, desprevenidos, hasta ellas.
Efectos en el cuerpo de la verruga peruana.
Efectos en el cuerpo de la verruga peruana.
PREOCUPACION
Sobre la verruga habían escrito
los cronistas Jerez, Sancho y Estete, como lo hizo el Inca Garcilaso de la
Vega. Hipólito Unanue disertó en 1791 sobre ella ante la Sociedad de Amantes
del País y la incluyó en su Medicina y Cirugía para uso de pobres, recomendando
lavarla con agua de chuño. Numerosos extranjeros que visitaron las serranías
peruanas dejaron, asimismo, valioso testimonio sobre esta enfermedad totalmente desconocida en Europa. No era,
pues, preocupación nueva la del joven estudiante, pero si era urgente, pues en
aquellos días una dolorosa epidemia
asolaba los campamentos mineros de la región central del país, como antes había
asolado las estaciones de la construcción del ferrocarril en 1870. Los
esfuerzos de Carrión prosiguen y culminan los de muchos otros médicos y
estudiosos, entre los que puede mencionarse al propio Unanue, Bartolomé Zaldívar,
Juan José Gallagher, José Julián Bravo, Domingo Espinar, Manuel Odriozola,
Cayetano Heredia y Antonio Raimondi.
Es recién en los tiempos de la
guerra que se llegó a la conclusión, en los círculos médicos de Lima, de la existencia
de males específicos escondidos tras la versátil presentación de las epidemias
observadas. Los estudios de la época
condujeron a dos enfermedades distintas. A una se le llamó “Verruga”, por la
presencia de erupciones y tumores en los pacientes, y a la otra se le llamó
“Fiebre de La Oroya”, por ser la fiebre el síntoma principal.
DESCUBRIMIENTO
En este contexto había iniciado
Carrión sus observaciones. Su descubrimiento mayor era el de ser una sola
enfermedad, cambiante en sus manifestaciones, bajo ambos nombres provistos por
la ciencia de la época. Un
descubrimiento vital para conseguir la curación hasta entonces imposible. Pero
las palabras no bastan y Carrión era conciente de ello: hay que probar, paso a
paso, cada una de las afirmaciones para otorgarles validez científica.
En 1883, producida la firma del Tratado
de Ancón, los chilenos abandonan Lima y la Facultad de Medicina inicia su reconstrucción.
Carrión participa de esas tareas y al mismo tiempo prosigue sus estudios
analizando tres nuevos casos de verruga, como muestran sus apuntes. En Enero de
1885 se firma el armisticio definitivo entre Iglesias y Cáceres, dando fin a la
guerra civil con que había concluido la guerra del 79. En Mayo de ese mismo
año, Daniel Alcides Carrión ve con impotencia la agonía y la muerte de su entrañable
amigo Abel Orihuela, víctima de la “Fiebre”. Tres meses más tarde, decidido por
tan dolorosa experiencia, inicia su fatal y heroico experimento.
Era el 27 de Agosto. Carrión
llegó a la sala Nuestra Señora de las Mercedes del Hospital Dos de Mayo y,
venciendo las resistencias del jefe de Servicio, Leonardo Villar, desnuda su
brazo y se inocula sangre tomada del tumor de una paciente. Lo asisten Julián
Arce y José Sebastián Rodríguez, entrañables amigos, quienes completan la faena
practicándole cuatro inoculaciones más. Durante los 21 días siguientes, Carrión
se avocó a la ardua labor de testimoniar en su diario de enfermo los progresos
de la fiebre en su organismo.
DOLOR
A las tres semanas de la primera
inoculación, se manifestó un pequeño dolor en el pie izquierdo, antes de “malestares
indefinibles” en todo el cuerpo. El vía
crucis estaba comenzando. Carrión fue perdiendo paulatinamente las fuerzas, y a
finales de Setiembre se vio obligado a abandonar la observación personal,
anotando que “a partir de ahora me observarán
mis compañeros, pues por mi parte confieso que me sería muy difícil hacerlo”.
Las complicaciones fueron
sumándose día a día. La anemia llegó a tal grado que el paciente no podía
tenerse de pie y el único alimento que alcanzaba a retener era una mezcla de
agua con vino. Del Dos de Mayo lo trasladaron a la Maison de Santé, hospital
en el que había cumplido prácticas, anteriormente, con la finalidad de
procurarla una mejor atención; allí se le hizo una transfusión de sangre, la
primera realizada en Lima bajo observación especializada. Sin embargo, de poco
sirvió el recurso: la lucidez de Carrión empezaba a extinguirse y la difícil
agonía tenía ya todos los visos de ser una batalla cruelmente pérdida.
Casa en Cerro de Pasco donde nació Carrión
Casa en Cerro de Pasco donde nació Carrión
MUERTE
Al atardecer del cinco de
Octubre, el paciente entró en coma. A las 11 y media de la noche, piadosamente atendido
pro la madre Odile, Daniel Alcides
Carrión había dejado de existir. Y en ese punto se inició la asegunda etapa de
la aventura, pues sus abundantes revelaciones sobre la enfermedad que lo había
matado no guardaron en despertar ardorosa polémica, aguzando las
investigaciones al respecto y proporcionando, por fin, una ruta segura para
vencer la terrible enfermedad. Cuando en 1909 se aisló definitivamente el virus
único de la verruga y la fiebre, Daniel Alcides Carrión brillaba con luz de
ejemplo para la medicina mundial.
Sin embargo, ¿Dónde queda en Lima
el monumento que guarda su memoria? Muy pocos seguramente lo saben (Jorge Donayre Belaúnde)
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