No puede ser más limeño el
asunto, ni más limeño el tipo de faite, tal como estamos acostumbrados a verlo
desde hace algún tiempo. Ya degenerado y vulgar, no tiene ninguna de las
características, y cada día ha ido decayendo en su persona, en sus costumbres,
en sus formas sucesivamente inferiores y denigradas.
El tipo del faite, tal como lo concebimos
ahora, tiene pocos puntos de semejanza con el prototipo; representa una
degeneración del antiguo mozo malo, pendenciero y jaranista, que perteneciendo
a altas clases sociales, se dejaba seducir por el bullicio, la alegría y
gustaba, como amante de lo criollo, de ir de parranda en parranda, pero sin
explotar su gracia ni sus fuerzas.
Era frecuente antaño que el
caballero de aristocrática familia, acaudalado y rumboso, concurriera
asiduamente a jaranas de medio pelo en las que campeaba por sus respetos, su
donaire, su gracia, la facilidad con que
improvisaba una copla, bailaba una resbalosa y echaba a la calle con sus puños
al primer atrevido que faltase el respeto a la comadre.
Estos señoritos eran padrinos de
nacimiento, bajaban a los Reyes el 6 de Enero, llevaban a la pila a más de un
mulatito, sabían domar a un potro, puntear airosamente una guitarra, se desmorecían
por la sopa teóloga y la carapulca con rosquitas de manteca y no desdeñaban pasajeros
amoríos con mulatas zandungueras y graciosas,
de ropa almidonada y amplia, de cabellera rizosa, bien peinada y adornada con
flores, ingeniosas en el decir y prontas y agudas en el responder.
Un faite moderno
Un faite moderno
JUERGAS
El mozo malo de antaño se
reclutaba principalmente en el seno de las más linajudas familias y caballeroso
dentro de sus locuras, procuró no hacer nada indigno, dedicando sus ocios, “que
eran los más del año” a diversiones, paseos y juergas.
El mozo malo de Lima, el budinga
y el mozo bravo, como se les llamar en Ica, degeneró sensiblemente. Las
antiguas y graciosas jaranas en las huertas, desaparecieron casi; a las gentes
de buena cuna, suntuosas y alegres sustituyeron mocitos de tres al cuarto, con
la vergüenza de la espalda e indignos, al contrario de sus antecesores de una
tradición, de un recuerdo literario. Orgullosos y consentidos, el antiguo mozo
malo abusaba de su situación, burlaba a la policía, hacía gala de su fuerza,
pero no cometía fechorías ni rayaba en las lindes del escándalo
Las jaranas de antaño, si que
eran jaranas, según cuentan los viejos. Generalmente se realizaban en huertas
arregladas con el genuino gusto nacional. Allí las cadenetas, las banderas, los
quitasueños alternaban con los sauces y las flores del país. No había jarana
sin un cortejo pantagruelesco de viandas, y durante aquella, se almorzaba, se
comía, se cenaba y se dormía, prolongándose la parranda varios días.
Según antiquísima costumbre pisco
que era del bueno y legítimo se guardaba
en botijo de barro y se le echaba la llave de la huerta, la que no podía
sacarse hasta que no se consumiera todo el sagrado líquido.
ZAMBITAS
El personal lo componían unas cuantas chinas
cholas, zambitas guiaragüeras y formaban la orquesta, guitarras, cantores
nacionales y cajones en los que los más pintaditos mozos de la capital batían
con desenvuelta destreza el compás repiqueteador de las zamacuecas
Allí campeaba el mozo malo
legítimo; él era quien hacía respetar la jarana, daba órdenes y todo lo disponía
y arreglaba a su antojo, sin permitir que nadie se descantillara. Eran los días
en que se bailaba la zamacueca (cueca o chilena que después bautizó El Tunante
con el nombre de marinera), la resbalosa, el tondero, el agua de nieves.
La pobreza de un lado, el aumento
cada vez más creciente de la clase media y la falta de espíritu fueron haciendo
decaer gradualmente estas costumbres y estos tipos característicos. Luego la
guerra llamó al servicio militar a muchos de los antiguos mozos malos, los que
en su mayor parte encontraron gloriosa muerte y supieron cumplir con su deber.
Es, precisamente, en los
dolorosos tiempos de la guerra donde ha de buscarse el verdadero origen de la
palizada que degenera tanto después. Tal vez la costumbre de caminar en
pandilla, de mortificar al transeúnte, de buscar pleito a cualquiera, tuvo su
origen en una bella iniciativa de una serie de mozos mataperros de Lima, de
familias decentes, quienes durante la ocupación chilena, se ocuparon de
fastidiar al vencedor, en golpearlo y ridiculizarlo donde podían, organizando
tretas y trampas para que cayera y procurando llevar a los oficiales enemigos a
terrenos donde tuvieran que luchar cuerpo a cuerpo.
La Lima antigua.
La Lima antigua.
DIABLURAS
Muchos nombres se recuerdan en Lima de mozos
que durante la ocupación, olvidando sus antiguas mataperradas, se decidieron a
amargar toda fiesta en la que el vencedor se entregaba al regocijo, ideando
diabluras sin cuento. Los chilenos, según es fama popular, vivían entonces
desesperados.
La palizada tal como apareció en
Lima con todo su cortejo de calamidades, fue posterior a la guerra y tal vez,
como dijimos tuvo su origen en aquella reunión de mozos que se ocupaban en
perturbar los goces del vencedor.
Se conservó la costumbre, pero ya sin el
simpático fin que tuviera. Y Lima padeció durante varios años, la insolencia de
un grupo de mocetones bien plantados algunos de ellos pertenecientes a
distinguidas familias que hacían gala de su vigor y destreza para maltratar a cualquiera y que
armaban en café, hoteles y teatros mayúsculos escándalos.
Entonces inició la era inacabable de los
cabes, cabezazos, contrasuelazos, combos, banquitos, cargamontones, sistema
este último empleado en casos de apuro, lanzándose todos contra el infortunado
que había logrado golpear a alguno de los de la pandilla.
CELEBRIDAD
Los faitemanes, porque entonces
nació el tipo genuino del faiteman-palabra tomada del inglés- se hicieron temer
sobremanera, abusaron largo tiempo de su situación, alcanzando celebridad.
Muchos de ellos bien dotados por la naturaleza, tipos verdaderamente bellos y
finos, poseían dones de atracción incuestionables y lastimosamente perdieron
sus condiciones arrastrando a veces una vida de vicio y de trivialidad
bulliciosa.
Los faites genuinos tuvieron
hasta indumentaria propia. Usaban sombrero suelto, americana cruzada, pantalón
bombacho a la Waterloo y eran amos en el teatro, señores de toda señoría en los
Toros y dueños de todos los corazones que se ponían en alquiler en la ciudad.
Abusivos y fachendosos, complacíanse en
golpear a cuanto desgraciado se ponía a sus alcances, tenían terminajos
peculiares, se reían de la policía, eran temidos en comisarías y lugares de
detención y amados de las casquivanas, dejaban que su vida transcurriese en un
jaranero y gustador aturdimiento.
Pintoresco dentro de sus maldades y gracioso
dentro de sus defectos, el tipo del faite constituyó en Lima una personalidad
saltante que despertaba curiosidad y llamaba vivamente la atención.
Conservador, si, de los gustos criollos,
era enemigo personal de los caballeritos, detestaba el tongo y el chaqué, se
reía de los sietemesinos elegantes y reinó como un pachá en los barrios de
bronce resucitando algunas viejas leyendas, jaraneando en huertas, a las que llevó
algo de la antigua sangre ligera y del arcaico donaire criollo.
Los vecinos de un callejon tipico limeño
Los vecinos de un callejon tipico limeño
MOSTACHOS
Quimboso y lleno de típicos decires, asustaba
por los grandes mostachos, el empaque para amenazar, el movimiento agresivo que
ponía en todos sus gestos y l voz campanuda, terriblemente mosqueteril por su
exageración y su tono.
Entre los faites de aquellos
tiempos hubo muchos que, como los días del mozo malo, pertenecían a
distinguidas familias de los que fueron niños mimados. Infinidad de anécdotas
se cuentan de estas palizadas originales que circulaban por las calles
centrales, rompían vidrios, golpeaban a la policía, se metían en los teatros y
en general a todos los espectáculos sin necesidad de billetes y eran el terror
de empresarios, de padres de niñas pobres y de mujeres descarriadas.
No faltó desde los remotos tiempos
del mozo malo, hasta los relativamente inmediatos del faite, el tipo
intelectual que improvisaba coplas; era el poeta de la partida, escribía la
letra de los contares de la palizada y gozaba de ascendiente en su cuerda.
Alguno hubo que colectó aires antiguos, llenos de gracia y convivieron con los
de la palizada ingenios que algo de su típica espiritualidad llevaron a las
fiestas. Muchas canciones admirables nacieron en las jaranas, propiciadas y
sostenidas por los faites.
COSTUMBRE
La pintoresca costumbre de las
palizadas creó por espíritu de imaginación una serie de grupos similares en
diversos barrios y así hubo la palizada de Abajo del Puente, la de los
Naranjos, la de Chacarilla, la de las Nazarenas y hasta los muchachos
organizaron su palizaditas. En las palizadas siempre había alguno que era
respetado por todos.
Era el más faite, el gallo para echárselo a
cualquierita, llegando a tan alta categoría por su garbo, su suerte con las
mujeres y sobre todo porque un día, por todos recordado, pudo más que el Cabezota o el Tripa Larga, famoso
en tal o cual barrio. En esto, como en
todo, el afán de encontrar un gallo forma prte de la sicología nacional.
Todos, casi sin excepción, andan
con un gallo bajo el brazo, aunque no lo parezca. En todos los órdenes, la
intensa preocupación de un caudillaje inferior inquieta y preocupa los
espiritus. Todos tenemos nuestro gallo. Cada palizada tuvo el suyo. También se
acostumbraba que las palizadas pasaran de barrio en barrio.
Y esto se explica porque la ciudad tenía
marcas y costumbres diferentes según sus diversas secciones. Los vehículos han concluido por hacer desaparecer
los matices diferenciales típicos. El barrio entonces tenía un carácter
autónomo, casi hostil. De allí que se organizaran deafíos y no pocas veces en
el barrio escogido para el duelo, se sentía un estrépito formidable de golpes,
juramentos e imprecaciones.
Calles antiguas capitalinas con balcones relucientes.
Calles antiguas capitalinas con balcones relucientes.
LA PALIZADA
Las gentes salían de sus casas; en balcones y
ventanas asomábanse tímidos rostros de mujeres, los muchachos gritaban,
piteaban los celadores, se armaban una infernal batahola y cuando alguien
preguntaba por qué se formaba tal lio, se le contestaba con tal naturalidad:
“Son los de la palizada de las Nazarenas-por ejemplo- que se han venido esta
noche. Y así sucesivamente.
Entre las anécdotas que hemos
oído relatar sobe la palizada se cuentan algunas graciosas como aquella de que
los faites que caminaban con aire especial por las calles del centro, sacaban a
lo mejor sus cuchillos, que según frase de ellos mismos eran pura vista y los
afilaban con ademán facineroso en los sardineles de las veredas.
El gran éxito de la palizada llevó a mucha gente
de medio pelo a organizar también sus palizadas de color chocolate que
campeaban en ciertos barrios, hacían barbaridad y media, golpeaban a los
pulperos, daban palizas formidables a los chinos y continuando la leyenda de
los congéneres de alto copete sedaban grandes aires señoriales y
conquistadores.
Era muy raro el barrio donde no habían dos o
tres callejones con su respectiva palizada, que preocupaba a los pobres
cachacos que creían cumplir su deber con el alarmante fiu li del pito que casi
nunca daba resultado.
IMITACION
Curioso pero lógico dentro de la
sicología infantil fue el afán de imitación de los faites que tenían los muchachos de los
colegios que en los barrios organizaban sus palizadas con todas las
características de los grandes. Hablaban imitando el tono faitoso, sabían lo
que era un huacarinazo, conocían de memoria la leyenda de los más grandes
faites e Lima, se preciaban de parecerse a tal o cual gallo famoso, se daban el
pisto de hablar de ellos como si fueran sus íntimos amigos y andaban a la
salida del colegio llenos de guaraguas, decires y quimbosas actitudes
Ente las diabluras verdaderamente
espantosas de los faites, conocemos una auténtica, de sabor realmente macabro y
que podría servir de argumento de un cuenro cruel en que se describiera el alma
torcida y refinadamente malévola de algún degenerado.
Tratóse en cierta ocasión y en cierto hogar
modesto del velorio de una criatura, el clásico velorio en que el compadre
debía hacer los gastos, correr con el sepelio y acudir compungido y pesaroso a
la casa de la comadre, donde a media noche, siguiendo la costumbre, se organizaba una parranda silenciosa, aunque
parezca paradojal, ya que si es cierto que no se bailaba ni se cantaba (por
más que en alguna si se hacía) en cambio circulaba el alcohol que era un
bendición.
El compadre de esta historia es
un faite legítimo. Acudió efectivamente y a la media noche, sin que nadie lo
pensase, armó una jarana de las de mara. En el cuarto vecino, la criatura que
había muerto a los pocos días de nacer, yacía rodeada de lámparas de aceite,
cirios y demás accesorios fúnebres.
ZAS
En el fondo de un corralito
contiguo al mortuorio aposento, una olla
descomunal contenía hirviente y suculento, el caldo de gallina que se daría en
la madrugada a los veladores. El licor
nubló el cerebro del compadre y cuando estaba en lo mejor del tristecito, en
que se cantaba el dolor de una madre que pierde a su hijo, se introdujo al
cuarto donde yacía la criatura, la cargó, se metió con ella al corralito donde
el caldo hervía y zas lo echó a la olla.
Luego se quedo dormido. Despertó con un
escándalo formidable, gritos de mujeres, llantos desgarradores y entonces se
dio cuenta de la estupidez que había cometido. La madre al ir a espumar el
caldo se encontró con algo que no era
precisamente un pollo, envuelto en telas, alumbró con una vela y ¡triste
horror! Sacó semi sancochado el cadáver de la criatura. Nadie cuenta cómo
terminó la tragedia y, cómo en un verdadero cuento macabro, se ignora también
si alguien tomó ese caldo.
La gran cantidad de imitadores
concluyó con la fama de los faites y comenzaron a surgir mocetones fuertes y
bravíos que en más de una ocasión bajaron el penacho a los clásicos. Una avalancha de mocitos de
pelos en pecho apechugó con lo que se le puso delante.
DEGENERACION
Los hasta entonces dominadores
optaron por formalizarse a medias, muchos tuvieron el talento de retirarse a
tiempo, y la cantidad de gente verdaderamente baja y malévola que hizo papel en
el género malogró lo pintoresco, debilitó la acción conjunta, dio pábulo a que
muchos de los nuevos fueran subvencionados por lugares de diversión y de juego
y de despacho de bebidas, se “abagró”, -frase típica de ellos mismos- la cosa,
surgieron los alquilones de la mala política y nos encontramos un día en que ya no se pudo distinguir entre el faite, el guardaespaldas,
el apaleador de oficio y el soplón que aparecían en las épocas álgidas de la
policía: organizaban palizadas eleccionarias, pegaban a las mujeres que se abandonaban
a sus cuidados y vivían malamente, alternando los corredores sombríos de la
Intendencia con los canchones siniestros
de la cárcel.
DESAPARICION
Y en estos últimos tiempos no hay palizadas.
Los que tienen aún algo del alma del faite, viven relativamente aislados,
alquilan su fuerza y su audacia si les es preciso y, salvo dos o tres genuinos
representantes de las épocas idas, que eran perdidos porque si, sin interesada
malevolencia, por afán sensual de placeres y amor al ocio jaranero, puede
afirmarse que ha desaparecido por completo la palizada.
A pesar de todos sus defectos, de sus
vergüenzas, de sus daños, justo es confesar que fue un grupo gracioso y
pintoresco, que algunas felices ocurrencias tuvo, pero que día a día degeneró
hasta convertirse en algo intolerable, realmente ingrato. Sostenedores de lo
criollo, el folklore nacional les debe mucho en justicia a los miembros de
aquella agrupación y no es raro encontrar en la musa popular coloridos cantares
que fueron obra exclusiva del faite. (Páginas
seleccionadas del libro “Una Lima que se Va”, cuyo autor es el consagrado
escritor y político José Gálvez Barrenechea)
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