Algo se ha escrito sobre el
recibimiento de los virreyes en la Universidad de Lima y en tales
circunstancias se han basado generalizaciones de carácter histórico para
deducir el servilismo imperante en la época; asuntó que trató en su artículo
sobre don Pedro de Peralta ese gran argentino que se llamó don Juan María
Gutiérrez, a quien tanto deben las letras peruanas.
Gutiérrez defiende un poco la
oratoria recargada y lisonjeadora de la época, atribuyéndola más a las propias
características de esos tiempos que a deficiencias espirituales de los que la
producían. Y así es. La perspectiva en que hoy nos colocamos introduce en
nuestro juicio elementos que ayer no existían, y por eso, sin quererlo,
incorporamos nuestra actualidad a algo ya desaparecido e inactual, con lo que
muchas veces somos injustos e ingenuos; porque pedimos para el ayer posiciones
ideológicas y sentimentales que son de hoy. De ahí la dificultad de hacer
historia en el verdadero sentido de la palabra.
Pero, aparte de estas
generalizaciones más o menos acertadas, no se ha hecho todavía la
reconstrucción amplia y exacta de una de esas ceremonias, en las que el boato
mundano de la Lima de entonces ponía una intensa nota de color. Lima era una
gran capital de importancia para la época y en la que multiplicidad de asuntos
distraían la atención de las gentes o incidían en todos los aspectos del vivir reaccionando
unos sobre otros.
El Conde de Lemos: toda una figura virreinal.
El Conde de Lemos: toda una figura virreinal.
MUGABURU
Es natural, por ello, que la vida
universitaria estuviese informada por el
lujo, la riqueza y la cortesanía de la existencia capitalina. Los
“recibimientos” de los señores virreyes fueron, tal vez, los acontecimientos
universitarios de mayor pompa de la época, especialmente en el siglo XVII, que fue, sin duda, el más suntuoso del
Virreinato, cuando aún los terremotos de fines de aquel siglo (1687) y del
principio del XVIII (1746), especialmente este último, no habían echado por
tierra muchas edificaciones y desmedrado no pocas fortunas.
La extensión del Virreinato no
había sufrido los recortes que en algo la disminuyeron después. Y los espíritus
no tenían más preocupaciones que la lealtad al Rey, el temor a Dios y el afán
de seguir los usos y costumbres de la corte, que a la distancia aparecía aún
más resplandeciente de lo que era en realidad.
La leyenda de Lima dieciochesca
ha esfumado un tanto, por gracia de la pícara aventura de Amat con la criolla
Perricholi, la visión del siglo XVIII, que, sin duda, como lo demuestran los
documentos auténticos de la época, es el más rico y de más acusado carácter de
nuestra vida virreinal.
Canonizaciones de santos,
controversias religiosas sobre el dogma de la Inmaculado Concepción, disputas
entre arzobispos y virreyes, grandes mascaradas universitarias, profusión de
actos solemnes y de fiestas, autos y procesiones, magníficas cabalgatas,
vistosos escuadrones, toros, cañas, encamisados, volantines y medias. El cuadro
que resalta en el minucioso Diario de Mugaburu y en los papeles de todas clases
de aquel siglo, nos lo muestra en todo su esplendor.
ACTAS
Buscando noticias sobre los
abogados de Lima, encontré un buen día en un viejo libro de “Razones de los
Grados Mayores y Menores” que comienzan el 3 de Julio de 1660, el acta del
recibimiento del Conde de Lemos, lo que me permite hacer la reconstrucción
fidedigna de una de las más típicas ceremonias de la Lima colonial.
Bastaría si se tratara
simplemente de presentar el hecho, con copiar las actas pertinentes. Pero el
estilo en que están escritas y su difícil ortografía las haría penosas para el
lector, que necesitaría, además, ciertas explicaciones, por lo que bien vale la
pena que, aprovechando la valiosa fuente, ponga el cronista de hoy uno que otro
dato y comentarios marginales que esclarezcan y relieven la relumbrante y
entonada fiesta que la Real y Pontificia Universidad de Lima ofrendó al Conde
de Lemos.
Los documentos que me sirvo están
a fojas 76.77 y 78 y son reversos de un libro forrado en pergamino, en cuya
primera página, rota y casi ilegible ya por las manchas de color morado que la
afean, se adivina, más que se ven las siguientes palabras:
Racones de los grados maiores y
menores que se han dado en efta
Universidad de San Marcos desde el 3 de Julio de 1660 en que fue
Secretario de Ss Mateos de Robles. Un
trozo ilegible. Después, Franc de la Cueva. Y abajo: don Luis Zegarra de
Guzmán, San Mateos de Robles.
En los últimos años de su vida.
En los últimos años de su vida.
EL RECTOR
El Rector de la Universidad en
ese año, 1660, pertenecía a una nobilísima familia de Salvatierra de Tormes en
Salamanca. Sus padres se radicaron en Lima a principios del siglo XVII y fueron
el Capitán don Arnao Zegarra de Guzmán Medrano y doña Francisca Arias Vásquez.
Zegarra de Guzmán había nacido en
Lima donde murió en 1689, después de haber sido medio racionero del coro
metropolitano en 1649, juez adjunto del arzobispado en 1675, maestrescuela en
1677, acrediano en 1678 y Rector de la Universidad como queda dicho, en 1660, según lo apunta nuestro
más notable genealogista Luis Varela Orbegoso (Clovis) en sus nutridos y
valiosos “Apuntes para la Historia de la Sociedad Colonial”.
Que el canónigo Guzmán debió ser
persona principalísima y además aficionada a la rumbosidad, lo demuestra el
párrafo del Diario de Mugaburu que al describir los toros que se corrieron en
honor de Santa Rosa de Lima en la Plaza de Santa Ana, dice que el señor virrey
Conde de Lemos y la señora virreina y todos los señores oidores los vieron
desde el balcón de aquel canónigo quien, amén de agasajar a sus ilustres
visitantes, echó mucha plata a la plaza.
Tanta sería que, según el
solicito cronista: …al punto repicaron las campanas de mi Señora Santa Ana por
la plata que echó el canónigo, que lo tuvieron todos a gran fineza…”
CERTAMEN
Según rezan las actas, el 24 de
Enero de 1668 se hizo la publicación del certamen poético. A las cuatro de la
tarde, salió la comitiva de la Universidad. Iban adelante los atabales y
chirimías de la ciudad con sus ropones carmesíes guarnecidos de franjas
plateadas y los estudiantes de los colegios mayores con sus hopas y becas
azules, verdes, rojas y pardas.
Detrás, muy galán, el bedel
mayor, en medio del bedel menor y del alguacil de la Universidad. El cartel o
certamen como dice el acta iba en un bastidor cubierto por una tela de seda
azul celeste claveteada con tachuelas doradas coronado con una gran rosa y
sostenida por una áurea y alta vara. Escoltando el certamen iba el Secretario
de la Universidad, que lo era entonces don Lorenzo de Mora y Castillo, jinete
en un potro lucidamente enjaezado.
La Universidad está en esa época
donde hoy se alza el Palacio Legislativo. La comitiva tomó por la acera del
Tribunal del Santo Oficio-hoy Senado de la República- y calle abajo siguió
hasta la esquina del colegio de los jesuitas-hoy San Pedro-, bajó por la cuadra
donde más tarde se edificaría el Palacio de Torre Tagle, y por la calle que
hasta hoy se llama de los Bodegones enfiló a la Plaza Mayor, pasando por la iglesia
Metropolitana, casas arzobispales y Real Palacio.
Durante el paso de la pintoresca
procesión, balcones y ventanas se llenaron, seguramente de bellas mujeres
lujosamente ataviadas. De los corredores del cabildo pendía un paño grande con
puntas de plata, donde se fijó el certamen que señalaba “doce asuntos a los
poetas. Se hicieron los pregones, resonaron los rondeos atabales y las agudas
chirimías y terminó el desfile con el dorado y lento caer de la tarde, cuando
las campanas tocaban a la oración.
Un balcon colonial de la época.
Un balcon colonial de la época.
160 COMPOSICIONES
Y para que constase por siempre,
el Rector de la Universidad porque lo era entonces el doctor Andres de Billela.
Caballero de la orden de Santiago, del consejo de su majestad y su oídor más
antiguo “razón de haber pasado así”, lo que certificó el señor secretario don
Lorenzo de Mora y Castillo en el viejo libro que sus ojos han visto.
El 31 de Enero, es decir pasada
apenas una semana, se presentaron al concurso 160 composiciones sobre los doce
asuntos señalados, amén de otros “muchos versos aventureros”, lo que revela que
había no sólo multiplicidad de líricos cultores, sino cierta liberalidad, por
cuanto se admitía y premiaba poesías que no estaban dentro de las condiciones
señaladas en el certamen. En esos días, como ahora y como siempre, no dejaban
de existir espíritus libres. Los “independientes” de aquella hora loaron,
también a su manera, al excelentísimo señor virrey.
El jurado estuvo compuesto por el
rector Billela, el oidor jubilado Sebastián de Mendoza, el Fiscal de la Real
Audiencia don Diego de Baeza, el licenciado don Asencio Pérez de Lizardi y don
Lorenzo de Mora y Castillo que actuó de secretario de la Junta “para la
graduación de los versos que se hicieron en alabanza del Excelentísimo Sr.
Virrey Conde de Lemos.
DOBLONES
Los jueces graduaron 36 de los
que se escribieron para el certamen y 9 de los “aventureros”. La reunión se
realizó en la morada de Billela, los asistentes fueron obsequiados con
colaboración, aloxa, chicha y agua fría y cada uno de ellos recibió, por vía de
premio, tres doblones de oro.
La 36 composiciones premiadas
formaban una copiosa cosecha retórica de todas las clases de la poesía de la
época: canciones, décimas reales, con glosas de redondillas, versos hexámetros,
quintillas de donaire que acababan con un título de comedia, epigramas de 8 dísticos, liras,
sonetos que remataban en ecos, estrofas de arcaicos latinos, coplas de ciego
con el último pie quebrado, romances, esdrújulos y phalenos con anagramas.
Toda la gama enrevesada y
artificiosa estaba allí pare revelar la pulcra solicitud de los maestros de
poética y el afanoso aprovechamiento de estudiantes y doctores que gastaban en
ingenio en la complicada alquimia de combinar los más sutiles conceptos con las
más extravagantes imágenes.
Hay que suponer que aparte del
interés en rendir pleitesía al Conde de Lemos, que y gozaba de una gran
reputación, la cantidad de las composiciones enviadas debo despertar una gran
curiosidad en Lima, porque rara sería la familia de cierta importancia que no
tuviese algún deudo o relacionado entre los concurrentes.
INFILTRACION
Además la vida en Lima era antaño
sumamente aparatosa, lo que, como muy bien ha advertido José de la Riva Agüero,
debía contribuir a acrecentar lo hinchado y campanudo del ambiente literario y
lo que, al repetirse tanto, debió hacerse un grave daño espiritual. Nuestros
antepasados tuvieron un sentido excesivamente sensual, formalista y rumboso de
la existencia.
El engreimiento comodón de la
colonia se infiltró en nuestra sangre, y su influencia, aún no del todo
desaparecida, ha sido causa de muchos de nuestros males. Tal vez nos hubiera
valido más no haber sido tan recamados y suntuosos. El artificio sonoro y
coruscante de la vida colonial enturbiaba las mentes y hechizaba las
voluntades.
El 4 de Febrero de ese mismo año,
a las cuatro de la tarde, hay terminado el “yantar”, porque en esos tiempos se
comía muy temprano, se realizó el anunciado recibimiento del Conde de Lemos. No
lo dice el acta, pero en el tránsito del Virrey hasta la Universidad, el
pavimento de algunas calles ostentó relucientes barras de plata, la que
brillaba también en los arcos deslumbrantes y llenos de versos y jeroglíficos,
que se elevaron cerca de la Plaza Mayor.
Una salida del Virrey era en la
Lima de antaño un cuadro de colorido extraordinario. Los balcones adornados con
paños riquísimos franjeados de oro y plata, se llenaban de mujeres que lucían
los más costosos vestidos y las más
valiosas alhajas. Las esmeraldas de Barruecos, las perlas en sartas
inverosímiles, los diamantes de todos los matices, como lo describen los viejos
inventarios.
La Lima del Virreinato.
La Lima del Virreinato.
LUJO
Las floreadas y brillantes sedas,
los fastuosos damascos, lso gorgoranes, valonas y encajes vaporosos. Todo el
exagerado lujo de una existencia muelle
y fácil, enriquecida por el oro y la plata que producían las encomiendas
subsistentes aún, se volcaba ostentosamente
en esas grandes ocasiones.
El gentío se aprestaba en las
calles para gozar con el paso de los sequitos resonantes. Iban los alabarderos
del Virrey con sus uniformes encarnados y azules llevando las más relucientes
alabardas, y con ellos los guardias de a pie y de a caballo escoltando las
carrozas de gala, los alcaldes y regidores de la ciudad con esos purpúreos
vestidos, los gremios con sus pendones recamados, los gentilhombres luciendo,
como rezago de la edad caballeresca los erectos y fúlgidos lanzones y los togados oidores en gordas
caballerías gravemente engualdrapadas de negro.
Tras ellos el cortejo multicolor
de los pajes y lacayos con sus libretas y el pueblo gris que vitoreaba y seguía
la deslumbradora procesión, mientras los atabales y las chirimías herían los
aires, repicaban las campanas y los cohetes ponían la nota moruna de su
estruendo vistoso. Pasaba el señor Virrey entre un abatirse de banderas y un
tronar de culebrinas, bajo la lluvia de flores que caían de las “nubes” con un
revuelo de blancas palomas y ante las zalemas y vítores de las damas y
caballeros que contemplaban el desfile.
LA VISITA
Así debió ir el Conde de Lemos el
4 de Febrero de 1668 a la Universidad de Lima aunque, como consta en el acta,
por estar achacoso lo hizo en silla de manos. En la puerta de la docta casa lo
recibieron el alguacil y los bedeles con sus mazas precediendo al rector y a
los maestros del claustro que en formación salieron con sus mucetas y borlas.
En su taraceada silla el conde,
haciendo honor al mote de beato que le
pusieron los limeños se hizo conducir a la capilla que estaba curiosamente
aderezada, donde oró muy contritamente. Pasearon luego todos por el claustro,
en el que se entremezclaban los vivos matices de las insignias de los doctores
con las borlas de la muchachada y, acabado el paseo, entraron todos al General Mayor.
En el salón general sentóse el
Virrey en el estrado, mientras los bedeles con sus mazas llevaron al doctor
Juan de Zamudio Villalobos y Mendoza-que en 1670 fue Rector- a la catedra. El
orador hizo primero las tres cortesías acostumbradas y luego pronunció en latín
y en romance el más fervoroso elogio del señor Virrey, a quien disputó por el
mayor príncipe que nos ha gobernado, aludiendo a su erudición, acierto,
cristiandad y justicia y muy especialmente su devoción a la Santa Virgen.
Un libro del historiador Basadre sobre su personalidad
Un libro del historiador Basadre sobre su personalidad
PARTICIPACION
Terminada la oración del maestro,
los bedeles invitaron al estudiante jurista, Pedro Barreto de Castro, para que
hablara de los premios del certamen. En la antigua regla universitaria de San
Marcos, los estudiantes tenían una amplia participación en la vida del
claustro, no sólo en las ceremonias y fiestas, sino aún en la elección de
rectores y en los concursos de las cátedras. Barreto “la empezó”, dice al acta
con unos versos latinos y unas octavas en idioma castellano y procedió con
otros, introduciendo una carta del dios Apolo que ordenaba se leyese lo de los
doce asuntos del certamen poético.
El Licenciado Asencio Pérez de
Lizardi leyó los versos premiados, habiéndose
hecho a cada obra una cuarteta
con estimación. Después
distribuyéronse todos los premios, todos de plata, entre los vencedores. Para
los versos retumbantes y huecos con la rendida alabanza a los méritos del
Virrey se ofrecieron los más útiles objetos, azafates, salvillas,
vernegales, escudillas, fuentecitas,
chocolateras, cucharas, pilas de agua bendita. Cuatro de los premios eran de 40
pesos, 8 de 30, 12 de 15 y 12 de 7.
Para los versos aventureros hubo
nueve premios en moneda contante y sonante: tres doblones de oro a cada uno de
los 4 primeros y dos doblones a cada uno de los 5 restantes. Todo costó
alrededor de mil pesos, suma cuyo valor adquisitivo era enorme en esos tiempos.
OMISION
El Diario de Lima, tan minucioso
en todo, de Mugaburu (1640-1694) no trae sin embargo noticias del recibimiento
del Conde de Lemos. Este olvido de Mugaburu que probablemente no estuvo ese día
en Lima , sino en el Callao, da mayor importancia al documento que inédito se
conserva en la Universidad de Lima y es tanto más extraño tal olvido, cuando
que tratándose de estos virreyes-Castellar por ejemplo-, cita de modo especial
el “recibimiento en la Universidad, habla de la oración panegírica, de los
premios del certamen y traza, aunque sea brevemente, con su prosa aromática y
prolífica, el cuadro de la solemne y académica ceremonia.
El recibimiento del Conde de
Lemos se realizó 3 meses después de la
llegada de éste: el 9 de Noviembre de 1667, en que las salvas de artillería y
el repicar de las campanas anunciaron que entraba la armada virreinal. El Conde
saltó a tierra el 10 de Noviembre.
Desde las 5 de la mañana de aquel
día, la muralla del puerto estaba llena de hombres y mujeres al parecer, dice
Mugaburu- “un jardín de flores según la variedad e mantillas y vestidos muy
costosos que se hicieron para el propósito. Desembarcó el conde en una balsa
entoldada de tafetanes, con un estrado que tenía cojines de terciopelo y una
silla de lo mismo para el señor virrey.
En tierra aguardaban al Conde que
venía con su esposa y dos niños, el general del mar, que lo era Baltazar Pardo
de Figueroa y las demás autoridades. En carrozas los llevaron a palacio dl
Callao. Se le regaló las llaves del puerto y un bastón con extremos de oro y
muchos diamantes que valía 4 mil pesos.
El altar de una iglesia del Callao antiguo.
El altar de una iglesia del Callao antiguo.
TELA DE ORO
El Conde de Lemos permaneció en
el Callao hasta el 16 que de incognito fue a Lima, comió en Palacio, lo vio
todo y a las 4 de la tarde se volvió al puerto. Ingreso oficialmente a Lima el
21 vestido con un traje muy rico de una tela bordada toda de oro.
El Conde de Lemos que se
distinguió por su energía y su extremada religiosidad debió tener en muy alto a
su esposa cuando la dejó con poder para gobernar estos reinos al marcharse él a
Puno. Y así es curioso que este virrey austero y un tanto sombrío dejara en
nuestra historia la nota suavemente galante y fragante de una “virreina
gobernadora, la que mandó echar bandos ya con tra los franceses, ora sobre los mercachifles, ora reglamentando la
venta de cera, ora anunciando-cosa grave
para una mujer- que el señor Conde de Lemos “había mandado cortar la cabeza y
hacer cuartos a Joseph de Salcedo.
Murió el Conde el 6 de Diciembre
de 1672 después de haber gobernado 5 años y 15 días. Lo embalsamaron y en una
cama de brocados lo pusieron en cuerpo muy galán, calzado de botas y espuelas
con su bastón de capitán general, con su sombrero de color y plumas que parecía
un San Jorge.
La vía marítima en aquellos tiempos.
La vía marítima en aquellos tiempos.
SUMA FABULOSA
La virreina viuda no pudo irse a
España-sin duda por temor a los piratas que tanto frecuentaron nuestras aguas
en el siglo XVII hasta el 11 de Junio de 1675 en la que la hizo en la nave
capitana de una armada fuerte y poderosa que salió para Panamá y que llevaba la
suma fabulosa y formidable para la época de 22 millones de pesos.
Paso a la historia uno de los más
típicos virreyes que ha tenido el Perú. De la agitación de esos días que tan
tas preocupaciones provocaría entre los concursantes de poesía, nada queda.
Unas cuantas líneas borrosas de
caligrafía complicada sobre un papel amarillento esconden la emoción y el colorido
de un cuadro que hoy nos puede parecer un poco pueril y que sin embargo,
suspendió en su hora los ánimos de toda una ciudad. (Páginas seleccionadas de las "Obras Completas"
que pertenecen como autor al consagrado escritor y político, José Gálvez
Barrenechea.)
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