jueves, 26 de mayo de 2016

EL PEDAGOGO POR AFICION

Plácele al  cronista como un contraste, describir aquí, un tipo que va desapareciendo también, y del que sólo unos cuantos ejemplares quedan, que pronto, muy pronto, desaparecerán por entero, por obra del modernismo que todo lo invade y modifica, a veces en bien, la enseñanza, sobre todo a veces en desmedro del sentido nacionalista que debería conservarse siempre.
¿No han visto ustedes nunca, sobre todo en los colegios de señoritas, a esos caballeritos, algunos ya maduros, otros tiernos todavía, que van a todas las reparticiones de premios, que examinan con pulcritud, contestan a veces la Memoria de la Directora, hacen interrogaciones raras y si no forman parte del jurado ad hoc, se desesperan porque le pasen el programa para hacer una pregunta nueva, sorpresiva que han meditado varias semanas.
Pues bien, entonces no conocéis aún este aspecto curiosísimo de la vida limeña, típico desde los más remotos tiempos y en el que ha crecido y alcanzado celebridad, más de un joven, amante desinteresado de la educación nacional.
El pedagogo por afición escoge como teatro de sus operaciones aquellas escuelitas a la antigua, que van evolucionando, en que dos o tres buenas señoras se dedican con paciencia ejemplar y la más completa falta de espíritu pedagógico, a enseñar desde al abecedario hasta la Historia con Cuadros.

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La Lima de la antiguedad.

CARACTERISTICAS
En estas escuelitas el pedagogo se encarga de enseñar una o dos asignaturas, las más difíciles, haciendo gala de amor a la ciencia y de bienaventurada generosidad. Apóstoles de buena causa, toman su decisión a lo serio, caminan solemnemente, gozan como unos benditos, cuando el coro infantil con su consabida cantaleta les dice: “Buenos días señor. Buenos  días señor maestro”.
El joven desinteresado, que generalmente es de corta edad, toma asiento en su pupitre, si lo hay, y comienza haciendo lo mismo que viera no ha mucho en su propio colegio. Pasa lista cuidadosa y gravemente, se pone serio, mueve dos o tres veces la cabeza, cuando advierte que hay muchas faltas y después de cerciorarse bien de qué ha pasado lista y apuntado a los ausentes comienza a explicar.
La explicación es relativamente breve. Consiste en una repetición, con tono campanudo de lo que ha leído o estudiado en la mañana. Lejos de dar un aire sencillo a la disertación, se complace en hacerla elevada y sonora. El maestro se escucha deleitándose, verdaderamente encantado de su respetabilidad y de su importancia
Pero lo que le encanta aún más, es tomar la lección, hacer preguntas desorientadas al alumno, proponerle problemas difíciles, sonreír desdeñosamente ante las respuestas disparatadas, y dar, con aire de prestigitador, la explicación exacta, maravillando a los discípulos con su ciencia.

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Casas señoriales,  monumnentos y faroles en el Callao.
MAESTRITOS
Si el maestrito, como le dicen las menorcitas, es verdaderamente estudioso sabe cuatro palotes sobre Froebel y Pestalozzi y está en la época en que la cabeza del estudiante es una ensalada turca, los discípulos pasan de un método a otro, practican las más extrañas gimnasias intelectuales, se ven en apuros, como ellos mismos  dicen y sufren toda la pesada fábrica intelectual del profesor que no tiene reparos en echárselas por la cabeza.
El maestro por afición es severo. Conserva un rezago de la sicología infantil de sus buenos tiempos cuando jugaba a la escuela y le tocaba ser maestro de palmeta y chicote, olvidado ya de los días que untaba con ajo macho sus manos para hacer saltar, rota, la  palmeta en las manos del maestro.
No admite burlas, castiga severamente la más leve falta, frunce el ceño a cada instante, pero en el fondo blando y bueno, es incapaz de resucitar los viejos métodos rudos. Eso sí, no tolera irreverencias, le hiere en su amor propio la falta de atención, y a pesar de sus aficiones modernas, le halaga sobremanera que el alumno le repita exactamente las palabras que él usa en sus disertaciones. Tiene al reprender a sus discípulos manías nerviosas, se muerde el labio, juegas las cejas con maestría y da violentos golpecitos con la regla en la carpeta.
No admite faltas de ortografía, le encanta sacar a las muchachas a la pizarra y dictarles frases sacadas de su cabeza, como estas: “La Patria es como nuestra madre. Le debemos abnegación, amor y sacrificio”.

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La Alñameda de los Descalzos en 1860

SALTA
Salta como pinchado por un torpedo escolar, si acaso una abnegación se escapa a la inatención de la alumna o alumno. Y se vuelve un caramelo al preguntarle: ¿Qué operación es esa? ¿Cuál es el sujeto?  ¿Cuál es el complemento?
El pedagogo aficionado, espontáneo y gratuito, sobra su stisfaccción propia, en vanidad satisfecha. Todos sus afanes. Las señoras del colegio, Misia Paquita y Misia Pascualita, colman de delicadeza al maestro
Como son arcaicas, le regalan mixturas, rocÍan el pañuelo con agua de colonia o agua florida, a la que ellas dicen son muy afectas, le dan alguna nuez de nogal, cuidadosamente envuelta en papel de plata, lo bendicen luego cuando se marcha y se deshacen en elogios a su persona con toda la vecindad.
Cuando llega la ocasión de alguna fiesta escolar, el pedagogo por afición procura que se imite lo más fielmente posible a los colegios grandes. El mismo dirige los ensayos de las declamaciones, consigue fábulas morales apropiadas. 
VERSO Y DISCURSITO
También hace o pide a algún amigo poeta diálogos en verso, ayuda a arreglar el local, convida a sus amigos y no duerme pensando en el discursito que ha arreglado, en que hablara de “los bienes de la instrucción”,
Ello  bien entendida en su triple aspecto ilustrativo, moralizador y practico”, del “pan espiritual, de “los beneficios que  la patria reporta la “instrucción y así por el estilo coronando su obra maestra, con alguna frase en que la instrucción sea “como la lluvia fertilizante que abona los campos eriazos de la inteligencia.”
También habla del “sol vivificador que alumbra y calienta a los seres-frase que es de todo su agrado- entumecidos por el frío de la ignorancia”. El día de la fiesta se pone su vestido dominguero, se levanta temprano, inquieto, nervioso, va antes que ninguno al colegio, pregunta mil veces por lo mismo, se quita el saco, si es preciso, para armar una mesa, para ladear un cuadro.
Luego cuando llega la hora se estira solemne, sonriendo agradecido a las presentaciones hiperbólicas que hacen las maestras: “ “El Señor fulano de tal, distinguidísimo universitario, que nos acompaña con tanta decisión como talento en la ruda labor que nos hemos trazado”. Por supuesto no aluden a la condición gratuita del interfecto, quien por lo demás agradece el olvido, porque ha temblado ante la idea que pudieran suponer que no se le pagaba.

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Belleza indiscutible de la capital

EL VIVO
Ha sido en los colegios de señoritas donde se ha incubado este tipo con sus infinitas variantes, desde el clásico,  sincero y modestísimo que acabamos de describir, hasta el vivo, que pisa más, que no enseña sino de cuando en cuando y cuya especialidad es examinar, profesión inventada en esta capital, y en la cual ha habido notorias celebridades.
El cronista nunca olvidará el desinteresado grupo de estudiantillos que en una escuelita de la calle de las Cruces hizo sus primeras armas pedagógicas. Allí Pedrito Oliveira, hoy Ministro en Colombia, Enrique Gamarra Hernández, siempre bullente e inquieto, el bondadoso y recto Máximo Jiménez, el malogrado Guillermo Rey y Boza, el grave y ya retraído Emilio Rivera y Piérola y el que estas remembranzas escribe, entre otros ponían cátedras ante el asombro infantil de algunas docenas de chiquillos de ambos sexos. (Páginas seleccionadas de las "Obras Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político, José Gálvez Barrenechea.

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