Entre los más curiosos papeles
vistos por mis ojos en su constante atisbar de documentos antiguos, llamaron mi
atención, no hace mucho tiempo, los encontrados en un ventrudo protocolo del
archivo antiguo del antiguo hospital de Santa Ana de Lima, fundado por el
Arzobispo, Fray Jerónimo de Loayza.
Esos papeles dan una pintoresca idea de la vida del siglo XVI
en la Ciudad de los Reyes y revelan
formas de cultura, aspectos de la medicina y modalidades típicas de los
usos y costumbres. Escritos sin
pretensiones de perduración, tienen una desinteresada y humilde sencillez y por
eso son más venerables aún y su color amarillento se nos aparece como el
reflejo del oro purísimo de la verdad.
Son de esa clase los papeles más
amados por mí. No tienen la solemne y arreglada presuntuosidad de los infolios
hechos con preocupación literaria, en los cuales, tal vez se escamotea o se
disimulas para esconderlo o adulterarlo ante la posteridad, algo de lo
propuestado.
Son simples y descuidados muchas veces,
pero con ciertas personas ajenas a pompas y adjetivos, todo en ello es
sustancial y jugoso. Fueron hechos para cumplir en su hora modestísimos
deberes. Y sin embargo, perduran para el cronista y para el historiador, como
las más preciadas joyas.
NO hay en ello alquimias
complicadas requeridoras del penoso trabajo de la búsqueda de los elementos
primarios. Dan la impresión desnuda y directa de las cosas. Son como el agua de la fuente, como la luz
del día, como la flor silvestre, y en la historia tienen lugar insigne. Por
justicia del tiempo, les señala la frase
eterna: “los últimos serán los primeros”.
El Hospital de Santa Ana de Lima
El Hospital de Santa Ana de Lima
MARAVILLA
A cada paso encontramos en
aquellos documentos, alguna oculta maravilla y por ello sentimos la cordialidad
de una inmensa corriente humana venida desde muy lejos. Nos dice cuan vacía es
la presunción de quienes, desdeñando la historia, suponen, con ingenuidad
infantil, con ellos comienza la vida y se revelan las verdades únicas. Esos
documentos nos dan, día a día, lección de serenidad y nos enseñan, como en lo viejo, hay siempre una
luz nueva.
El documento hoy glosado paras
los lectores de “Las Prensa” de Buenos Aires es un sencillo papel notarial
escrito por el escritor cubano Marcos Francisco Esquivel, el año 1578, en esta
ciudad. Se trata del testamento del presbítero don Luis de Medina, el cual deja
parte de sus bienes al hospital y parte
as un hermano suyo llamado Pedro Méndez de Herrera, quien en aquellos tiempos
era vecino del pueblo de Talavera en
Tucumán. Por ese testamento vemos a Herrera en Lima, Cusco y Potosí y
fuese después a tierras argentinas.
Por una paradoja interesante
atrayente de una caprichosa asociación, vemos como se muestra en este y en
otros documentos consultados por nosotros, que en aquellos tiempos era muchísimo
más frecuente, en la proporción natural necesaria, el tráfico por el interior
de América.
El comercio de mulas y yerba paraguaya.
El comercio de mulas y yerba paraguaya.
VIAJES
A cada instante nos damos con
personajes, aparte de quienes por razón de destino debían hacerlo, viajando del
Perú a la Argentina o de la Argentina al Perú. Un intercambio se estableció así
en la colonia y llegó a ser muy grande con el comercio de mulas y de yerba
paraguaya. Por eso, pervivió entre nosotros, muy especialmente, en las
provincias del sur, un acervo considerable de hábitos comunes.
Aún en Lima, hasta promediada la
república, se tomaba el mate, y hoy mismo, en el norte argentino según me han
contado viajeros de mis días, queda el vago recuerdo de un Perú de leyenda distante y distinto del
Perú de hoy.
En ese testamento Medina nos ha dejado
sin quererlo y sin saberlo, una sabrosa relación de la Lima del Siglo XVI en
cuanto a sus hábitos y cultura. Aunque las casas no eran todavía hermosas por
fuera, se advierte la suntuosidad relativa de los interiores apacibles los
cuales en los siglos XVII y XVIII llamaron la atención de los viajeros.
Medina no fue un gran personaje
y, sin embargo, tenía una gran cantidad de objetos de oro y plata. Al
famosísimo protomédico Sánchez de Renedo le dejo un salero labrado en esos ricos
metales, y al Licenciado Hidalgo, quien lo atendió en su última enfermedad,
encargo se le pagase en prendas o dinero como el médico quisiera.
Como era de práctica en esos días
de empirismo, Hidalgo cobró por la asistencia y por las medicinas, porque acostumbrase
entonces que los “físicos” fueran también algo boticarios, con la particularidad,
en este caso, de ser la cuenta de las
“melecinas”, mayor de la de honorarios.
La Lima antigua de aquellos tiempos.
La Lima antigua de aquellos tiempos.
RELACION
Por cierto en la meticulosa
relación dada a los albaceas por el licenciado aparecen viejas drogas que hoy,
como ayer recetan a sus pacientes los señores médicos: el ruibarbo, el aceite
de almendras, el diaprunis layatta, unas píldoras de agraria y como un contraste,
en el cual parecen oponerse los calificativos, hay también unas píldoras áureas.
No es muy
entendido en farmacopea el cronista, pero por aquello de “médico, poeta
y loco, todos tenemos un poco”, casi me atrevería a afirmar al buen presbítero
se lo llevó una pulmonía traidoramente coludida con un empacho.
Todo el testamento está llenos de
peculiaridades y hoy nos sorprende un poco. Hay una cláusula estupenda
demostrativa de la buena fe a la palabra empeñada y al juramento. La ley de
Dios y el hábitgo caballeresco resplandecían en todo.
Dice Medina se pague de sus
bienes a todo aquel que jure tiene derecho a cobrarle alguna deuda por él
olvidada, porque quiere poner en paz su alma. Y no figura en el expediente una
sola persona aprovechadora de la cláusula.
IMPRESION
Podemos por ese documento
imaginarnos a los presbíteros de esos días. Ya Centenera en su poema nos ha
dado la impresión de la Lima incipiente de aquel signo, impresión confirmada en
detalle por el testamento de Medina.
Por las polvorientas calles en
las cuales se desperdigaban las chatas casonas de esos días, solían circular
los sacerdotes, abundantes, entonces, cabalgando en lúcidos potros o en
decoradas mulas.
Algunos usaban botas. Medina
entre ellos y se daban el lujo de enjaezar en sus cabalgaduras con caparazones y y rosetas, con labrados frenos de plata, con
frontales de guadamecí y con gualdrapas de lujo sobre las sillas de fino cuero
taraceado.
Para ir a los pueblos vecinos,
llevaban bolsas, también de cuero, las cuales, sin duda, volvían panzudas por
los rurales presentes de los feligreses supersticiosos e ingenuos y botas para
el vino servidor, al par, para el rito de la misa y para la sed del camino.
El inventario de los bienes del
presbítero nos lo pinta amigo del buen vivir. En su casa había desde lujosas
sobrepellices, coletos con bordaduras, ricos paños de México, calzadores de
plata, finas piedras de colores, hasta guantes de seda, grandes cuadros con místicas figuras y cofres
y muebles tallados, contrastando la profusión de objetos de cierto lujo, con la
parvedad de los utensilios de mesa y la ropa interior.
Loas balcones joyas artísticas de madera.
Loas balcones joyas artísticas de madera.
DICHO
Sin duda era el tiempo de los lienzos de Bretaña
y de Holanda y se mantenían como para ser dejados en herencia y en el cual era
de una exacta y estricta realidad, el decir aquel ahora repetido, sin saber su
ilustre abolengo, por las viejecitas melancólicas venidas a menos: “una camisa
en el cuerpo y la otra en la batea”
Pero para mí lo más interesante
del inventario es lo referente a la biblioteca, y me ha dado la oportunidad de
conocer la lectura preferida en esos tiempos y de descubrir-oh maravilla- a un
librero y dos ajedrecistas de esa época.
En el escritorio de Medina se
encontraron las siguientes obras. Dan idea de la preocupación religiosa: los
libros de Arias Montano, la Medicina breve de Montemarial, el libro de
Procopio, el de Casiano, el de Dionisio, el de Adaneo, el de Fray Pedro de
Soto, las obras de Basilio, la Victoria
del Sacramento, el famoso Flores de doctores, las “Institutionis, el libro de
“Nature gratiae”, varios catecismos, confirmatarios de afán adoctrinador-no
cabe olvidarse el primer libro en Lima impreso por Ricardo fue un catecismo- y
(esto es curioso) el libro de ajedrez” que remató en cinco reales un tal Juan
Ponce, quien debió ser gran aficionado- porque remata las piezas del juego y el
libro y se interesa por otra cosa más.
PREGUNTA
Y aquí surge una pregunta: ¿Cuál
libro sobre ajedrez pudo ser aquel de hace más de trescientos cincuenta años en
la biblioteca de Medina? Tal vez fuera el escrito en catalán a fines del siglo
XV por Francesh Vicent o el de 1561 por el tan famoso y hasta hoy recordado Ruy
López de Segura, bajo el título “Libro de la invención liberal y arte de juego
del ajedrez.
También se hablaba del Código
miniado incorporado al “Libro de los Juegos” de Alfonso el Sanombra en el
inventario. Pero nos hace dudar fuera este último de ser por su antigüedad
(1321) una joya bibliográfica, puesto que en sus noventa y siete páginas tenia ciento
cincuenta miniaturas y no es posible suponer copia de él hubiera llegado a
manos del presbítero misador de Lima.
Lo más probable es fuera el de Ruy
López. Pero de todas maneras, es algo nuevo conocer cuando Lima tenía apenas la
edad de Cristo, y contaba con pobladores capaces de documentarse de esa
“liberal invención”, al punto de tener libros tan raros como aquel.
El acta de remate nos ha hecho
descubrir también a un “librero” de esos días,
Diego Sánchez. Adquirió 16 cuerpos de libros pequeños, además de otras
curiosísimas obras y hasta ciento tres docenas de estampas religiosas.
Plaza de Armas de Lima: belleza inigualable.
Plaza de Armas de Lima: belleza inigualable.
DATO
Esta profesión se explica, porque
el propio presbítero al dictar su última voluntad dice las encargó a su amigo
Antonio Ortiz, quien estuvo en la Corte para hacer reparto de ellas en Lima,
Cusco, Potosí y Juli.
Este dato nos presenta a Medina como un
propagandista creyente en la eficacia de la enseñanza objetiva y en la
importancia del valor de las figuras para la labor de las catequizaciones.
Méndez Herrera, el vecino de
Talavera de Tucumán, hizo viaje a Potosí y el 4 de Febrero de 1580 dio el poder
ante el escribano Luis García para representarlo en Lima a don Juan de Bastida
Rivadeneyra.
Este se presentó a los albaceas
con el encargo de distribuir la herencia entre el hospital de Santa Ana y el
hermano del testador. Por si algún
lector se interesa en saber cómo se llamaban aquellos albaceas, consignaré
respondían a los nombres de Francisco de Alarcón y Antonio Ortiz, el mismo,
encargado de traer de Madrid a Lima las estampas compradas por aquel Sánchez,
quien sin lugar a dudas, fue uno de los primeros con librería en esta ciudad. (Páginas seleccionadas de las "Obras
Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político,
José Gálvez Barrenechea.)
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