Comienzan a multiplicarse en Lima las construcciones en chaflán, y esto, parece no tener mayor
importancia. Es hasta laudable para servir al mejoramiento de aspectos de
nuestras calles, pero tiene, además, para los observadores retrospectivos, una
elegiaca significación, porque la “esquina” va perdiendo su personalidad. No
sólo el chaflán la derrota disminuyéndola, sino en realidad, otros factores han
incidido en robarle todo el coloreado prestigio de otros tiempos. Porque la esquina
tuvo un alma, una fisonomía peculiar, una inconfundible individualidad y el
cambio de las costumbres ha ido desvaneciéndola.
Para que la esquina nos de hoy la
impresión precisa de su verdadero papel es necesario apartarse del centro de la
ciudad. Antiguamente tuvo doquiera una representación simbólica. Era no sólo
punto de referencia de calles de nombres contradictorios o estrafalarios y
natural encrucijada de urbanas vías, sino, sobre todo, asiento de vigilancia y
de tertulia del “cachaco”-nombre popular del antiguo policía esquinero-, centro
de reunión de los mataperros, como se ha llamado siempre en Lima a los chicos
traviesos, hito y marca de enamorados callejeros, limite diferencial de
barrios, porque una sola esquina bastaba muchas veces para establecer un matiz
distinto y, en más remotas épocas, ocasión propicia para la sorpresa
traidora,-el nombre lo indica- del esquinazo fatal.
Una esquina de la Lima antigua con su balcón colonial.
Una esquina de la Lima antigua con su balcón colonial.
FAMA
La esquina tuvo antaño un sentido
genuinamente limeño, no obstante su heráldico abolengo hispano. Cuando aún no
había encapados, ni serenos, ni
cachacos, ni inspectores de cruceros, ni huairuros, como se llamó después a los
policías callejeros, la esquina tuvo una fama siniestra.
Aparecía, al caer la noche, como
algo peligroso y funesto, agravando el parpadeo del candil mortecino, y en
muchas de ellas, el fanatismo del vecindario supersticioso lo ponía en el nicho
de alguna sacra imagen auspiciadora de la calle. Fueron muchas las esquinas con
advocaciones religiosas y pasaron a la posteridad preñadas de consejas inquietantes.
Un tremebundo acervo de macabras
historias tenían las esquinas. De algunas asegurábase que, cuando se adensaba
la sombra, daba paso a un fraile sin cabeza. En otra una descarnada mano hacía
señas cabalísticas. En la de acá sonaban cadenas, en la de allá sorprendía al
descuidado nochariego la visión de una
mujer enlutada: la clásica viudita.
Sobre la viudita y no era tal,
escribió una tradición don Ricardo Palma y en ella figura el General más tarde
gran Mariscal, don Antonio Gutiérrez de la Fuente. Como hermano de éste, don
Calixto figura en “Las Baladas del Niño
Dios”.
Otra belleza de aquella época.
Otra belleza de aquella época.
LEYENDAS
Y así, en todas. Las leyendas se
multiplicaban para el gasto de los comentarios y las hablillas de atrio y
sobremesa y, confirmándolas en toda su consagradora apariencia, no pocas veces
los vecinos madrugadores recogían en la esquina de su calle, a algún caballero
privado de sentido, con espuma en la boca, a quien el párroco exorcizaba y
sangraba el físico, para vuelto a la vida, añadiose con su relato un misterio
más al interminable rosario de los cuentos aparecidos, aquí penas, en Colombia
espantos.
Las rondas de la Santa Hermandad
las cuales recogían las calles se detenían a orar en las esquinas. Al anuncio
de la salmodia ululando en la sombra, los atrevidos andariegos buscadores de
aventura trataban de escapar y, entonces, el ruido de las armas, las carreras,
las alarmantes voces de los rondadores hacían al vecindario despertar
castañeando los dientes, creyendo se trataba de una legión de diablos o de
duendes paseando por la ciudad dormida.
En cierta ocasión se dijo que
acorralado el diablo en una esquina en la que había una peña, la horadó con el
rabo, mientras se defendía de quienes lo perseguían y por el agujero, el cual
quedó trascendido a azufre, escapó velozmente. Hasta hoy en cierto barrio
distante del centro de la ciudad, hay una calle llamada de la “Peña Horadada y
hasta ahora las viejitas repiten el cuento, haciéndose cruces.
VENGANZA
En otras ocasiones un señor
vengativo atisbaba el paso del audaz robador de honra y sosiego, y durante
noche de noches, encapuchado y fantasmal como un alma en pena, aguardaba la
hora propicia para el puñal certero, hundiéndose en la carne del galán ofensor.
Los pulperos con sus
establecimientos en las esquinas, dormían soñando con estocadas y cuadrillazos
y si algún ruido sospechoso les
despertaba, enlazaban la realidad al ensueño y se mantenían silentes y quedos,
temerosos de el rumor callejero causado por encopetados señorones de lujosos
gorgoranes, valones de encajes y rencorosos espadines.
Y bajo el sordo y extraño golpear
de unos sacos de arena, crujiesen los sueños pecadores del propio señor Virrey,
como ya había ocurrido con aquel tenoriesco Conde Nieva, quien en el amanecer
del Virreinato pagó con la vida el malaventurado y enseñador robo de un beso.
Pero llegaron el alumbrado y la
policía con los virreyes Amat, Guirior y Avilés, se multiplicaron las rondas y
ya la esquina adquirió nuevos caracteres. Se alejaron un tanto los fantasmas y
los duendes mientras redoblaban sus afanes los ladrones.
En cada crucero se elevó un
candil y en algunos barrios los encapados serenos comenzaron a cantar las
horas. Se pusieron heráldicos guardacantones en las esquinas y en muchas de
ellas los pilones sirvieron para el alboroto matinal de los esclavos
escandalizadores del barrio con la sonora cacharrería de sus cubos sedientos y
la cruda oratoria de sus palabras gruesas.
Lugar típicamente limeño.
Lugar típicamente limeño.
COLORIDO
La República dio nuevo colorido a
la esquina. Se convirtió en lugar de tertulia y de recreo de celadores, de
mataperros y de enamorados, y cuando se implantó, allá por el cincuentisiete,
el alumbrado de gas, hubo en cada una de ellas un labrado farol de hierro con
las armas de la Patria, hasta el cual subía el ´ágil y tarabilla farolero,
quien sin usar los travesaños, descendía vertiginosamente con habilidad de
maromero, admirado y envidiado por los chiquillos del barrio.
Desde entonces tuvo la esquina,
además del farol, el guardacantón. Era una culebrina antañosa, o una lombarda
en desuso. Y en ella hubo siempre un pisaverde
atisbador de la novia, un policía filarmónico quien en su silbato de
carrizo ensayaba andinos yaravíes, un borrachito vocinglero y vitoreador, y un
perrito chusco y regañón gruñidor de las viejas, jugador con los muchachos y
perseguidor, ladrando, las sombras movibles de los gallinazos.
Llenó otros fines la esquina. Desde las épocas de la Colonia
hasta establecidas las asociaciones de bomberos, en cada pulpería había grandes
botijones de agua para apagar los incendios, cuya noticia se propagaba por el
batir de las campanas de las iglesias y por el angustiante pitear-cuando hubo
celadores de la esquina- de los llamados con el quechuismo “cachacos”.
Los chiquillos atisbaban el
momento preciso en el cual el policía se iba de enamoramiento con alguna criada
del barrio, o cuando perseguía a un contraventor, para saltar a la volástica
las culebrinas y cañones y burlar al pulpero o al boticario con sus diabluras.
Lima, la única.
Lima, la única.
CACHACO
Y si de la esquina hablamos y en
ella, como parte de su alma, hubo siempre el cachaco, justo es nos regocijemos
de haber encontrado, por fin el porque de la palabrita sin explicación ni en
Palma ni en Arona.
Según el diario de viaje del
padre Blanco, Capellán de Orbegoso en su primera parte, publicada por Luis
Varela y Orbegoso en la colección de documentos referente a su bisabuelo en el
Cusco, llamábase cachacos a ciertos frailes encapuchados con los cuales, por su
aspecto, se asustaba a los chicos.
Cachaco, según Blanco, venía a
representar algo asustador. Seguramente la palabrita vino a Lima y como el
celador era una especie de cuco se le aplicó, sin duda, el término de tanta fortuna. En Bogotá cachaco
es el gran señor, ameno, disendioso y caballero
En las revoluciones, las esquinas
jugaban un papel decisivo. En ellas se guarecían los montoneros para disparar
sus fusiles y de ellas salían, antes que de ninguna otra parte, los alarmantes
gritos del cierra puertas-tan limeños y tan hispanoamericanos durante tanto
tiempo- repercutiendo en todos los barrios con rapidez extraordinaria.
CITAS
Pero su más romántica
característica fue la de servir de una especie de punto de prueba en los amores
florecidos de las andanzas callejeras. Cuando se comía a las 4 de la tarde y
los caballeros salían a pasear en la hora vespertina, las esquinas fueron lugares
de citas para avizorar balcones y ventanas.
Tras la niña y la dueña visitante
de algún servicio religioso, el enamorado iba a respetuosa distancia hasta
llegar al crucero donde esperaba se asomara al balcón o la ventana la dulce
perseguida. Y hasta ahora no se ha perdido del todo el decir el cual
confidencialmente se repetían unas a otras las muchachas: “Me siguió hasta la
esquina”.
Cuando la niña consentía, el
enamorado paseaba la calle de “esquina a esquina”, cambiando miradas y
sonrisas, y cuando el cotidiano paseo terminaba, era en la esquina, también
donde se devolvía la promesa del retorno. Para los enamorados, para los niños,
para las chicas en la época romántica, la esquina tuvo una significación
especial, consonante con íntimas modalidades espirituales.
Hasta en los juegos infantiles
había la esquinera preocupación. Había uno muy lindo. Don Ricardo Palma dice es
netamente limeño. El muy noble caballero de Croix, Virrey del Perú en las
postrimerías del siglo XVIII, era muy aficionado a los huevos frescos pasados
por agua caliente. El encargado de
buscarlos era su mayordomo Julián de Córdova, quien llevaba su
avaricioso cuidado al punto de tener un aro y una balanza para medirlos y
pesarlos.
Balcones tras balcones. Al fondo, la torre de la iglesia
Balcones tras balcones. Al fondo, la torre de la iglesia
JUEGITO
Los pulperos en la Plaza de Armas
se hartaron del Mayordomo regateador y no le vendieron más huevos diciéndole
fuera a buscarlos a la otra “esquina”. El señor Virrey supo los atrenzos de su
fámulo y preguntóle: ¿Dónde compaste hoy
los huevos?. En la esquina de San Andres, señor. San Andres queda a ocho
cuadras de la Plaza. Pues replicó el virrey, mañana irás a la otra esquina por
ellos. Y así nació, según nos cuenta don
Ricardo Palma, el juego de la esquina y de los huevos: ¿Hay huevos? A la otra
esquina por ellos.
Cuando entre el muy santo
Arzobispo Toribio Alfonso de Mogrovejo y el linajudo Virrey don García Hurtado
de Mendoza, ambos muy señores de sus fueros, las cuestiones y querellas se
contaban por cada encuentro tenido entre ellos, la esquina jugó en cierta
ocasión papel creador de una frase por el Virrey repetida y duró en Lima hasta
convertirse en tradición.
Cierta vez, en negra noche, el
centinela de Palacio dio el alto a un grupo que pasaba por la puerta principal
con el habitual quien vive, obteniendo
por toda respuesta la demasiado simple de: “Toribio”. Insistió el
centinela: ¿Cuál? El de la “esquina”, respondiéronle.
“EL DE LA ESQUINA”
Y como creyera fuere burla del
desocupado tal respuesta, salió un oficial y se encontró con el Arzobispo quien
tenía su casa en una de las esquinas de la Plaza Mayor. Desde entonces el
Virrey y los limeños llamaron al gran prelado: “Toribio, el de la esquina”. Tal
vez don García no pensó nunca oír la canonización santificadora de su
quisquilloso vecino.
Fue así la esquina algo sumamente
importante. El vértigo de la vida contemporánea la ha ido recortándolo
notablemente. La vinculación de los barrios estimulada por los medios de
tránsito, las nuevas fórmulas del alumbrado y del pavimento, los cuales hacen
innecesarios los faroles y los guardacantones, han contribuido a robarle su
personal fisonomía. Pero, además, la
modificación de “Toribio de la esquina”. Tal vez don García no pensó
nunca oír la esquina no es como antaño.
La decadencia del balcón y de la
ventana han influido mucho en los recursos del amor callejero. El cinema los ha
hecho innecesarios y la policía ha cambiado radicalmente, al punto de ser el
vigilante de los cruceros diferente al de ayer, una mezcla coloreada de tenor adormilado
y de flautista primitivo.
La intersección con balcones
La intersección con balcones
Los mataperros casi han
desaparecido, por lo menos como eran antes, ya
no existen los fachendosos faites a quienes bien merecían ser llamados
con el clásico mote de rompe esquinas y como éstas comienzan a ser ochavadas,
hasta en su aspecto físico han perdido la castiza gracia de urbanística encrucijada
tenida otrora.
Sin guardacantón, sin farol y sin
enamorado, sin cachaco y sin mataperros, la esquina ya no tiene alma. Sólo en
barrios muy apartados o en provincias, conserva los viejos prestigios, y en
algunas de estas últimas en ciertas épocas sirve todavía, como sirviera en la
propia Lima, para los menesteres apuntados y, además, para el lírico y romántico
sonar de las serenatas. (Páginas
seleccionadas de las "Obras Completas" que pertenecen como autor al
consagrado escritor y político, José Gálvez Barrenechea.)
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