¿Caballero del caucho o demonio
amazónico? ¿Próspero y valiente aventurero, genio comercial u hombre de
crueldad sin límites enceguecido por la ambición? La Historia no se pone de
acuerdo y debe enfrentar la disyuntiva: o valora al pionero, al hombre de
acción y de empresa o denuesta al despiadado comerciante, exterminador de
indígenas y buscador de refulgentes tesoros. Y, en el centro de la polémica,
una de las figuras más inquietantes de la República, forjador de la pasada
prosperidad cauchera y, sin duda alguna, personalidad de dimensiones
legendarias: Carlos Fermín Fitzcarrald, el hombre y el genio.
Contra lo que suena creerse y a
pesar del sonoro apellido, Fitzcarrald era un mestizo ancashino, nacido de un
marinero norteamericano y de una dama de la localidad en 1862. San Luis de
Huari, pequeño poblado del famoso Callejón de Huaylas, vio los primeros años de
su infancia, en los que ya destacó, muy precozmente, por su propensión a la
aventura y la camorra.
El joven Carlos Fermín realizó
los estudios comunes de la época y peleó, a su debido tiempo, contra los
chilenos. Por confirmar queda la leyenda de que, en la confusión de la guerra
que iba perdiéndose, Fitzcarrald fue tomado por espía enemigo y a punto estuvo
de ser fusilado, trance del que lo salvó el párroco de Cerro de Pasco. En
agradecimiento, se cuenta, fue que nuestro aventurero tomó el nombre de Carlos,
pues el original era Fermín, ya que así se llamaba el oportuno clérigo al que
debía la vida.
Fitzcarrald en distintas etapas de su vida.
Fitzcarrald en distintas etapas de su vida.
RICO
El episodio anterior ocurría en 1880. Ocho años
más tarde aparece Fitzcarrald tan corpulento,
boquisuelto y trompeador como siempre, pero mucho más rico, en la
ardiente ciudad de Iquitos. Iba provisto de un brilloso machete “Collins” y
estaba dispuesto a incrementar su ya
solvente fortuna. Como muchos otros intrépidos hombres de la época, en aquella
naciente urbe de alucinada prosperidad, había sucumbido a la fiebre del caucho.
Temple, valor y audacia: he allí
las condiciones elementales de quien se quiera exitoso cauchero. A Fitzcarrald
le salían sobrando, multiplicadas por sus innatas condiciones de organizador y
dirigente. Esto a guiarse por lo que de
él han escrito cuanto le conocieron por entonces. Fitzcarrald era hombre fuerte
y musculoso, de un metro 75 centímetros de altura, con cara redonda y blanca. A los 28
años, cuando lo encontramos en Iquitos, llevaba oscura barba enmarcándole las facciones.
Era portador, además, de voz potente e imperativa. A él, según comenta su amigo Zacarías
Valdez, “se le obedecía o se hacía obedecer”.
INDUSTRIA
Hacia 1892, Fitzcarrald había
levantado en Mishagua, en los límites del departamento de Loreto y Cusco, la
capital de su imperio. Tenía allí un asiento ganadero, una industria de
explotación maderera y una casa matriz con cultivado jardincillo de flores
exóticas. Esta casa constituía el centro de operaciones para la extracción y
comercio del caucho que tan pingües beneficios rendía. Y de este lugar salían
las expediciones destinadas al recojo de la liquida materia prima, cruzando
regiones todavía inexploradas enfrentado la abierta hostilidad defensiva de los
aborígenes y los innumerables peligros de la cerrada selva tropical.
El cauchero en pleno trabajo.
El cauchero en pleno trabajo.
En 1893, en una de aquellas
inenarrables travesías, nuestro hombre descubrió el llamado istmo de
Fitzcarrald, acontecimiento geográfico de gran trascendencia, pues permite establecer
una vía de comunicación entre los departamentos del Cusco y Madre de Dios. Remontando
al río Camisea hasta su misma naciente y tras una hora de arduo camino
recorrido a pie. Fitzcarrald y sus hombres consiguieron llegar al Manú, que
erróneamente tomaron por el Purus. Aunque el enorme potencial del hallazgo no fuera
de su estricta incumbencia, en términos de desarrollo regional, si lo eran sus ricas
posibilidades comerciales, que decidió explotar cuanto antes.
La aventura, que en papel resulta
casi nimia, tuvo en la realidad dimensiones inverosímiles. Fitzcarrald había ya
llegado al río Madre de Dios, subiendo por el Manú, y su siempre lista
intuición le avisaba que el siguiente paso era abrir una nueva trocha entre las
hoyas del Ucayali y del propio Madre de Dios. Se dice fácil: era necesaria,
haciendo la ruta inversa, recorrer medio país en una frágil embarcación de vapor,
sometido a la presión constante de un
medio enemigo en todos los sentidos.
CONTAMANA
Para ello Fitzcarrald agotó su
fortuna en la construcción del Contamana que estuvo listo en abril de 1894. Y
en abril de 1894 dio comienzo a su más larga y fantástica aventura, la que le
ha dado fama internacional y lo ha llevado, inclusive, a las pantallas de cine.
El Contamana zarpó de Loreto, Amazonas arriba, portando la bandera peruana en
el mástil mayor. Su destino final debía
ser el Cusco, por un camino que los hombres de la época desconocían
completamente.
Fitzcarrald recorrió de este
modo, el Ucayali, el Mishagua y el Serjali. En las nacientes de este último
río, fangosas e innavegables, hubo de llevar el barco sobre improvisadas
ruedas, a la tortuosa velocidad de diez kilómetros en dos meses.
La selva: refugio del comerciante.
La selva: refugio del comerciante.
Llegados al Manú, nuevas
penurias: los escurridizos “Mashcos”, enemigos acérrimos de todo lo que huele a
cauchero, causan numerosas bajas a los expedicionarios. Allí entre batalla y batalla
afirmaron nuevamente el Contamana, lo pusieron en aguas y lo hicieron navegar.
Trescientos kilómetros más tarde, Fitzcarrald se percató de su error: como
antes, había tomado el Manú por otro río, el Purus, y recién entonces
comprendió cabalmente los alcances de su viaje, que tenía mucho de
descubrimiento.
MUERTE
Asi el cauchero, que ya tenía 35
años de edad, se había encontrado con una nueva veta de fortuna: una nueva ruta
comercial que le permitiera transportar de Europa a Iquitos en barcos de gran
tonelaje, y de Iquitos a cualquier otro punto allende el Amazonas, toda clase
de mercaderías, estableciendo una línea de comunicación comercial de ingentes
posibilidades. Abandona entonces el negocio original, y se dedica, con tranquilidad a su ocupación
favorita: hacer dinero.
Es por esta época quie
Fitzcarrald contrae matrimonio con Aurora Velasco. Los hijos del matrimonio,
sin necesidad de pasar por Lima, residen y estudian en París, visitando la
exótica selva peruana en las temporadas de descanso escolar. Todo estaba listo para
que el ya exhausto pero aún fuerte aventurero envejeciera en paz, explotando
sus rutas comerciales y disfrutando de los pequeños placeres domésticos.
Probablemente era eso lo que Fitzcafrrald estaba deseando, la mente puesta en
su bella esposa y en sus bien educados hijos, cuando la muerte salió de su
escondite a darle definitivo alcance al hombre que en tantas oportunidades la
había burlado.
Era el 9 de Julio de 1897. Fitzcarrald
iba navegando, tranquilamente, a bordo de su nave “Adolfito”, las aguas del
Alto Urubamba. Dicen que debido al descuido de un marino alemán, apellidado
Perlo, la frágil lancha volcó echando a Antonio Baca Diez fuera de borda. Dicen
también que el antiguo cauchero se lanzó al rescate del amigo en peligro. Eso dicen.
Lo cierto es que a ambos se los llevó la corriente y que ninguno de los dos
regresó. (Jorge Donayre Belaúnde).
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