Próximo a la muerte, en 1890, un
vértigo de visiones maravillosas acudió a su mente; su quijotesca figura
montada sobre la acémila, trepando cumbres, surcando ríos invencibles; los
rostros de diferentes razas que le sonreían con dulzura; el paisaje de
infinitos villorrios y el cóndor gigantesco que caía desfalleciente. Todo, de
improviso bullía en su postrero pensamiento. En el lindero mismo en que se acaba
la vida, Raimondi soñó de nuevo con el Perú.
Recogió, tal vez, como lo piensa
la humilde y poblana creencia de las gentes, sus pasos a través de todo el
territorio del país que recorrió a lo largo de veinte años. Periodo en el cual
atravesó desiertos, venciendo alturas, surcando ríos, estudiando, escribiendo,
coleccionando, investigando, sembrando los rumbos del Perú del futuro. En sus
constantes viajes estudió su naturaleza prodigiosa, reveló sus misterios,
advirtiendo sus riquezas y exhortando a la esperanza.
San Pedro de Lloc tiene el
privilegio de entregarle la sonrisa de los niños provincianos, las suaves
brisas de primavera, las voces fraternas de los amigos y la blonda almohada
donde hallo el sueño eterno.
Raimondi fue la lección del
desinterés. Pudo ser inmensamente rico. Descubrió minas, ahondó en la
importancia del guano y del salitre, sin embargo, murió pobre. Lo dio todo sin
pedir nada, dejando el más rico testamento que ser humano haya legado al Perú
Cuando en el puente del bergantín
“La Industria” que surcaba rumbo al Perú, conversaba con su entrañable amigo el
Dr. Alejandro Arrigoni sobre el retorno a Italia, cuentan que el naturalista
aseguró que regresaría a su patria después de cuatro años. Pero cuando el sabio
milanés llegó a nuestro suelo, se hizo el propósito de quedarse para siempre.
Antonio Raimondi.
Antonio Raimondi.
LESION
A mediados de 1890, en una de sus
visitas a Lima, Raimondi sufre una grave lesión a la columna vertebral, al
proponerse-según cuenta el ilustre médico Honorio Delgado- levantar un bolsón
cargado de minerales. Sintió, entonces,
que se le acercaba el fin. Como ya había enviudado, pidió a su hija Elvira que
lo llevara a casa de su amigo Arrigoni para morir en San Pedro de Lloc.
Hay testimonios que el
naturalista, impedido de caminar por su dolencia a la columna, salía en silla
de ruedas para pasear por las calles de San Pedro y que en las mañanas tibias,
bajo el cielo norteño gustaba dialogar con jóvenes y niños que extasiados
seguían los relatos de sus viajes por un país que él trajinó intensamente.
Hasta que se agravó su salud con
una sorpresiva pulmonía. Atendido por su hija Elvira, por su viejo coetáneo
Arrigoni y bajo el cuidado del doctor Chiarella, Raimondi pasó a la eternidad el sábado 28 de Octubre
de 1890, a las diez de la noche.
“EL PERU”
Hace años, la Universidad
Nacional de Ingeniería (UNI) editó los cinco tomos de la obra “El Perú”. En la
nota de presentación el Ing. Mario Samamé Boggio apuntó lo siguiente: “Pocas
veces hay un ejemplo tan claro como éste en que la vida del autor y la obra se
confunden en una magna epopeya”.
Antonio Raimondi nació en Milán
un 19 de Setiembre de 1826. Sus padres fueron Enrico Raimondi y Rebeca Dall’Acqua.
Cuentan que desde muy niño mostró una gran inclinación a los viajes y al
estudio de las ciencias naturales: “…soñé desde la infancia con las espléndidas
regiones de la zona tórrida. Más tarde la lectura de varias obras de viajes,
tales como las de Colón, Cook, Bounganville, Humboldt, Dumont de Urville,
despertaron en mi el vivo deseo de conocer aquellas comarcas privilegiadas”.
Luego de pasar revista todos los
puntos de Sudamérica, le pareció que nuestro país era el menos conocido hasta
ese entonces: “ … su proverbial riqueza, su variado territorio que parece
reunir en sí, en los arenales de la Costa, de los áridos desiertos de Africa;
en las dilatadas, las monótonas estepas de Asia; en las elevadas cumbres de la
Cordillera, las frígidas regiones
polares; y en los espesos bosques de la montaña, la activa y lujosa vegetación
tropical, me decidieron preferir al Perú como el campo de exploración y
estudio.
Las obras de Raimondi son de por
si inmensas y valiosas. Las colecciones que dejó causan asombro por su número y
propiedad, pues constituyen una exposición valiosísima de nuestra historia.
Según el profesor Carlos Lisson, hasta 1913 Raimondi había expuesto en
vitrinas: 7,595 objetos de arqueología, 11,757 objetos de zoología; 590 de
botánica; 7,513 fósiles minerales y rocas; 20 mil ejemplares de herbarios y 235
envases cuyo contenido no era posible precisar.
Su más famoso libro.
Su más famoso libro.
CRONISTA
Dentro de la inagotable,
polifacética actividad humana y científica de Raimondi, cómo no destacar su
notable, versátil fotográfica condición de cronista y escritor. A él
corresponden los más interesantes relatos del Perú anterior al novecientos.
En sus 61 libretas de notas que
escribió durante sus viajes por el país, se encuentran las más completas
crónicas que, en los distintos órdenes de la actividad científica, social,
histórica y humana se han reseñado sobre el país de entonces.
Hace más de cien años no había ni
carreteras, ni autos, ni comodidad alguna, un hombre casi solo, con un pesado
equipo de instrumental científico: microscopios, teodolitos, barómetros, etc.,
y costales repletos de minerales, de plantas y fósiles, recorrió miles de
leguas para ir anotando en sus libretas o cuadernos de viaje, todos sus
descubrimientos en los tres reinos y experiencias personales, que más tarde
volcaría en su obra cumbre: El Perú.
LAS LIBRETAS
A través de la lectura de las
libretas de Raimondi es fácil advertir cuán grande fue su hazaña. Allí después
de una travesía increíble, describe la ciudad de Chachapoyas en la que compró
su inseparable sombrero de paja y su encuentro con muchos aborígenes que
deambulaban por las barrosas calles famélicos y leprosos.
Es posible verlo dibujando
atónito la piedra de Chavín, que el descubrió en uno de sus viajes por el
interior de Ancash, o contemplarlo llegando al atardecer con poncho y espuelas
de plata a la ciudad de Abancay cuya visión lo enternece. El milanés que llegaba
en mula al pueblo para aprisionar a la naturaleza en sus cristales y que
también se tornaba en discípulo devoto de los dioses incaicos, ofrece el tema
apasionante de su vida que, no es otra cosa que el viejo desafío del hombre por
dominar los secretos de Dios y el cosmos.
Al iniciar sus primeras travesías
andinas es presa del “soroche”, mal que no podía precisar y le provocaba
asfixia, náuseas y terrible malestar.
Fenómeno que inclusive afectaba a sus bestias de carga, causándole interés y
sorpresa. Una vez acostumbrado al clima de las cumbres, aconseja a otros
viajeros como debían dominar el mal de las punas.
En un pueblo cercano a Cajacay,
en el departamento de Ancash, lo creyeron brujo. Intento curar a un enfermo y
no pudo. Al principio quisieron matarlo por ejercer la hechicería. Cuando dejó
el villorrio casi todas las familias salieron hasta las afueras para
despedirlo.
DIBUJOS
En cada crónica de sus recorridos
no solamente se inserta el relato de sus impresiones y el resultado de sus
experimentos y observaciones, sino también dibujos del propio viajero,
gráficos, esquemas. Algunos de sus relatos
son redactados cada media hora, cada 15 minutos. El lápiz corre paralelo con la
aventura heroica. Siempre se cuida de apuntar la dirección de los caminos por
los puntos cardinales: “Vamos dirección SE, vamos al E. Nuevamente al SE. Vamos
a cruzar un riachuelo. A lo lejos divisamos un pueblecito. Debe ser Quispe.
Este pueblo forma parte del distrito de
Pampas. Llegamos, aquí viven más o menos 300 almas. Cultivan principalmente el
maíz. En este pueblo no hay escuelas. La mayoría de la gente habla castellano,
pero hay también quienes entienden quechua. Estamos muy cansados, pero es necesario
trabajar. Vamos a seguir trabajando”.
Así, legua a legua, recorrió todo
el Perú. Dicen que no le gustaba Lima. Una noche que cantaba la Barrilli, diva
italiana famosa, interrumpió la ópera para comentarle a uno de sus compañeros
de palco, como era de primoroso el canto de las aves en las umbrías selvas
amazónicas. (Jorge Donayre Belaúnde)
Recuperar el recuerdo de Antonio Raimondi en la pluma de Jorge Donayre Belaúnde es toda una hazaña. Los cinco tomos de el "Perú" valen todo un Perú.
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