Hay un hecho cierto y comprobado
en la historia del periodismo nacional contemporáneo. Humberto Castillo Anselmi, conocido por sus amigos y allegados con
el apodo de “Chivo”, hasta ahora no ha podido ser superado en cuanto a calidad
profesional se refiere, tras haber
logrado ser, desde hace muchos años, el mejor reportero del Perú.
Sus aciertos profesionales de
efectivo sabueso de la noticia se juntan dentro de la brillantez total al
escribir y lo que es enteramente admirable, de una manera muy rápida. Reportero
nato, reportero cabal que merece ser
reconocido y puesto para siempre en el sitial conseguido a punta de habilidad y de primicias. Sin ningún olvido.
Con un reconocimiento total y permanente.
Castillo apareció en las lides
periodísticas allá por los años 60 en Trujillo su tierra natal, trabajando en
la corresponsalía del diario “La Prensa”. De allí precisamente lo trajo a laborar a la
redacción de Lima, Alfonso Grados Bertorini, abogado y periodista de renombre
que desempeñaba el cargo de Director de Informaciones de ese histórico y
prestigiado medio de comunicación.
Alfonso Grados Bertorini trajo al "Chivo" a Lima.
Alfonso Grados Bertorini trajo al "Chivo" a Lima.
La primera fuente que cubrió El
Chivo fue policiales. Trabajaba de sol a sol de 9 de la mañana hasta la
madrugada con sueldo magro. “Nos explotaban pero La Prensa fue un buen diario”,
dijo en una oportunidad.
Con el correr del tiempo transitó por las diversas secciones del
diario escribiendo informaciones de provincias, locales y mucho tiempo estuvo
dedicado a la crónica parlamentaria. Pero fundamentalmente ha sido redactor de informaciones locales, las que
ocupan las páginas de mayor atracción para el público lector en los periódicos.
A lo largo de su vida
profesional, Humberto ha sido redactor
de calle, no de planta (de escritorio) y tampoco nunca aceptó una jefatura. La modestia
total personificada en tan hábil
periodista. En ese lapso ha trabajado en La Prensa, Expreso, La Crónica,
Correo, Marka y La República.
Como reportero viajó en misiones
a Brasil, Argentina, Uruguay, Panamá, Nicaragua, Chile, Estados Unidos, Cuba y
Canadá. Sus prácticas profesionales las hizo en la Universidad de Columbia,
desarrollando cursos en Washington, Nueva York, Boston, Chicago, Cabo Cañaveral
y Los Angeles.
Su información que publicó el
diario “Correo” de Lima, del cual fue fundador sobre la visita del General
Charles de Gaulle el 25 de Septiembre de
1964, dio la vuelta al mundo. Como ejemplo de redacción. Por eso mismo la
publicamos a continuación para deleite de los lectores:
Charles de Gaulle.
Charles de Gaulle.
HOMBRE SOLEMNE, ALTO, ARROGANTE
Así es de Gaulle: un hombre
solemne, de faz adusta, imponente estampa.
Alto, de ojos pequeños y
fulgurante mirada, tiene el rostro de esfinge y la voz de trueno.
Gesticula con aparente
nerviosismo y mueve sus largos brazos, lentamente, como aspas de molino.
Ayer apareció por primera vez
ante los ojos del Perú vestido con su glorioso uniforme de legendario soldado
vencedor de cien batallas. Apareció tras la portezuela del avión, medio desconcertado
y, al agacharse para ganar la escalerilla, se golpeó en la frente levemente.
Su larga y prominente nariz y sus
manos grandes y huesudas hicieron el primer impacto de su físico impresionante.
Descendió lentamente, por las
escaleras, después de saludar
militarmente. Ya en el suelo peruano, caminó a grandes trancos, con firmeza,
parsimoniosamente.
De Gaulle dirigió su mirada al
pabellón peruano e irguió, con arrogancia, el cuerpo.
Ese era de Gaulle: el Presidente,
el libertador de Francia, el líder de un pueblo que sacó a Francia de la
humillación de la derrota en la segunda guerra mundial, el héroe, el soldado.
Durante el intenso trajín que
tuvo que realizar ayer, el presidente de Francia se comportó ceremoniosamente,
sin gestos espectaculares.
Cuando estuvo en el aeropuerto,
con el presidente Belaúnde, permaneció serio, impasible. Escuchó el discurso de
bienvenida del jefe de Estado peruano sin inmutarse. Apenas si tamborilleó, con
sus largos dedos, sobre su uniforme.
Cuando habló lo hizo moviendo severamente la mano
derecha y abriendo y cerrando los
pequeños y vivaces ojos claros.
En el hall del aeropuerto, cuando
saludó a las misiones extranjeras y a representantes del gobierno peruano, hizo
gestos y ademanes diplomáticos.
Después a lo largo del serpenteante recorrido por las
calles de Lima, saludó a la gente casi sin sonreír.
Allí, bien plantado sobre el piso
del automóvil respondió a los grito de júbilo, a las ovaciones, al estallido de entusiasmo,
agitando gravemente su brazo derecho con los dedos de la mano estirados.
Una moderada sonrisa iluminaba su
rostro, pálido y sudoroso.
“Merci, merci, merci (gracias, gracias, gracias) repetía
rítmicamente.
Sonreía, mostrando, apenas, la
fila de los dientes inferiores. La máscara era enérgica. A veces echaba la
cabeza hacia atrás con bruscos movimientos que componían una expresión de
severidad o de sorpresa.
Tras el largo recorrido, al
llegar a la Plaza de Armas, de Gaulle estaba cansado. En el mismo auto
descubierto, ingresó a Palacio de Gobierno. Descendió del vehículo y subió
paso, a paso, las escaleras alfombradas. Arriba lo esperaba Carito Belaúnde.
Entonces su sonrisa se hizo radiante. Dedicó algunas frases galantes a la hija
del Presidente y después de dirigir una rápida mirada a quienes lo habían
acompañado, penetró al interior
Hasta allí de Gaulle había
mostrado una personalidad llena de solemnidad perturbada en ocasiones por la
emoción.
Pero más tarde, cuando hizo
frente a la multitud en la Plaza de Armas y cuando apareció en el balcón de la Municipalidad,
surgió el desafiante conductor de un pueblo.
Alzó los largos brazos en V y saludo espectacularmente, a la gente que lo
vitoreaba.
En el balcón municipal recibió la
medalla de la ciudad de manos de Bedoya y escuchó, atentamente, las palabras
del Alcalde de Lima mirándolo cara a cara.
Cuando recepcionó la medalla de
la ciudad, mostró la insignia al pueblo, con aparente orgullo.
Fue en el discurso que pronunció
desde el balcón cuando dio a conocer su fibra, su temple, sus maneras
grandiosas, sus cualidades de hombre predestinado por la historia, tal como el
mismo suele considerarse.
Con los pies aposentados
firmemente sobre el piso, de Gaulle leyó el discurso en castellano. Su voz
sonaba potente, casi estruendosa, un vozarrón que se extendía con lenta
entonación y graves modulaciones, por toda la plaza.
La mano derecha vivaz, los gestos
secos, imperiosos barrían como un vendaval, con todas las emociones.
Durante el primer día de su
permanencia en Lima, de Gaulle vistió su beige uniforme de soldado: camisa
blanca, corbata negra de pequeño y apretado nudo, medias negras, zapatos de
cuero de punta ovalada y quepí beige. El pantalón era de boca ancha con gruesas
franjas laterales color café.
En su pecho resplandecían sólo
dos condecoraciones: la Cruz de Lorena y la de la Legión de Honor.
En el dedo anular de su mano
derecha, llevaba su aro de matrimonio de oro amarillo y en la mano izquierda,
un reloj de oro con correa de cuero negra. Pequeños gemelos, también de oro,
ajustaban los puños de la camisa.
Hombre adusto, tieso,
impertérrito, de Gaulle tuvo, sin embargo, algunos chispazos de buen humor.
Hizo algunas bromas que pocos captaron y al referirse al discurso que había
pronunciado en castellano dijo: “Ojalá que lo hayan entendido”.
Ultimo sobreviviente de los
grandes personajes que lideraron el mundo durante la última guerra mundial, de
Gaulle fue visto por los limeños en su primera confrontación popular, como un
trozo de la historia de Francia, como la imagen rediviva del guerrero de las
grandes hazañas, como el quijotesco hombre que enfrentó con bríos, todas las
borrascas.
Al final de la jornada, cuando la
gente desocupaba la plaza, un estudiante sanmarquino dijo: “De Gaulle parece
haber sido creado para personificar a Francia”.
Castillo, de pelo cano, en pleno trabajo reporteril en Uchuraccay.
Castillo, de pelo cano, en pleno trabajo reporteril en Uchuraccay.
Humberto Castillo Anselmi no sólo no ha sido superado, sino que aún no ha sido igualado.
ResponderEliminarHe podido darme un tiempo para leerte con fruición y he quedado impresionado de tu memorioso repaso de la trayectoria de nuestro común amigo Humberto Castillo Anselmi, muy meritorio porque lo tenemos entre nosotros y eso vale más que hacerlo cuando no lo esté.
ResponderEliminarTe encomio la semblanza de Jorge del Prado, no he leído nada de él por parte de algún gonfalonero de izquierda, lo cual hace más meritorio tu trabajo. Me leí, entero, tu recuerdo de Tupac Amaru y me has devuelto a la memoria las viles traiciones de que fue objeto y que en un país como el nuestro son muy comunes.
Gracias por prodigarme, en calidad de lector tuyo, este placer recompensado de leerte.
Saludos.
Chiclayo
Que tal chivo para brillante!!!. Una periodista anónima admiradora de tal ilustre reportero.
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