miércoles, 31 de octubre de 2018

EL CALLEJON

Estampa deplorable es esta del callejón y por desgracia no se ha ido. Se fueron muchas cosas lindas limeñas, encantadoras de color y de fragancia. Pero el albergue, triste y sucio, de tantas y tantas gentes, persiste conservando su astrosa fisionomía, consonante con épocas en las que no se daba importancia a la higiene se curaban las heridas con telarañas y al borde de lñas acequias de la ciudad, alisaban sus recias alas, los enlutados gallinazos. Y hay algo peor ahora con las incompletas y desperdijadas urbanizaciones. El corralón con piso de tierra y techos de estera.
En los primeros tiempos de la colonia no fueron muchos los callejones y se explica porque no obstante las marcadas diferencias de clases, la servidumbre no tenías los caracteres de independencia de hoy y en cada mansión, y las había inmensas, los criados tenían su cobijo.
Entre los más antiguos estuvo aquel famoso de los clérigos, de donde es fama salieron los caballeros de la capa a victimar a Pizarro. En los callejones primitivos vivían las gentes de la pequeña industria, plateros, bordadores, tal cual alarife, presbíteros pobres y plumarios al merecer. Fue callejón famosísimo cuando tenía muy pocos años de fundada la ciudad, el cual en la calle posteriormente con el nombre de Bodegones, se llamó de la Requena.
Revisando un antiguo protocolo de la Beneficencia, encontré que en esa finca de Godoy y a la sazón de herederos de Francisco de Burgos, vivían a fines del siglo XVI, el maestro de escuela Pedro Enríquez, autor de comedias y loas en ese siglo, un confitero Medina, un bordador y un pastelero apellidados Hernández y un zapatero Molina, lo cual muestra el carácter de casa de vecindad de tal finca.

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Puerta de un callejón de la Lima antigua.

¿QUE FUE?
Con el progreso de la ciudad, el nacimiento de nuevos barrios, la fundación de parroquias como San Sebastián, Santa Ana y San Marcelo-en ese orden fueron las primeras- aparecieron además de los solares típicos, unos cuantos callejones de cuartos, donde vivían personas de renta escasa.
Fue, tal vez, el callejón la forma primera de especulación de las casas para habitación. Cuando don Juan Bautista Vidaurre remató ante el Cabildo, mediado el siglo XVIII, los terrenos llamados de la Barranca, donde aún permanecían unos baluartes defensores de la ciudad temblorosa por los piratas, lo hizo con el fin de realizar una especie de urbanización para gentes pobres.
Construyó varios solares, en cuyos cuartos vivían artesanos y soldados. Esos callejones debieron ser los típicamente precursores de los hasta hoy subsistentes. El aumento de la población y las necesidades de la vida llevaron a los propietarios a explotar sus propiedades, reduciendo el solar enorme, para edificar a su vez el hogar para muchos, con su pampón de desahogo.
Por eso fueron inmuebles en Lima las casas con una comunicación con los callejones por la llamada puerta falsa. Cuando se abolió la esclavitud, multiplicóse ese tipo lamentable de construcciones. Es de entonces el crecimiento del género.
Los manumisos, cuando no quedaron en los hogares cogidos por un afecto hecho de sumisión y de costumbre, fuéronse al callejón vecino a ocupar el cuarto de cañas y barro, sin papeles ni revoques, con su corralito polvoriento.

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Otro de ellos en malas condiciones

LO QUE TENIAN
Los callejones tenían, casi sin excepción, su nombre de guerra, su virgencita o sus santos protectores, su fiesta anual y su portero vigilante, mezcla curiosa de juez arbitrariador, de jefe de policía y de cobrador personero del propietario. Era el único con el lujo de hacerse anteponer el Don, hidalgo y señorial, lo cual en muchas casas llegaba apenas al ño despectivo y empequeñecedor.
Por mucho hayan cambiado las costumbres, los callejones, siguiendo una ley sociológica de conservación que se aferra en las últimas capas de la sociedad, son, con muy escasas diferencias, iguales a los antiguos.
Tienen como los de ayer un título, pintado o no-eso no importa- sobre el portón carcomido, portero, fiesta, fiesta, santo. Como el de otrora, es el de hoy un doloroso cuadro de vida. Mundillo de rencillas y de chismorreos desganándose en las tertulias de la noche a las puertas de los cuartos o en las mañanas en la hora de suciedad y de riesgo, propicia por igual a la solidaridad y a la disputa bulliciosa, de ir al caño comunal con los cacharros desportillados y mohosos.
Pero hay algo en el callejón desaparecido casi por entero, Antiguamente había en ellos muchísima mayor alegría. El progreso ha favorecido a casi todos, menos a quienes se ven obligados a vivir en aquellos lugares incomodos y malsanos.
Antes si quiera no se marcaba, como ahora, tan rudamente el contraste. La ignorancia servía como de velo piadoso y el ingenio sencillo a arbitraba ´pintorescas conversaciones. La fiesta del santo patrón o de la virgencita fundadora, el día de Cuasimodo, los carnavales, con sus cuadrillas cascabeleras de mascaritas, la temporada rumorosa y multicolor de los cometas, de aquellas caladas, con celestiales atributos destinados a defender el nombre de la casa, el festejado onomástico del portero, los nacimientos. Todo lo que servía para manos hábiles y sencillas.

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¡Que belleza!

ZAMBITAS
Se ha vuelto grave y melancólico el callejón. Se le ha escapado la jocundidad y sólo le quedan la sordidez y la amargura. En las noches de antaño, las puertas de los callejones se llenaban de zambitas pintureras.
Ellas oían encantadas las notas campanillescas de los pianitos ambulantes. Se comía temprano. La llamada prima noche parecía alargarse y dar tiempo para todo. A las 10de la noche se cerraba el callejón, dejando un portillo abierto hasta las once y, una vez por semana siquiera, reinaba la jarana genuinamente criolla, de cajón y vihuela, de zapateado y cantar, y con pianito ambulante de esos campanilleros y vistosos.
Hoy queda el callejón, el mismo muchas veces, con su propio nombre, sin ninguna ventaja aparentemente consoladora. En los cuartos se hacinan las personas como en los corralitos se entremezclan gallinas y conejos.
 Son iguales al ayer las encarnizadas luchas por el agua, en medio de un escandaloso chocar de vasijas y de palabras gruesas, los pleitos entre las vecinas, las quejas contra el propietario, la falta de higiene, el desamparo y el descontento triste, preñado de rencores. 
DISCULPA
Muchas cosas se han ido y no debieron irse. En cambio se han quedado, desposeídas de su gracia y de su ingenuidad, muestras de incuria. Y no debería ser así. Los callejones de antaño con ser antihigiénicos como los de hoy, podían tener la disculpa de su baratura y de su relación con el nivel cultural de la ciudad y gozaban de amables compensaciones relativas.
Esta estampa de Lima, si debiera irse para siempre y entre las ordenanzas de útil y saludable progreso social, tal vez pocas tanto se imponen, por necesidad estrictamente humanitaria, como las que tiendan a extinguir esos albergues miserables donde ya no queda sino lo doloroso, lo sucio y lo descolorido. (Páginas seleccionadas de las "Obras Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político, José Gálvez Barrenechea.

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