El carro de combate estaba destinado a ser el factor decisivo en la
inminente campaña. Los carros alemanes
no eran más numerosos, ni siquiera más eficaces que los de los Aliados, pero
los alemanes supieron utilizarlos con más inteligencia.
Aunque en Noviembre de 1918, el
fin de la Primera Guerra Mundial parecía simbolizar, de una forma explícita, una
completa victoria de los Aliados y una derrota definitiva del Ejército alemán,
en realidad no era así. En los últimos meses de la guerra, los alemanes estaban
todavía retirándose en buen orden hacia sus fronteras. Es más comenzaban
incluso a estabilizar el frente. En efecto los Ejércitos aliados, a
consecuencia de las bajas experimentadas y de las dificultades cada vez mayores
con que se enfrentaban para mantener el abastecimiento de sectores cada vez más
distantes de las bases,estaba reduciendo su empuje ofensivo.
PROGRESOS LENTOS Y DEBILES
Se hacía cada vez más difícil
llevar al frente aquellas armas que habían demostrado ser decisivas (artillería
y carros de combate) y mantenerlas después en condiciones de poder combatir en
masa y de modo continuo. Por otra parte, si faltaban estas armas, una cortina
relativamente débil de ametralladores bastaba para retardar y contener el
avance de la infantería y de la caballería durante el tiempo suficiente para
establecer en la retaguardia sucesivas líneas de defensa. Por ello, a
principios de noviembre de 1918, los progresos de los Aliados se hacían cada
vez más lentos y débiles.
Pero los acontecimientos
decisivos del conflicto tuvieron lugar, en agosto y en septiembre, cuando las
derrotas experimentadas por los alemanes pusieron de relieve el fracaso de su
ofensiva y el desgaste que la guerra había ocasionado en el país y en el
Ejército. La más decisiva de estas derrotas fue la del 18 de Agosto de 1918 en Amiens, cuando 430
carros de combate ingleses-unidos a la infantería y caballería- rompieron las
líneas alemanas, convenciendo al General Ludendorff, que entonces dirigía todo
el aparato bélico alemán, de que aquella guerra debía terminar. Los carros de combate ingleses
no habían llegado mucho más allá de las defensas avanzadas alemanas, pero un empleo tan masivo
asestó a los soldados alemanes y a sus jefes un golpe muy duro, del que no habían logrado reponerse.
General Ludendorff
ESTRATEGIA
Los carros de combate de 1918 no
eran lo suficientemente veloces ni seguros para permitir, después de haber roto
las líneas enemigas, una penetración en profundidad hasta alcanzar posiciones
tácticas situadas en la retaguardia. Pero los que se estaban construyendo por
aquel entonces, y que tenían que entrar en acción en 1919, habían sido
proyectados precisamente para poder efectuar este tipo de acciones. Los planes
de los Aliados que habrían de llevarse a cabo el citado año, se basaban en este
tipo de estrategia.
A estos nuevos medios, más
veloces y seguros, los alemanes sólo podrían oponer su artillería de campaña, cierto
número de piezas contracarros, ligeras e ineficaces y los pocos y toscos carros
de combate que poseían.
Una fuerza combinada de tanques en plena guerra
El General Ludendorff, desde un
principio, había rechazado la idea del carro, porque consideraba improbable que
estos vehículos, lentos y pesados, pudieran resultar eficaces instrumentos de guerra. Además, puesto que
cuando a un ejército se le ofrecen nuevos medios es necesario un largo periodo
de tiempo para que los soldados aprendan a mantenerlos en estado de eficacia y
a utilizarlos de modo más apropiado, sería imposible anular en unos cuantos
meses la ventaja que los Aliados habían adquirido en dos años.
SIN CLARIDAD
La Primera Guerra Mundial
terminó, por lo tanto, en un momento en que la victoria en el campo de la
batalla y los elementos que la habían determinado aún no se veían claramente.
No obstante, muchos alemanes estaban convencidos de que el empleo de los carros
de combate, por sorpresa, en unidades potentes y en los lugares más
inesperados, fue una de las causas de su derrota. El General Von Kuhl, que
había sido oficial del Estado Mayor del Grupo de Ejército atacado y derrotado
en Amiens, escribió, diez años después de aquella batalla, que el elemento más
importante y decisivo del factor sorpresa que aprovecharon los aliados había
sido el empleo de los carros de combate.
Pero precisamente los Aliados no
se habían convencido de ello y dominados por la inercia originada por el
agotamiento, dejaron que su iniciativa se estancara en los procedimientos de
1918. Por lo que respecta a los franceses
durante más de 20 años persistieron en una concepción que destinaba a los
carros de combate a desempeñar el simple papel de complemento de la infantería
o a sustituir a la caballería en la exploración.Y no pudiendo imaginar que un
día se verían obligados a combatir en su propio suelo en una guerra basada en
el empleo de grandes masas de carros, los
organizaron en batallones, casi todos destinados a actuar en pequeños grupos
agregados a las divisiones de infantería.
INVESTIGACION
A partir de 1932 y basándose en
las divisiones de caballería existentes, el Ejército francés desarrolló cierta
actividad de investigación y de experimentación. Fundándose en los resultados
de tales experimentos se constituyeron tres divisiones motorizadas-otra estaría
en fase de creación en Mayo de 1940-, cada una con 220 carros de combate,
cierto número de autoblindados y una brigada de infantería. Pero los franceses no supieron emplear
adecuadamente este nuevo tipo de unidades, sólo porque la vieja doctrina de empleo de la caballería
imponía que ésta debía utilizarse diseminada a lo largo del frente, en misión
de cobertura o de vanguardia.
Fue tras la destrucción del
Ejército polaco, en Septiembre de 1939, debida en gran parte a la acción combinada de los carros de combate y
la aviación, cuando los franceses comenzaron apresuradamente a crear cuatro
nuevas divisiones, dotadas de medios acorazados más pesados y con contigentes
de infantería proporcionalmente inferiores a los carros de combate. No se
trataba todavía de verdaderas divisiones acorazadas: según sus planes, su misión sería la de abrir brecha en las
líneas enemigas por las que pudiesen pasar otras unidades convencionales.
No estaban concebidas todavía
como unidades equilibradas y autosuficientes capaces de avanzar en profundidad
en territorio enemigo para destruir los centros claves y logísticos, operación
que constituye la esencia de la capacidad operativa de las grandes unidades
acorazadas.
DORMIDOS SOBRE SUS LAURELES
Los ingleses no cayeron en el
mismo error que los franceses: pero el país que en 1918 se jactaba de haber
ganado la guerra se había dormido sobre sus laureles. Las elevadas pérdidas en carros experimentadas
en los últimos meses de la Primera Guerra
Mundial, constituyeron una formidable arma dialéctica para los que
sostenían que esta maquina no podía sustituir al caballo como elemento base de
un arma móvil y decisiva. Además, el
elevado costo de fabricación y mantenimiento de los carros de combate fue otra
formidable persuasión en contra de una expansión ulterior de los mismos
A pesar de todo, en Inglaterra se
consiguieron notables progresos. El descubrimiento de que los carros de
combate y los autoblindados pemitían mantener el orden, de un modo menos
costoso y más eficaz, en las zonas más turbulentas del Imperio, hizo que se activaran las tareas de
investigación y experimentación en este campo. La tenacidad de unos pocos hombres entusiastas
llegó a proyectar “la idea del carro de combate”, más allá de los límites del
empleo táctico e introducirla en el campo de la estrategia.
Estos hombres proyectaron y
adiestraron unidades de carros de combate verdaderamente únicas tanto por la
novedad de su concepción como por su eficacia técnica. A fines de 1934, el
General Hobart, en su calidad de
comandante de la primera brigada de carros, hizo hincapié en lo que Broad y
Pile ya habían demostrado en años anteriores: esto es, que con un gran avance
en profundidad, una fuerza móvil compuesta por carros de combate, podía poner
en condiciones de franca inferioridad a fuerzas enemigas muy superiores.
EXPERTOS
Se demostró asimismo que los carros de combate
podían superar en importancia a la mejor infantería existente. Y quienes así lo
afirmaban no eran soñadores, sino soldados expertos que basaban sus ideas en la
amarga experiencia adquirida en los
cuatro sangrientos años de la guerra anterior. Eran hombres que muchas veces no podían disimular su impaciencia
frente a la actitud de aquellos que no podían o no querían comprender la
realidad y que, en su proeza mental, no conseguían adaptarse al ritmo impuesto
por las nuevas formas mecanizadas.
Un tanque alemán en combate
El General Hobart, que divulgaba
sus ideas empleando un lenguaje que no respetaba los convencionalismos
manifestaba claramente que no estaría dispuesto a tolerar que la rapidez de
acción, derivada del empleo de los carros de combate, fuese retrasada por
unidades de artillería, caballería o infantería incapaces de adaptarse a sus
maquinas o al ritmo que éstas imponían. Y con su insistencia sobre la necesidad de una
maniobra extremadamente rápida y eficiente, asustó a sus colegas de mentalidad
tradicional. Hasta tal punto que fue así que se produjo un movimiento de
reacción contrario por parte de los jefes de la antigua escuela. Los elementos
tradicionalistas ejercieron una acción retardada sobre todo el progreso
ulterior en este campo y además se aseguraron el apoyo de algunos influyentes
políticos.
Resultado de todo ello fue que
cuando en Mayo de 1940 se produjo el choque con los alemanes, sólo unas pocas
unidades de carros tenía la suficiente preparación y experiencia para enfrentarse con los problemas teóricos concernientes al nuevo tipo de guerra
mecanizada.
APOYO DE HITLER
En Alemania, al principio, los
militares tradicionales expresaron las mismas tendencias conservadoras. Pero
con la llegada de Hitler al poder la
atmósfera política se convirtió en la antítesis de la que existía en
Inglaterra.
Inmediatamente después de haber
anulado las restricciones impuestas por el Tratado de Versalles, Hitler prestó
todo su apoyo a los que habían dedicado sus estudios y experiencias a los
carros de combate. Estos generales (Guderian, Thoma, Lutz, Brauchitsch,
Blomberg y Reichenau) recibieron carta blanca para hacer realidad sus ideas.
Tenían imaginación y capacidad intuitiva una acentuada tendencia a
atribuir la más elevada eficacia
estratégica y psicológica a los golpes descargados en profundidad así como
entusiasmo y rapidez de decisión todas las cualidades requeridas por la
naturaleza de las operaciones bélicas con fuerzas acorazadas.
Reconocían honradamente que mucho
de lo que sabían lo habían aprendido estudiando y a veces copiando lo que en un
principio hicieron los ingleses. Se dice que después de un ejercicio de fuerzas
acorazadas realizadas antes de la guerra y que resultó un éxito total, Guderian
brindó con una copa de champan a la salud de Hobart.
Helicóptero para destruir acorazados
GANABAN TERRENO
No prestaban mucha atención a los franceses,
ni siquiera a De Gaulle, quien por aquel entonces acababa de publicar un breve
ensayo sobre El Ejército del futuro. En
1936 los alemanes estaban ganando rápidamente terreno tanto por el número como
por la calidad de los medios, mientras
que en el campo de las organizaciones y de la aplicación de criterios modernos
tenían ya una clara ventaja sobre ingleses y franceses.
Desde el principio concentraron
los medios acorazados en divisiones especiales constituidas por un equilibrado
conjunto de contingentes de las diversas armas: carros de combate, artillería,
infantería, ingenieros y servicios. Nunca se tomó en consideración la idea
francesa e inglesa de disponer de carros
de combate “de infantería” ni la
doctrina referente a su uso. Los carros apoyados por su artillería e infantería
actuarían como una fuerza estratégica dirigida contra los puntos más débiles
del enemigo, precediendo al grueso de la infantería, más lenta por naturaleza.
Este ejército de carros de
combate, que el 9 de Mayo, contaba con 10 divisiones acorazadas, era ya rico en
experiencias. Además de los intensos ejercicios realizados en Alemania en tiempo
de paz, los completaron después en la incruenta ocupación de Austria, en 1938,
y de Checoslovaquia en 1939. En el curso de los rápidos y largos avances a
través de aquellos países, aún sin verse
obligados a combatir, los alemanes sacaron valiosas experiencias en el campo de
la organización. Así, en Septiembre de 1939, cuando comenzó la verdadera
actividad bélica, todo el aparato organizador funcionó magníficamente y las
divisiones acorazadas derrotaron al anticuado Ejército polaco en pocos días,
demostrando que la calidad de las fuerzas mecanizadas y bien especializadas
podía dar cuenta fácilmente de la cantidad de los grandes ejércitos
tradicionales de reclutas.
POLONIA
La campaña de Polonia confirmó lo que se sabía
desde hacía tiempo: con su pesado fuego de apoyo, el arma aérea, actuando en
estrecha colaboración con los carros de combate, constituía un complemento
eficaz para las unidades que operaban en profundidad en territorio enemigo. En efecto, la aviación vino a sustituir a la
artillería pesada.
La situación de las fuerzas
acorazadas adversarias, el día 9 de Mayo de 1940, puede resumirse así: los franceses inmersos aún en una técnica de 20 años atrás y con un elemento
humano sin experiencia alguna en cuanto a las modernas condiciones del combate,
cooperaban con fuerzas inglesas cuyas técnicas, si bien estaban bastante más
modernizadas, no las sabían poner en práctica de una manera adecuada.
En realidad, fue precisamente esta falta de
experiencia lo que repercutió negativamente en la capacidad combativa de los
Aliados. Sus unidades acorazadas, tanto por motivos de política y doctrina como
por falta de carros, no tuvieron la posibilidad de ejercitarse. Tampoco existía
una estrecha cooperación con la aviación en la zona inmediatamente a vanguardia
del frente. En una palabra, se trataba de una orquesta sin partitura.
LIMITADO EMPLEO
Al limitado empleo que hacían de
sus carros de combate se unió la incapacidad de los mandos aliados de prever
los ataques alemanes y adoptar medidas estratégicas adecuadas para
neutralizarlos. A pesar de las advertencias de unos pocos, los más estaban
sinceramente convencidos de que ciertos terrenos eran, por naturaleza,
prohibitivos a los carros y que otros podrían llegar a serlo mediante
obstrucciones de cemento y acero.
Imagen cercana de un cañón
Se creía que las fuerzas mecanizadas no
lograrían atravesar los estrechos pasos, los bosques y los valles de las
Ardenas. Que la linea Maginot sería impenetrable y que su prolongación a lo
largo de la frontera belga, el recurso de las inundaciones y la existencia de
vastas zonas de centros urbanos constituían grandes obstáculos para la acción
de los carros de combate.
Por ello, los Aliados no habían
preparado un plan detallado para un contraataque de carros en aquellas zonas por ellos
calificadas como prohibitivas. Los mejores y mas móviles contingentes acorazados
del Ejército francés estaban desplegados de una manera que no permitiría lanzar
una contraofensiva súbita y violenta, aunque su doctrina estratégica hubiese
previsto este tipo de maniobra. La
previsible y probable consecuencia sería que las divisiones mecanizadas ligeras
y las nuevas divisiones de carros podrían lanzarse contra unidades enemigas
superiores de un modo fragmentario,
llegando por tanto a encontrarse en inferioridad numérica.
MAESTROS
A sus adversarios, los alemanes,
no les faltaban conocimientos teóricos, equipo, instrucción y experiencia. Eran
maestros en aquella nueva técnica de guerra que llevaba al campo de batalla la
rapidez y la movilidad. Combinando movilidad, potencia y sorpresa, estaban en
situación de dar a sus acciones ofensivas un ímpetu totalmente nuevo. La fuerza
de choque de las divisiones acorazadas alemanas ni siquiera podía compararse a
aquella otra basada en el empleo de la caballería e infantería, a la que
todavía seguían fieles los Aliados: con la amplia y extraordinaria eficacia de
los nuevos sistemas, los alemanes habían introducido en la estrategia bélica
una nueva dimensión.
Y sin embargo, el balance
cuantitativo de las fuerzas era favorable a los Aliados: tenían más carros de
combate y, en muchos casos, hasta eran superiores técnicamente a los alemanes.
En sus diez divisiones acorazadas los alemanes solamente tenían 627 buenos
carros, del tipo denominado Mark III y IV dotados, respectivamente, de cañones
de 37 y 75 mm protegidos por una coraza cuyo espesor no superaba los 30 mm. Los
restantes 2060 carros tenían corazas muy débiles y cañón de 30 mm, aunque 381
de ellos eran los excelentes T-38 ligeros, checoslovacos, con un cañón de 37
mm.
Además de los 2,687 carros de
combate encuadrados en las divisiones acorazadas, los alemanes disponían de
otros 800 de reserva, casi todos
ligeros. Contra este despliegue, los franceses podían oponer unos 3,000, de los
cuales 500 figuraban en unidades en fases de creación y cierto número de carros
más viejos de reserva.
De los 3,000 carros, 1,292 estaban encuadrados
en las divisiones mecanizadas ligeras y en las nuevas divisiones acorazadas.
Los restantes se hallaban repartidos entre las unidades de infantería. A este
número hay que añadir los elementos ingleses: en Mayo había en Francia 210
carros ligeros en los regimientos acorazados ligeros y 100 carros en la primera
brigada del Ejército. Otros 174 carros ligeros y 156 nuevos rápidos
pertenecientes a la división acorazada, estaban dispuestos para atravesar el
canal de la Mancha en cuanto que se iniciasen los combates. Si hubieran
querido, los Aliados habrían podido oponer nada menos que 3,600 carros a los 3,000
alemanes.
En conjunto, la calidad de los
carros de combate que poseían ambas partes era aproximadamente la misma. El
mejor carro francés, el Char B, disponía de un excelente cañón de 47 mm montado
en una torreta con un sector de tiro de 360º y otro de 75 mm en la tronera con
sector de tiro limitado. También el Somua de 20 toneladas, tenía un cañón de 47
mm y además era bastante veloz. El espesor de la coraza de estos carros
oscilaba entre 40 y 60 mm, mientras que la de los alemanes no pasaba de los 30
mm. Había 800 carros de este nuevo tipo, pero incluso los que eran más viejos
podían competir perfectamente con los carros
ligeros alemanes.
Un Char B
APTOS
Los 384 carros ligeros ingleses se habrían
visto, sin duda alguna, en graves dificultades en un encuentro frontal, ya que
sus proyectiles no podían perforar las corazas alemanas. No obstante gracias a
su velocidad y a sus reducidas dimensiones, eran muy aptos para misiones de exploración:
los 100 carros de dotación a la infantería, 23 de los cuales eran del nuevo
tipo Matilda, estaban protegidos por una coraza de gran espesor (hasta los 70
mm), y, por lo tanto, eran prácticamente invulnerables a los cañones de los
carros alemanes. Además, el cañón de 37 mm, montado sobre los carros rápidos
con protección ligera de la división acorazada y sobre los Matilda, era un arma
cuyos proyectiles podían perforar la coraza de cualquier vehículo acorazado
alemán.
Pero mientras los carros ingleses
y alemanes habían sido proyectados (con una sola excepción) con torretas con
capacidad suficiente para dos o tres hombres, en la torreta de los franceses
sólo cabía uno, el cual tenía que desempeñar al mismo tiempo las misiones de
jefe de carro, cargador y apuntador. A veces hasta mandar una unidad táctica de
carros. La única excepción inglesa era el Mark I, de dotación a la infantería,
que presentaba dificilísimos problemas de eficiencia en combate y de mando.
Este detalle técnico permitía que
las tripulaciones alemanas y casi todas las inglesas, pudiesen constituir,
dentro de la organización general de las fuerzas acorazadas a las que
pertenecían, verdaderas escuadras de combate. Asimismo ofreció también a los alemanes una
notable ventaja en lo referente a los encuentros directos con las unidades
francesas, compensando la circunstancia de que la mayoría de sus carros eran
vulnerables a los cañones de los carros enemigos, mientras que sus proyectiles
no podían perforar la coraza de gran parte de los carros acorazados aliados.
ESTRECHO CONTACTO
La importancia del mando y de la dirección de las tropas se hace
más evidente al soldado en cuyo ambiente militar se estima necesario que los
generales permanezcan en primera línea, en estrecho contacto o a distancias
medias con los carros de combate más avanzados. Los alemanes aplicaban este método mucho más que los Aliados. Los franceses siguiendo los esquemas de 1918
mantenían sus puestos de mando en las posiciones retrasadas y no contaban con
un sistema de enlace adecuado. Este
hecho unido a la separación existente entre el jefe de carro y el resto de la
tripulación, no podía dejar de influir negativamente en la moral de las
unidades francesas (hecho confirmado con numerosas pruebas obtenidas por
carristas ingleses que más tarde, en el curso de la guerra, tuvieron ocasión de
operar con los franceses).
Los ingleses afirmaban que, cuando se
encontraban frente a carros alemanes, los franceses eran tan cautos que
llegaban a quedar casi paralizados, con un exagerado temor hacia el enemigo
debido a las duras lecciones que los franceses sufrieron en los primeros
encuentros. Si bien el 9 de Mayo ambos
contendientes estaban igualados respecto a la moral de las fuerzas, una semana después los defectos que se cubrieron en el sistema de
organización y de mando, así como en los procedimientos tácticos de los
aliados, hicieron que el platillo de la balanza se inclinase a favor de los
alemanes.
APLASTANTE SUPERIORIDAD
La aplastante superioridad
alemana con relación a los Aliados era la lógica consecuencia de su firme
intención de aprovechar unidades interarmas, bien coordinadas y potentes,
lanzándolas a la batalla en los puntos críticos y poniendo al frente de ellas a
hombres dotados de inteligencia y decisión, entusiastas de lo que hacían.
Hombres de la talla y del talento de Guderian
y Reinhardt mandaban sus Cuerpos de Ejército acorazado (y Rommel una de las
divisiones) permaneciendo en primera línea. Por parte de los Aliados, ninguno
de los generales de 1,940 tenía suficiente conocimiento del nuevo tipo de
guerra, y con una falta de visión absoluta, a los hombres que más habían
estudiado los nuevos problemas, se los había destinado a cargos en los cuales
se despreciaba totalmente su capacidad.
Asi, Martel mandaba una división de infantería. A Broad, Pile y Lindsay se les había confiado deliberadamente, dicen
algunos, misiones que no tenían relación alguna con las fuerzas acorazadas. Hobart incluso había sido eliminado del
servicio activo, aunque luego lo admitieron de nuevo. De Gaulle todavía estaba reuniendo una
división de carros de combate flamante, pero sin experiencia.
Admitamos además que con hombres
como éstos era difícil convivir. Habían adoptado el sistema de hablar
claramente frente a una tradición familiar ya superada. Habían comprendido
también que era absolutamente necesario abandonar cuanto antes esta regla ya
caduca, cualesquiera que fuesen las repercusiones inmediatas en el terreno
personal, y que todo era válido para todos los ejércitos. Los más débiles cedieron frente a los
“intereses militares constituidos”.
MORAL Y SUERTE
Quienes
como Hobart tuvieron el coraje de enfrentarse a ellos con decisión, pero sin que les favoreciese la suerte, fueron
alejados. Los que fueron más afortunados y pudieron hacer acto de presencia en
el campo de batalla, combatieron y vencieron a la cabeza de sus unidades
acorazadas.
En 1940 la moral y la suerte
estaban de parte de los alemanes. Por eso triunfaron. Casi ninguno de los
mandos de las fuerzas acorazadas francesas estaban a la altura de su misión.
Los ingleses encontrándose en condiciones de absoluta inferioridad numérica, no
estuvieron en situación de aportar una contribución decisiva.
Recurriendo a una imagen medio
eval, podríamos describir ambos contendientes del siguiente modo: el día 9 de Mayo de 1940, en un extremo de la
palestra se encontraba el viejo rey, muy experto, pero tal vez un poco
reblandecido ya por los años y la alegre vida de la corte, montando un poderoso
caballo de batalla, protegido por una armadura muy gruesa y pesada, por un
escudo de una robustez nunca conocida y blandiendo una pesada hacha de guerra.
En el extremo opuesto, se hallaba un joven audaz y agresivo con una coraza
menos pesada y montado en un corcel más ligero y por lo tanto, más fácil de
guiar.
Este joven guerrero basaba todas sus
esperanzas de victoria en su agilidad y en su lanza, cuya punta había sido
templada y aguzada por un procedimiento totalmente nuevo. Pero si esta lanza no
conseguía el escudo de su adversario y
perforar rápidamente su coraza-o peor aún, si la lanza se rompía en el choque-,
el belicoso joven sucumbiría fatalmente bajo el peso y la fuerza de su
contrincante. Hitler se lo jugaba todo a
una sola carta: una rápida victoria obtenida por los 2000,.000 jóvenes bien
dispuestos y muy bien adiestrados, de
sus fuerzas acorazadas y motorizadas.
Numéricamente, como ya se ha dicho, los Aliados eran
superiores a los alemanes. Por la calidad de sus equipos militares, eran
absolutamente iguales. Pero en su utilización estratégica y táctica eran
totalmente inferiores (Sacado, editado,
resumido y condensado de la Revista “ Así Fue la Segunda Guerra Mundial)
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