Hay un tipo limeño, rezago de
pretéritas épocas, el de la beata o beatita, que ya es matiz diverso y que
constituye faz importante aún de nuestra vida. Entre las beatas, las hay, en
distintas categorías, beatas simples, beatas silenciosas, beatas parlanchinas;
todas con un fondo místico y maniático a la vez, en las que junto a ejemplares
simpáticos de admirable efusión y abnegadas, hay individualidades sombrías,
adustas y crueles. Algunas conservan un
recuerdo atormentador en el alma, que pretenden ahogar en el rezo: beatas por
desengaño, merecen nuestro respeto y nuestra piadosa comprensión.
La beatita genuina, es la que usa
manta, esta siempre vestida de negro, camina sin garbo, como distraída, cruza
las calles muy temprano, mirando sin ver, eludiendo las ojeadas pecadoras de los hombres.
La beatita genuina madruga, lleva en la
memoria todas las distribuciones piadosas, tiene preferencias por determinada
iglesia y por tal o cual padre, no se desayuna, sino a la vuelta de la santa
misa, porque es de comunión diaria; sólo
se ocupa en cosas de religión tomando la palabra en su sentido estrictamente
ritual.
Por lo común es silenciosa y apenas se exalta
e ilumina cuando habla de su padrecito. Vive agobiada por los escrúpulos,
siente revolverse en su alma angustias inenarrables cuando alguien sonríe en
puntos de devoción.
Beata de aquellos tiempos
Beata de aquellos tiempos
LO QUE HACEN
Va ensimismada, sin saber nada del mundo,
pensando en el trisagio, en la novena, en el triduo y en la adoración perpetua.
No bien regresa en la mañana de misa, vuelve a salir de la casa, va al Cristo
Pobre o al Jubileo.
Después de almuerzo va de nuevo a
San Pedro o San Agustín, a la visita de la Virgen, acude luego a algunos
talleres religiosos en los que tiene amigas, frecuenta los conventos, en los
que la conocen de seguro y cose en los locales destinados a la costura sagrada,
no para los pobres, sino para los padres misioneros, para los que hacen
casullas, capas de coro, albas y roquetes.
Rendida por la monótona peregrinación, vuelve
a su hogar ya tarde, dirige el rosario de la servidumbre, se persigna antes de
comer y tras de repetir las largas oraciones de la noche, se acuesta y sueña
atormentada con la visión pavorosa del demonio
Vive siempre planteando a sus
confesiones intrincadas consultas espirituales. Es la clásica beata atribulada
y supersticiosa que tiene particulares afectos por determinados objetos
piadosos, que cree en la superior eficacia de unos templos respecto a otros, de
unas advocaciones e imágenes milagrosas sobre las no acreditadas que guarda aún
vagas reminiscencias de fetichismo o a lo menos de religión meramente formulista.
EGOISTAS
Para ella no hay ajenos dolores
que consolar, le basta a su angustia con su propio afán. No ha tenido hijos, ni
ha amado a los de otras: es egoísta, severa, rígida por temperamento y por
costumbre.
Otro matiz de la beata lo forma
las suntuosas, la que no desdeñan de personal elegancia, ni el regalón
bienestar. Son las que dan dinero para las iglesias, las que creen comprar la
generosidad celestial con opulentas dádivas y atienden de preferencia las
solemnes y sonadas fiestas religiosas, las que pertenecen a las instituciones
de piedad que guardan visos de aristocracia y suelen hacer alarde de una religiosidad
distinguida, chic.
De ordinario, son presidentas de
asociaciones, a las que dan prestigio y en las que hacen gala de su autoridad.
En las distribuciones religiosas hacen circular invitaciones “a lo mejor de
Lima”, van en coche a sus devociones y tienen también predilección por
determinadas iglesias, a las que pomposamente protegen.
Se confiesan y comulgan de cuando
en cuando, pero rodean estos actos de imponente publicidad. Reciben en sus
salones a frailes de reputación intelectual o que están de moda. Son en el
fondo ingenuas que llevan su carácter de grandiosidad a todo lo que hacen.
Son pródigas y, más que
caritativas, protectoras. Dan limosnas a las recomendadas de sus capellanes.
Van a la iglesia, pero tienen oratorio particular, que reúne tres
características de elegancia castiza, pues tiene casi igual de templo, de blasón
y de museo.
Una iglesia refugio de creyentes.
Una iglesia refugio de creyentes.
LAS MISTICAS
Hay otro género muy superior,
desde los puntos de vista filosófico y humano, pero no frecuente en Lima
(aunque sea patria de Santa Rosa): el místico, el de la beata por vocación
irresistible que siente impulsos de elevación misteriosa, que padece
irremediable sed de vida ultraterrena y que se embelesa en un perpetuo deliquio
de amor y de dolor, de fatiga, de fervor y de tormento.
Son las de este matiz, almas
teresianas que ponen sinceramente los ojos en la altura, que no saben nada del
mundo y nada quieren saber de él, ingenuas y complicadas a la vez. Por lo común
son delgadas, pálidas, casi transparentes.
Miran con afiebrados ojos, que
cercan violáceas ojeras, se visten al desaire, caminan deslizándose con rapidez,
como creyendo que pueden perder el camino del cielo. Lloran fácilmente y oran sin cesar.
Están más cerca de lo sobrenatural que el
resto de los mortales. Van descalzas a las procesiones, leen el Año Cristiano,
La Vida Devota, y a menudo el Kempis que les deja en el alma la suave ceniza de
su melancolía, en que hay ocultas purpúreas rosas.
DESCOLORIDAS
Niñas descoloridas, con un sello de
dulce inquieta tristeza en la mirada soñadora y en cuyos rostros, muchas veces
hermosos y de líneas puras, se advierte, como a través de una tela diáfana, el
ardor de un anhelo infinito.
Son altamente simpáticas las
beatas caritativas. Van por las calles apresuradas a toda hora, con los menudos
pies deslizantes y silentes. Reparten su tiempo entre las devociones rituales y
las obligaciones evangélicas de socorrer a los enfermos y consolar a los
tristes.
Son admirables en su actitud de
pedir para sus pobres. Van de casa en casa, conociendo miserias, procurando
remediarlas, atendiendo a los dolientes, llenando trámites para huérfanos, corriendo
a la Beneficencia, a los hospitales, a las casas de misericordia, siempre
diligentes, mirando por todos, haciendo rifas, pidiendo para recetas, gastando
muchas veces la propia salud.
Son estas mismas las que
normalizan las uniones irregulares, las que sostienen grandes campañas
moralizadoras, procurando arrebatar de las tentaciones de la pobreza a las
niñas en estado de merecer, que el hambre agobia.
Tienen algo de leguleyas, conocen
muchos trámites judiciales y administrativos, hablan con soltura, redactan
memoriales con facilidad y de haber nacido varones, habrían sido agentes
viajeros impagables o cautos y sutiles abogados. Almas que sirven a Dios en la
tierra y que practican a maravilla las obras de misericordia.
Oleo de la época.
Oleo de la época.
COPETE
Las beatas de alto copete. Que
aún van de cuerpo gentil por las calles, que no olvidan la moda, sonríen con
cierta coquetería, no se amedrentan de hablar con los hombres y se levantan
tarde del lecho, son las institucionales y decorativas, las que sirven para los
primeros puestos en las juntas directivas de las instituciones piadosas, las
que se pintan para organizar fiestas y distribuciones dignas de la nota social.
Tienen vivezas especiales para
atender a los chicos y enseñarles el catecismo al revés y al derecho, con las
admirables repartidoras de dulces y de juguetes en los bulliciosos festejos de
Pascua. No creen que sea pecado reírse, cosen divinamente, bordan y traen la
imaginación de niños pobres, las figuras mágicas de las hadas hilanderas.
Beatas que saben de la vida mundana, concurren de cuando en cuando al teatro y
a las tertulias, hacen una vida mixta, sin exageraciones y durezas.
Pero al lado de estas especies
amables y beneméritas, hay un tipo de beata infernal e inaguantable. Lo forman
aquellas que se agrupan a la salida de los templos y en circulitos despellejan
al prójimo, las que llevan a las procesiones grandes agujas para pinchar a los
irrespetuosos, a los irrespetuosos con otras, las que insultan al que pasa por
una iglesia y no se descubre, las que corren tras los frailes, encubriendo bajo
las faldas rumorosas y mugrientas, unos enormes zapatones.
CUCHICHEOS
Las que cuchichean a la mitad de
una plegaria, amonestan y hasta pellizcan a la que se atreve a rozarlas, las
que están pendientes con aviesa mirada de las elegantes, le sueltan cuatro
frescas a las que van a la casa de Dios con desahogo al vestir, acosan a los
sacerdotes a preguntas, a problemas canónicos, a indiscreciones, se confiesan
por puro gusto de hablar con sus padrecitos y grandes reservorios de pulgas y
de malignidades, llevan a sus casas, cuando vuelven del templo, un semillero de
malévolos chismes y un humor endemoniado que la beatitud y la oración no lograron
sacarles del cuerpo.
La esperanza de que todos los
bienes bajen del cielo y la certeza de que en el cielo está el dispensador de
todos ellos, inspiran a algunas beatitas del sórdido interés que ponen en sus
oraciones.
Rezan por sacarse una suerte, porque no se
muera el gato, porque le den un destino a fulanito, porque menganita salga con
bien del parto: tan a lo serio toman su carácter de beatas rezadoras que tienen
un santo para cada cosa y cuando no las escuchan, los castigan poniendo las
efigies de cabeza, metiéndolas dentro de un zapato o cosa peor, volteándolas
contra la pared, resintiéndose y hasta
diciéndoles cosas feas.
Llenas de primitiva ingenuidad hacen la lista
interminable de las especialidades del Santoral: “A Santa Rita le pedí que me
concediera una suerte; no me la saqué y entonces por castigo puse su imagen
vuelta a la pared. A la semana, me concedió dos soles, como para que viese que
podía hacer el milagro, pero que no me convenía tener más plata…” Esto es
sabroso en su infantil paganismo.
HECHICERIA
Hay un tipo verdaderamente
extraordinaria entre las beatas. Tiene
cierta relación con la hechicería; se siente como iluminada o poseída por
sagradas potencias. Es la curandera. Conoce todos los remedios devotos para las
enfermedades: un credo para las muelas, un poco de agua bendita para el hígado;
santos y santas para todo. Santa Lucía para los ojos, Santa Apolonia para la dentadura, San Roque para las epidemias,
Santa Ana para los partos, San Andrés para la demencia.
En cuanto una de estas curanderas místicas va
a una casa, se declara enemiga personal
de los médicos: “¡Qué barbaridad! Como si Dios no fuera quien dispone todo. ¡Habrase
visto! Un matasanos que explota la infinita misericordia de Dios, cuando lo que
sana al enfermo son sus buenas acciones que Nuestro Señor quiere que se
repitan.
“Déjate de candideces, Mariquita,
que si Dios no lo dispone, tu marido no se muere. Yo te voy a traer una
reliquia milagrosa de veras, le rezamos dos padrenuestros, mientras tú le pones
la reliquia y ya verás”. Tienen una fe ciega. Si el enfermo salva, ha sido no obstante el médico. Si muere fue la
torpeza del doctor la que no dio tiempo a que se realizara el suspirado
milagro.
Religiosidad plena.
Religiosidad plena.
SUPERVIVENCIAS
Las beatas forman en todos sus
matices, aspectos históricos, que son supervivencias de la antigua vida limeña.
Tienen el alma colonial con sus simplezas, sus supersticiones, sus efusiones compasivas.
Son de las pocas que aún escuchan la voz
de los bronces místicos de la ciudad y saben interpretar su lenguaje. En muchas de sus costumbres perdura la imagen
de esa Lima que se va y que en estos artículos nos empeñamos en describir.
Ellas aún conocen el secreto
encanto de la alhucema y del incienso, que tantas veces hemos loado, y todavía
para sus recogidos ojos, el bordado de los detentes, la puerilidad de los
briscados, el multicolor encanto de las lamparillas tienen un esotérico
sentido.
En ellos perdura la vida colonial con su agitada pereza, con su
chismografía y sus habilidades manuales, con sus horizontes estrechos para el mundo e ilimitados para las
inefables cosas de Dios.
En días de cuaresma ha querido el cronista
volver a sus visiones de antaño y ha
escogida las beatitas limeñas, que ya de
manta, ya de cuerpo gentil, todas en sus diversos matices, son hijas de nuestra
ciudad, genuinos productos de nuestro medio y forman un género típico, de los
que más fielmente se han mantenido, tal vez porque es la religión, virtual y
esencialmente conservadora. Aquí donde casi todo se va, sin que nada lo
sustituya, ¿no es un consuelo que siquiera queden, casi en todo semejantes, a
las buenas abuelas, las beatitas? (Páginas
seleccionadas del libro “Una Lima que se Va”, cuyo autor es el consagrado
escritor y político José Gálvez Barrenechea).
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