El doctor José Figueroa Alcorta
asume la Presidencia de la República, a raíz del fallecimiento de Manuel Quintana y, desde las primeras
jornadas, debe afrontar una intensa crisis de carácter político y social. Los conflictos
obreros se suceden sin solución de continuidad. El anarquismo en pleno auge,
bajo la influencia del pensamiento allá lejanamente en Europa del dirigente extremista italiano Enrico
Malatesta, interfiere en el movimiento
laboral argentino con sus métodos violentos de lucha e instituye el crimen como
sistema.
La ciudad de Buenos Aires vive
horas de terror bajo la impresión de los atentados dinamiteros que alarman a la
población. Una bomba estalla en la plataforma delantera de un tranvía, causando
víctimas inocentes.
El propio Presidente de la
República recibe en su domicilio particular un cajón de fruta en el que se
hallaba oculta una máquina infernal que no estalla por milagro. La policía
reprime con energía estos atentados y trata de detener la ola de violencia, lo
que ocasiona represalias por parte de los anarquistas quienes ensangrientan las
calles de dicha capital.
Al mediodía, en plena vía
pública, es asesinado el Jefe de la Policía,
Coronel Ramón L. Falcón. Lo mismo pasa con su secretario, el joven Lartigau. En
este clima de violencia se están realizando los preparativos para la magna
celebración del Centenario, en medio de la inquietud y la zozobra generales.
José Figueroa Alcorta asediado por el anarquismo
José Figueroa Alcorta asediado por el anarquismo
ANARQUISMO
No hay duda de que la prédica
anarquista y sus métodos sangrientos de lucha tienen un fácil caldo de cultivo
en los conflictos obreros, cuya gravedad había sido prevista por estadistas
ilustres como Joaquín González, quien hacía cuatro años había presentado a la
consideración del Congreso la Ley Nacional de Trabajo, verdadero código de
ejemplar legislación en la materia.
Pero los conflictos entre el
capital y el trabajo no se encaraban por entonces con un sentido moderno de la
justicia social, que por otra parte no podía imponerse sino por etapas de
sucesiva experiencia reformista.
Con todo, el problema social no
sólo no sería encarado a fundo por Figueroa Alcorta, sino que subsistiría agravándose,
hasta el año 1919, en que tuvo su expresión más aguda y sangrienta con la
“semana trágica”. Entretanto, el problema político constituía motivo de
permanente inquietud y hondas preocupaciones para el Gobierno.
En 1906 había muerto Bernardo de
Irigoyen y Carlos Pellegrini, quienes al frente de la Coalición, apoyaban a Figuera Alcorta y le facilitaron el
desarrollo de su gestión inicial. Fallecidos estos dos ilustres ciudadanos y
deshecha prácticamente la Coalición, el Gobierno quedó sin colaboración y
asimismo sin compromiso de carácter político.
Las condecoraciones del Presidente.
Las condecoraciones del Presidente.
EL CONGRESO
Por otras ´parte, Figueroa
Alcorta alentaba la sana inspiración cívica de terminar con la política
personalista tradicional de costumbres
vernáculas, creando las condiciones propicias que permitirían, años más tarde,
a Roque Sáenz Peña realizar la trascendental reforma instrumentada en la ley
que lleva su nombre.
El Congreso no tarda en reaccionar contra las inspiraciones del
Presidente de la República e inicia las hostilidades, que llegan hasta negarle
al Poder Ejecutivo la sanción del Presupuesto. Ante el riesgo de la
paralización administrativa, el Presidente asume una posición enérgica y en un
gesto, censurado a su hora como un arranque dictatorial, clausura el Congreso
con gran despliegue de fuerzas policiales y promulga el presupuesto por
decreto, salvando la crisis.
Mientras tanto la Unión Cívica
Radical, fracasada la experiencia de 1905, practica con dignidad insobornable
la abstención electoral. No tarda en advertirse dentro del partido la puja de
los impacientes, quienes sostienen que la política de Hipólito Irigoyen es
suicida para los intereses vitales de esa agrupación partidaria, hasta
constituir la llamada tendencia antihipolitista que lucha abiertamente contra
la conducta del caudillo y sus tendencias absorbentes y exclusivistas.
En 1907 Hipólito Irigoyen tiene
una entrevista con Figueroa Alcorta para solicitarle que terminen las
persecuciones a los radicales que no cesaban desde 1905, circunstancia que
aprovecha el Presidente para tratar de convencer al líder de la necesidad de
que la Unión Cívica Radical abandone la abstención infecunda y se decida a
participar en el gobierno para robustecer la salud física y moral de las
instituciones.
La poblacion trabajadora vivia en conventillos.
La poblacion trabajadora vivia en conventillos.
OTRA ENTREVISTA
El tema vuelve a abordarse en una
segunda entrevista que se realiza en 1908, pero el caudillo dará una nueva
prueba de intransigencia, sosteniendo que la Unión Cívica Radical sólo debe
llegar al poder por la decisión del
pueblo clara y libremente expresada en las urnas.
La tendencia antihipolitista
aprovecha la oportunidad para acentuar las críticas a la jefatura del partido,
sosteniendo que Irigoyen comete un gran error histórico. Pero como su tarea de
persuasión resulta inoperante, resuelve adoptar la responsabilidad y correr el
riesgo de una actitud decidida.
En diciembre de 1909, ante la
proximidad de la reunión de la convención nacional del partido, figuras como Roberto
M. Ortiz, Arturo Goyeneche y Leopoldo Melo suscriben un enérgico manifiesto en
el que después de criticar las orientaciones personalistas de Irigoyen,
renuncian a la Unión Cívica Radical.
La convención nacional se reúne
días más tarde y superando esta crisis
interna, resuelve la abstención electoral en los comicios presidenciales.
Entretanto, figuras ilustres del pasado cívico argentino habían desaparecido.
Entre ellos Mitre, Pellegrini y Bernardo de Irigoyen. Con ellos se extinguía
una etapa en la evolución de las costumbres políticas.
SAENZ PEÑA
Un núcleo de devotos de la
memoria del General Mitre proclama la candidatura de Guillermo Ascencio
Udaondo, pero comprendiendo que sus posibilidades electorales eran
problemáticas, abandonan la lucha en sus jornadas iníciales.
Una coalición ocasional de
partidos ungió entonces el nombre de Roque Sáenz Peña, quien llevando como
compañero de fórmula a Victorino de la Plaza, triunfa sin oposición en las
elecciones de renovación presidencial.
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