Porque Nazaret es hoy día lo que
fue siempre: una risueña ciudad de promisión de la pétrea y calcinada Judea.
Ya, a mediados del siglo XIX observaba Renán que no ha ocurrido allí mudanza alguna.
Las viñas y las higueras del evangelio continúan ofreciendo dulzura y parábolas
Con el cántaro al hombro, nuevas
Marías de labios rojos como la carne del higo esperan, esperan rescatadas y
temblando, la sorpresa de un divino mensaje. Aquí a la fuente, a esta plácida
lavandería, puede venir el mensajero a todas horas. Quizá es aquel que bebe
regaladamente. Acaso con el blando y callado revolar del mochuelo, el
anunciador pasa en la noche.
Imagino que no es posible
confundir al angel Gabriel con los finos remeros de Oxford que acaban de
instalar su campamento. ¡Cómo explicar, sin embargo, estas lánguidas mujeres de
Palestina, que llevan tales guerreros el evangelio en el bolsillo! ¡Como
decirles que algunos de estos hombres vestidos de kaki, son también nazarenos
sin melena!
Nazaret en la actualidad.
Nazaret en la actualidad.
QUEDAN…
Pero de nada ha servido repartir
la Biblia gratuitamente. Su letra sólo puede entrar con sangre, como decían los
viejos profesores de escuela. Y el mismo suave maestro cogió alguna vez el
látigo.
En las espaldas de los mercaderes
ha restellado el castigo y el templo está en desorden y el mundo ha perdido su
dulzura remota. Ya no se puede nacer delicadamente en un establo de hadas porque
nadie vendría a rescaldar, con su fraternal aliento, la flaqueza que nace. Los
hombres ya no pueden rodear las cunas y nuestro “hermano inferior”, el asno, se
fue con todos los sanchos. Si el angel Gabriel se atreviera a bajar al valle
ameno, una descarga cerrada acogería al intruso aviador.
Pero quedan todavía Nazarets y
Belenes en el mundo. Junto a la no man’s land árida y fúnebre como la triste
Judea, hay siempre ciudades de ilusión. Los caminos de guerra que he visto en
tierra francesa se parecen a veces, extraordinariamente, a los “nacimientos” de
mi infancia. Por lodazales y riscos sube también una extraña humanidad de
rostro moreno y de turbante.
Gaspar, Melchor y Baltazar
entonan, en la sombra, obscuras canciones plañideras. Pero ilumina los
semblantes el resplandor de aquellos espejos diminutos que imitaban estrellas y
lagunas a en los ingenuos “nacimientos”, porque todos sabemos que allí arriba,
con dolor y con sangre acaba de nacer humildemente una nueva era. (Editado, resumido y condensado del libro “Obras
Escogidas de Ventura García Calderón”, destacado intelectual peruano que, con sus estudios, rescata
los orígenes culturales de este país. Nació por un azar patriótico en Paris,
retornó al Perú donde estudió. Posteriormente volvió a Francia en 1905 salvo
cortos intervalos por aquí, Rio de Janeiro y Bruselas hasta 1959 en que murió,
siempre habitante de la ciudad luz)
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