Al final de la calle de la Chacarilla-mi
calle- estaba el colegio. Tenía una fachada pobre, de corralón, casi siempre
pintada al temple de claro celeste o de ocre vivo. La puerta era amplia y en el
solariego zaguán estaba la portería donde el “ecónomo” Octavio como le llamaban
los muchachos, aparecía sentado a la puerta, fumando. El local había sido del
Estanco del Tabaco en los tiempos coloniales. Fue edificado en la época del
Virrey Croix. Antes estuvo en casa alquilada en la calle después llamada del
Padre Jerónimo.
El bario era característico y
conservaba una fisonomía francamente criolla. En la mal trazada calle vivían
muchas almas. Eran numerosos los callejones o solares y de punta a punta
existían desde la parroquia, donde el sabor colonial se conserva celosamente,
hasta la botica, la herrería, la moderna chingana y las pulperías más o menos
florecientes.
Los estudiantes marchando por la
calle del Corazón de Jesús asentían una impresión especialísima desde que
entraban en la calle del colegio. En la esquina, la botica ostentaba sus
grandes y relumbrantes frascos de colores.
En ella charlaba el doctor Tirabanti,
con sus amigos los “carolinos” y frecuentemente se veía en la puerta la figura
original del doctor Godos, siempre vestido con sobriedad austera: la levita
negra bien cepillada y el sombrero suelto, le daban cierto aspecto de pastor
protestante, risueño y picaresco, derramadas la picardía y la gracia por los
ojos claros y vivísimos, relievadas en
la perilla cana, a lo Piérola.
El Colegio de Guadalupe en 1918.
El Colegio de Guadalupe en 1918.
RECUERDOS
Al frente camarillesca y pulcra, la iglesia
parroquial ostentaba su limpieza pobre. A la puerta del Rectorado estaba en veces el señor Rivas, viejecito y simpático
cura o el Inter, el señor Albinagorta, de cetrino rostro y voz gruesa, campechanote y sugestivo.
Más allá en la otra acera, tras
las ventanas de una casita antigua, asomaba su rostro bíblico el doctor
Aljovín. En la puerta de los callejones, los chicuelos del barrio jugaban al
mundo: una zapatería modernísima dejaba ver tras la entornada puerta al
zapatero italiano, el cual golpeaba la suela rítmicamente, frente a la mesita
clásica, oliente a engruda y tinturas.
Después, la pulpería de don José.
Luego mi casa de gran patio, propicio a las trompeaduras. Frente a ella, la
discreta fachada de la casa habitación de los padres de Santa Teresa. Y cerca a
ésta, después de una tiendecita pequeña, la gran chingana “A la batalla de
Solferino.
La que ostentaba en sus paredes
un fresco representativo del choque entre franceses e italianos contra
austriacos y un episodio vulgar encerrador sin duda de una ironía o una
adivinanza y el cual atraía la mirada de las gentes. Un hombre llevaba un
costal a la espalda y decía a otro, en frase que le salía escrita de los
labios: “Nadie me pregunte quien soy yo. Y el otro contestaba en igual y
rudimentaria forma: “Ni a mí tampoco”.
CORRALONES
Muchos estudiantes llegaron tarde
por abstraerse en la contemplación de aquellas obras ingenuas de la pintura
criolla. Frente a la chingana, más allá del callejón de María dos corralones
ganaban también la atención de los muchachos.
En uno se herraba caballos, se
pintaba coches, se componía muelles de carretas. La fragua crepitaba todo el
día, sonora y llameante y del interior salían hasta la calle ruidos de voces
mezcladas con interjecciones crudas. Después estaba el colegio. Junto a la
pulpería de don Juan, la de los chillones frescos, había un callejoncito típico
y en su fondo un jardincillo modesto y bien cuidado. Donde se veneraba una
imagen de la Virgen.
Frente al colegio, había una
amplia casa de vecindad de más alta categoría de los callejones y más allá
hacia Santa Teresa, una serie de tiendas. Una servía de fonda y a las 11 de la
mañana trascendía a picantes sabrosos.
Otra parecía casa de compra
venta, tal era el hacinamiento de mesas, bancos, sillas, sofás desvencijados,
tallados incipientes, entre los cuales asomaban su rostro rubicundo y
sonriente, un alemán voluminoso y viejo, imponente en su estructura adiposa y
en sus luengas barbas blancas, amarillentas en las cercanías de la boca, sin
duda por el uso de tabaco.
Hoy la decoración ha variado
notablemente, la calle ha sido cortada. Ya los frescos de la pulpería han
desaparecido. Los callejones tienen altos, no hay corralones con herreros. Sólo
quedan los solares pobres y hasta el amplio patio de la que fue mi casa parece
recortado por las horrorosas columnas con el cual el mal gusto de su nuevo
señor cree haberlo engalanado.
Pedro A Labarthe, director del plantel de Gálvez
Pedro A Labarthe, director del plantel de Gálvez
ESCALONES
Al entrar al colegio, casi
siempre de prisa, por temor a llegar tarde, pasábamos los estudiantes de aquel
dichoso entonces el patio, que tenía a la derecha un jardincillo fragancioso y
extendido. Subíamos de cuatro en cuatro los escalones, corríamos en puntillas
frente a la Dirección llena de sombras, suscitadoras de disciplinarias
severidades.
Apenas si atisbábamos el gran
dormitorio, curioseábamos la entrada al comedor, muy a la escapada y mirábamos
la biblioteca, serenábamos el paso frente al habitáculo del sub-director, se
nos encogía el alma al ver el cuarto de los castigados y al entrar a la quieta,
sentíamos la caricia de la luz del primer patio en la altura, enarenado, donde
se alzaba imponente el maderamen del gimnasio en el cual a las 12 del día
después del almuerzo, los internos y cuarto internos se dedicaban a tiras monstras
y a abrirse en quintas.
En el patio de la parte baja,
sombreado por árboles, al cual se descendía por una escalinata de ladrillos,
estaban las clases y los salones de estudios. Arriba siempre cerrada, la
modestísima capilla. Casi frente a ella, los calabozos mal olientes.
LA PILA
Al centro del patio, lleno
siempre de hojas secas y con frecuencia de aterciopelados gusanos negros, se
alzaba la pila, donde corría un hilillo
de agua. Los árboles entrecruzándose dejaban pasar tamizada la luz del sol y en
las mañanas y en las tardes se llenaban de rumores y de trinos.
Al fondo, cubierto por un techo
sostenido por innumerables columnas de madera, estaba el patio de los grandes
donde se alineaban las carpetas de los alumnos de 5° y 6° año y el pupitre del
Señor Regente y a los costados, en los corredores, con sus achatadas puertas,
los salones de Física, Historia Natural, Química, Matemáticas y Geografía y el
salón de estudios de los alumnos de 3° y 4° año.
Las salas de estudios eran
enladrilladas, con banquetas adosadas en la pared: La luz venía de un alto
ventanal donde estaban los corralones de las calles de Chacarilla y de
Inambari. Cien o doscientos muchachos sentábanse en aquellas bancas corroídas y
lustrosas, llenas de cicatrices.
Al centro, las carpetas
ostentaban candados recios de todas las marcas. La luz penetraba, tímida y
tristemente, por la gran ventana del fondo y con ella entraban vocerío y
tufaradas de cocina y de pesebre. Olor a establo, a viandas, a lejía, ruidos de
carretas, cantares criollos, restallar de fustas, interjecciones y ladridos de
perros, todo se mezclaba, distrayendo la atención de los novatos.
La primera impresión producida
por el colegio era triste, sórdida, casi carcelaria. Los salones de clase
tenían amplios escalones, hasta el techo en los cuales los alumnos se sentaban.
El frío de los ladrillos llegaban al alma al principio y la impresión de
pobreza dejaba un sedimento desfavorable.
Himno del Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe de Lima
CORO
Hermanos de Guadalupe recordemos nuestra misión
juremos ser siempre unidos y ayudarnos sin distinción.
Pues somos guadalupanos que es emblema de tradición.
Seremos los paladines de esta nueva generación
de esta nueva generación(bis).
juremos ser siempre unidos y ayudarnos sin distinción.
Pues somos guadalupanos que es emblema de tradición.
Seremos los paladines de esta nueva generación
de esta nueva generación(bis).
ESTROFA
Guadalupe es orgullo peruano
cuna de héroes y hombres de valor
que en el arte, en la ciencia, en la guerra
destacaron con gran pundonor.
Su bandera flamea muy alto
como símbolo de gratitud
a los grandes que dieron su sangre
su saber, su virtud y su honor.
Guadalupe es orgullo peruano
cuna de héroes y hombres de valor
que en el arte, en la ciencia, en la guerra
destacaron con gran pundonor.
Su bandera flamea muy alto
como símbolo de gratitud
a los grandes que dieron su sangre
su saber, su virtud y su honor.
INSPECTORES
Se sentía la agresividad de
ambiente y hasta en los rostros de los alumnos parecía fijarse una actitud
desafiadora y ruda. El gesto avinagrado de los inspectores, tristes y amargados
hombres, muchas veces de buen corazón, a quienes odiaban los alumnos porque sí,
por principio casi, cuadraba con la sensación general del conjunto en los
primeros días del colegio. La actitud retadora de los grandes, ponían a todo
novicio en la defensa y en guardia.
En los recreos, se desvanecía en
algo la impresión combativa con el bullicio de alegría y la algazara. Más de
cuatrocientos adolescentes la ponían en el local vetusto. Y con el manso correr
de los días, el colegio iba apoderándose de las almas escolares.
El patio de la parte alta parecía
luminoso y amplio. La cantarina alberca apagadora de nuestra sed, tenía el
asombroso encanto que le prestaban los árbores rumorosos. El mismo cuadrilátero
de mármoles oscurecía el techo, tenía en su laberintico aspecto, lleno defeas
columnas, un raro prestigio.
Cuerpo docente y administrativo (1919)
Cuerpo docente y administrativo (1919)
AMBIENTE
En los salones de estudio, las
almas. La dura disciplina no llegaba a romper nunca la sugestión vital venida
de las vecindades solares y una varonil solidaridad escolar se gestaba y en el
duelo con los inspectores había algo virilmente respetuoso, por la misma crudeza
con que en veces estallaban las francas rebeldías.
Poco a poco el colegio nos iba
haciendo a todos más hombres. Y entonces, se amaba aquel ambiente severo y frío
sin engreimientos ni blanduras. Y cuando llegaba una hora difícil, todos los
alumnos se unían, grandes y chicos, para reclamar sanción. Generalmente, si,
estas uniones no se lograban sino cuando el móvil era de justicia.
La sensación conservada del viejo
local es grata, no obstante vivir en mi el recuerdo de la mala impresión
causada el primer día. Maduro ya, he apreciado los bienes espirituales debidos
a aquel antipedagógico local con alma y la cual era transmitida a los en él
cobijados.
Aunque haya algo paradojical, en
la afirmación, puede sostenerse esto:
aquel pésimo edificio propició muchas de
las virtudes guadalupanas. Pero es asunto éste ya como para no caber en el
marco de una sencilla estampa de mis tiempos escolares. (Páginas seleccionadas de las "Obras
Completas" que pertenecen como autor al consagrado escritor y político,
José Gálvez Barrenechea.)
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