Comodoro Rivavia empieza a ser un
pueblo con un grupo de casitas. Algún almacén de ramos generales y un
hotel-fonda para el alojamiento de algunos arriesgados viajantes que se animan
a llegar hasta esas lejanas zonas de la Patagonia. Un día de los primeros años
del siglo XX, en 1907, llegó al lugar un hombre de empresa. Tenía el propósito
de instalar allí un hotel con todas las comodidades, previendo las
posibilidades progresistas de la zona.
Pero apenas instalado, el
emprendedor se encontró con el primer tropiezo serio. No había agua. La idea
tuvo que quedar para mejor oportunidad. Pero mientras tanto, cuadrillas de obreros,
dirigidas por ingenieros, habían comenzado a perforar la tierra en busca del
liquido e indispensable elemento.
Con aparatos adecuados se
auscultaba el suelo en procura del más mínimo rumor que pudiera anunciar la
presencia de agua. En Enero de ese mismo año se llevó al lugar una perforadora.
Se apelaba a los elementos más modernos de la época, pero todo parecía inútil.
En esas circunstancias, se llegó
a cavar hasta a 400 metros de profundidad, siempre sin resultado. Los flamantes
pobladores del pequeño pueblo vivían pendientes de la torre de perforar que, en
más de una oportunidad, cayó por efecto del implacable viento del sur y
obligaba a iniciar nuevamente los trabajos. Los ingenieros no se daban por
vencidos. La tarea continuaba. Pero el resultado era siempre el mismo:
absolutamente negativo.
Comodoro Rivadavia en 1907.
Comodoro Rivadavia en 1907.
DESALIENTO
Pasados varios meses, en
noviembre, comenzó a cundir el desaliento. Se estaban perdiendo ya las esperanzas de poder dotar de agua a la
floreciente población, donde muchos se habían radicado plenos de ilusiones y
confiados en la riqueza de la zona. La decepción siguió en aumento.
El gobernador propuso que se
traiga agua desde un manantial mediante la instalación de cañerías. La
población apoyó la idea que llegó como una salvación. Ya no quiere ni oír hablar
de la torre perforadora que, durante muchos meses, había engañado sus
esperanzas, con renovadas promesas incumplidas.
Mientras tanto, la colonia siguió
su vida, pensando en su progreso. La esperanza en el porvenir alienta a sus
pobladores. Se inauguró una escuela. Ya
es un paso positivo. Sólo falta el
hallazgo del agua, cuya ausencia era la preocupación de todos. Había que
traerla de otras partes y se adquiría con dinero. Pagándola, como si fuera un
artículo de lujo.
Llego diciembre con la misma desesperanza.
La población ya no confía en la torre que para su funcionamiento insume la
escasa cantidad de agua que allí hay y que el pueblo necesita para su consumo..
Todo parecía inútil.
Mapa de la zona.
Mapa de la zona.
PERFORACIONES
Pero el Ing. José Fuchs no quiere
creerlo. Tampoco se resigna el administrador de la obra, Sr.
Beguin. El día 13 de Diciembre-ya
terminaba el año- el jefe de la misión se va y ordena: “ya no se perfora
más”
Los pobladores no se entregan y
tampoco escuchan la orden, acompañados por los dos entusiastas técnicos. Todos
deciden continuar los trabajos. El Ing. Krausse había autorizado perforar hasta
el máximo unos 20 días. Aproximadamente, unos 500 metros o más.
Ese día 13 de Diciembre-Viernes-
la perforadora Fauck que dirigía Fuchs llega a 540 metros. De pronto, se
advierte una corriente ascendente. Luego el asombro. Fuchs y Beguin se miran atónitos.
No es agua. Es petróleo, que salía casi refinado.
Los técnicos mantienen en secreto
el descubrimiento y telegrafían a Buenos Aires a la Dirección de Minas. “Aquí
no hay agua, pero hay petróleo”. La noticia se conoce en la capital antes que
en Comodoro Rivadavia. El pueblo se entera cinco días después y engalana sus
calles en espontáneo feriado.
Cuadrillas de trabajadores, luego del arduo trabajo de perforación.
Cuadrillas de trabajadores, luego del arduo trabajo de perforación.
MEDIDAS
Mientras en la capital, la
novedad se acoge con frialdad Apenas si le dan importancia los periódicos. No
advertían la trascendencia del descubrimiento. Lo que se buscaba allí era agua.
Para la capital, lo importante era eso.
Pero el gobierno nacional,
preocupado en esos momentos por la agitación política, resolvió, sin embargo,
adoptar ciertas medidas. Dicta un decreto prohibiendo la denuncia de
pertenencias mineras y la concesión de permisos de cateo en el puerto de
Comodoro Rivadavia, en un radio de cinco leguas kilométricas a todo rumbo, contándose
desde el centro de la población.
Así se evitaba la posible
aparición de aventureros y la eventual explotación del suelo en beneficio de
particulares. De allí partió el progreso de una vasta zona patagónica. La
explotación del petróleo, descubierto de una manera milagrosa, fue, desde
entonces, una fuente de incalculable valor
para acrecentar la economía argentin y sería una de las bases de su
riqueza.
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