La noche del 14 al 15 de Abril de
1912 ocurrió uno de los mayores dramas
de la historia de la navegación a nivel mundial. Comenzando la madrugada se
estrellaba contra un “iceberg” de gigantesco hielo macizo y se hundía el
magnífico transatlántico ingles “Titanic”, el mismo que realizaba su primer
viaje entre Southampton-Reino Unido y la ciudad norteamericana de Nueva York. Llevaba a bordo 2,358 personas, de los cuales
903 eran tripulantes, 350 pasajeros de primera clase, 305 de segunda y 800 de
tercera.
Del total de seres humanos a
bordo, sólo lograron salvarse 723. Los 1,635 restantes, de los cuales 903
pertenecían a la tripulación, murieron en el mar. Casi todos a bordo del barco
naufrago, que se perdió en la inmensidad del Océano Atlántico.
En la nomina de viajeros
abundaban los nombres de abolengo de la
banca y el comercio. El “Titanic” salió de dicho lugar dotado de extraordinario
lujo. Lo comandaba el Capitán E. J. Smith, que había reclamado el honor de
conducirlo en su primer viaje para retirarse a descansar.
Entre
sus pasajeros estaban algunas de las personas más ricas del orbe. Además de
cientos de inmigrantes irlandeses, británicos y escandinavos que iban en busca
de una mejor vida en Norteamérica.
La tragedia se ha consumado en la inmensidad del mar.
La tragedia se ha consumado en la inmensidad del mar.
LUJOSISIMO
El
barco era lo último en lujo y comodidad, y contaba con gimnasio, piscina,
biblioteca, restaurantes de primera y opulentos camarotes a disposición de los
viajeros de primera clase. También estaba equipado con una potente estación de
telegrafía para el uso
comunicativo correspondiente.
Lo
mismo ocurría con las medidas de seguridad, como los mamparos de su casco y compuertas
estancas activadas a distancia. Sin embargo, por las obsoletas normas de
seguridad de la época, sólo portaba 1,178
botes salvavidas. Es decir, poco más de la mitad de los que iban a bordo
en su viaje inaugural y un tercio de su capacidad total.
La noche del 14, los pasajeros de
primera se habían reunido en el lujoso comedor, con capacidad para 500 personas.
Allí se realizaba un baile de gala celebrando el éxito de la travesía. El
tiempo era espléndido con mar en calma y noche fría, iluminada por la luna.
El Titanic avanzaba a más de 20
nudos por hora. El oficial de guardia vigilaba en el puente frente a la
inmensidad. Poco antes de medianoche, cuando el baile estaba en todo su apogeo,
la voz del serviola avisó: “Iceberg a estribor”.
En su tono se advirtió la
inquietud del peligro inminente. Pocos minutos después, ya los proyectores del
transatlántico iluminaban de lleno a la montaña de hielo: la misma que se
levantaba amenazadora a casi 300 metros sobre el nivel del mar.
FRENTE A FRENTE
Los dos titanes están frente a
frente: el de hielo y el de acero. La colisión es inminente. El oficial de
guardia, al principio, no concede mayor importancia a la vecindad. Pero toma
los telégrafos de maquinas y transmite la orden de dar marcha atrás a toda
fuerza.
¡Es demasiado tarde!
El choque fue tremendo. El
Titanic se estremeció y la montaña de hielo se derrumbó materialmente sobre él.
En ese momento, el barco se encontraba a
la altura del Cabo Race en Terranova, la gran isla entre Canadá y Estados Unidos.
La proa estaba destrozada y se percibía
claramente el ruido inconfundible del agua que inundaba los compartimientos de
ese sector.
Habían pasado apenas unos segundos cuando el Capitan Smith que
acudió precipitadamente al puente, mandaba mandar la señal “CQD” (Venid en
seguida peligro) y, diez minutos más tarde, la clásica “SOS”.
El Titanic estaba herido de
muerte… Media hora después de la medianoche se escucha la orden perentoria:
¡Todo el mundo a cubierta! Y de alistarse para tomar puesto en los botes de
salvamento, cuatro de los cuales habían quedado destrozados en la colisión.
La prensa informa de inmediato.
La prensa informa de inmediato.
CONFUSION
Tal es el único momento de confusión
total. Los oficiales vigilaban enérgicamente para que las mujeres y los niños
se ubicaran en las embarcaciones arriadas ya. Hay que ir de prisa. El tiempo
apremia y los minutos perdidos pueden aumentar las consecuencias del siniestro.
Una hora después, son más de 700
los pasajeros que se han embarcado en los botes. Como la temperatura es muy
baja, muchos de ellos morirán de frio en el barco salvador. Se registran gestos
heroicos, como el del telegrafista que no se cansa de pedir auxilio hasta conseguirlo.O
el de de algunos pasajeros que alientan
a sus mujeres, ya en los botes, con la esperanza de un próximo encuentro en
Nueva York.
Todavía están a bordo 600
pasajeros, además de los tripulantes. Unos intentan aún la construcción de
balsas, echando mano a todo lo que queda ser susceptible de flotar. Muchos se
arrojan al agua helada y los más, que se resignan a su suerte, se agrupan
alrededor del Capitán Smith para hundirse con el Titanic.
Cuando ya se hallan en el extremo
de popa, que emerge cada vez más de la superficie, comienzan a corear el “Mas
Cerca de Ti Dios Mío”, canción que la orquesta hace oír como una armoniosa
despedida. Son los que van a morir en compañía de los tripulantes del vapor que
se han quedado a bordo en cumplimiento de su deber.
Uno de los violines de la orquesta. Todos los musicos murieron.
Uno de los violines de la orquesta. Todos los musicos murieron.
NO SE OYE….
Son las 2.20 horas del día 15 de
Abril. El Titanic se desliza casi vertical hacia los abismos, mientras estallan
sus calderas al invadir el agua las cámaras. Apenas había transcurrido un
cuarto de hora, la estación radiotelegráfica de Cabo Race que había
multiplicado angustiosamente sus llamadas para indicar a los buques la posición
en que se hallaba el Titanic, solo dice:
“No se oye al Titanic”.
Lacónico epitafio de uno de los
dramas grandes de la historia de la navegación. Al llamado de los patéticos
avisos, han acudido los vapores Carpathian, Baltic, Virginian, Parisian,
Caronia y Olimpic. Este último gemelo de la nave hundida.
Cuando llegan al lugar del
siniestro, el espectáculo es impresionante. En los botes la gente aterrada, se
apiña y grita para que los recojan. Y comienza el salvamento.
Con el correr de los días se
conoció, con todos sus detalles, el saldo aterrador de la tragedia, en la que
se perdió el más grande y lujoso barco de la época, verdadero orgullo de la
ingeniería naval británica. Medía 268 metros de eslora y desplazaba 46,382
toneladas. Lo dramático y doloroso, evidentemente, era la cantidad de vidas
perdidas.
No valió para nada que, pulgada
tras pulgada, los técnicos revisasen sus
especiales cámaras de floración que le acordaban una seguridad indiscutible. La
nave había costado 1.250.000 libras esterlinas
y desarrollaba una velocidad de 22 nudos por hora. Tragedia total que
conmocionó al mundo.
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